Máriam Martínez-Bascuñán*
Trump ha conseguido algo asombroso: desplazar el
conflicto social surgido con la crisis y colar en el debate público las
políticas de la identidad. Ha logrado transformar la fractura económica en una
factura cultural facilitando así que la identidad oculte los desgarros
producidos por la nueva desigualdad. Lo que ahora gobierna el discurso público
es la lucha identitaria para recuperar lo auténtico del pueblo estadounidense,
aquello que define el espíritu patriótico, su cultura, su nación. La mirada política
no se orienta hacia el futuro sino hacia aquello que supuestamente se ha
perdido con el sometimiento de los pueblos a los procesos de la globalización.
El fin; que todo se envuelva bajo un aire de decadencia y peligro.
Trump ha coronado a Huntington, el famoso politólogo
que escandalizó a medio mundo con su tesis sobre el choque civilizatorio, la
última de las luchas tribales. Como aquel sugería, habría que aumentar la
homogeneidad en Occidente reforzando nuestros vínculos culturales y religiosos.
Fuera el pluralismo liberal. La diferencia con Trump es que ya no escandaliza.
Ha roto la barrera de lo políticamente correcto, quizás porque coincide con lo
que mucha gente piensa y no se atreve a decir. Por eso juega bien otra baza: la
de la autenticidad. Además del fanatismo patriótico, la ferocidad identitaria
llama a horadar en lo auténtico que hay en nosotros, nuestras raíces, nuestras
esencias humilladas, malheridas, ofendidas por otras identidades. Se aspira a
encontrar ese auténtico ser para congelarlo, objetivarlo, y confrontarlo en un
discurso que ama las dicotomías simplistas y simplificadoras: “Clinton es el
diablo”, sostenía hace pocos días el magnate. Malos y buenos, fuera el
mestizaje; culturalistas, nacionalistas e identitarios demandan el refugio
sectario.
Lo preocupante es que la campaña estadounidense
refleja en buena medida la situación general que vivimos en Europa. Las
políticas de la identidad son las que llegan con fuerza a los estratos blancos
socialmente más desfavorecidos y menos instruidos. Los mismos que votaron Brexit.
También en Europa las guerras culturales funcionan como ideología presta a
encubrir la gran contradicción económica de los últimos años; es el nuevo opio
del pueblo.
*El Pais, 6 de agosto 2016
*El Pais, 6 de agosto 2016
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