viernes, 5 de agosto de 2016

Guerras culturales



Máriam Martínez-Bascuñán*


Trump ha conseguido algo asombroso: desplazar el conflicto social surgido con la crisis y colar en el debate público las políticas de la identidad. Ha logrado transformar la fractura económica en una factura cultural facilitando así que la identidad oculte los desgarros producidos por la nueva desigualdad. Lo que ahora gobierna el discurso público es la lucha identitaria para recuperar lo auténtico del pueblo estadounidense, aquello que define el espíritu patriótico, su cultura, su nación. La mirada política no se orienta hacia el futuro sino hacia aquello que supuestamente se ha perdido con el sometimiento de los pueblos a los procesos de la globalización. El fin; que todo se envuelva bajo un aire de decadencia y peligro.


Trump ha coronado a Huntington, el famoso politólogo que escandalizó a medio mundo con su tesis sobre el choque civilizatorio, la última de las luchas tribales. Como aquel sugería, habría que aumentar la homogeneidad en Occidente reforzando nuestros vínculos culturales y religiosos. Fuera el pluralismo liberal. La diferencia con Trump es que ya no escandaliza. Ha roto la barrera de lo políticamente correcto, quizás porque coincide con lo que mucha gente piensa y no se atreve a decir. Por eso juega bien otra baza: la de la autenticidad. Además del fanatismo patriótico, la ferocidad identitaria llama a horadar en lo auténtico que hay en nosotros, nuestras raíces, nuestras esencias humilladas, malheridas, ofendidas por otras identidades. Se aspira a encontrar ese auténtico ser para congelarlo, objetivarlo, y confrontarlo en un discurso que ama las dicotomías simplistas y simplificadoras: “Clinton es el diablo”, sostenía hace pocos días el magnate. Malos y buenos, fuera el mestizaje; culturalistas, nacionalistas e identitarios demandan el refugio sectario.


Lo preocupante es que la campaña estadounidense refleja en buena medida la situación general que vivimos en Europa. Las políticas de la identidad son las que llegan con fuerza a los estratos blancos socialmente más desfavorecidos y menos instruidos. Los mismos que votaron Brexit. También en Europa las guerras culturales funcionan como ideología presta a encubrir la gran contradicción económica de los últimos años; es el nuevo opio del pueblo. 

*El Pais, 6 de agosto 2016


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