domingo, 27 de septiembre de 2015

La universidad en conflicto

Hemos decidido dedicar el blog de esta semana al tema universitario. Es vital iniciar una reflexión sobre un área de capital importancia para el futuro de la democracia y el país. Sin embargo observamos con preocupación que los sectores políticos, en especial los agrupados en torno a la MUD, no han emitido opinión ni participado activamente en este conflicto en ciernes. Esta inquietud es valedera. La educación tiene un valor estratégico y un conflicto en su seno posee repercusiones nacionales.


En esta ocasión los profesores Nelson Acosta Espinoza, Asdrúbal Romero y Pedro Villaroel  expresan sus opiniones en torno a este importante tema.

¿Ir o no al paro?



Nelson Acosta Espinoza

¿Ir o no al paro? ¿Es pertinente esta pregunta? ¿El momento es el adecuado? Bien son varias las interrogantes que suscita la convocatoria de la asamblea para el día viernes. Voy a intentar reflexionar sobre lo que estas interrogantes implican.

Una primera observación. El salarial, en el marco de la actual coyuntura es, disculpen los gremialistas, un tema marginal. Ello no quiere decir que no constituya una reivindicación justa y necesaria. Lo que intento señalar que los bajos sueldos son consecuencias de una política. Y, es esa política, a la que hay que atacar y vencer. Desde luego, esta circunstancia salarial no es exclusiva de los universitarios. Es compartida por densos sectores de la sociedad. Y, ello es así, porque es consecuencia de una política y un estilo de gobernar concreto. Dicho sea de paso, política y estilo que han entrado en crisis. Y, desde luego, no están en capacidad de dar respuestas a las causas que provocan el hundimiento salarial que sufren los venezolanos.

Segunda observación. En consecuencia, no es particular a los universitarios el deterioro de calidad de vida. Por el contrario, esta condición (particularidad) es universable y, en consecuencia, potencialmente compartible con otros sectores de la sociedad. Dicho en términos abstractos: la política correcta es universalizar nuestra particularidad. En cristiano, desarrollar una política de alianzas con otros sectores que padecen "salarialmente" para enfrentar políticamente al gobierno.

Tercera observación. Para alcanzar este objetivo es imprescindible desarrollar una narrativa alternativa a la que ha estado vigente en los  últimos años. No podemos "pensar" esta crisis con los viejos marcos y conducirnos a tono con lo que esos marcos predicaban. La historia o, el pasado reciente, ha demostrado lo inadecuado de esas narrativas. Estamos donde estamos como consecuencia de una visión equivocada de la universidad y del rol de los organismos gremiales y de conducción institucional.

Cuarta observación. La crisis no es solamente salarial. Disculpen lo reiterativo. Es institucional. La universidad no le es posible seguir funcionando como universidad en las condiciones presupuestarias actuales. Me parece que hace obligante enlazar la lucha política por salarios justo con la de presupuestos apropiados. Sin exagerar, la institución universitaria, esa que existe en nuestra ley de universidades, ya no existe. Es necesario rescatarla y reinventarla.

Quinta observación. De esta última observación se desprende que las luchas salariales universitarias deben estar insertadas en un nuevo horizonte de significación. ¿Qué queremos decir con esta expresión? La autonomía, por ejemplo, no debe ser entendida como autogestión dirigida a satisfacer intereses internos (general de índole partidista y tribales). El cambio debe ser sustancial. La autonomía debe representar una capacidad para organizar y estructurar su propio ámbito académico, en el que la excelencia en el desempeño de la actividad docente e investigadora constituya el objetivo fundamental. Suena utópico. Estoy consciente de ello. Pero el conflicto que se avecina, podría brindar una excelente oportunidad para saltar de lo específico (reivindicaciones salariales) hacia lo sustantivo (repensar la universidad). Quizá, una iniciativa que sería apropiada desempolvar es la idea del Senado Universitario. Entidad oficiosa para plantear y discutir temas de esta naturaleza. Abierta, desde luego, al entorno y agrupaciones homologas y coincidentes con estas luchas políticas y reivindicativas.

Sexta y última observación. En mi juventud existía una consigna que solicitaba UN NUEVO GOBIERNO YA. Creo que por ahí van los tiros.







Este conflicto universitario




Asdrúbal Romero M.

Permítaseme una metáfora: Venezuela es como un ascensor que, a doscientos metros de profundidad en el subsuelo, desciende a una velocidad de 50 metros por segundo. Dentro del ascensor van las empobrecidas universidades que confrontan severos problemas de financiamiento para mantener su viabilidad operativa y, dentro de ellas, viajamos sus empobrecidos trabajadores. Lo peor está por ocurrir, lo dicen todos los expertos: el 2016 será mucho peor que lo que ya estamos viviendo.

Nos enfrentamos a un verdadero tsunami económico y social, por lo que la óptica con la que debe ser analizado un conflicto universitario en este contexto, sus objetivos y métodos, debe ser muy distinta a la que utilizáramos en nuestra larga historia de conflictos con los gobiernos de turno. No se trata de resolver un deterioro provisional de nuestro salario, ni de luchar porque a las universidades se les estén escamoteando los recursos para favorecer a otros sectores en la repartición de la torta, sino de cómo utilizamos nuestro potencial de influencia sobre el rumbo del país para convertirlo en poderoso vector opositor a las erradas políticas que lo están hundiendo. En este sentido, el inescapable conflicto que tenemos por delante es de naturaleza altamente política –todos en el pasado lo han sido en algún grado pero ninguno como este- y así debe ser asumido, sin ambages.

Si el conflicto sirviese para lograr una rectificación por parte del gobierno de las políticas que viene aplicando y poner en vigencia otras que reviertan la nefasta tendencia, o en caso de seguirse negando lograse el cese de sus funciones, podríamos calificarlo de altamente efectivo. Esto me provee de un criterio para valorar el potencial de un conflicto. En este sentido: ¿Cuál sería el conflicto ideal en mi opinión? Uno que englobara a todo el sector educativo, incluyendo tanto al público como al privado porque la educación es una sola. Desde hace ya varios años, la prestación de servicio educativo en este país ha venido siendo muy mal remunerada. Los profesores, a cualquier nivel, con nuestros bajos sueldos nos hemos convertido en financiadores de la educación -de la pública y de la privada-. Con la inflación galopante, a un tris de evolucionar hacia hiperinflación, esta situación ha llegado a niveles intolerables y de indignidad. Esta circunstancia, por supuesto, que está teniendo incidencia en el descenso de la calidad de la Educación en el país. No olvidemos que tarde o temprano se cumple el siguiente principio: “obtenemos la educación que pagamos”.

Y uno se pregunta, si por allí están los profesores de educación básica y media (sector público) pendientes de que se les concluya la discusión de su convenio: ¿Qué es lo que ha impedido que se produzca esa gran alianza con la FAPUV? Yo, desde hace varios meses, vengo hablando de esto a cuánto dirigente pueda hablarle, pero ocurre un no sé qué en este país que hace lucir como un imposible que algo que está de anteojitos se produzca. Seguramente inciden muchos factores para que no se logre, pero, obviamente, hay uno que se puede señalar sin lugar a duda: la inexistencia de un nivel superior de coordinación política. Consecuencia de esa falta de acompañamiento de los factores democráticos de oposición a los legítimos reclamos de la sociedad civil que tanto se ha criticado. Es como si al cerebro político opositor de nuestro país se le hubiese dañado la corteza prefrontal ventromedial que es la región donde se maneja la empatía.

Lo cierto es que todo parece indicar que esa gran alianza con mortífero poder de fuego no se concretará. Quizás sea eso, que su potencial de fuego es demasiado grande en un momento en el cual pareciera interesar más: demostrarle al Régimen que pasó a ser clara minoría. El 6D se ha convertido en el gran factor represor del legítimo y justísimo clima de protesta que debiera estar reinando en un país que está a punto de irse a pique. Todos esperamos al 6D mientras la procesión va por dentro, un signo del entrampamiento en el que estamos sumidos. La ruta electoral y la protesta social tienden a entrar en zona de disonancia, una condición de contorno a considerar en el análisis de contexto del conflicto universitario que ya está prácticamente decretado (escribo estas líneas un día antes de la Asamblea de la APUC, en las otras universidades autónomas sus respectivas asambleas ya lo han aprobado). Si yo fuese FAPUV, intentaría tender los lazos en procura del escenario ideal de conflicto.


En el escenario real surge la interrogante cómo debería ser ese conflicto, constreñido al ámbito universitario, que habría que diseñarlo estratégicamente y ejecutarlo para que tuviese la mayor efectividad posible  de acuerdo al criterio ya enunciado. ¿Cómo se sienta al gobierno con la variable inflación puesta sobre la mesa de negociación para extraer un compromiso suyo en ese sentido? NO HAY TABLA QUE VALGA si el ritmo inflacionario va a seguir destrozando nuestra calidad de vida y la posibilidad de que la Universidad pueda funcionar. Las dos cosas: salario y viabilidad institucional. Gremio e institucionalidad universitaria unidos. Más: proceso pedagógico irradiado hacia el país, porque es nuestro deber como sector fundamental de la “intelligentsia” del mismo, y hacia el sector estudiantil a fin de lograr su involucramiento en el conflicto.           

EL JANO BRIFRONTE EN LA CRISIS UNIVERSITARIA

 “Es la hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes
que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos,
se puede decir que nos merecemos lo que tenemos”

José Saramago

Pedro Villaroel

Uno de los aspectos que establece la diferencia entre civilización y barbarie, desarrollo y subdesarrollo, pragmatismo y visión de futuro, es precisamente el manejo del tiempo. Su sistematización permite a las organizaciones distribuir eficientemente los recursos y las estrategias para alcanzar los propósitos hacia los fines establecidos en la visión. Por el contrario, un inadecuado manejo del tiempo convierte a la organización en un “cómo vaya viniendo vamos viendo” a lo Eudomar Santos, que la mineraliza, la petrifica y en consecuencia la hace inviable. Su muerte es inevitable.

La figura del Jano Bifronte retrata la actitud del liderazgo universitario de este momento, en una de sus caras. La cara que se nutre exclusivamente del pasado, incapaz de poder confrontar los nuevos contextos, las nuevas circunstancias y las situaciones derivadas de la realidad política contemporánea y de lo más permanente en la vida de los seres humanos y las organizaciones, como es el cambio. Esta falla de las capas tectónicas del pensamiento es el producto de un entorno cultural refractario que genera enmohecimiento de la capacidad de dar respuesta oportuna a los nuevos retos. Los símbolos culturales afectan la manera como percibimos la realidad, afectan la sensibilidad y empobrecen el mundo estético. Esto es decadencia.

El profesor Asdrúbal Romero, ex rector de nuestra universidad, publicó en su blog un análisis de la situación universitaria del momento. Comparto con él significativamente sus apreciaciones, no obstante pienso que el gran ausente en el debate universitario de la coyuntura, es el elemento político.

La estrategia del gobierno durante estos diecisiete largos y tumultuosos años, ha sido la de aislar los sectores y actores políticos que luchan por mejorar las condiciones de su existenciario. Esto ocurre primeramente porque las alforjas del pensamiento y la reflexión política se parecen a los anaqueles de los automercados, están vacíos. En segundo término, por la imposibilidad de integrar las diversas demandas de la población como un todo. Situación ésta que denota la carencia en nuestro liderazgo para promover y dirigir la acción política más allá del estrecho marco de la reivindicación salarial, elemento además que se comporta como un obstáculo epistemológico en el desarrollo de la conciencia crítica y transformadora del trabajador universitario.

No hemos sabido traducir el descontento que se produce por la insostenible situación económica en una acción política tendente a transformar la crisis nacional. El profesor Argenis Urdaneta,  en el conversatorio señalado por el profesor Asdrúbal Romero, lo caracteriza como parálisis paradigmática que condena a las direcciones gremiales a un ritornello, a una rutinización de las acciones y respuestas sindicales ante la crisis que producen resultados cero y una gran desmoralización.

Desde la Cátedra de Estudios Culturales “Profesor Pedro Crespo”, conjuntamente con el decanato de Faces hemos dado inicio a una serie de conversatorios que tienen como propósito activar el pensamiento  y la reflexión. Estamos ante una encrucijada histórica, la universidad y los universitarios debemos estar a las alturas de las exigencias de nuestro tiempo. En un régimen totalitario, militarista y populista, están negadas las condiciones objetivas para el libre desenvolvimiento y la autonomía del ser humano. Por eso es impensable una lucha gremial universitaria sin el análisis del contexto político de la hora, sin generar los instrumentos teóricos propios del entorno universitario para su transformación.

Somos luz en las tinieblas y la adversidad. Es incomprensible actitudes ambivalentes en este momento. Debemos entender la imposibilidad del desarrollo humano en toda su complejidad dentro de los regímenes que propician la inacción y el vaciamiento del ser. La historia de la humanidad es un vivo ejemplo de la lucha de grandes conglomerados humanos por la democracia y la libertad. Allí están los casos de Alemania con Hitler, de Italia con Mussolini, de España con Franco, de Pinochet en Chile, de Trujillo o “chapita” en República Dominicana y en nuestro país, en el pasado reciente Gómez, Pérez Jiménez y Chávez.

La cara del futuro del Dios Jano Bifronte tenemos que construirla hoy los universitarios. De allí que estas discusiones que recién se inician son el preámbulo de la construcción del futuro que todos deseamos y aspiramos en nuestra universidad y en nuestro país.

domingo, 20 de septiembre de 2015

¿El miedo cambió de bando?


Nelson Acosta Espinoza.
La frase, amigo lector,  es una modificación de la estrofa cantada por  el grupo musical de rap español denominado Los Chikos del Maíz. Sus letras abordan temas como el terrorismo, la monarquía, la situación laboral y la escena hip hop en España. En la actual situación que vive el país este dicho describe el sentimiento que se está anidando al interior de la cúpula del oficialismo.

En fin, ¿el miedo está cambiando de bando? Bien, lo primero es señalar que este sentimiento estuvo acompañando a sectores amplios de la población que temían perder las prebendas que el asistencialismo gubernamental le estaba otorgando. Es indudable que por un largo periodo las políticas de asistencia social (barrio adentro, extensión de las pensiones, salarios mínimos, subsidios de diversos tipos) cumplieron el cometido de generar lealtades e identidades políticas con el régimen bolivariano. Se vendió la idea que un cambio político impulsado por la oposición implicaría poner en peligro esta red asistencial. Este miedo sirvió de contrafuerte defensivo para repeler los avances de los sectores democráticos. Sin embargo, si algo ha puesto en evidencia la actual crisis es la precariedad de esta red asistencial. Cada día estos sectores de la población se sienten defraudados. La desafección e insatisfacción política crece en la medida que la crisis avanza y, el miedo, comienza a cambiar de bando.

Desde luego, para capitalizar esta animadversión política se requiere el diseño, valga la redundancia, de una política explícitamente trazada para interpelar y capitalizar esta deserción del miedo que se encuentra presente en las grandes mayorías de la población. Vale la pena, entonces, preguntarse ¿existe en la oposición una formulación política como la que sugiere esta interrogante? A riesgo de ser calificado de pesimista, la respuesta a esta interrogante es negativa. Pareciera que la dirección política de la oposición espera que la crisis haga su trabajo político. Y, de hecho, los indicadores señalan que electoralmente va a suceder así. La población va a votar, sin miedo, contra el gobierno. Ese voto, dicho de otra manera,  no va a constituir una afirmación de naturaleza político partidista.

Estamos frente a una coyuntura que no debe ser asumida con los dispositivos que prevalecieron en el pasado reciente. Tengo la impresión que existen sectores opositores que se comportan dentro de viejos marcos cognitivos. Parecen calzar, para utilizar el proverbio inglés, dentro de la expresión: Her Majesty´ Most Loyal Opposition. Dicho en cristiano, “La muy Leal Oposición de su Majestad”.

Por otra parte, donde este sentimiento está desgajando almas es en la cúpula oficialista. La política de cierres de fronteras y la ficción que el desabastecimiento es consecuencia directa del contrabando de extracción expresa que el miedo cambio de bando. El temor de perder, no las elecciones, sino algo mucho más significativo, el consenso activo de la población, tiene aterrorizada a la nomenklatura gobernante.

Con una política apropiada, un mensaje radical y positivo se estaría a las puertas de construir la nueva mayoría sobre la cual asentar una nueva organización del espacio discursivo y real del país. Las elecciones parlamentarias es un hecho político importante. Es un punto de partida. Una ocasión para colocar una política en la calle que enfrente a la del gobierno. ¿Se encuentra la dirección política opositora a la altura de este reto? Aún no tenemos respuesta para esta interrogante. Sin embargo, es necesario alertar para que no se repita la conducta exhibida por los parlamentarios del periodo que finaliza.

El oficialismo, por su parte, está huérfano de políticas para enfrentar este fin de ciclo histórico. Es por esa razón que afirmamos que el miedo cambio de bando.

Sin lugar a dudas, ahora la política es así.












La hora de los chamanes




Corbyn es como Thatcher. Tiene una historia seductora sobre la decadencia de la sociedad británica en la que los sindicatos son los actores principales. Cierto que para Thatcher los sindicatos eran los villanos y para Corbyn son los héroes. Pero es un detalle relativamente menor. Lo importante es que ambos pertenecen a la categoría de políticos más exitosos en tiempos de crisis: los chamanes.
Los políticos chamanes ofrecen una explicación moderadamente sencilla a nuestros males colectivos. La culpa es de los espíritus (para el chamán de toda la vida), los gobiernos (para el chamán neoliberal a la Thatcher) o los mercados (para el chamán estatista a la Corbyn). Y, obviamente, de las explicaciones de brocha gorda se derivan soluciones de brocha gorda. Thatcher lo solucionaba casi todo privatizando y Corbyn nacionalizando.
Pero la filosofía de fondo es análoga: el fin se funde con el medio. Para un thatcherista, el fin de una sociedad más emprendedora o un mercado más eficiente no puede lograrse con una intervención estatal si existe una alternativa privada. Esta actitud puede llevar a auténticos despropósitos en, por ejemplo, política sanitaria o en el transporte público. Para un corbynista, el fin de una sociedad con igualdad de oportunidades no puede lograrse con mecanismos de mercado si existe una alternativa pública. Lo cual puede conducir a políticas subóptimas en, por ejemplo, educación o vivienda.
Por tanto, no es sorprendente que muchos políticos y analistas parece que pasen de un extremo ideológico al otro cuando en realidad mantienen la misma actitud con ropajes distintos. El caso paradigmático es el político jamaicano Michael Manley, que pasó en unos años de aliarse con Cuba para desmantelar el capitalismo “ladrillo a ladrillo” a convertirse a la ortodoxia liberal y en un “gran ejemplo” para el presidente George Bush. Tanto Manley como muchos de nuestros excomunistas transmutados a neoliberales hacen lo mismo independientemente del punto del espectro ideológico en el que se encuentren: empaquetan fines con medios.
Y los humanos compramos esos paquetes porque somos arrogantes. Gracias a experimentos científicos sabemos que nuestras altivas mentes rechazan la posibilidad de que los fenómenos complejos —grandes crisis, conflictos o desigualdades— sean el resultado de causas múltiples difíciles de desentrañar, unas causas que se pierden en el tiempo y en el espacio, y que nuestros intelectos no pueden aprehender en su plenitud. No. Nuestra mente protesta contra el caos. Queremos narraciones, historias causales simples que den sentido al mundo.
Los científicos también han mostrado que la desconfianza y la inseguridad económica, dos de las señas de identidad de nuestros días, estimulan nuestro apetito por las teorías de la conspiración. Los ciudadanos europeos, más inseguros de la globalización y más desconfiados de sus élites políticas que nunca, pueden comprar las explicaciones más descabelladas, como que nos quieren convertir en una “colonia de Alemania” (Pablo Iglesias) o en sujetos “gobernados por inmigrantes e hijos de inmigrantes” (Le Pen padre).
Ciertamente, no es justo poner en el mismo saco al Frente Nacional, la derecha radical escandinava o UKIP con Syriza, Podemos o laCorbynmanía. Pero tampoco es justo obviar que han surgido como respuesta a unos miedos parecidos: paro masivo en suburbios industriales, recortes en las prestaciones de bienestar, sensación de que no controlamos nuestro destino en una economía mundial cada vez más interdependiente, sin olvidar el alud de que ha puesto en jaque a Europa. Y están arrastrando a los partidos de la vieja política por la misma senda de unas políticas cada vez más cerradas, más nacionalistas y más euroescépticas.
Hay excepciones. Y, por centrarnos en el caso británico, dos políticos que separaron inteligentemente los fines de los medios fueron Tony Blair y Gordon Brown. Para ser precisos, lo hicieron en casa, no en política exterior, donde, al apoyar la guerra de Irak, Blair se adhirió al prototipo de política de chamanes: una bella narrativa que queda muy bien en una presentación de powerpoint (libera a un pueblo de su tirano genocida y la democracia florecerá en la región) y que se impone a la evidencia más básica (para empezar, la de las armas de destrucción masiva).
Sin embargo, en política doméstica, Blair y Brown actuaron con prudencia y sutileza. En lugar de borrón y cuenta nueva, mantuvieron las reformas thatcheristas que entendieron que podían servir para conseguir sus fines. Todo medio —proveedores públicos o privados; disminuir algunos costes educativos pero subir otros como las tasas universitarias— que pudiera servir a sus objetivos en políticas públicas era estudiado. Antepusieron una cultura de resultados, “lo que funcione”, al principio thatcherista (o corbynista) de “¿eres uno de los nuestros?”. Y, en mayor medida que los Gobiernos precedentes y siguientes, diseñaron las políticas basándose en la evidencia. Un ejemplo es la determinación del salario mínimo en el que, frente al populismo de derechas de dejarlo en manos del mercado y el populismo de izquierdas de fijar una cifra mágica y redonda (como las 10 libras por hora de Corbyn), Blair y Brown optaron por delegar esa labor en expertos que pudieran armonizar los intereses de los trabajadores más desfavorecidos con el crecimiento económico.
Con este sentido común, entre 1997 y 2010 los Gobiernos laboristas alcanzaron muchas de sus metas, que eran concretas pero ambiciosas, como reducir la altísima pobreza infantil y en la tercera edad que habían heredado de los conservadores. Una tendencia que se ha revertido con los Gobiernos de Cameron.
Pero poco importan los datos frente a las historias simplonas. Los comentaristas de derechas han creado el mito de que los laboristas fueron unos manirrotos, cuando, en realidad y hasta la llegada de la crisis, el serio Brown mantuvo el tesoro británico en escrupuloso orden, presidiendo una economía que creció más, se volvió más productiva y generó más empleo que la mayoría de las grandes economías del mundo. Y los comentaristas de izquierdas han hecho un deporte no ya nacional, sino internacional, de despreciar a Blair como una versión edulcorada de Thatcher. Evidentemente, ni Blair ni Brown acometieron decididamente problemas que se han revelado como esenciales en la economía hiperglobalizada actual, como una creciente desigualdad y la vulnerabilidad de los que hoy llamamos working poor (“trabajadores pobres”). Pero ¿cuál era la alternativa factible a Blair o Brown que hubiera arrojado mejores resultados entre 1997 y 2010?
Más importante, precisamente porque Blair y Brown dejaron la construcción del estado de bienestar británico a medias, precisamente porque quedan fines muy ambiciosos que afrontar, los dirigentes laboristas del futuro no pueden descartar ningún medio y deben someter sus propuestas al mayor rigor empírico posible. No pueden, por principios ideológicos, eliminar los proveedores privados de la sanidad, o de la educación, públicas. No pueden nacionalizar todo lo privatizado, porque cometerán los mismos excesos que Thatcher. Sólo que al revés.
Víctor Lapuente Giné es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo y autor de El retorno de los chamanes (Ed. Península), de próxima publicación.



domingo, 13 de septiembre de 2015

Criminalizar las palabras

Nelson Acosta Espinoza
La injusticia se pronunció. Si amigo lector, tal como lo lee, la decisión de condenar a Leopoldo López a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel pasara a la historia como el primer acto judicial que ha criminalizado a la palabra. En efecto, la sentencia a este joven dirigente  del grupo político Voluntad Popular, no tan solo es contraria al estado derecho, sino igualmente, con ayuda de expertos en lingüística, se pretendió obtener evidencias que permitieran criminalizar sus palabras y atribuirles responsabilidad e instigador de las manifestaciones del año 2014, que provocaron la muerte de 43 personas.

A partir de esta decisión, el discurso político opositor estará bajo sospecha y, podrá achacársele, la responsabilidad de actos de violencia (provocados por el oficialismo) que pudieran suscitarse en jornadas de masas que protesten medidas gubernamentales.

Es evidente, entonces,  que la voluntad de cambio es inexistente dentro del oficialismo. Sufren de una terquedad discursiva que les impide ver la realidad de lo que esta sucediendo en el país. A esta testarudez debemos agregar el hábito de aferrarse al poder y sus beneficios. Circunstancia esta que es típica de regímenes autoritarios y burocráticos. Los sondeos de opinión, por ejemplo, resaltan varias circunstancias. El gobierno se encuentra ubicado en niveles bajos de aceptación y, a pesar de esta realidad, no muestra una voluntad de cambio. Por el contrario, cada día emite señales de querer jugar todas las cartas posibles con la finalidad de mantenerse en el poder. La aberrante sentencia y condena a Leopoldo López es una muestra que ejemplifica esta perversa voluntad.

Los venezolanos se enfrentan a una crisis social y económica profunda. Por un lado, la nomenklatura gobernante presenta síntomas irreversibles de agotamiento, por el otro, la oposición muestra cada día señales de crecimiento. Esta doble direccionalidad es significativa y anuncia, en lo inmediato, el surgimiento de una nueva correlación de fuerzas políticas en el país.

Este último tema es interesante. En ese sentido sería vital investigar las características presentes en la conformación de esta nueva mayoría. ¿Se encuentra ella, por ejemplo, en sintonía con las identidades partidistas presentes en nuestra abigarrada oposición? O dicho en reversa ¿están estas identidades partidistas a la altura de la insatisfacción presente en la población? ¿Los actores que conforman la Mesa de la Unidad comparten el mismo horizonte estratégico? Preguntas vitales. La práctica y el día a día darán respuestas a estas interrogantes.

Es importante tener presente la naturaleza del cambio que se avizora. Comprenderlo y estar a la altura de sus demandas. El que requiere las actuales circunstancias no es de carácter adaptativo. Los de esta naturaleza se llevan a cabo para conservar lo existente. El país demanda, por el contrario, transformaciones  “disruptivas”. Cuidado, no vayan a criminalizar estas palabras. Entiendo por disruptivo cambios que modifiquen la estructura interna del sistema, su identidad y el  sentido de su misión política. Los ciudadanos, y aquí no debe caber ninguna duda,  están apostando por modificaciones de este calibre. Por esta razón se volcaran masivamente a las urnas el 6 de Diciembre. Seria criminal no responder programáticamente a estas expectativas.

Regresemos a Leopoldo López. Es indudable que este líder es, hoy por hoy, el rostro más visible de la oposición democrática. La torpeza gubernamental lo ha colocado en una posición privilegiada. Su sacrificio conlleva un mensaje con una alta carga emotiva: si podemos enfrentar las injusticias y, más temprano que tarde, la alegría se posará de nuevo en los corazones de los venezolanos.

No tengo duda, la política es así.



Cómo desaparecen los petroestados

Hubo, en los años sesenta, una popular serie gringa de televisión, The Beverly Hillbillies (en España, creo, se conoció como Los nuevos ricos), que explotaba las excentricidades de una familia de simpáticos paletos de Kentucky bendecida por un reventón de petróleo en su patio trasero.
En los EE UU, en efecto, el subsuelo de tu terreno también es tuyo, de modo que si la Exxon-Mobil, por ejemplo, quiere sacarle provecho al crudo y al gas que pudiera haber bajo tu sótano, tiene primero que hacerte multimillonario. En Venezuela, en cambio, y gracias a leyes que famosamente heredamos del rey Felipe II, el único petrolero verdaderamente ricachón que, sentado sobre un vasto yacimiento de petróleo, fuma indolentemente su puro habano mientras cobra rentas, diezmos y regalías, ha sido el rey; esto es, el Estado.
En consecuencia, desde que nos decimos republicanos, el Estado venezolano es el dueño absoluto de la riqueza mineral, único accionista, desde 1976, de la petrolera estatal y, muy especialmente, el cancerbero de la caja de caudales. A diferencia de, digamos, Dakota del Norte, en los petroestados como Venezuela simplemente no hay sitio para simples particulares dedicados al negocio petrolero. Conviene añadir que, en mi país, como en otras comarcas de nuestra América, el Estado invariablemente se confunde con el gobierno de turno y que cada “turno” puede acogotarnos durante décadas.
Así, pues, el último único gran petrolero venezolano, en el sentido Beverly Hillbilly del término, fue Hugo Chávez. De todos nuestros muy soberanos petromandatarios, fue Chávez quien gozó, sin contraloría alguna, del boom de precios más largo y jugoso registrado en el curso de un siglo petrolero que para Venezuela comenzó en 1913. Se calcula que, aun sin contar el crudo subsidiado a Cuba y los honorarios del profesor español Juan Carlos Monedero, la imaginativa munificencia del padre del “socialismo del siglo XXI” volatilizó, en menos de 15 años, bastante más de 900.000 millones de dólares.
Además de esas inconcebibles magnitudes del dispendio, se registra en mi país un fenómeno solo característico de los petroestados: una indecible incapacidad para sacar verdadero y perdurable provecho de los booms de precios, unida a la disposición a endeudarse hasta los epiplones en tiempos de vacas flacas.
Esta oscilación, verificable históricamente en petroestados tan dispares política y culturalmente como pueden serlo Nigeria, Indonesia, Irán o Venezuela, está estrechamente relacionada con la pregunta que se hacen mis sufridos compatriotas mientras se achicharran al sol de Caribe, haciendo fila para comprar su cuota de papel higiénico o de harina precocida de maíz: “¿por qué, si tenemos las reservas más grandes de crudo del planeta, vivimos como mendigos?”. Circulan respuestas, cortas y largas, a este enigma.
Las respuestas largas se explican con complejos tecnicismos legales y categorías económicas, tales como “incentivos perversos”, porque los gobiernos de los petroestados son maniacodepresivos.
Ocurre que, en tiempos de alza de precios (la fase maniaca), al petromandatario le da por hacer suyas competencias que, ordinariamente, funcionarían mejor en manos privadas, y por acometer también otros múltiples y hercúleos trabajos (“ahora sí alcanzaremos al primer mundo, ahora todo puede hacerse, ahora todo debe hacerse”), en lugar de gestionar eficientemente la lucha contra el crimen, fumigar los charcos que crían la chikunguya o recoger puntualmente la basura. Y tornarse ahorrativos, desde luego: guardar fondos para cuando bajen los precios, algo que jamás hemos hecho.
Chávez, puesto a soñar despierto, fue superlativamente maniaco: una vez imaginó un gasoducto transamazónico que jamás llegó a construirse pero que enriqueció indeciblemente a avispadísimos proyectistas brasileños, bolivianos, paraguayos y argentinos. El demencial proyecto que, de haberse realizado, habría afectado irreversiblemente el sistema climático de la Amazonía, llegó a conocerse burlonamente como el “gasoducto Fitzcarraldo”. La hubris autodrestructiva de Chávez lo llevó a expropiar inconducentemente el aparato agroalimentario privado y a desmantelar la empresa familiar, Petróleos de Venezuela, despidiendo de un plumazo a más de 20.000 imprescindibles expertos petroleros solo por ser opositores.
Son gobiernos, en fin, dispuestos a todo en temporada de precios altos (instaurar un mitológico “socialismo del siglo XXI” a golpes de chequera, por ejemplo) y prestos a culpar a los gringos y su proterva conspiración del fracking, en tiempo de vacas flacas, tal como hace Nicolás Maduro, ahora que, inescapablemente, debe afrontar (y en fase depresiva) una cuota anual de deuda externa que se cuenta en miles de millones de dólares. Todo lo malo de un petroestado es peor cuando no avizora un alza del precio del crudo y se exculpa a sí mismo llamándose socialista.
Es descorazonador advertir que los petroestados no críen ciudadanos sino súbditos cazadores de la renta petrolera que se reclutan en todos los estratos sociales: desde los buhoneros revendedores de productos subsidiados y los grandes contrabandistas de extracción de gasolina subsidiada (¡la más barata del planeta!), muchos de ellos militares gobernadores de estados fronterizos con Colombia, pasando por la banca privada más vivaracha del hemisferio, hasta llegar a los enchufados magos del comercio exterior, dedicados al negocio de obtener, dolosamente, dólares baratos para importar con sobreprecio toneladas de alimentos en estado de descomposición.
De esta corruptora sujeción a la dádiva del Rey Petroestado, nace, quizá, la paciente aquiescencia con que los venezolanos más pobres han sobrellevado lustros de escasez y vejamen, sin dejar por ello de votar al chavismo. Pese a la coerción que obliga a militar en el Partido y vestir franela roja a cambio de un magro subsidio directo en efectivo, cada quien se siente agradecido, y hasta privilegiado, por las migajas que le arrojan, aunque la muerte aceche, día y noche, en cada barriada del segundo país más violento del hemisferio.
¿Tendrá algún día fin este dantesco ciclo? Los optimistas ya hablan de una fecha: cuando prospere el consenso mundial contra el cambio climático y se halle una forma de generar energía distinta al petróleo.
Pero, según reza un dicho premoderno: “Mientras crece el pasto, se muere el caballo”.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Cuidado con un “maracanazo” electoral

Nelson Acosta Espinoza
Cuidado con un “maracanazo” electoral. Bien amigo lector, mucho de ustedes se preguntaran que significa esta expresión y cuál es su relación con el tema electoral. Por este término se conoce la victoria, contra todo pronóstico, de la selección de fútbol de Uruguay en el partido decisivo de la Copia Mundial de Fútbol de 1950 frente a la selección de Brasil y celebrado en la ciudad de Río Janeiro.
Este partido se jugó bajo un clima de triunfalismo estimulado por los principales diarios de esa ciudad. Sensación que llevo a estos periódicos a tener sus primeras planas  impresas celebrando por anticipado el triunfo del equipo brasileño. Había muchas carrozas adornadas ya preparadas en Río de Janeiro para encabezar un auténtico carnaval de festejos y ya se habían vendido más de 500.000 camisetas con la inscripción de: “"Brasil Campeão 1950"”; el propio estadio Maracaná (recién inaugurado) se encontraba decorado con pancartas en portugués que decían “Homenaje a los Campeones del Mundo”.
Bien el resultado fue adverso a la selección brasileña. Esto provocó una hecatombe en la opinión pública e, incluso, fue responsable de suicidios entre los fanáticos desilusionados. La selección brasileña jamás volvió a vestir la casaca blanca que lucio aquel 16 de julio de 1950.
La reflexión viene a cuento debido a un cierto triunfalismo presente en algunos dirigentes de la MUD. Esta actitud reposa sobre los resultados de los diversos estudios de opinión que expresan una ventaja electoral considerable de la oposición sobre el oficialismo. Igualmente, este talante tiende a enunciar una suerte de superioridad intelectual sobre el adversario. Esta combinación de triunfalismo electoral y superioridad intelectual puede producir resultados electorales adversos al polo democrático. En corto, pudieran generar un “maracanazo electoral”.
Diversos analistas han advertido sobre este exceso de confianza. Han señalado que la crisis por sí misma no produce automáticamente conductas electorales adversas al oficialismo y, por otra parte, el triunfalismo puede provocar que los electores sientan que su voto no será determinante y no asistan a votar. En un reciente estudio se señalaba: “la MUD no ha presentado la mejor estrategia electoral ni los mejores candidatos. Con lo que cuenta es con una rabia, una frustración, una disminución de la calidad de vida de los venezolanos que incentiva a votar contra el Gobierno Nacional”. La interrogante a dilucidar es ¿está la MUD aplicando la estrategia correcta para capitalizar esos votos?
Aquí entramos en el terreno del papel de las emociones y su capacidad para interpelar y convencer al electorado. Puede parecer duro lo que a continuación voy a señalar. Tengo la impresión que algunos líderes del polo democrático militan en la creencia de poseer una superioridad intelectual sobre su adversario. En otras palabras, estos dirigentes opositores tienden a ser “cerebrales”. Gustan de las estadísticas, de análisis macro económicos,  tasas de inflación y devaluación, etc. Estas aproximaciones los llevan a creer en la “superioridad moral de lo cerebral y racional”. Se olvidan que lo que alimenta las conductas políticas no son actitudes de orden cognitivo sino de naturaleza emocional.
En fin,  parece un error depositar en la crisis económica las expectativas del triunfo electoral. La economía, por sí misma, no genera identidades ni electorales ni políticas. Se requiere saber emocionar para poder convencer. El reto es ubicar los supuestos culturales a través de los cuales poder procesar los niveles objetivos de insatisfacción existente en la población y colocarlos al servicio del cambio democrático.
Retomando el tema futbolístico, podemos concluir así: la emoción uruguaya venció el triunfalismo cerebral del equipo brasileño. Cuidado, entonces,  con un “maracanazo electoral”.
Sin duda alguna, la política es así.






Escenarios: ganar o perder la asamblea


Thays Peñalver
Para nadie es un secreto que estamos ante uno de los retos mas duros de nuestra historia. Por eso es necesario entender los alcances reales de esta elección y los posibles escenarios de ganarlas o incluso de perderlas porque nada es blanco o negro. Pero antes debemos revisar los pros que por primera vez tiene la oposición. El 7 de octubre cuando los venezolanos votaron entre Capriles y Chávez, apenas el 38% de los electores veía su situación económica mal, mientras que mas del 60% la consideraba buena (Datanalisis). El barril había promediado los 100 dólares y la inflación había sido la menor durante los 4 años anteriores. Mientras votábamos, los anaqueles estaban abarrotados de productos subvencionados importados gracias a la monstruosidad de 77 millardos de dólares en bienes y servicios (BCV) de los cuales casi diez fueron en alimentos (INE) y nada menos que dos millones de venezolanos habían viajado al exterior gratis a recibir su subvención de 3 mil dólares.

Si Maduro ganó o perdió las elecciones posteriores del 2013 (no es el tema de este articulo) fue por 200 mil votos. Pero le guste o no a la gente, Maduro contaba con un 50% de popularidad, una inflación acumulada del 30%, un barril en $90, un dólar paralelo en 20 bolívares y el 55% de la población, aun creía que las cosas iban bien mientras que a un 58% aun le alcanzaba su dinero para lo básico, mientras otros 2 millones de venezolanos volvían a salir a viajar gratis al planeta y se importaban 3 millardos de dólares en televisores, lavadoras y secadoras para ser repartidos posteriormente a punta de dakazos. Por eso, por mas que existan muchos venezolanos que crean que Arias y su gallina le ganaron a Chávez, o Rosales en medio de una bonanza le ganó a Chávez, la verdad es que Capriles en 2012 podía hacer poco contra el barril a 100 dólares y la política de despilfarro, que mas que la trampa que existe y existirá, era el mayor adversario de la oposición porque nadie, absolutamente nadie cambia un sistema político donde un 60% de la población cree que la va bien o muy bien, aunque su buenaventura fuera ficticia e insostenible.

Pero en esta próxima elección, si es que llega a ocurrir, Maduro y su partido la enfrentara con el 77% de impopularidad y con un 85% de la población a la que le va mal (y le ira mucho peor con los meses), incluido el 53% de los chavistas (Datanalisis) una inflación del 180% y un dólar paralelo inalcanzable con un barril cercano a los 35 dólares que apenas dará para cumplir obligaciones. Maduro se enfrenta a las elecciones parlamentarias con casi un 70% que dice ya no alcanzarle la plata para vivir, con 72% que no cree en la guerra económica (incluido un 25% de los chavistas y un 80% de independientes) y un 70% de la población que quiere que se vaya. Por primera vez en la historia Maduro tiene hoy el 66% de los votos en contra y el 52% de las circunscripciones electorales con todo y trampa perdidas. Pues bien, aun así, ganar la Asamblea es cuesta arriba y los escenarios mas relevantes que veo son los siguientes, porque paradójicamente ninguno es bueno para el gobierno.

Escenario 1: Gracias a la evidente y gigantesca trampa, el gobierno saca el mayor numero de votos y la mayoría simple de los diputados. El gobierno queda solo y como único responsable frente a la mayor crisis económica de la historia de Venezuela (2015 es un año boyante, comparado al 2016). Aunado a esto, queda imposibilitado de avanzar con habilitantes, enfrenta una parálisis productiva total no solo porque se percibirá su radicalización sino por falta de recursos, junto a una situación altamente explosiva en lo social. Para poder continuar, es posible la tan acariciada idea de una dictadura de extrema izquierda, que es en el entorno internacional y económico, imposible. Pero el axioma de “todo el poder, toda la culpa” se percibirá en una sociedad que ya no aguanta mas.

Escenario 2: La oposición saca mayor número de votos (en su tarjeta) y el gobierno, gracias a la trampa y los manejos, gana la mayoría simple de los diputados pero queda en evidencia mundial. Este escenario es terrible para un gobierno completamente aislado internacionalmente, el planeta entero se da cuenta que el gobierno es minoría y se abre la brecha para un revocatorio, abrogatorios y consultivos legales inminentes que perdería inequívocamente. Frente a un 2016 que promete ser el peor año económico de nuestra historia, con un gobierno que debe aplicar severas restricciones, recortes y paquetazos, la radicalización es imposible habiendo quedado como minoría de votos. Este escenario es quizás el peor para el gobierno y paradójicamente aunque es un revés, no es del todo malo para la oposición.

Escenario 3: la oposición gana mayoría de votos y mayoría simple de diputados. No es cierto que la oposición pueda reformar el poder ciudadano por la vía única de la Asamblea y como en el caso anterior ocurren los revocatorios, abrogatorios y consultivos para transformar la situación. Aunque es el escenario soñado por la oposición, no es del todo positivo a menos que se jueguen unas cartas que hoy suenan imposibles. Políticamente comienza la era de la “cohabitación” y por ende de la “corresponsabilidad política” con la que el gobierno tiene mucho que ganar si juega bien sus cartas. La oposición en este caso tiene que actuar de forma tan perfecta, que evite el efecto PP español (arreglarle la crisis a los socialistas, para terminar responsabilizados del mal rato y que los causantes vuelvan o continúen en el poder). En la practica no representa el final del gobierno, pero si de la revolución comunista, lo que de por si es un gran escenario para Venezuela.

Escenario 4: Producto de una parálisis total a finales de año, el voto castigo es tal que no hay trampa que valga y la oposición gana mayoría de votos y mayoría absoluta de diputados. Tampoco es cierto que la oposición puede transformar el poder ciudadano, pero es la estocada final de la revolución. Ya no los referendos, sino la Asamblea Constituyente es una realidad al alcance de Venezuela y podría comenzar una nueva idea de Republica. Las cartas de la oposición y evitar el “efecto PP” son las mismas del escenario anterior.

En mis próximos artículos examinaremos cada uno de los escenarios por separado


La democracia (débil) en América




La democracia decae. Así lo sugieren desde hace algún tiempo elClub de MadridFreedom House y el National Endowment for Democracy, entre otros. Al concluir la tercera ola, hemos sido testigos de una paulatina “recesión democrática”, en palabras de Larry Diamond. La prolongada crisis económica europea, el resurgimiento de los nacionalismos y los partidos xenófobos, el fracaso de la primavera árabe y, como contraparte, la estabilidad alcanzada por diversas autocracias hablan de un clima global inhóspito para la democracia.

En América Latina es más que eso, sin embargo. La narrativa de los ochenta estuvo marcada por los derechos humanos y la transición. El argumento de los noventa fue sobre las democracias delegativas, iliberales e híbridas, construcciones conceptuales que enfatizaban la robustez de los procesos electorales, no obstante sus déficits en las áreas de derechos ciudadanos y separación de poderes. Ese lenguaje es hoy insuficiente: la noción de recesión democrática no describe la regresión autoritaria en curso.

Dicha regresión no puede comprenderse desconectada del efecto de precios favorables de la última década. A muchos gobiernos democráticamente electos, el boom de las materias primas les aseguró términos de intercambio históricos y recursos fiscales sin precedentes. Los usaron para aumentar la discrecionalidad del Ejecutivo, financiar máquinas clientelares de profunda capilaridad en la estructura social y extendidas en el territorio y, de este modo, buscar la perpetuación en el poder. Es paradójico que la prosperidad de este siglo haya dañado las instituciones democráticas más que la crisis de la deuda y la hiperinflación del siglo anterior. Eso invita a repensar la teoría.

La clave de este deterioro ha sido la reforma constitucional, un verdadero virus latinoamericano que no reconoce fronteras ni ideologías. Lo hicieron los de la izquierda, los de la derecha y los (mal llamados) populistas. Lo hicieron todos, y todos con el objetivo de quedarse en el poder más tiempo del estipulado al llegar al poder. De un periodo a dos, de dos a tres y de tres a la reelección indefinida. La regresión autoritaria se ha hecho así inevitable. Un presidencialismo sin alternancia no puede sino adquirir rasgos despóticos.

No es la reforma per se el problema, sino que la constitución se convierta en un traje a la medida del presidente de turno, un conjunto de normas con su apellido y escritas con su pluma. La pérdida de la neutralidad de las reglas de juego diluye la noción de igualdad ante la ley y erosiona la separación de poderes, el debido proceso y las garantías individuales, principios que le dan sentido a vivir en democracia. No sorprende entonces las subsiguientes restricciones a la libertad de prensa y la intimidación a jueces y fiscales independientes, prácticas frecuentes en la región. Es el menú completo de la manipulación.

La democracia es un contrasentido en ausencia del Estado de Derecho. Es difícil impartir justicia y proteger libertades y derechos sin una normatividad jurídica objetiva, neutral, impersonal y equitativa. Ni que hablar de la capacidad decreciente del Estado para monopolizar los medios de la coerción, cuya consecuencia inmediata ha sido la exacerbación del crimen organizado y la corrupción, síntomas gemelos de la degradación institucional.

Es casi un nuevo tipo de régimen político que ha tomado forma. En él, la corrupción es, justamente, el componente central de la dominación. Es mucho más que el acto ilegal de quedarse con dineros públicos. La corrupción hace las veces de partido político: selecciona dirigentes, organiza la competencia electoral y ejerce la representación—y, sobre todo, el control—territorial. Cristaliza de este modo la post-democracia latinoamericana.

El reto del futuro es que el ciclo económico ha cambiado. La desaceleración producirá un crecimiento más que modesto en los próximos años, y ello sin contar los serios problemas macroeconómicos de algunos países; Venezuela, Argentina y Brasil, en orden de gravedad. América Central tendrá desequilibrios en el sector externo por la disminución del subsidio de Petrocaribe y la merma de las exportaciones a Venezuela. El Caribe, a su vez sobre endeudado, sufrirá los aumentos de tasa de interés en Estados Unidos.

Las dificultades económicas pondrán presión sobre el sistema político. Si, además, el poder de las instituciones democráticas está diluido, la volatilidad macroeconómica bien podría derivar en una intensificación del conflicto social. Las voces que más se escucharán serán las de las nuevas clases medias, esos 70 millones de personas que dejaron la pobreza pero que son especialmente vulnerables ante cambios bruscos en la economía y el empleo. El gran desafío provendrá de la población joven, más educada que sus mayores pero también más desempleada. No es casual que ellos sean los más desafectados del proceso político. La frustración social podría generalizarse.

O tal vez no y, por el contrario, allí resida la gran oportunidad, la consecuencia no buscada (concepto acuñado por el gran Albert Hirschman) del boom y el clientelismo redistributivo. Ocurre que esas nuevas clases medias ya no quieren ser clientes, súbditos, piezas desechables de la maquinaria de la perpetuación. Son ciudadanos, reclaman sus derechos, detestan la corrupción, demandan calidad institucional, tienen voz y capacidad de acción colectiva, resisten la posdemocracia. Eso es lo que se ve en estos días en las calles de São Paulo, Caracas, Quito, Ciudad de Guatemala y San Miguel de Tucumán.

América Latina sigue siendo ella misma: poco Estado, un fragmentado sistema político, instituciones inexistentes y mucha, muchísima sociedad civil, cada vez más vibrante. Después de la ola bolivariana y tanta perpetuación habrá que volver a empezar. La buena noticia es que es en esas calles latinoamericanas donde soplan los nuevos y buenos aires democráticos del futuro.
Twitter: @hectorschamis.