sábado, 30 de julio de 2016

El ajuste económico empobrecedor de Nicolás Maduro



Humberto García Larralde

Es una verdad de Perogrullo que la economía se ajusta continuamente a sus circunstancias. El principal mecanismo de ajuste, como aprenden quienes inician sus estudios en esta disciplina, es el sistema de precios. Las políticas públicas afectan la forma en que opera este sistema y pueden aliviar o acentuar las restricciones que acotan el desenvolvimiento económico. La forma en que el gobierno incide determinará la bondad o el daño del ajuste: podrá optimizar el uso de los recursos, siempre limitados, aumentando el producto y contribuyendo con el asentamiento de instituciones que propicien que su usufructo sea socialmente justo, o podrá intervenir el sistema de precios, distorsionando la asignación de recursos y desplazando la inversión productiva por la especulación, a la vez que reparte el producto social por mecanismos no mercantiles que fomentan corruptelas.

Lo insólito del caso venezolano es que Maduro pretende hacernos creer que su gobierno no está “ajustando” la economía. Para él, la palabra “ajuste” forma parte de su arsenal de guerra. Vendría siendo, según él, la cabeza de proa de supuestos intereses foráneos que buscan someter la economía venezolana a sus intereses. ¡Qué nada se interponga al manejo discrecional del país por parte de los “revolucionarios” quienes, por antonomasia, representamos al pueblo!

Durante los catorce años del gobierno de Chávez el ingreso per cápita por exportación de petróleo se incrementó en más de un 500%. La “revolución” aprovechó la bonanza para afianzar los objetivos políticos del Presidente, acosando a la economía doméstica con restricciones y controles de precio que redundaron en un ajuste distorsionado y muy ineficiente. Las importaciones, más que se triplicaron por cada venezolano durante ese lapso y, para finales de 2015, la producción manufacturera por habitante era un 23% menor a la de 1998 y la agrícola había caído en un 7%. El ajuste chavista, de muy baja calidad, nos hizo mucho más vulnerables a los vaivenes del mercado petrolero mundial, pero mientras su precio rondaba los $100 por barril, no mostraba sus costuras.

Maduro ha mantenido el esquema destructivo anterior, salvo que ahora se ha visto obligado, adicionalmente, a ajustarse a la reducción drástica del ingreso externo. En absoluto se ha propuesto superar este cerco reactivando el aparato productivo doméstico a través del desmantelamiento del sistema de regulaciones y de controles de precio (y de cambio), que hoy asfixian su quehacer. Tampoco atiende a la caída brutal en la capacidad adquisitiva de la población, tomando las medidas imprescindibles para aplacar la altísima inflación, la más alta del mundo. Lo que ha hecho es rezagar el ajuste en los salarios, con lo que ha evitado hasta ahora que se dispare una hiperinflación, pero a costa del empobrecimiento brutal de los trabajadores.

Su interés ha sido privilegiar el pago de la deuda pública externa, para lo cual ha contraído las importaciones violentamente, agravando aun más el desabastecimiento interno, con su trágica secuela de colas insufribles en busca de alimentos regulados, malnutrición y muertes evitables si se pudiera producir o importar libremente medicamentos y equipos médicos. Pone al Ministro de la Defensa a cargo de la distribución de estos escasos recursos para cubrir las apariencias, como si el problema fuera de disciplina y control logístico. Juega con la salud de los venezolanos.

Ante la gravísima situación que padece la inmensa mayoría de los venezolanos, los economistas hemos venido exhortando que se apliquen políticas de estabilización macroeconómica que reduzcan  sustancialmente el déficit público y su financiamiento monetario –la maquinita de imprimir billetes del BCV-; unifiquen y liberen el tipo de cambio con apoyo de un generoso financiamiento externo negociado con los organismos internacionales; y sustituyan los controles y regulaciones por la promoción activa de la competencia, tanto nacional como internacional.

Al levantar la restricción externa, al aparato productivo doméstico podrá importar insumos, equipos y repuestos para reactivarse, ya que hoy opera con apenas un 35% de su capacidad. Ello permitiría sustituir importaciones, reduciendo las necesidades de divisas, y generar empleos, cada vez mejor remunerados en la medida en que se incremente la productividad. Adicionalmente, una unificación cambiaria que equilibrara la capacidad adquisitiva interna y externa del bolívar se traduciría en que la mitad de las importaciones de bienes de consumo final e insumos disminuyan de precio, ya que hoy deben recurrir al dólar paralelo, mucho más caro. No obstante, se encarecerían aquellos bienes que importa hoy el gobierno con dólares subsidiados. Buena parte de los venezolanos ya pagamos esos productos a precios muy superiores (de “bachaquero”), pero una porción creciente se ve obligado a padecer colas maratónicas en espera de poder conseguir algún alimento o producto farmacéutico a precio regulado, dados sus miserables ingresos. Será menester instrumentar mecanismos eficaces de compensar a estos sectores mientras se reactive la economía, vuelvan a llenarse los anaqueles con productos a precios estables y se generen empleos bien remunerados. La condicionalidad que exigirían los organismos financieros internacionales para otorgar los recursos que facilitarían estos avances sería el saneamiento de las cuentas públicas para reducir el gasto dispendioso y cerrar el déficit que alimenta la inflación. Para no comprometer el gasto social habrá que privatizar empresas que hoy constituyen enormes desaguaderos de dinero. En fin, un ajuste expansivo, enriquecedor, que atraerá cuantiosas inversiones y mejorará el bienestar de los venezolanos, en contraposición al actual ajuste empobrecedor. Pero el gobierno de Maduro rechaza este tipo de ajustes descalificándolos con una serie de epítetos propios de la retórica comunistoide, alegando la defensa de la “revolución”. En realidad, bajo tal disfraz, defiende un sistema de complicidades entre factores de una oligarquía militar y civil parásita que se ha apoderado de las distintas instituciones del estado para depredar el sistema de controles, los diferenciales de precio y las oportunidades de extorsión, y expoliar la riqueza social sin rendición de cuentas.  

Bajo banderas “socialistas” el chavismo ha conformado un estado patrimonialista que ha privatizado el usufructo de muchos bienes públicos por parte de esta oligarquía corrupta -¡ah, las mieles del poder!-, mientras denuncia “los intentos del imperio, por medio del FMI por doblegar a Venezuela”. Las imposturas ideológicas, como se ve, pueden ser inmensamente rentables. 

Las dos Venezuela: la oficial y la vital



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Nelson Acosta Espinoza

Amigos lectores, en esta ocasión voy a intentar describir y señalar algunos componentes de naturaleza discursiva dominantes en el escenario político del país.

Desde luego, el electoral es uno de ellos. Hoy el país se debate ante la encrucijada que significa la celebración del referéndum revocatorio. Su aplazamiento, sin lugar a dudas, acentuaría la crisis política a extremos altamente delicados. Pudiera estar en peligro la paz de la república. Esperemos que los factores democráticos  ejerzan las presiones necesarias para hacer respetar la constitución y la voluntad de los electores expresada el 6D. Ojo, es necesario estar atentos. Si bien la profundización de la crisis puede subrayar el deseo del cambio; su prolongación acentuada pudiera incentivar sentimientos de desánimo en la población.

Otro de los temas predominantes es el de naturaleza social. En particular el rápido empobrecimiento a que está siendo sometida la población. En especial los sectores medios. El gran logro de la democracia fue haber asociado este término con el de progreso social. No sería exagerado señalar que la construcción física y cultural de la clase media fue uno de los éxitos del periodo democrático. Como contra parte, el chavismo  arruino a este sector y anclo a los sectores populares en una pobreza “asistida” sin destino ni posibilidades de ascenso social.

Lo electoral y lo social, coyunturalmente, constituyen aspectos relevantes del impasse en que se encuentra el país. Ahora bien, ¿cómo son abordadas estas  dimensiones por los intelectuales y académicos? ¿Cuál es la más resaltada?

Voy a pretender esbozar un despeje de  estas interrogantes. Digo bosquejar por que las mismas apuntan hacia temas complejos difíciles de dilucidar adecuadamente en este breve  escrito. Lo cierto, y aquí entramos en la búsqueda de respuestas a las anteriores incógnitas, es que la economía ha proporcionado los parámetros dentro de los cuales se ha encuadrado la discusión sobre la salida a los problemas del país.

Lo que quiero resaltar es que un cierto “economicismo” ha impregnado la búsqueda de soluciones a esta crisis terminal que azota a la sociedad venezolana. Por este término debemos entender la tendencia de reducir la complejidad de los fenómenos sociales y culturales a guarismos económicos o econométricos. Desde luego, no se está negando el aporte proporcionado por las teorías económicas; igualmente, no se rechaza los proyectos, planes y programas que se derivan de estas reflexiones teóricas. 

Lo que se intenta señalar es que una aproximación exclusiva desde  este ángulo seria inapropiada y no captaría debidamente el carácter estructural de esta crisis. Lo que ha colapsado es una forma de vida y, en consecuencia, se hace necesario pensar sobre parámetros que pudieran dar un nuevo sentido al quehacer colectivo y a una nueva democracia.

Me voy a permitir introducir una reflexión de naturaleza antropológica y orteguiana: existe en la actualidad una distancia entre la Venezuela oficial y la Venezuela vital. Me atrevería apostar que es ahí donde residen los fundamentos de esta crisis de naturaleza orgánica que padece la sociedad venezolana.

Desde luego hubo una época en que estas dos Venezuela coincidieron. Este fue el gran logro de los demócratas venezolanos el siglo pasado. Sin embargo, a inicios de la década de los ochenta comienzan a distanciarse estas dos realidades. Este relato modernizador se reveló obsoleto y se inicia, así,  la crisis del régimen democrático. Agotamiento que es “disfrazado” coyunturalmente por aumentos del barril de petróleo que permito estirar la fantasía del progreso por cierto tiempo y acentuar la naturaleza rentista del estado y sociedad venezolana.

El gran reto de la oposición es intentar unir estas dos dimensiones. Ello requeriría una aproximación más de naturaleza antropológica que económica. Implicaría hacer un esfuerzo por entender las claves culturales de esa Venezuela vital y hacer de esta compresión los fundamentos para una nueva propuesta de país.

CULTURA Y POLITICA

En lo que sigue desarrollaré una breve reflexión de nítida orientación antropológica. La hipótesis de inicio se puede formular como sigue: ¿procesan las estructuras formales de la política (partidos políticos) los componentes esenciales de la dimensión cultural de nuestros colectivos humanos? Vamos a intentar explicar esta afirmación.

Un relato político es exitoso en la medida que incorpore y procese los elementos culturales que proporcionan identidad a una comunidad particular. Desde luego, estos componentes de naturaleza subjetiva  son cambiantes a una velocidad, si se quiere, superior a los relatos políticos formales predominantes en un lapso histórico determinado. Cuando estos tiempos difieren se sucede una situación de impase histórico y, en consecuencia, se abren posibilidades para la formulación de proyectos de cambio social y cultural.

¿Qué intento señalar? ¿Existe, por ejemplo, una desvinculación entre los relatos políticos y los culturales? ¿Entre la Venezuela oficial y la vital?

Un aspecto sustancial de esta crisis es, precisamente, la desvinculación existente entre estas dos manifestaciones del Ser venezolano. La Venezuela del siglo XXI se caracteriza por la eclosión de nuevos sujetos portadores de rasgos culturales distintos a los que predominaron en el siglo pasado. Ello incluye nuevos temas asociados a identidades culturales diferentes a las que prevalecieron en el inicio de la democracia. El “pueblo” de hoy día es de naturaleza urbano; ciudadano, por ejemplo, pudiera ser el término que expresaría mejor las identidad de este nuevo sujeto. De ahí que es básico el procesamiento de temas relacionados con la cultura urbana de los sectores empobrecidos de la ciudad.

Por otra parte, es indispensable reconocer nuestras particularidades de naturaleza regional. Lo marabino, lo oriental, llanero, etc., expresan una diversidad cultural que debería proporcionar fundamentos a los nuevos planteamientos políticos. Como, por ejemplo, el tema federal.

En otras palabras, el nuevo discurso democrático tiene entre sus tareas  acortar la distancia entre la “Venezuela oficial” y la “Venezuela vital” Asumir un razonable grado de desconfianza ante las soluciones simples a problemas complicados. En esta Venezuela en crisis existe una vitalidad cultural que no ha sido procesada por el discurso político opositor. Su narrativa no ha podido “descubrir” los parámetros fundantes de la cultura urbana que arropa con su sentido a más del setenta por ciento de la población del país.

En otro escrito señale lo siguiente: “las raperas Mestiza & Neblinna, por ejemplo,  expresan con fuerza los sentimientos de esa  “Venezuela vital”. Estas exponentes del hip-hop combinan sus letras con fuertes imágenes de las protestas que se han realizado en el país. “Venezuela Está Candela” trasmite con más fuerza la situación del país que la mayoría de las declaraciones huecas de algunos dirigentes opositores”.


La Educación: ¡Peligro!




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Asdrúbal Romero M.



Si alguna cosa he aprendido yo de esta crisis sistémica, es que a la mayoría de las personas se les dificulta el poder visualizarla y proyectarla en sus múltiples manifestaciones. Realmente me sorprende que a la gente le sigan tomando por sorpresa, los ramalazos de una crisis líquida que tiene la capacidad de ir permeando todos los tejidos de nuestra trama vivencial. Ya ni siquiera podemos darnos el lujo de suponer que alguna faceta ordinaria de nuestro habitual modo de vivir podrá continuar imperturbable. Todo se afectará negativamente.

Me voy a referir a un tema que en estos últimos días está levantando mucho revuelo. En una red social, escribe un colega ingeniero, con catorce años de servicio docente en la UC: “gano (sin considerar los descuentos) 44.460 Bs. El colegio de mis hijos me cuesta (dos mensualidades: 26500+28700) 55.200 Bs”. Un profesor universitario que ya no puede sufragar la educación privada de sus dos menores hijos. Lo que antes se daba por descontado, que un profesional a su nivel disfrutaría de una “normal” solvencia económica como para acomodar, sin mayor trauma, en su presupuesto un renglón ordinario de gasto familiar como ese, dejó de ser cierto. La crisis ha hecho trizas el relato del progreso en nuestro país. Mi colega no podrá garantizarles a sus hijos la calidad de educación que él recibió.

La educación privada a niveles no universitarios se hace inaccesible para densos sectores de la población. Estima la seccional Caracas de la Asociación Nacional de Institutos de Educación Privada (ANDIEP) que, en el nuevo año escolar, “unos 100 mil estudiantes serán migrados de la educación privada a la pública, debido a la imposibilidad de los grupos familiares de cubrir los nuevos costos”. Migrarán, por cierto, a una educación pública que está en el suelo.

¿Cuál será el impacto de esta nueva realidad económica sobre los colegios privados? ¿Cuántos cerrarán? Sobrevivirán los colegios élite, en los cuales se concentrará la demanda de los padres en capacidad de soportar incrementos matriculares en el orden de las varias centenas porcentuales. No olvidemos que existe otra Venezuela, como bien lo describe un reportaje de Juan Paullier, BBC Mundo, “La otra cara de la crisis: así la vive la clase alta en Venezuela” en http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-36680377 .

El hecho de que el costo matricular sea de la competencia exclusiva de las asambleas de representantes, es lo que va a permitir la sobrevivencia de un núcleo élite de instituciones, en los que se garantice un nivel de calidad educativa acorde con estándares de competitividad internacional (al menos en el corto plazo). Aunque se produzcan algunos abusos de parte de sus respectivas administraciones -en algunos colegios los habrá-, los padres preferirán tragar grueso y flexibilizar su posición ante los progresivos incrementos matriculares que se les propondrán, en aras de hacerse a la idea de que siguen contratando una educación de calidad para sus hijos. Aunque uno deba alegrarse de la permanencia en el país de un reducto de calidad en la educación, existe un gran pero: este sólo será accesible para los estratos sociales con muy alto poder adquisitivo. Otra gran paradoja que va dejando la “Revolución Bonita”.

Es previsible que en instituciones de inferior costo: los conflictos  a nivel de las asambleas de representantes se multiplicarán, así como las posibilidades de denuncias antes los entes públicos habilitados para actuar, en caso de la inexistencia de acuerdos concertados sobre el costo matricular. De tales situaciones conflictivas se derivarán secuelas donde la calidad de la educación será sacrificada.

En el caso de la educación privada universitaria la situación es bien distinta. El Ejecutivo ha venido aplicando, ya por varios años, una férrea  política de regulación de los incrementos anuales máximos admisibles del costo de la matrícula. Ha prevalecido en esta política, la misma insinceridad aplicada a las otras áreas del quehacer económico en el país: mantener, insensatamente, una ficción de costos matriculares bajos que han ido creciendo a un ritmo muy inferior al inflacionario. Sólo así se explica que en esta Venezuela, ya casi post revolucionaria, el costo de estudiar una carrera de Ingeniería en una universidad privada, sea bastante inferior a lo que un padre debe pagar por un alumno de cuarto grado de primaria en alguna de estas instituciones élite a las que hemos hecho referencia.

Las instituciones, como me lo confesaba un vicerrector administrativo de una importante universidad privada radicada en el centro del país, están confrontando severas dificultades para mantener flujos de caja autofinanciados a duras penas positivos, habida cuenta del explosivo incremento de los gastos operativos y de mantenimiento de las infraestructuras. Los sueldos del personal están rezagados con respecto a los del sector universitario público que ya, de por sí, están lo suficientemente empobrecidos como lo refleja la anécdota del colega.

Si la educación universitaria privada no se ha deteriorado aún más, muy posiblemente se deba al efecto de un activo intangible acumulado que tiende a agotarse. Me refiero a la incidencia, muy positiva, de las ejecutorias de una gran cantidad de docentes jubilados de las universidades públicas, que decidieron prolongar sus carreras universitarias haciendo vida académica en el sector privado. Ya van quedando pocos. Como ocurre en otras áreas, la calidad se ha estado, medianamente, sosteniendo a expensas de un patrimonio acumulado que tiende a extinguirse. El futuro ahora se ve negro, como también en las universidades públicas que han sido inviabilizadas.

A diferencia de la educación no universitaria, donde algún reducto de calidad podrá mantenerse ya sabemos a qué precio, en el ámbito universitario las opciones de calidad tenderán a reducirse a un conjunto casi nulo. ¡Muy mala noticia para los padres! ¡Y para los jóvenes! No sé cuántas veces habré leído esta afirmación de reputados autores: se obtiene la calidad de educación que se paga. En este país, la pagamos muy mal a nivel universitario, tanto por la vía pública, el Estado, como por la vía privada. Y en el caso de la educación no universitaria, los que podían hacerlo venían guapeando a nivel privado, pero el empobrecimiento radical de estos tres últimos años ha incidido para que se haya reducido a una élite los que pueden pagar lo que amerita una educación de calidad.

La crisis lo va carcomiendo todo. El carácter prioritario de los temas alimentario y de salud, así como el de la inseguridad, deja poco espacio para otros temas en los que la crisis también va penetrando con su ubicua pintura de deterioro. El escándalo que se ha suscitado, con el inicio del lapso vacacional, en referencia a los abominables costos del próximo período escolar en materia educativa –no sólo es matrícula e inscripción, sino también libros, uniformes, etc.-, me ha motivado a escribir sobre esta otra vertiente de la crisis. La Educación también es su víctima y, con ella, las posibilidades de progreso de nuestros hijos.

La clase media ha sido, en la historia de la humanidad, responsable de grandes cambios políticos. Debe tomar consciencia y asumir su rol; dejar de esperar pacientemente a que se cumpla el mito de cuando los cerros bajen; organizarse para la movilización pacífica pero firme. Luchar por el cambio es nuestro deber, no sólo del liderazgo político. La crisis no se va a detener. Va a continuar golpeándonos. Diera la impresión que algunos no han hecho, todavía, el ejercicio de imaginarse el poderoso y diverso radio de acción de su poder destructivo.