sábado, 25 de mayo de 2013

Acerca del populismo



En esta semana reproducimos unas reflexiones sobre el populismo. Es importante advertir sobre sus "trampas" discursivas y estar atentos a que nuestros dirigentes políticos puedan sortear las astucias de esta razón política. El texto que sigue es una transcripción de un escrito de Miquel Porta Perales, publicadas en el diario El País. Lea en el blog el artículo completo.

«El populismo ha logrado construir un imaginario –un nosotros colectivo– susceptible de generar un nuevo sujeto del cambio –el pueblo– frente al enemigo común constituido por la alianza entre el político y el banquero. El estereotipo populista seduce, porque siempre encuentra un enemigo que combatir y siempre tiene una respuesta fácil que ofrecer al buen pueblo.»

Latinoamérica y la tentación populista


Nathan Gardels

En las elecciones democráticas cuentan más las exigencias inmediatas de los votantes que la sostenibilidad a largo plazo. El futuro nunca importa ahora. Rendirse al presente, sin embargo, entraña terribles riesgos.

En el centro de Buenos Aires, las dos fachadas del edificio que alberga los ministerios de Sanidad y Desarrollo Social muestran sendos rostros gigantes de Eva Perón. El que da a los barrios pobres del sur, sonriente y compasivo. El que da a los barrios ricos del norte, enfadado, agitado y desafiante. Su imagen domina la capital argentina y su legado sobrevuela el futuro de Latinoamérica.

Poco antes de que Evita muriera, en 1952, el Congreso Argentino la nombró “Líder espiritual de la nación”, por su labor en favor de los descamisados en la Sociedad de Beneficencia que había fundado. En la cultura popular y la memoria colectiva de Latinoamérica, los Perón constituyen el populismo de las industrias nacionales protegidas y los programas sociales dispensados por un caudillo, financiados por una deuda insostenible que lleva a la inflación descontrolada, la corrupción, el caos y el descontento, y desemboca en un golpe militar.


La tentación populista


Publicado en ABC el 18 de mayo de 2013
MIQUEL PORTA PERALES

«El populismo ha logrado construir un imaginario –un nosotros colectivo– susceptible de generar un nuevo sujeto del cambio –el pueblo– frente al enemigo común constituido por la alianza entre el político y el banquero. El estereotipo populista seduce, porque siempre encuentra un enemigo que combatir y siempre tiene una respuesta fácil que ofrecer al buen pueblo.»

La tentación. La pesadilla. Manifiestan que la solución a nuestros problemas –«sí, podemos», repiten incansables– está en los movimientos sociales. Ahí se encuentran –aseguran– «las voces que, a ras de suelo, proclaman lo que tantas veces habrá que repetir». Prosiguen: «Esas voces nos llenan de esperanza» y «debemos gritar con ellas, hasta convertir nuestra rabia en un único clamor». El afán justiciero –la rabia que acusa y señala– sale a escena: «Como no hay justicia formal, se organiza una justicia social, y es la ciudadanía la que, sin hacer ningún tipo de acto violento, se organiza colectivamente para señalar estas personas y que todo el mundo sepa que aquella persona, que se mueve en aquel barrio, y que va a comer ahí, que trabaja allá, es responsable de esta serie de cosas». «Un criminal», sentencian sin posibilidad de defensa. ¿La democracia? Hay que «abrir procesos para acabar con esta forma de representación rígida, en la que unas pocas decenas de personas se autoerigen (sic) la representación por haber recibido unos votos y la participación ciudadana queda excluida hasta pasados cuatro años». Proponen: «El Parlamento tendría que abrirse a procesos de reforma estructural de la participación democrática para reconocer el protagonismo social de muchas movilizaciones sociales, que conocen los problemas directamente, que están trabajando las soluciones y por lo tanto no necesitan representantes sino un espacio de participación y decisión directa». A modo de guinda, una cita –género: autoestima emancipatoria progresista– de Rosa Luxemburgo: «El que no se mueve no escucha el ruido de sus cadenas».



jueves, 16 de mayo de 2013

Los Tontos Racionales





Nelson Acosta Espinoza

A finales de la década de los ochenta tuve la oportunidad de asistir a un seminario en el cual se debatiría sobre el presente y futuro  de la democracia de aquellos años. En este taller se encontraban representadas las distintas parcialidades que hacían vida política en el país. Evento, desde luego,  que se daba en el marco de una situación conflictiva. Paros, inflación, fuertes demandas salariales y políticas. De hecho,  un escenario muy parecido al que estamos confrontando hoy en día. El tema predominante, en esa ocasión, era de carácter económico. Se pensaba que en la economía se encontraba la clave para poder desatar el nudo de la conflictividad social. Los actores en pugna, coincidían, desde sus respectivas perspectivas, que este era el campo donde debían desplegarse las posibles soluciones racionales a la crisis.

Traigo a colación este hecho, porque un sector importante de la dirigencia política de la época “pensaba” sus propuestas al interior de una marco cognitivo racionalista. La teoría de la elección racional era el instrumento utilizado para entender y, eventualmente, modificar el comportamiento social y económico del país. No voy a explicar o refutar esta opción teórica. El espacio no lo permite. Basta señalar que esta teoría ha sido disputada por muchos autores, como Amartya Sen quien en Los Tontos Racionales: Una crítica sobre los fundamentos conductistas de la teoría económica, sostiene que los principios de ese homo economicus, son los de un imbécil social, “un tonto sin sentimientos que es un ente ficticio sin moral, dignidad, inquietudes ni compromisos”. La estrategia diseñada dentro de esta óptica resultó equivocada y, porque no, desastrosa.

El punto que deseo resaltar que ayer, al igual que hoy, existe una tendencia en nuestra clase política de no admitir en sus análisis la dimensión emocional y apostar fuerte por los marcos racionalistas. En general, quienes así piensan, se encuentran anclados en una concepción desapasionada de  esta actividad. Visión subsidiaria de una relectura parcial y radicalizada del pensamiento ilustrado. Ello explica el interés por concitar “consensos racionales” o defender la representación de grupos o individuos desde la categoría de intereses, individuales y/o colectivos.

El socialismo del siglo XXI es un ejemplo de este racionalismo. Se pretende desde el estado organizar a la sociedad sobre bases lógicas y racionales que garanticen la llamada “vida buena”. Ya sabemos hacia donde conducen estas políticas. Los venezolanos ya están sufriendo sus consecuencias.

Por otra parte, en otro extremo del espectro político persiste un gran desconocimiento del “cerebro político”. Esta ausencia se expresa en un prejuicio: la idea que la política es razón. En consecuencia, se asume, que las emociones distraen o alteran el núcleo principal de su planteamiento, vale decir las ideas, ideologías y propuestas. Sin embargo, el desarrollo de las neurociencias apunta en dirección contraria. En forma breve, esta orientación cognitiva podríamos resumirla en esta frase: el cerebro piensa lo que siente. En consecuencia, la clave para llegar al cerebro es acceder al corazón. . Si no llegas al corazón, difícilmente llegarás al cerebro. Esto es lo que se conoce como política de las emociones.

Las implicaciones de este concepto para la actividad política práctica son múltiples. Por ejemplo, ya no es posible pensar que una condición objetiva (clase, ingreso, etc.) por si misma genere conductas electorales comunes  y previsibles. Compartir el mismo ingreso o posición en la cadena de producción no presupone compartir las mismas emociones y sentimientos. El “cerebro político” no funciona de esa manera. Insisto, pensamos lo que sentimos. En consecuencia, se hace indispensable emocionar para convencer. Aquí se encuentra la clave para superar la polarización y alcanzar el éxito político.

Volvamos al punto inicial. El país se encuentra sumido en una crisis política, social y económica. El dispositivo político, en su versión socialista, se ha agotado. Se requiere formular un nuevo modelo. El necesario acuerdo que requiere su implantación pasa por construir un piso emocional que lo sustente. La oposición, entonces, deberá gestionar apropiadamente la política de las emociones. Esta fórmula proporcionará el impulso que  lleva a la acción y a la construcción del nuevo pacto político.

En fin, cuidado con los tontos racionales.



Kuznets y Gini en el Facebook



Asdrúbal Romero M.


Leí un comentario muy inusual en las redes sociales: “En todas las discusiones que he tenido con los adoradores de Chávez y su ‘paraíso socialista’ que viven en el extranjero, todos tratan de chapearme con el mentado índice Gini. Todos citan el condenado índice como el Santo Grial que prueba en forma definitiva como todos los que criticamos a Chávez (incluidos los venezolanos que vivimos acá) estamos equivocados (y que somos, indudablemente, seres demoníacos)”. Sorprendente en verdad: conseguirse con un texto como este en el Facebook; no pude evitar la tentación de entrar en el coloquial intercambio entre unos jóvenes, al parecer, con llamativa inquietud intelectual. Les sugerí una tarea, la cual pretendo resolver, lo más sencillamente que pueda, en este artículo.
El índice de Gini es un indicador de la desigualdad en los ingresos de los pobladores de un país. Un valor de cero se corresponde con la perfecta igualdad (todos perciben los mismos ingresos) y un valor de cien se correspondería con la hipotética desigualdad perfecta (una persona percibe todos los ingresos y los demás nada). Es más sofisticado que el indicador que utiliza el Banco Mundial para medir la desigualdad social, resultante de dividir la suma de los ingresos de los pobladores ubicados en el quintil más rico entre la de los ubicados en el quintil más pobre. En todo caso, debería quedar claro, ahora, porque a los defensores de las políticas oficialistas les encanta que Venezuela se ubique en el puesto 84, mientras Chile está posicionado mucho más atrás, en el 141, en una lista ordenada de menor a mayor índice de Gini de todos los países del mundo. ¡Como en Chile hay más desigualdad, nosotros estamos mejor!
Al respecto, recordé lo que sostenía Simón Kuznets, Premio Nobel de Economía de 1971. Analizando la relación entre crecimiento económico y desigualdad social, él defendía la hipótesis de que la misma iba cambiando según fuera el grado de desarrollo de las naciones. Si nos vamos a una aldea tribal en África, independientemente de las desigualdades políticas que podamos conseguir –no es igual el estatus del reyezuelo o del hechicero que el de los demás-, en el plano económico todos serán pobres. En las sociedades premodernas se daba la coincidencia de un bajo nivel de desarrollo y un bajo nivel de desigualdad social. Sin embargo, eso cambia cuando se inicia el proceso de desarrollo económico. En la primera etapa se ocurre lo que Marx denominó “acumulación primitiva”. Los acumuladores comienzan a enriquecerse antes que los demás. La desigualdad económica, por lo tanto, se instala en el sistema. Es la durísima etapa donde crecimiento y desigualdad avanzan simultáneamente, que fue lo que suscitó la severa denuncia moral de Marx.
Cuando se llega a un cierto nivel de desarrollo económico, la desigualdad social comienza a bajar. Kuznets señalaba dos razones para ello. En primer lugar, una estrictamente económica: como a los industriales “acumuladores” les interesa un mercado creciente en el que puedan colocar su producción, les conviene aumentar los ingresos de sus propios trabajadores a fin de convertirlos en consumidores. Un juego de suma positiva, donde todos ganan. Aludía, como ejemplo, a la revolución del industrial norteamericano Henry Ford. Pero también hay una segunda razón de orden político: como los países económicamente desarrollados tienden a democratizarse tarde o temprano (averigüen si hoy existe un país realmente desarrollado que no sea democrático), la votación de la mayoría más pobre pesa más que la de la minoría más rica y se genera una acentuación de las políticas distributivas.
Kuznets lanzó entonces su famosa curva de la U invertida, como una descripción gráfica de la evolución de la desigualdad en el curso de los procesos de desarrollo económico. Cuando los países son muy pobres, se ubican en el piso de la primera “pata” de la U invertida.  Fue lo que ocurrió con la India, que a raíz de su independencia se acogió a un socialismo precapitalista. Debido a esa tradición política, en 1995 todavía ocupaba un excelente lugar en la lista ordenada de menor a mayor desigualdad, un excelente 4,7 (índice del BM), pero su producto territorial por habitante era apenas 300 dólares. Repartía bien, sí, pero migajas. Hoy eso está cambiando, al igual que China, un excelente ejemplo de lo que ocurre cuando la acumulación crece a la par que la desigualdad. Todo el mundo habla de los “nuevos ricos” chinos que les encanta comprar bolsos de Louis Vuitton y vehículos Ferrari, mientras que una gran parte de su población se mantiene todavía en escandalosos niveles de pobreza. Fue el caso de Brasil  que creció espectacularmente durante la dictadura militar (1964 a 1985), pero en 1995 tenía la relación de desigualdad más alta del planeta: ¡un descomunal 32,1!
Después de alcanzar el lomo de la “U” invertida, se da una tercera etapa donde la desigualdad comienza a bajar por la segunda “pata”. Se comenzarán a reflejar desigualdades semejantes a la de la primera “pata”, sólo que ahora irán acompañadas de niveles de vida incomparablemente superiores. Chile se encuentra en la bajada, su índice de desigualdad todavía es muy alto, peor que el de Venezuela, pero su PIB per capita es 18354 dólares (puesto 49 según estimados 2012 del FMI) y sólo 11% de sus pobladores se considera que viven en estado de pobreza. En nuestro país es el 30% y el PIB per capita es 13242 dólares (puesto 71). ¿Cuál de los dos países anda mejor?
La tarea que les sugerí a los chicos fue que revisaran la “U” invertida de Kuznets. Fue así como él y Corrado Gini se encontraron en el Facebook con mis jóvenes amigos, mientras recordaba mis tiempos de ocio madrileño leyendo a Mariano Grondona. El ensueño se convirtió en angustia: ¿Y será que éstos que nos gobiernan nos quieren retroceder a la India de 1995? Todos muy pobres, mendigando por migajas. ¡Si los dejamos!

martes, 7 de mayo de 2013

Taller: Emocionar para convencer




El OBSERVATORIO VENEZOLANO DE LAS AUTONOMÍAS organizará próximamente un taller sobre la temática de la política de las emociones. 

Su eje central girará sobre la problemática implícita en la falsa dicotomía, (presente en la concepción moderna de la política) entre razón y emoción. Se explorará el caudal cognitivo de las emociones y su rol en la construcción de un nuevo relato político para el país. 

Se abordarán los avances desarrollados por las neurociencias y la antropología. Mención importante a autores como Antonio Damasio, George Lakoff, Clifford Geertz, Ernesto Laclau, entre otros.

Este taller es de carácter divulgativo dirigido a politólogos, activistas políticos, comunicadores y público en general y será dictado por el directivo del Observatorio, Nelson Acosta Espinoza.

Si usted está interesado en participar, por favor envíenos una nota a nuestro correo autonomiaspoliticas@gmail.com. Próximamente anunciaremos la fecha, lugar y costo del taller. 

Capriles: la fortaleza de un liderazgo


Nelson Acosta Espinoza

A “carajazos” aspiran los oficialistas resolver la crisis institucional del país. En ese terreno, señala el presidente Maduro, el PSUV tiene ventaja. Sus diputados y dirigentes tienen mayor capacidad como “camorreros” que los de la oposición. Ello se debe, Nicolás dixit, a que estos señores provienen de los sectores populares. Desde luego, esta lectura no tan solo es errónea sino que asume una visión indigna de lo medular de nuestro pueblo. Pendencieros son estos oficiantes del llamado Socialismo del Siglo XXI. No en balde, es vertiginosa la caída del respaldo popular al gobierno.

Traigo a colación estas infelices expresiones con la finalidad de ilustrar el carácter agonal que presenta la coyuntura política en el país. En estas situaciones límite vale la pena reflexionar sobre el tipo de liderazgo que la nación requiere. Existen modelos a imitar. Veamos.

Winston Churchill ofreció a los ingleses “sangre, sudor y lágrimas”. No se dejó tentar por consideraciones tácticas. Fue sincero. Por esa razón, pudo encarnar el sentimiento patriótico de toda la población inglesa. Charles de Gaulle, a contrapelo de la opinión mayoritaria de la población francesa que apoyaba al Mariscal Pétain, decide no reconocer la capitulación ante los alemanes y proseguir la resistencia. Ese gesto valiente lo convirtió en el símbolo de la nación francesa. Nelson Mandela entendió que debía ser el líder de los surafricanos; de todos los habitantes de esa nación. Así pudo superar los obstáculos que imponían la brutal segregación racial existente en ese país. Todos estos ejemplos poseen un común denominador: liderazgos fuertes que supieron empinarse sobre sus circunstancias.

Me parece que estos modelos ayudan a ilustrar la calidad de liderazgo que se requiere para superar la crisis que confronta el país. El “madurismo” comienza a derretirse al calor de su propia incompetencia y rivalidades internas. La oposición, por su parte, ha crecido electoral y políticamente. Hoy no tengo dudas sobre el liderazgo de HCR. Capriles expresa, no tan sólo al grupo de venezolanos que tradicionalmente se ha opuesto a este régimen, sino a todos los venezolanos. Vale decir, a la nación que conocemos como Venezuela.

Una preocupación. La historia enseña que la “muchedumbre” por sí sola no acierta en relación a estas urgencias históricas. Se requiere de un liderazgo que oriente energías y canalice pulsiones. Fuerte e individualizado y que propicie una transformación de los presupuestos compartidos por nuestra élite política. Las direcciones colectivas no son eficientes. HCR no debe dar concesiones. Ojo con la práctica política que apuesta al corto plazo. La tarea es más compleja. Desconocer al régimen y batallar por unas nuevas elecciones.

No olvidar que es el líder quien ayuda a los ciudadanos a convertirse en sujetos de acción política.

miércoles, 1 de mayo de 2013

El ruido de las cacerolas debe continuar



Nelson Acosta Espinoza

Bien, a riesgo que se me califique de fastidioso y reiterativo, insisto: el ruido de las cacerolas debe continuar. Son diversos los argumentos que  respaldan esta necesidad de mantener en alto el espíritu de resistencia y protesta de la ciudadanía. Los de carácter  electoral son obvios. En la población (oficialista y opositora) existe consenso sobre la necesidad de dilucidar la duda razonable que se cierne sobre la verdad de los resultados electorales.  Despejar esta incertidumbre implica la realización de una auditoria que permita esclarecer si en realidad hubo fraude. Para ello sería necesario chequear los libros y las huellas. Ya sabemos que CNE se niega a llevar a cabo este tipo de auditoría. Pareciera que la preservación de la tranquilidad entre los venezolanos no se encuentra entre los objetivos de esta institución. Sin embargo, este reclamo electoral es necesario, pero no suficiente. ¿Suficiente para qué? Se preguntará nuestro lector. Vamos a intentar responder esta interrogante.

En estas elecciones no fue previsto un resultado. Sin lugar a dudas,  con estos comicios se inicia la construcción de una nueva identidad política  que  competirá con la del oficialismo. En otras palabras,  ha comenzado el derrumbe de la férrea  identificación existente entre clase media y oposición. Se desmorona, por así decirlo,  el “círculo de tiza”, dentro del cual estaba arrinconada esta parcialidad política. HCR ha logrado resignificar temáticas que, ahora sí,  son importantes para los sectores populares. Y, lo que es más importante, ha iniciado la disolución del nexo que unía  a estos grupos con la propuesta chavista. El madurismo, tengámoslo claro,  no entusiasma y tampoco  interpela a la población empobrecida.  Se abre la posibilidad, entonces,  de construir una realidad discursiva capaz de generar una identidad política alternativa. ¿Cómo alcanzar plenamente esta meta?

Aquí entramos de lleno a despejar la incógnita formulada en el primer párrafo de este breve escrito. Veamos. En primer lugar, se debería ampliar el reclamo electoral con el de las demandas sociales. Todos los venezolanos sufrimos la consecuencia de la devaluación, inflación y el déficit fiscal. Es una realidad indiscutible que la producción nacional se ha reducido dramáticamente y que esto redunda en escases de productos de primera necesidad; no alcanzan los dólares para importar y el desempleo aumenta dramáticamente. El madurismo no puede dar repuestas a estas exigencias. Su modelo no lo permite.

En fin, lo que se propone es encadenar lo electoral con  lo social y, de esta manera, construir y solidificar esta nueva identidad política. Por otra parte, a través de estos encadenamientos (lo electoral con lo social y lo político) se abre la posibilidad de fomentar una nueva cultura donde la primacía de lo popular y nuevos referentes simbólicos y afectivos se irían aglutinando en torno a este nueva apuesta democrática.

El ruido de las cacerolas debe continuar. La MUD debería ampliar su campo de lucha. Evitar la confrontación no constituye una apuesta estratégica. Por el contrario,  parecería necesario estimularla. Es en este ámbito donde se forjaría los cimientos de esta nueva identidad democrática.

Que el árbol electoral no impida ver el bosque político.