sábado, 27 de febrero de 2016

Transición o restauración política

Nelson Acosta Espinoza
La ciencia política o, lo que es lo mismo, la meditación sobre el acontecer colectivo tiende  a establecer diferencias y velocidades en los procesos de cambio social, cultura  y, desde luego, político. Estas reflexiones teóricas tienen un sentido práctico. Pueden ser utilizadas para el análisis y definición de estrategias que busquen producir transformaciones en un orden político determinado. Por ejemplo,  cuando se produce un debilitamiento de la coalición dominante y la emergencia de una oposición con clara opción de gobierno, estamos en presencia del inicio de un proceso de transformación de un determinado régimen político.

Ahora bien, me parece necesario hacer una distinción entre dos resultados predecibles en el desarrollo de una crisis política. Pudiera su desenlace, por ejemplo, originar un cambio de régimen o, también, la restauración o  re afirmación del sistema sometido a la presión transformadora. En el primer caso, esto es, cuando el sistema sufre transformaciones sustantivas a nivel de los valores, normas y estructura de autoridad, estamos frente a un proceso de transición política. En la segunda opción, por el contrario, la crisis es de proporciones limitadas.

Debo excusarme, amigo lector, por esta introducción un tanto abstracta. Estoy intentando esclarecerme en relación a los procesos de transformación política que comienzan a sucederse en el país. ¿Con cuál propósito? Bueno para intentar evaluar correctamente (disculpen la pretensión) estos acontecimientos. En concreto, aspiro poder  responder estas preguntas: ¿la dinámica política  conducirá al país hacia una transición? ¿O, por el contrario, se operara un proceso de restauración política?

Me parecen validas estas interrogantes. Voy a referirme, a manera de ilustración,  a los acontecimientos que se desencadenaron a partir de finales de la década de los ochenta. Es indudable que en el país se desato una crisis que cuestiono los fundamentos del dispositivo democrático. Existió, en consecuencia,  la posibilidad de iniciar un proceso conducente a la alteración sustantiva de este régimen. En especial de los componentes valóricos que daban forma a la “cultura de la política”. Sin embargo, las élites políticas no pudieron desembarazarse de sus viejos hábitos y se malgastó la oportunidad de iniciar el proceso de transición. La crisis la aprovecho una cúpula militar. Y, con la complacencia de vastos sectores políticos y empresariales, restauraron lo sustantivo del “Ancien Régime”.

Si, amigo, lector. La revolución bolivariana fue una operación restauradora. Con un celofán político nuevo,  cubrieron las viejas prácticas populistas que prevalecían en el marco del petro estado venezolano.

De nuevo, el petro estado ha entrado en crisis. En esta ocasión su deterioro pudiera ser la oportunidad para formular un proyecto de transición política en los términos formulados al inicio de este escrito: transformación sustantiva de valores, normas y estructura de autoridad.

Creo que existe una condición previa para poder iniciar la transición  deseada. Los actores del cambio deben renovar y despojarse de las viejas costumbres y hábitos que caracterizaban la anterior  “cultura de la política”. Esos viejos hábitos excitan la “pulsión” restauradora.

En fin esta reflexión, humildemente, tiene como finalidad alertar sobre el peligro restaurador que se oculta en las desviaciones de naturaleza electoral. El electoral debe estar subordinado al momento político. Y, este último momento, es condición necesaria para poder llegar con éxito a las elecciones. Si los actores políticos  invierten estos tiempos se ubicarían en la lógica restauradora.

Cuidado, entonces, con una nueva frustración. La ciudadanía no lo perdonaría. Las consecuencias serian desastrosas y pondrían en peligro el transito pacifico hacia una nueva forma de ordenamiento político.







                                                                                                                 

ESPERANDO A GODOT.

Manuel Barreto Hernaiz

“Godot también puede ser el mesías que resolverá los problemas políticos, o el paquete de harina" por el que se hace la cola en los supermercados, porque el venezolano se está acostumbrando a esperar...” INDIRA ROJAS


En attendant Godot
(Esperando a Godot) es una de las piezas cumbres del teatro del absurdo, escrita por  Samuel Beckett y estrenada en París en 1953. En esta trama, en principio, y como característico de este teatro del absurdo, no se logra percibir  ningún hecho relevante, nos lleva hasta el cansancio por la sempiterna repetición, hace simbólico el fastidio y hasta la carencia de significado de la vida, angustia permanente en la corriente existencialista. Muchos son quienes consideran que se pretende escenificar la ausencia de Dios (por aquello de GOD)… sin embargo, el mismo Beckett aclaró que el título lo derivó del término francés  “godillot” que en el argot o jerga francesa significa bota… lo que hace sugerir que los personajes de la obra, dos vagabundos llamados Vladimir y Estragon que esperan en vano al borde de un camino a un tal Godot, lo que están esperando es  la bota. Lo desconcertante de la trama no es que Godot no llegue nunca  llegue sino que pareciese que nada ocurriese en un constante ciclo de repeticiones y repeticiones y repeticiones en las que la cotidianidad de los personajes va revelando su sinsentido. Hasta el fin de la obra, entretenida por los ocurrentes argumentos, no se visualiza salida, tan solo nos hace extenuante el asunto las alocadas  apariciones del pérfido cruel Pozzo y su esclavo Lucky, acompañados de un joven que repite una y otra vez a Vladimir y Estragon  que Godot no vendrá hoy, "pero mañana seguro que sí". Hace muchos años el profesor Alain Badiou, refiriéndose a esta obra, comentaba que Beckett logró transformar las tres preguntas fundamentales de Kant (¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar?) en preguntas más radicales: ¿Dónde iría yo, si pudiera ir a alguna parte? ¿Qué sería, si yo pudiera ser algo? ¿Qué diría, si tuviera una voz?... Y nos preguntamos nosotros: ¿Acaso aferrarnos a ciertas conjeturas no implica una ausencia total del error? ¿En qué creemos? ¿Cuáles son nuestros ideales? ¿Ahora si se acerca el fin de las ideologías?

Nuestra versión tropical se inicia – contrariando al mismo Becket, quien siempre negó toda interpretación de Godot como Dios- con una voz tenebrosa de fondo, que burlonamente exclama: ¡Dios proveerá!         Del teatro del absurdo, a lo absurdo de un país, de una tendencia existencialista, a lo duro de la existencia; de cadenas sin eslabones, de épicas sin éticas, de la ansiedad a la impotencia y de ésta a la paciencia…y Godot no aparece, y las colas crecen, y las medicinas desaparecen… Como la obra agotadora, interminable, acá nadie deja de hablar, de fantasear, de elucubrar, sin prisa pero sin pausa – como decía el corso- filosofando disparates con destellos de genialidad, cada quien en su infinita espera, en pos de un alimento, una medicina, una batería, un lo que sea…y por supuesto, una salida

Transición o...


Humberto Seijas Pittaluga 
Recientemente asistí a un foro acerca de la conveniencia de que se realice un proceso de transición en Venezuela que facilite el regreso a las normalidades social, institucional y económica perdidas hace tanto tiempo en el país.  El evento se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Carabobo con un cuerpo de panelistas bien versados en el asunto y que representan una gama diversa de opiniones pero que están de acuerdo en lo crucial de esa iniciativa.  Porque lo que está en juego es el futuro nacional.  Todos coincidieron en que para que pueda rescatarse el Estado de derecho se hace necesario el cambio de la ideología que el régimen actual intenta imponer, infructuosamente, manu militari.  Que, para eso, es imprescindible el relevo de los figurones que detentan el poder actualmente. Que tal acción debe hacerse apegados a la letra y el espíritu constitucionales y tratando de que la armonía de los grupos sociales no sea alterada indebidamente; que el civismo sea la norma imperante.  Y que solo así se lograría evitar la caída por el despeñadero hacia la anomia nacional por la conversión del Estado en uno forajido.

Unas cifras presentadas por uno de los ponentes, el profesor Frank López, más que justificarían el relevo: en los cuarenta años de mandato de todos los presidentes del 59 al 99, las habilitaciones totalizaron menos de 5 años; ahora, en 17 años de gobierno rojo, sobrepasaron los 7,5 años.  Y en ese lapso, los “decretos con rango y fuerza de ley” (para ponerlo en el lenguaje pomposo que tanto les gusta a los actuales mangoneantes) representaron el 61% de la actividad legislativa; el Ejecutivo copó esa tarea por la claudicación de los diputados de la Asamblea Nacional, quienes solo originaron el 39% de las leyes.  Y eso, las menos trascendentes.  La pérdida de la institucionalidad legislativa fue hasta el fin del 2015 el leitmotiv impuesto desde Cuba.  Con razón los del régimen se sienten tan acongojados porque los nuevos parlamentarios han demostrado intenciones de recuperar las funciones que les impone la Constitución.  Ya no habrá más despacharse y darse el vuelto. Y aparecerá el control sobre los actos del Ejecutivo, que es lo que los tiene más consternados

O sea, ¡hay que salir de ellos!  Pero, en mucho, el drama que encuentran los que buscan la solución del problema se origina en el afán vindicativo de quienes quieren ver a los actuales mandatarios presos (la mitad con bragas amarillas en prisiones federales del imperio y la otra a merced de los pranes nativos) y despojados de todo lo que se robaron.  Que es lo que al gran grueso de la población nos gustaría ver, pero que pudiera hacer nugatorio el esfuerzo.  Porque eso solo atrincheraría más a los gamonales tras las barricadas que levantarían el poder judicial y la cúpula militar para buscar que esa sociedad de cómplices se mantenga muchos años en el goce del poder.  Quizá (y lo pongo solo como un acaso), lo sensato sería aplicar eso que le ha servido tanto a la Iglesia —y que le ha permitido pervivir por dos mil años—: Omnia videre, pauca corrigere, multa disimulare, que en una traducción macarrónica mía resultaría en: “conocerlo todo, corregir poco y hacerse los locos las más de las veces”.  Reconozco que eso causa rabia con “a”, pero es lo único que facilitaría el cambio hacia un gobierno más eficiente y menos ladrón y hacia un Estado más respetable.

Uno de los ponentes, el ex rector Asdrúbal Romero nos hizo partícipes de su angustia: las transiciones toman mucho tiempo.  Puso el caso del lapso ocurrido desde la muerte de J. V. Gómez hasta la llegada de la democracia representativa, no sectaria, a la caída de Pérez Jiménez. 

Cuando vino el turno de las intervenciones de los asistentes, me mostré de acuerdo con el profesor Romero y asomé el caso español: porque algunos opinan que la transición española ocurrió en un intervalo que va desde la muerte de Franco hasta el ingreso de ese reino en la Unión Europea; otros, que llegó hasta 1996, cuando un partido devenido del franquismo pero que adquirió legitimidad por su apego a la Constitución llegó al poder.  Yo asomé que, a la luz de lo que acontece en estas semanas, todavía no ha terminado. Y que, más bien puede irse al tacho de los desperdicios si los chantajistas de Podemos —que quedaron de terceros en las votaciones, pero muestran una voracidad y avilantez enormes— logran sus objetivos: una vicepresidencia con más poderes que la presidencia, la mitad de los ministerios (los más importantes) y el control sobre los medios de comunicación públicos y la policía.  

Romero y yo coincidimos en que, estando la nación venezolana en el estado de efervescencia actual, desilusionada, y hambreada, puede ocurrir —ojalá que no— un estallido social incontrolable y con consecuencias catastróficas. Que, por tanto, lo conveniente es que, en el menor tiempo posible, Nicky y sus conmilitones transen sus renuncias.  Desafortunadamente, ellos son tozudos.  Se parecen —como lo que sucede en un símil que aprendí de mi tío Cornelio y que asomé en un escrito anterior— al sapo que salta, choca contra la pared, cae patas arriba y le dice a la sapa: “¿te fijas, que sí pasé?”  Eso puede dar al traste con las negociaciones y resultar en el remezón social que tanto tememos y que intenté dibujar con la “o” disyuntiva del título…

sábado, 20 de febrero de 2016

“La semiología del horror”. (A propósito de Leopoldo López)


               Nelson Acosta Espinoza                                           

“La semiología del horror”. Estoy fusilando el título de un célebre texto que analiza en forma descarnada la aplicación de justicia en tiempos del nacional socialismo en la Alemania de Hitler. El libro se denomina “Los juristas del horror” y fue escrito por Ingo Müller. La traducción es obra del abogado venezolano Carlos Armando Figueredo.

En este texto se señala que todas las ilegalidades (atropellos, prisiones, torturas, exterminios en masa, etc.) se hicieron dentro de la “legalidad” vigente en la época del nazismo. El ordenamiento jurídico fue modificado de tal forma que para los tribunales germanos nadie cometía delito al perseguir y eliminar sistemáticamente los judíos.

En fin, el texto “Los juristas del horror” constituye una cruda denuncia y profecía. No tan solo describe sucesos que acaecieron en el siglo pasado sino que, igualmente, profetiza hasta donde pueden llegar los autoritarismos en su afán de conculcar libertades y derechos.

A partir de aquí, amigo lector, abordaré  el tema que anuncia el título de este artículo. La denuncia y profecía que describió  Ingo Müller en su libro se están cumpliendo en la Venezuela de Nicolás Maduro. El caso de Leopoldo López es un ejemplo paradigmático de lo manifestado por este autor alemán.

Leopoldo López está sentenciado y preso por hacer uso de la palabra. Un grupo de expertos en semiótica “interpretaron” lo que quiso decir en sus discursos y encontraron nexos (subliminales) entre sus palabras y lo acontecido en la fecha de los sucesos conocidos bajo el nombre de La Salida.  

Bajo los dictados de esta “semiología del horror”, los expertos de la fiscalía dictaminaron que sus mensajes ejercieron “una fuerte influencia no solo en su manera de pensar, sino en las potenciales acciones de sus destinatarios” Una argumentación de esta naturaleza cae en el terreno de lo mágico. Equivale, como ha sido señalado por diversos especialistas, a “haber traído un brujo a decir que los dioses le dieron el mensaje de que Leopoldo López era culpable”.

En fin, ¿fue la salida, una apuesta equivocada? El tema es controversial. Lo cierto que la situación económica y el deterioro institucional es hoy más profundo del que existía hace dos años. En estas circunstancias, una salida cívica, pacífica y democrática se encuentra en el orden del día.

Diversos grupos de la sociedad civil, personalidades y grupos opositores han señalado  diversas opciones a la crisis terminal que padece la sociedad venezolana: renuncia, referéndum revocatorio, asamblea constituyente, acortar el periodo presidencial, entre otras. No hay acuerdo, aún, sobre cuál de ellas sería la apropiada. Cada partido político posee su concepción sobre cuál ha de ser el camino correcto para iniciar la transición  en el país. Sospecho que las urgencias electorales pesan a la hora de decidir sobre la vía a seguir.  En fin, no existe un criterio unánime sobre cuál ha de ser la salida óptima.

Sin embargo, dada la incapacidad, tozudez gubernamental y profundidad de la crisis (comienza a escasear el circulante), pareciera necesario hacer uso de cierta radicalidad cívica. Esta radicalidad sería necesaria para impulsar una salida concreta al actual deterioro institucional. Desde luego, para que una política de esta naturaleza tenga posibilidad de éxito, deberá  ser asumida por todos los grupos opositores. De lo contrario, sus posibilidades de triunfo serian escasas.

Regresando a Leopoldo López. Su apuesta en lo estratégico fue correcta. Las penalidades que vivimos y las que están por venir así lo están demostrando.

Esperemos que las “tentaciones” electorales no se transformen en  obstáculo para el diseño de una política apropiada para este momento. Los ciudadanos que mostraron su voluntad de cambio el 6D y  sufren los avatares de esta catástrofe económica y social, demandan conductas  acordes con estas circunstancias.


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La política de la calle


“No es noble la rebelión por sí misma, sino por lo que exige”.
 Albert Camus


 Manuel Barreto Hernaiz

La hiperinflación, el hambre, las terribles angustias y calamidades que hay que afrontar en pos de cualquier medicamento, la corrupción y la incontrolable inseguridad llegaron a los límites insoportables, lo que hace que el termómetro de la protesta social se encuentre en un punto de ebullición. 

Sin embargo, el causante de esta terrible tragedia nacional -el régimen y sus secuaces- de nuevo da muestras de una actitud pendenciera e intolerante que lejos de ahuyentar a los indignados ciudadanos, propicia el conflicto. 

Continúa el Gobierno potenciando la sempiterna teoría de la conspiración, del golpe de Estado, siguen con ese estirar de arrugas en que ha devenido la manera de gobernar de este absurdo régimen; sin embargo, sus estrategias están claras, pues ante los problemas que agobian el país y frente a esa sensación de que la administración Maduro tiene muy poca competencia para encararlos, ellos mismos provocan el conflicto político, al propiciar protestas, al exacerbar con persecución judicial el descontento por los abusos de poder y provocar la ira de la ciudadanía. 

De nuevo, es el Gobierno quien propicia la irracional conducta política, al persistir en ese estéril enfrentamiento en la Asamblea Nacional con unos diputados demócratas que han llegado para rescatar el país de la mayor crisis de su historia, y al pretender desconectar el descontento y el malestar general de una fuerza social que amenaza seriamente al continuismo. 

Hoy vivimos tiempos de turbulencia, de incertidumbre, de absurda confusión en los que mucha gente, perdida en la angustia y cansada de buscar afanosamente el sustento diario o la desaparecida medicina, no sabe dónde ir, ni a quién acudir. 

La experiencia histórica nos indica que al encauzar energías de sus integrantes en conseguir objetivos perfectamente válidos y aceptados por la sociedad, la vía pacífica tiene más efectividad que la violenta en términos promedio. 

Sin embargo, no se puede descartar que el uso combinado de la fuerza, protesta o reclamo moderados, junto a métodos preferentemente pacíficos, tal vez sea la estrategia óptima a seguir para algunos de estos movimientos. 

Para la profesora Margarita López Maya, la protesta o acción colectiva viene a ser una acción fundamentalmente racional y política, que se considera un instrumento utilizado en un momento determinado para interpelar a la autoridad y con ello alcanzar ciertos fines colectivos, esa acción social es considerada la política de la calle. 

Si bien las condiciones socioeconómicas son el caldo donde se cultiva el malestar y/o los sentimientos de indignación moral e injusticia, serán, en definitiva, causas de índole sociopolítica, las que impulsarán la movilización, la sostendrán en el tiempo y moldearán sus características. 

La combinación de malestar, inconformidad, de pérdida de credibilidad en los mensajes de un régimen que se presentó como la continuidad salvadora, tan solo ha incrementado la ausencia de esperanza respecto a la posibilidad de su cambio, en sentido positivo para la mayoría de la población, lo que conlleva a una profunda desesperanza, un gran desencanto y desconfianza, que se manifiesta en un generalizada depresión. 

Así las cosas, ya la mayoría de los venezolanos se cansó de esperar una adecuada respuesta a sus apremiantes necesidades, desde las más básicas hasta aquellas que le garanticen su supervivencia. 

El régimen va de salida por no haber controlado sino propiciado la inflación, la inseguridad, la corrupción, la incompetencia administrativa y ejecutiva, por la inocultable tendencia totalitaria desde el poder; y sobre todo, la degradación moral y pública en toda su estructura


sábado, 13 de febrero de 2016

La Transición en Venezuela: Conferencia















“Aquí pensaban seguir jugando a la democracia, pero llego el TSJ y mandó a parar”



Nelson Acosta Espinoza
La decisión del TSJ de validar el Decreto de Emergencia Económica propuesto por el presidente de la República, Nicolás Maduro, y que había sido rechazado por la AN, me trae a la memoria una frase de un son entonado por Carlos Puebla (canta autor cubano, 1917-1989) en los inicios de la revolución cubana. Disculpe, amigo lector, el tono irónico, pero creo que este parafraseo recoge el sentido político e histórico del momento actual: “aquí pensaban seguir jugando a la democracia, pero llego el TSJ y mandó a parar”.

Bueno, vamos a explicar esta afirmación. Evitemos interpretaciones sesgadas. Lo que intento subrayar es lo siguiente. Las actuaciones del TSJ y la crisis económica terminal que estamos padeciendo exigen, a la dirección política opositora, poner en práctica un ejercicio de imaginación democrática. La contienda política no se juega exclusivamente al interior de los “aparatos” del estado socialista. Desde luego, la presencia del factor democrático en estas instituciones es vital. Es un terreno de lucha. Pero no es el único campo para ejercitar la oposición a este régimen. La decisión de TSJ es harto reveladora. Su mensaje es claro. Para revertir la voluntad antidemocrática del madurismo se requiere acompañar las batallas jurídicas con la presencia cívica de la gente en las calles.

Si se quiere, “la calle” pudiera asumirse como un ejercicio de pedagogía democrática. ¿En qué sentido? Por un lado, la “salida” a los espacios públicos serviría para comprometer al liderazgo opositor (gobernadores, alcaldes, concejales, diputados,  rectores universitarios, entre otros) con una estrategia de gran aliento popular y, por el otro, las consignas, afiches, pancartas etc., deberían expresar la construcción de una nueva narrativa que sustituya a la socialista. La combinación de estas dos formas de expresión política (la legislativa y cívica popular) resultarían imbatible y apresuraría cualquier solución al actual impasse político.

Voy a detenerme en un aspecto que he denominado nueva narrativa política. Soy de quienes sostienen que, con grado de variaciones, en el país ha predominado hegemónicamente una concepción de la nación y su realidad política ampliamente compartida por los diversos actores que hacen vida en el escenario político. “Narran” el acontecer diario a través de párrafos parecidos (nacionalismo, sustitución de importaciones, políticas de acento distribucionistas,  invocación abstracta al sujeto pueblo, centralismo, etc.), Este relato, en su versión democrática y socialista, resulta insuficiente para explicar y formular salidas a la actual crisis orgánica que atraviesa el país.

Venezuela se encuentra en una fase de naturaleza terminal. ¿Fin de época? ¿Inicio de un nuevo tiempo político? Las respuestas a estas interrogantes hay que construirlas. Lo cierto es que el país se encuentra frente a una coyuntura de extrema fragilidad. Los cimientos de la “vieja” Venezuela, tras diecisiete años de socialismo, están cediendo en forma apresurada. Y, los relatos que fueron útiles en el pasado, son inútiles para aportar respuestas a esta crisis terminal y catastrófica que estamos padeciendo.

Retomemos el significado de esta última decisión de TSJ validando el Decreto de Emergencia Economía elaborado por el ejecutivo y que desconoce  la voluntad expresada por la mayoría de la Asamblea Nacional. ¿Agotamiento del dialogo como mecanismo para llegar a formular acuerdo? Pareciera que esta es la situación a la que se enfrenta la oposición democrática. Para el oficialismo, “la revolución no se negocia”. En pocas palabras, no hay espacios para rectificaciones, sino para enfrentamiento y la ingobernalidad.
Me parece, ojala me equivoque, que tiene cierto contenido de veracidad el encabezamiento de este escrito: “Aquí pensaban seguir jugando a la democracia, pero llego el TSJ y mandó a parar”

Sin lugar a dudas, la política es así









Aceleremos la partida de este gobierno. ¡Ya! *


Asdrúbal Romero M.

Sin embargo va creciendo la opinión favorable a que a Maduro hay que dejarlo gobernar muchos meses más para que se puedan freír él y el tipo de gobierno que Chávez y él mismo encarna, para así darle una lección al país y no se vuelva a creer en caudillos y salvadores de la patria. Esbozan lo difícil que sería para cualquier dirigente asumir el gobierno así tenga a su favor la unidad nacional. Un país quebrado con la violencia más alta del mundo sería ingobernable”. No lo digo yo, por eso el entrecomillado. Lo escribe Nelson Bocaranda, en su muy leída columna Runrunes, una fuente de respetada confiabilidad.

 El párrafo anterior sintetiza el dilema político al cual se enfrenta la plataforma opositora con mayor opción de acceder al poder en nuestro país. Podría eliminarse lo de la “lección”, aun así el retrato del dilema queda perfectamente dibujado. A continuación mi análisis del mismo, partiendo de dos premisas.

Premisa primera: el gobierno presidido por Maduro nos conduce a un colapso, crisis humanitaria, etc., cada autor utiliza una denominación distinta para referirse a esa no del todo imaginable situación de desastre generalizado–yo mismo, en este blog, he hablado de un “precipicio guajiro” al cual nos precipita  un proceso dinámico de creciente inestabilidad-. Algunos dicen que ya estamos en el colapso. Pero esto es discutible, la palabra conlleva un mensaje de paralización, entre otras cosas: paralización del empeoramiento y, créanme, la trágica situación todavía tiene espacio para seguir empeorando. Creo que todos los políticos opositores importantes ahora sí están conscientes del inminente colapso progresivo. No todos tuvieron la visión de Leopoldo de prefigurarlo mucho antes de que se hiciera evidente, quizás por razones vinculadas a la formación profesional de cada cual, pero en la actualidad sí se percibe un consenso al respecto. Si existe alguno que todavía no alcanza a escuchar el ruidoso trepidar  del desvencijado autobús  hacia el precipicio, me encantaría que explicitara esa opinión, para tener claro por quién no votar cuando lo viese anotado en alguna lista futura de candidatos a algo –por carecer de una mínima capacidad para el pensamiento sistémico-.

Premisa segunda: el gobierno no va rectificar. Independientemente de la confrontación de opiniones al interior del Régimen, lo único visible es la obstinación de Maduro y su temor a tomar decisiones evidentes e impostergables a pesar de tener cierto consenso interno para tomarlas.  La duda post 6D de si se podría construir un espacio para la rectificación, ya se ha dilucidado y, por ende, es válido incorporar a nuestra cadena de razonamiento esta segunda premisa. Consecuentemente, el viaje en ese autobús hacia el desastre continúa inalterable en su curso, cada día a mayor velocidad. Cada día genera destrucción de las posibilidades de reconstruir el país y se multiplica en un número indeterminado y creciente de días que habrá que invertir para revertir lo destruido. Pero más allá de esa terrible verdad en lo social y económico, un dramático agravante ha dicho “Presente”. La crisis sanitaria ha comenzado a producir un número incuantificable de muertes de inocentes pasajeros. ¡Cada día! Se van sumando, como en un proceso de integración matemática. Esta integración de mortandad humana comienza a imprimirle, desde mi perspectiva personal, un contenido de carácter moral al dilema.

¿Acaso hay tiempo para dejar a Maduro, y a quienes le acompañan, freírse en su propia salsa? Quizás hasta ahora, la consideración de cuál podría ser el “timing” adecuado para la Oposición ir apretando las tuercas estaba revestida de cierta validez. Es cierto que la Oposición no tiene la fuerza necesaria para lograr un cese inmediato de este gobierno. El país está tan mal, pero tan mal, que es hasta comprensible, políticamente, el temor que se pueda producir en quienes aspiran a gobernarlo el tener que tomar sus riendas en estas circunstancias de desastre, destrucción e ingobernabilidad -¿Por qué no pensar que, precisamente, ello es una medida de la profundidad de la crisis?-. A pesar de estas dos verdades, la Oposición tiene el deber de trazarse un plan político distinto al que está haciendo.

Einstein demostró que conforme más cerca esté un observador de una fuente de fuerza gravitatoria, más lento le transcurre el tiempo. Aquí nos ocurre lo contario: conforme nos acercamos a un hueco negro que quisiera tragarnos a todos, el tiempo se acelera. Ya los políticos no disponen de ese estratégico recurso del tiempo para consideraciones que en otro momento serían entendibles. Alguien me argumentaba esta mañana…pero la Oposición ha anunciado que en seis meses se anuncia la vía constitucional seleccionada para salir de este gobierno. ¿Y tú crees que hay tiempo para esperar todo ese tiempo? Mi interlocutor se quedó sopesando por unos segundos la magnitud de la crisis, luego admitió que no. ¿Entonces? Eduardo Fernández, con su vasta experiencia, vino a Valencia y dijo, a quienes tuvimos la oportunidad de escucharle: ya no hay tiempo. El Alcalde Alfredo Ramos, transmitiendo su experiencia de calle en Barquisimeto, afirmó lo mismo hoy en el programa de Villegas (11/02). El tiempo que queda es para demostrar que se tiene la voluntad de agarrar el toro por los cachos. El desafío es de gigantescas dimensiones, inconmensurables, pero no queda de otra.
                       
La conclusión lógica de conformidad a las dos premisas presentadas: hay que comenzar a articular estrategias políticas conducentes a acelerar la partida de este gobierno. ¡Ya! El debate dentro de las cuatro paredes de la AN por sí solo no es suficiente. Hay que movilizar, pacíficamente, al pueblo para que le pida a Maduro la renuncia y al PSUV que facilite la integración de un gobierno de transición. No van a acceder. Es muy posible. Pero esa señal frontal hay que lanzarla ya, acompañada de un proceso pedagógico de advertencia al pueblo sobre la mayor gravedad de lo que nos viene. Mientras más tarde actuemos, peor será. Ese dilema, retratado al inicio, no puede seguir pasando por la mente de ningún opositor. Máxime, cuando tal dilema comienza a teñirse de un rojo asesino. Por cierto, a los políticos del otro lado, los del Oficialismo, su propio dilema político que ha dejado de ser sólo político para convertirse en moral, también, les debe apremiar. Las cuarenta y tres muertes que el Gobierno pretende achacarle a “La Salida” se convertirán en una brizna de paja en el viento frente a esa integración de mortandad que ya ha comenzado y no será fácil detener.
*Título original "El aspecto moral del dilema"

sábado, 6 de febrero de 2016

“Si yo tuviera hambre o mis hijos tienen hambre, también robaría”


Nelson Acosta Espinoza

No me lo contaron. Fui testigo. Sucedió en un auto mercado situado en el norte de la ciudad de Valencia. Un joven venezolano fue tiroteado después de intentar sustraer dos paquetes de arroz regulado. Desde luego, amigo lector, robar es un acto moralmente censurable. En una sociedad que se encuentre organizada en torno a preceptos jurídicos, una acción de esa naturaleza es punible y, en consecuencia, merece un castigo. Por otro lado, la respuesta a este intento de robo, fue exagerada  y requeriría algún tipo de sanción por el uso desproporcionado de la fuerza. Son dos eslabones de una misma cadena de culto a la violencia que ha prevalecido en el país desde hace una década y media.

Lo que acabo de describir no es una acción fuera de lo común. Por el contrario, como lo señalé en el párrafo anterior, constituye un patrón de conducta generalizado en el país. Por ejemplo,  la ciudad de Porlamar fue paralizada, literalmente, debido a los ritos funerarios que se celebraron por la muerte del “Conejo” (Teófilo Alfredo Rodríguez Cazorla). Un conocido y popular delincuente que hacia vida en esta isla de Margarita. Los detenidos en la cárcel de Porlamar, rindieron homenaje a este malhechor mediante disparos al aire provenientes de armas de guerra (fusiles M-16, Kaláshnikov, FAL y Glock 19).

En la ciudad de Maracay, en los sectores La Cooperativa y la Pedrera,  una banda delictiva liderada por el ex pran (líder carcelario) de la cárcel de Tocoron apodado el Chino Pedrera, impuso un toque de queda en esas localidades. El motivo. Sepelio de uno de los miembros de la citada banda a manos de una comisión del Cicpc. Situaciones similares se han producido en otras regiones del país.

Una interrogante. ¿Dónde ubicar el origen de estas conductas recurrentes en estos últimos años? Desde luego, una respuesta fácil sería atribuírsela a la condiciones de empobrecimiento a la que se encuentra sometida  población. Sin embargo esta condición, por si misma, no proporciona una respuesta apropiada a esta interrogante. Otras sociedades, que sufren condiciones críticas, no muestran estos índices de desmoralización y supresión normativa. Me parece entonces  que, adicionalmente, opera en el país otras circunstancias de naturaleza política.

¿Cuáles  son esas circunstancias? Recordemos cuando Hugo Chávez encaró a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia y le dijo delante de las cámaras -parafraseando- “si yo tuviera hambre o mis hijos tienen hambre, también robaría”. Fue entonces cuando el hambre se transformó en la excusa para delinquir y, si extendemos esta lógica a otros sectores, en conducta desviada legitimada desde la “razón” revolucionaria”.

Desde un punto de vista más general o antropológico, amigos lectores, permítanme esta digresión, estamos viviendo una situación social y cultural de naturaleza anómica. Vale decir, presenciamos el derrumbe de los patrones normativos que permiten orientar la conducta colectiva hacia metas de modo positivo. Esta circunstancia (anomia), incita a las personas y grupos  a la búsqueda y obtención de sus fines fuera de la legalidad. Un ejemplo cotidiano. Los “bachaqueros” que se apropian de los alimentos regulados para venderlos a sobre precio.

Lo singular de esta coyuntura es que estas conductas “desviadas” son propiciadas desde las altas esfera del gobierno. Es gestión repetitiva que el ejecutivo irrespete las normas que regulan el ejercicio democrático. Sus ministros se niegan atender las convocatorias de las comisiones de la Asamblea Nacional y el Presidente, en un arrebato al estilo de los dictadores dieciochescos, señala que se prepara para impedir “por las buenas o por las malas” que la oposición tome el poder.

En fin, la dirección política democrática debería responder este reto con la contundencia que proporciona la presencia cívica de la gente en las  calles.


La política, debería ser así.

No apto para gobernar


Humberto García Larralde

El diario El Nacional reseña los siguientes denuestos de Maduro en el acto conmemorativo del intento de golpe de Estado de Hugo Chávez, del 4 de febrero de 1992:

“Lorenzo Mendoza eres un verdadero ladrón. Llamo al pueblo a desenmascararlo en las calles (…) Si no puedes con tus empresas entrégaselas al pueblo (…) aquí te espero, traidor. Da la cara, oligarca, bandido, ladrón…”

Con tales insultos buscó responder a unas propuestas del presidente deEmpresas Polar sobre cómo superar la terrible crisis económica que ha precipitado el régimen Chávez-Maduro. Reacción tan destemplada revela un complejo de culpa que lo atormenta, que no sabe cómo enfrentar. Tan perturbadas pataletas expresan su impotencia por enfrentar la crisis y la falta de coraje para sacarse de encima los disparates del legado de Chávez –el “socialismo del siglo XXI”-, que, en su fuero interno, reconoce como la causa del descalabro que sufre la población venezolana. La frustración de saber que se montó en el tren equivocado –recuerden el comienzo de la película, Manhattan, de Woody Allen- y que Lorenzo Mendoza, el “enemigo” que infructuosamente ha tratado de venderle al país, se lo recuerde de cuando en vez con sus sensatas ponderaciones, consigue escape solo en violentas irrupciones de malcriado como las reseñadas. Desesperado porque ve como el poder se le escurre entre los dedos sin saber cómo evitarlo, explota frenético.

Tal conducta, reprobable en menores de edad, es absolutamente inaceptable en quien ocupa el máximo cargo de conducción de los destinos de la nación. Es expresión palmaria de que Nicolás Maduro no es apto para gobernar un país, diría que ni siquiera una Junta de Condominio.

El ejercicio fascista del poder se construye edificando, con la propaganda y el dominio de los medios de comunicación, una falsa realidad en la que “nosotros” –los buenos- se enfrentan en combate épico con los “otros” –los malos. Emplea contraposiciones simbólicas diseñadas para exacerbar las pasiones de sus partidarios y para alimentar odios contra quienes son señalados como enemigos. Se nutre de mitos fundacionales cuidadosamente cultivados que incitan a una epopeya “revolucionaria”. Si bien toda lucha política apela a lo emocional, en el fascismo la sin razón de la pasión es su signo distintivo. Ello rinde frutos cuando un líder carismático es capaz de evocar lealtades ciegas entre sus seguidores con base en representaciones emblemáticas –sean o no verídicas- que refuerzan la noción de que él es la única persona que puede redimirlos y que hay una conspiración montada que amenaza al sueño evocado, que obliga a cerrar filas en torno a él. El histrionismo de Chávez y la generosa chequera petrolera pudieron lograrlo; Maduro, no.

La sustitución sistemática de la realidad por artículos de fe transforma la gesta fascista en una guerra de fanáticos, que no encuentra salida sino en una confrontación final definitiva que limpiaría a la colectividad del fruto podrido. Las gríngolas autoimpuestas –máxima expresión de la irracionalidad política- impiden rectificar y conducen inexorablemente a la destrucción del movimiento. La película, “La Caída”, que exhibe a un Hitler extraviado con sus generales en su búnker, invocando batallones que no existen para lanzárselos a los soviéticos que se encuentran a las puertas de Berlín, ilustra magistralmente hasta dónde pueden llegar los extravíos del fanatismo. Prefirió la destrucción total antes que explorar posibilidades de pactar una rendición que podría haberle asegurado un final menos traumático, como buscó el mariscal Göering días antes. Éste tuvo que salir huyendo ante la ira del Führer, que lo acusó de alta traición. En estas circunstancias ningún atisbo de razón tiene cabida. Hitler culpó al pueblo alemán por no estar a la altura de sus designios y se suicidó.

Este tipo de comportamiento expresa una sociopatía criminal. En el caso venezolano, no importa el sufrimiento de la población, no tiene significación alguna las muertes que han empezado a producirse por no conseguir medicamentos, por no poderse operar o simplemente por hambre. La vocación totalitaria prohíbe ceder ante planteamientos más que razonables sobre la urgencia de rectificar. Entrampado por su cobardía para enfrentar el legado de su mentor –única fuente de legitimidad que le queda, aunque encogiéndose rápidamente-, y azuzado por las mafias que se han lucrado con los controles y el intervencionismo discrecional del “socialismo del siglo XXI”, arremete contra Mendoza, cuyas sensatas propuestas constituyen, para Maduro, una “guerra declarada”:

“En estos momentos de dificultades, espero acciones contundentes (…) La oligarquía parasitaria viene con todo con la guerra económica…”

Los desvaríos de seguir repitiendo -¡a estas alturas!- la idiotez de una guerra económica como único escudo –más bien, como hoja de parra mal colocada- para no desmontar la economía criminal que está acabando con la vida de los venezolanos, confirman que quien pretende mantenerse en el poder a toda costa, no está en sus cabales. Y como Hitler, no le ofrece al chavismo posibilidad alguna de sobrevivencia. Prosigue la reseña de El Nacional con los desvaríos del presidente:  

"¿El pueblo va a permitir que la oligarquía, que ganó la Asamblea Nacional por la confusión de un sector de nuestro pueblo” –(¡!)- “tome el poder político en Miraflores? (…) Para eso es que nos estamos preparando, para no permitirlo ni por una vía ni por la otra, ni por las buenas ni por las malas (…) el pueblo” –que votó en su contra- “no debe permitir que la oligarquía trunque este camino hermoso de revolución".

Como buen fascista, todo lo concibe en términos bélicos, nada de negociar. ¡Hay que echarle la culpa a quienes amenazan su ejercicio despótico del poder, a ver si logra destruirlos! Y procede a culpabilizar a la Asamblea Nacional controlada por la oposición por la crisis económica (¡!):

"…no le importa la situación económica, se pusieron de espaldas al país y andan con una agenda improvisada, pirateando todos los días, (porque) es una Asamblea pirata. (…) La asamblea burguesa pirata que quiere venir ahora a sabotear a los ministros y quieren que los ministros se la pasen metidos allá perdiendo el tiempo con ellos".

¿No hay dentro del chavismo gente sensata -que debe existir; no todos pueden ser pillos y bribones- que lo convenzan de que colocarle epítetos a sus adversarios para negar sus planteamientos no basta para conservar el poder, y que debe renunciar antes de que termine de acabar con el país y con el propio chavismo? ¿Cómo no darse cuenta que no está apto para continuar como presidente? ¿Será que la oligarquía de militares y “revolucionarios” corruptos, tan comprometida con la expoliación del país, convencida de que no tienen salida, que no podrán disfrutar sus dineros mal habidos sino en Bielorrusia o Corea del Norte y que a muchos les espera prisión, está dispuesta a atrincherarse con Maduro hasta el final, aun cuando el festín terminó? ¿Dónde están los oficialistas que honestamente creen en el proyecto chavista –equivocados o no- que puedan negociar una transición constitucional con el país para resguardar su sobrevivencia política? Tienen la palabra.

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¡Revocatorio ya!


 
Carlos Tablante 

En el país hay consenso de la gravedad del momento, de que no hay gobierno: Maduro no da para más. La escasez de alimentos, la carencia de medicinas, los salarios no alcanzan para nada, la impunidad se adueñó de Venezuela, el poder judicial está carcomido por la corrupción, 27.000 homicidios solo en 2015, peligrosos criminales se adueñaron de las cárceles, es decir, no hay gobierno. La palabrería, la mentira, la puesta en escena de utilería, son parte del teatro que trata de ocultar el fracaso más absoluto. Luego de despilfarrar y robar los recursos del pueblo ahora quieren imponer el “yo no fui” para ocultar su absoluta incapacidad y evadir el hecho de que Maduro y el chavismo son los responsables directos de la tragedia que padece Venezuela.

Los 112 diputados electos el pasado 6 de diciembre recibieron un mandato claro: la gente no aguanta más y exige un cambio político inmediato, es decir, la salida de Maduro y su clan.


Las opciones constitucionales nos permitirían activar de inmediato, por iniciativa de un partido político, la convocatoria a un referéndum revocatorio. A partir de marzo, con la recolección de las firmas y las huellas dactilares, estaríamos iniciando el cambio de rumbo que la nación reclama con urgencia. Así mismo, la AN debería revisar la conformación del CNE y designar a los rectores al no existir ya la omisión constitucional que le permitió al TSJ hacer la designación temporal de algunos de sus miembros actuales. Tenemos la mayoría calificada para hacerlo.



Llegó la hora de convocar con la mayor amplitud a una jornada de movilización, diálogo y de unidad nacional para lograr el cambio de gobierno que haga viable las soluciones que de manera inmediata deben aplicarse para evitar el colapso total de Venezuela.



La caída de los precios del petróleo ha puesto en evidencia, una vez más, las principales características de este fracasado modelo militarista y populista: improvisación, desorden, incapacidad y corrupción. Mientras otros países petroleros optimizaron sus ingresos con ahorros y buenas inversiones, logrando aumentar sus niveles de producción de crudo y derivados, diversificando sus economías y mejorando así la calidad de vida de sus ciudadanos, en Venezuela se impuso el despilfarro y el saqueo de los dineros públicos.



Estamos ahora en una situación de emergencia. Frente a la voluntad popular que exige cambio, Maduro responde con ataques y amenazas. El acto realizado en el TSJ con motivo del inicio del año judicial recuerda aquel nefasto episodio de jueces gritando “Chávez no se va!”. En lugar de sumarse al deseo mayoritario de cambio y rectificación, Maduro y sus jueces tratan de imponer al país una guerra de poderes.



En la MUD se han discutido otras opciones como la enmienda, la reforma constitucional y la convocatoria a una asamblea constituyente. Considero que lo más viable en este momento es la activación del referendo revocatorio . Los 112 diputados están obligados a asumir el liderazgo de una gran convocatoria nacional de protesta por la escasez de productos esenciales para la supervivencia, por la caída del salario, contra la inseguridad, la violencia , contra el gran saqueo que sufre el país a través de la corrupción y la impunidad . Deben exigir que los que se robaron el dinero de los venezolanos sean castigados ejemplarmente y aprobar la Ley de Recuperación de Bienes vinculados a la Corrupción propuesta por el diputado Freddy Guevara, presidente de la Comisión de Contraloría y otros actores políticos, para recuperar los fondos robados por los corruptos y sus testaferros. Dónde están los reales? Por ejemplo, sabemos dónde está lo que se robaron Roberto Rincón y Diego Salazar, por lo tanto, podemos llegar a la fortuna de Rafael Ramírez.



El referéndum revocatorio será una nueva rebelión electoral, mucho más contundente que la del pasado 6 de diciembre. El pueblo está bravo y no tiene miedo.




PROSIGUE LA LARGA MARCHA DE LA SOCIEDAD VENEZOLANA HACIA LA DEMOCRACIA (Ensayo de prospectiva histórica)



Germán Carrera Damas
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            Fechado en el 28 de diciembre de 2015, envié mi 80º Mensaje histórico, titulad “A propósito del 6D”; en el cual me permití exponer una preocupación, nacida del ejercicio  del oficio de historiador, en los siguientes términos:

               ...“no he hallado constancia histórica de un régimen democrático que hubiese sido establecido democráticamente. Tampoco la he hallado de un régimen democrático que hubiese sido restablecido democráticamente.”

            Lo sucedido en la jornada electoral celebrada en el 6 de diciembre de 2015 me hizo abrigar la esperanza de que mi aserto se viese desvirtuado. Dos circunstancias me inducían a ello:

Una circunstancia resulta de la correlación posible entre dos rasgos adquiridos por la sociedad venezolana, como producto de haber vivido en democracia durante más de cuatro décadas (1946-1990), lo que le permitía el privilegio de poder recordar la Democracia, según lo sostuve en mi 3º Mensaje histórico, titulado Recordar la Democracia, fechado en junio de 2005, en los siguientes términos:

               “El grueso de la sociedad venezolana ha demostrado tener clara la interrelación entre democracia y libertad. No ha necesitado de líderes que se la expliquen. Es la mejor garantía de que está asentada en la conciencia social la convicción de que recordar la democracia es defender el significado de libertad e igualdad de la democracia, y rescatar la potestad de ejercerla para perfeccionarla.”

A lo que se añade el hecho de que, como resultado de que enfrentada, tenaz y lúcidamente, a más de una década de desafueros practicados por una dictadura militar militarista, esa sociedad ha alcanzado un nivel de concientización que me autoriza a concluir, como reiteradamente lo he expresado, que nunca la Democracia ha sido más fuerte en la sociedad venezolana que en el presente, por cuanto ya la Democracia radica en la sociedad, al haber superado ésta la etapa durante la cual el impulso correspondiente descendía desde la clase política o desde un gobierno. Ha tomado tomado el genuino sentido inverso.
       
La otra circunstancia brotaba de mi conciencia histórica, en una combinación de conocimiento de la historia y de patriotismo, fundados en la valoración del desenvolvimiento histórico del pueblo venezolano, a partir del inicio de la ruptura del nexo colonial. El balance no puede ser más notable: en menos de siglo y medio realizamos el más audaz experimento sociopolítico de la Edad moderna, constituimos una nación de pueblos denominada República de Colombia, en 1819-1821-1830; le pusimos término al Imperio hispanoamericano en 1824; y emprendimos el establecimiento de la primera república social-democrática moderna de América Latina en 1945-1946.
        
Estimo que, considerado desapasionadamente, este haber del pueblo venezolano basta para inducirme, cuando menos, a no desdeñar la posibilidad de que tal bagaje sociopolítico podría enriquecerse con ocasión de una confrontación victoriosa en la lucha de esa manera adelantada contra el despotismo, cualquiera haya sido su atuendo.

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Creo que es oportuno subrayar la necesidad de comprender que lo alcanzado en la jornada electoral del 6D revelará su sentido y alcances, ya asimilada la justificada euforia por ello producido, una vez que se le ubique en función de lo que llevo dicho. Es decir, en la prosecución de la última de las hazañas socio históricas enunciadas. Me permito formularlo de esta manera: se inicia la superación de la crisis de desarrollo del régimen sociopolítico liberal- democrático; revelándose con ello la vigencia de la dialéctica histórica de continuidad y ruptura.
          
Muy por el contrario de lo sostenido por quienes refiriéndose a tal crisis hablaron de agotamiento del modelo, lo ocurrido finalizando la década de 1990 significó, -y mentes responsables y alertas tuvieron clara conciencia de ello-, el hecho de que logrados los objetivos básicos del régimen liberal-democrático, los venezolanos habíamos entrado en un estadio de acelerado crecimiento y elevación de nivel de las demandas sociales programadas y promovidas por mandato constitucional. Lo que hacía necesario modernizar el Estado y profundizar la Democracia, para que pudiese continuar la que he denominada La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia, una vez superada la crisis de instauración, padecida en el lapso 1948-1958.
           
Tal fue el propósito de la designación, por el Presidente Jaime Lusinchi, de la Comisión Presidencial para la reforma del Estado; grupo de estudio que en ejercicio de la mayor amplitud ideológico-política, y gozando de absoluta autonomía, estudió y formuló proposiciones tales como la descentralización política y administrativa y la elección de los gobiernos estaduales y municipales, que han significado baluartes, aunque asediados, del régimen sociopolítico liberal-democrático. Sentando con ello las bases de un fortalecimiento del Poder civil cuyo postrera expresión de vigencia institucional fueron las elecciones de 1998.

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Lo ocurrido a partir de esa función electoral no fue la primera vez que, durante el siglo XX, los canales abiertos por la Democracia para la libre expresión de la Soberanía popular sufrieron la torcedura de ser empleados para que sorprendiesen la opinión pública proposiciones salvacionistas cuyo primer cuidado fue desvirtuar, y al cabo cerrar, esos mismos caminos; haciendo pagar muy caro, a los pueblos, la que he denominado fatiga de la Democracia. Quizás sean de los más sobrecogedores ejemplos de ello la suerte corrida por los pueblos alemán, argentino y venezolano. Casos estos en los cuales fue cumplidamente comprobado la que para mí ha sido una dolorosa comprobación histórica. La sintetizo de esta manera: Una democracia puede ser tan ineficiente y corrompida como una dictadura, sobre todo si ésta es militar; una dictadura, sobre todo si es militar, puede ser tan ineficiente y corrompida como una democracia. Pero hay algo en lo que nunca podrán compararse: el ejercicio de la Libertad.”
            
Pero hay, también, entre los dos regímenes sociopolíticos, una diferencia conductual que los contrapone radicalmente: mientras la Dictadura puede hacer a los pueblos resignadamente pacientes ante los desmanes del despotismo y sus secuelas, la Democracia los hace justificadamente impacientes ante la insatisfacción, tardía o insuficiente, de sus estimulados derechos democráticos. ¿Así será porque lo primero implica riesgo intimidatorio, mientras lo segundo expresa determinación soberana?

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Los resultados electorales del 6D han marcado el inicio de la superación de la crisis de desarrollo advenida en la que denomino La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia, encomendada al Poder público como necesaria mediante el Decreto de Garantías dictado por el General Presidente Juan Crisóstomo Falcón, en el 18 de agosto de 1863; y puesto en ejecución a partir del 18 de octubre de 1945. Un poco más de ocho décadas tomó la forjadura de los medios sociales, intelectuales y espirituales requeridos para la puesta por obra de tan elevada comisión. Plazo que resulta breve, para quien posea un sentido histórico siquiera medianamente entrenado; pero quizás incomprensiblemente prolongado incluso para quienes hemos padecido tanto la crisis de instauración como la de desarrollo del régimen sociopolítico liberal-democrático; si bien no cabe hacer un deslinde radical entre las así caracterizadas etapas del mismo proceso, por cuanto en rigor se trata de un re mismo proceso, regido por la dinámica histórica de continuidad  y ruptura.
            
Admito que esto último se halla expuesto en un lenguaje que resulta diáfano para el historiador de oficio; a la vez que necesitado de explicación para quien no se haya familiarizado con su uso. Para estos últimos, quizás valga apuntar que lo dicho consiste en el reconocimiento de la circunstancia de que los procesos de cambio histórico obedecen a la mencionada dialéctica, -y recuérdese que para los venezolanos la instauración del régimen sociopolítico liberal-democrático significa la culminación de casi dos siglos de padecimiento del despotismo republicano, en sus diversas etapas, formas y grados.
            
A lo largo de ese esfuerzo de la sociedad, su arma fundamental ha sido el ejercicio, -aunque contrariado y reprimido durante las crisis-, de manera pública o tácita, de la Soberanía popular. El estímulo de esta postura ha sido la obra mayor de dirigentes políticos y sociales;  y de intelectuales que han honrado su condición de tales. De la constancia, la lucidez y la ejemplaridad que manifiesten con su palabra y su actitud ejemplar, el pueblo venezolano y sus dirigentes,  dependerá que la crisis de desarrollo entrada en vías de superación sea la última de las confrontadas en La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia; de manera que cuando dentro de un par de generaciones seamos una sociedad genuinamente democrática, el desarrollo de la misma no llegue a comprometer sus fundamentos sociopolíticos.
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Mas, cuanto pueda tener de certidumbre histórica el advenimiento definitivo de logro democrático de la sociedad venezolana, no significa que su realización no esté supeditada al grado de lucidez y determinación a ser demostrado por quienes han asumido la responsabilidad de orientarlo y conducirlo. No cabe subestimar la complejidad de la tarea. Tampoco el grado de la amenaza que su incumplimiento podría representar. Y menos aún la urgencia de acometerla con el más grande empeño. En suma, correspondiéndose con lo que me permití enunciar en el 10 de septiembre de 2015, atendiendo una invitación de la “Asociación de amigos del arte colonial”:

            “Para ello se hará necesario, y urgente, contar con un diagnóstico global, fundado en la determinación de los males por remediar; pero que se corresponda objetivamente con los síntomas fundamentales. Para atender a este propósito me permito sugerir que conversemos sobre las siguientes posibilidades:
            “Diagnóstico global: El tejido social de la nación venezolana se revela como seriamente afectado en áreas primordiales.
            “Pronóstico: El daño causado tiende a agravarse, con alto riesgo para la conciencia nacional; lo que podría crear un ambiente propicio a la admisión de engañosos proyectos salvacionistas.”
            
A lo que me permito añadir una recomendación: Al asumir posiciones intelectuales y adoptar conductas sociales, los demócratas venezolanos debemos tener presente que hemos recibido un segundo aviso de la antidemocracia. Con ello, nuestra responsabilidad socio histórica se ha acrecentado. Nos corresponde honrarla.   

            Caracas, 1º de febrero de 2016.