domingo, 20 de enero de 2019

¿Por qué nos interesa el caso Zimbabwe?Cuando el Dinero Destruye Naciones (primera de dos entregas)






Asdrúbal Romero M


1-Nuestro futuro escenificado en otras latitudes

“When Money Destroys Nations” es el título de un libro cuya lectura me propuse como objetivo en cuanto supe de su existencia. Acometí una verdadera cacería en la nube de descargas digitales hasta conseguirlo. Mi empeño por conocer a mayor profundidad lo acontecido en la republica africana de Zimbabwe –anteriormente conocida bajo su nombre colonial de Rhodesia del Sur-, desde la perspectiva de la destrucción de su economía, motivó tan inusual cacería. Dos de las interrogantes que sus autores, Philip Haslam y Rusell Lamberti, proponen en su portada como señuelo para motivar a los lectores, han sido, precisamente, dos de las cuestiones sobre las que había ansiado indagar a fin de intentar un análisis comparativo con el caso de nuestro país: ¿Cómo la hiperinflación arruinó a Zimbabwe? Y la segunda, más interesante al menos para mí: ¿Cómo la gente ordinaria logró sobrevivir?

Para quienes no conozcan de tan interesante precedente de nuestra propia dinámica destructiva, quizás sea propicio introducir este texto con un par de datos bastante indicativos de los muy nefastos niveles hasta donde podría llegar el hundimiento de nuestra situación económica y social. Queriendo decir con esto, que por muy infernal que nos parezca la paila en la que ya nos encontramos, todavía hay rango para hundirnos en más dantescas profundidades, a juzgar por los records negativos que se produjeron en Zimbabwe. Todavía continuamos en el recorrido de una trayectoria conducente a superar esos records que ningún país quisiera superar.

La dinámica de gestación, intensificación y arrase final de la tormenta económica en ese país duró dos décadas. Comenzó a intensificarse después del “Black Friday” en 1997 –sí, también ellos tuvieron su viernes negro-. En la siguiente tabla se presentan los datos de inflación anual arrancando desde ese año.


Evidentemente, todavía nosotros no hemos alcanzado tan astronómicos índices inflacionarios, pero vamos en la vía. Algunas proyecciones sitúan nuestro porcentaje de inflación para el próximo año en el orden de los veinte millones. Veinte más seis ceros a la cola. En Zimbabwe alcanzó 89,7 más veintiún ceros a la cola. Una magnitud que se pierde vista. Que es difícil imaginar que pueda alcanzarse cuando ya estamos sufriendo una hiperinflación que percibimos como insoportable. Es posible que ese estimado de porcentaje de inflación nuestra tenga que revisarse varias veces en el 2019, tal cual observamos ocurrió en el país africano a lo largo del 2008. Ese fue el año en el que la moneda de curso legal de ese país dejó de utilizarse. El dólar zimbabweano quedaba finalmente sepultado.

Esta afirmación nos conduce de manera natural a aportar el otro dato que viene a ser un correlato de la dinámica inflacionaria. A lo largo de todo ese proceso de destrucción de su moneda, el banco central de Zimbabwe le quitó ceros a su unidad monetaria en tres oportunidades. ¡Para un total de veinticinco ceros! Es decir: un billete de Z$1, al final de todo el lapso hiperinflacionario se habría convertido en uno por un valor de Z$10 000 000 000 000 000 000 000 000, de no haberse removido todos los ceros que se vieron obligados a trasquilar. En Venezuela, vamos por ocho y, tal como van las cosas, con signos claros de agotamiento de la pertinencia del cono monetario recientemente puesto en vigencia y la muy probable aceleración en las fechas venideras de remoción de ceros del bolívar sin apellido.

Los dos indicadores aportados son tremendamente reveladores de una crisis que se comenzó a cocinar lentamente y fue ganando momentum hasta explotar con letal exponencialidad. ¡Cómo ha ocurrido en Venezuela! Como lo dicen los autores: “La Hiperinflación no es algo que acontece así como así. Tú no te levantas una mañana y consigues que tu país se ha deslizado en ella. La dinámica de hiperinflación se va armando en el tiempo, va creciendo en momentum mientras va generando señales de alerta claves”. El Régimen Chavista no sólo las ha desestimado sino que reiteradamente se regodea echándole leña al fuego.

Adicionalmente, los dos indicadores deben motivar en todos los ciudadanos una profunda reflexión. Una recomendación que enfatizo para aquellos que hemos creído, me anoto en primera fila, que la destrucción de todo el andamiaje económico y social sobre el que se sostenía el país conduciría de manera casi espontánea a la caída del Régimen. Esta creencia, en lo personal, yo la sintetizaba metafóricamente bajo la idea- imagen a la que acuñé la denominación de “Teoría de la Liguita”. Ocurrió que en mis frecuentes intercambios con analistas serios de la situación política nacional, no faltara quien sacaba a relucir el caso de Zimbabwe como el contra ejemplo perfecto a lo que yo postulaba sustentándome en mi teoría. Se entenderá entonces mi inusual interés en darle cacería al libro de Haslam y Lamberti, a fin de informarme detalladamente del proceso de destrucción que ha plagado a esa nación africana desde la asunción de Robert Mugabe a la Presidencia en 1980.

Debo reconocer que mi aproximación al libro estaba preñada de un cierto prejuiciado interés: confiaba que mis hallazgos condujeran a la determinación de cruciales diferencias, entre los dos países, que permitieran explicar el porqué en nuestro caso la liguita se rompería antes, es decir: no sería tan elástica para permitir que se alcanzaran tan devastadores signos de destrucción como los que se produjeron en Zimbabwe. Pero antes de entrar en el análisis de las similitudes y diferencias entre ambos casos, considero necesario, a los efectos de facilitar una mejor comprensión por parte del lector, incorporar una presentación de los argumentos subyacentes a la metáfora de la “liguita”.



2- Viaje hacia el “No Fondo” y la Teoría de la Liguita

Desde finales del año 2012, tomamos consciencia que el Régimen estaba gastando muchas más divisas de las que estaban ingresando al país. El economista Ricardo Hausmann sintetizó esta verdad en una excelente frase: “Venezuela está gastando como si el barril de petróleo tuviese un precio de doscientos dólares”. Visto este creciente desequilibrio o déficit en la balanza de pagos y la carencia de los indispensables correctivos, sino más bien todo lo contrario, un sencillo análisis apelando a la teoría de control de sistemas dinámicos nos permitió pronosticar, perfectamente, lo que a la postre ha ocurrido con la tasa cambiaría real del bolívar frente al dólar. Esta variable, que en definitiva se ha convertido en la marcadora de los costos y precios en el país, salió fuera de control y como tal ha venido teniendo un comportamiento de inestabilidad exponencial.
La tasa sube a velocidades incomprensibles para la gente, con la consiguiente pérdida de valor real de la moneda en un país cuya capacidad de producción de los bienes que consume ha sido insuficiente y progresivamente reducida. La ineluctable consecuencia: el empobrecimiento radical de los ciudadanos y de los organismos públicos responsables de gestionar funciones fundamentales del Estado, tales como educación, salud, justicia, etc. Comenzamos pronosticando a la Universidad Inviable, pero hoy día este calificativo se puede extender a toda la administración pública. Haslam y Lamberti hablan en su libro de “Government Shutdown”, lo cual podríamos traducirlo como “Cierre Técnico del Gobierno”. Esto es lo que viene sucediendo en Venezuela. De mi lectura concluí que nosotros estamos viviendo una especie de etapa previa a lo que aconteció en Zimbabwe.
Lamentablemente, el libro no ha sido traducido al español, porque todos los compatriotas interesados en conocer la proyección a corto plazo de la crisis que estamos sufriendo, podrían encontrar en capítulos como el octavo –titulado “Government Shutdown”-: un retrato bastante fiel de un probable futuro nuestro, pero escenificado en otras latitudes. Cito textualmente: “Los dos únicos servicios del Gobierno que fueron mantenidos: la policía y los militares. Sabían muy bien, los jerarcas del Gobierno, que estos servicios eran clave para continuar en el poder. Hicieron todo lo que podían para mantener estos dos departamentos provistos de fondos y operativos, aun al costo de dejar sin recursos a los otros servicios”.
De resto: los servicios de agua potable y servida colapsaron. Los zimbabweanos pudieron sobrevivir a la escasez crónica de agua mediante la utilización masificada de pozos perforados –el alto nivel freático en ese país les ayudó-. Se llegó a establecer un mercado negro del agua. El servicio eléctrico también colapsó. Los pocos negocios que quedaban debieron retornar a la era del lápiz y papel para llevar sus cuentas. No se podía depender de computadoras. El hurto de cables de cobre y transformadores se convirtió en práctica usual. Los electrodomésticos se convirtieron en aparatos de museo: cómo utilizarlos sin disponer de energía eléctrica. Los arboles eran cortados para usar la madera como medio de calefacción y cocinar alimentos. El libro contiene innumerables testimonios de los zimbabweanos de cómo hacían para ingeniárselas en medio de tantas carencias.

Las municipalidades fueron a bancarrota. Los semáforos dejaron de funcionar. El sistema de prisiones colapsó y miles de prisioneros murieron porque las cárceles no estaban en capacidad de proveerles ni de alimentos ni de agua. Los hospitales públicos tuvieron que paralizar sus servicios. Y de los servicios privados de salud, la mayoría también fue a quiebra. Los costos de los pocos que quedaban eran impagables por los ciudadanos. Las escuelas se convirtieron en instalaciones ruinosas. Muchos maestros abandonaron el país, porque allá también se produjo una diáspora, pero este tema lo trataremos al comentar otros capítulos.

Este apretado resumen que he seleccionado del capítulo octavo nos permite avizorar lo que nos promete nuestro futuro de no producirse un cambio radical en el corto plazo. En el relato del desmantelamiento del aparato público de servicios a los ciudadanos en Zimbabwe, se encuentran innumerables rasgos de inconfundible similitud con lo que viene derivándose de nuestra propia crisis, que bien podría calificarse de incipiente al compararla con aquellas manifestaciones de una crisis mucho más agravada a causa de su nefasta prolongación en el tiempo. Cualquier parecido de nuestra realidad proyectada con la que ellos han vivido no es producto de la casualidad, todo lo contrario: obedece al estricto cumplimiento de tendencias dinámicas perfectamente predecibles. Nadie puede albergar ni un microgramo de duda, de no producirse un viraje: hacia allá vamos.

En virtud de esta afirmación y queriendo distanciarme un tanto de las matemáticas exponenciales que explican los efectos de las retroalimentaciones positivas que refuerzan y le dan vigor a este tipo de dinámicas destructivas, he apelado en mi comunicación a metáforas. Como la de los venezolanos yendo encerrados en un autobús que cae por un precipicio o despeñadero, cuya inclinación va in crescendo y desplazándose cada vez a mayor velocidad. El asunto es que este desvencijado vehículo de transporte no se dirige hacia una planicie en la que, finalmente, podamos descansar del prolongado descenso. Es un viaje hacia un “No Fondo”. En este sentido, siempre he diferenciado nuestro caso del de Cuba. En ese “Paraíso de la Felicidad” los cubanos tienen muchos años siendo muy pobres, pero el Régimen presidido por los Castro logró con ayudas externas de alguna manera estabilizar la miseria. Es como si hubiesen conducido su otro autobús a una planicie de crónico empobrecimiento, pero estabilizado. Y la prueba es que ellos han logrado mantener instituciones de servicio público, continúan teniendo escuelas y hospitales, con unos niveles de calidad muy distantes de lo que publicitan, pero los tienen.

¡Acá no! Todo va en vías de un desmantelamiento total. Nuestros jerarcas han sido mucho más ineptos y estúpidos creídos en su propia salsa. No han sido capaces de conseguir la receta para estabilizar la caída. Para, al menos, conducirnos hacia el aterrizaje en algún otro paraíso similar al cubano, que bien podría admitir era su objetivo. Han errado en su propósito, han perdido el control de su viaje programado y nos pilotean en un viaje hacia un “No Fondo”. Por eso es que ya no puede postergarse más la concreción de una vigorosa reacción ciudadana y hago mío este mensaje leído en un tuit: ¡O salimos todos. O perdemos todo!

La otra idea- imagen que he utilizado para este singular viaje es la de asimilar el proceso de deterioro económico social al de una liguita que se estira y estira. Y como la liguita no es de ningún material de elasticidad infinita, ya que lo que está comprometiéndose en su elongación son vidas de seres humanos, ésta tendría que reventarse provocando la salida del poder del régimen dominante. La lectura del libro de Haslam y Lamberti nos permitió entrar en contacto con un caso real que contradice mi fallida teoría.

El deterioro social y económico puede continuar profundizándose más y más –la liguita estirándose hasta producir dantescos escenarios como el de Zimbabwe- sin que ello provoque la caída del régimen dominante. Razón tenían analistas como Benigno Alarcón Deza y mi estimado amigo Nelson Acosta, en sacarme a colación el ejemplo de la nación africana como ilustración de que las crisis económicas por sí solas no tumban regímenes. Después del 2008, año del pico inflacionario y de la muerte de la moneda del país (el libro analiza sólo el periodo hiperinflacionario hasta ese año), Mugabe se mantuvo en el poder hasta noviembre de 2017 cuando es depuesto por un golpe de estado militar. La dolarización por la vía de los hechos trajo algún alivio al largo sufrimiento de los zimbabweanos: la inflación se redujo ostensiblemente; en los supermercados reaparecieron los productos, pero el común de los ciudadanos no tenía poder adquisitivo para comprarlos. El desempleo ha continuado siendo crónico -94% en 2008-.

Un respetado académico y analista político de ese país, Ibbo Mandaza, en un artículo de 2015 señaló que mientras Mugabe continuara en el poder habría pocas esperanzas de que la economía reviviera. “Espero que no retornemos allá (al 2008). Espero que algo podamos hacer. Claramente, necesitamos una solución política porque en la medida que Mugabe esté en el poder, no hay esperanza”. El anciano dictador en 2016, a sus 92 años, en una de sus rabietas por no poder ya ordenar al Banco Central emitir dinero inorgánico para darse sus caprichos, amenazó con retornar a la moneda original del país –cualquier parecido con nuestro personaje…-. Los zimbabweanos salieron despavoridos a retirar los pocos dólares que tenían en los bancos. Todavía hoy día, después de haber sido depuesto, el drama de Zimbabwe continúa.

Lo clave a destacar es la necesidad del dispositivo político para provocar la ruptura con lo fracasado y comenzar a salir de la crisis. Además, añadiría, que el dispositivo sea lo suficientemente limpio como para garantizar una transición impulsadora de un viraje con la visión correcta y la energía política para concretarla. En la medida que las crisis se prolongan más allá de lo impensable, es de suponer que la gestión del quiebre sea más dificultosa, tanto en la dimensión política como en la económica y social. Creo firmemente que este es un elemento muy a tomar en cuenta en nuestro caso, porque a pesar de la masificación de todo tipo de penurias, tampoco hemos sido capaces, como colectivo, de armar el rompecabezas para acertar con el dispositivo político que detuviese este penoso viaje hacia el “No Fondo”.

Por ello, en estos tiempos de resurgimiento de las esperanzas ciudadanas, la cautela y el inteligente diseño de la estrategia política son vitales a los efectos de construir una vía de solución adaptable a los diversos escenarios que se puedan presentar en un contexto de caótica complejidad. Los ciudadanos tendremos que meterle el pecho a este 2019. Exigir, pero también hacernos parte de la construcción de una solución política. De no hacerlo, no nos quejemos cuando acontezca lo que el nuevo oráculo erigido en Zimbabwe nos ha anunciado.

En la segunda entrega continuaremos comentando “When Money Destroys Nations”. ¿Por qué ese título? Y más de las diferencias y similitudes con el caso Venezuela, porque también nuestro país ha pasado a ser un digno caso de estudio.

Cuidado con el síndrome “Ramos Allup”


Nelson Acosta Espinoza
Cuidado con el síndrome “Ramos Allup”, vale decir apresuramiento, adelantarse a los acontecimientos políticos y apostar por intereses particulares sobre los de interés nacional. Sin la menor duda, la coyuntura ofrece la oportunidad para formular una apuesta desprovista de intereses particulares. Es propicio el momento, entonces, para enunciar un nuevo proyecto político que rompa con el pasado y se comprometa con el futuro.

La observación, un tanto dura, obedece a la necesidad de sortear las tentaciones y apresuramientos que podrían desarrollarse en el marco de los actuales acontecimientos. No debemos olvidar lo característico de la coyuntura pasada: reflujo de las masas; desencanto con la actividad política y una cierta desconfianza en el liderazgo partidista de la oposición.

Sin embargo, tengo la impresión que estas tres características enunciadas en el párrafo anterior comienzan a diluirse. Es así como las últimas demostraciones se han caracterizado por su carácter masivo; la gente ha vuelto a la calle a reclamar sus derechos. Por otro lado, los niveles de confianza en la actividad política han ido creciendo y el liderazgo opositor comienza a recuperar la confianza de los ciudadanos. Desde luego, la figura y el desempeño de Juan Guaidó aiPresidente de la Asamblea Nacional, ha contribuido significativamente en esta recuperación del fervor oposicionista. Creo que es posible concluir que en la actualidad la desafección política presente en el pasado reciente está siendo derrotada.

El momento es crucial. Su proyección hacia el futuro dependerá del desenvolvimiento de los acontecimientos por venir y de la conducta que asuma el presidente de AN. Hasta el momento  Guaidó ha tomado una actitud de prudencia y ha desestimado las consejas de fervor extremista. Ha señalado en forma clara que a la AN no le correspondía hacerse del poder mientras no contara con la mayoría del pueblo movilizado y con el apoyo de las FANB.

En un acto de malabarismo político dejo asentado que estaría dispuesto a asumir la presidencia provisional. Pero para poder acceder a esta posición requería la confluencia de tres factores de poder: el pueblo unido, la FANB y la Comunidad Internacional. Articular en una sola dirección estos tres poderes no es tarea fácil. De hecho es vital esta confluencia para dar pasos hacia una salida pacífica a la crisis de naturaleza política presente en el país.

El 23 de enero, fecha que se conmemora la caída del régimen del General Marcos Pérez Jiménez, se ha convocado ha demostraciones de masas en todo el país. Se espera una participación masiva de la ciudadanía y una expresión de fuerza democrática. Entiendo que estos actos constituirán el inicio de una nueva forma de construir oposición en el país. Vale decir, reorientar la lucha en términos de cuatro puntos cardinales: pacifica, constitucional, democrática y electoral. Estas orientaciones deberán estar conectadas a la posibilidad de construir una alianza entre los partidos de la oposición, las fuerzas armadas no adictas al régimen y el pueblo organizado. El factor articulador de este frente político seria la Asamblea Nacional bajo el liderazgo de su actual presidente.

Hasta aquí este relato fluye sin obstáculos. Sin embargo, soy de la opinión que sería necesario agregar otros elementos para poder mantener el entusiasmo militante de la población. Desde luego esta exaltación la veremos en las calles el próximo 23 de enero. La incógnita es como mantener vivo este entusiasmo después de esta fecha. En pocas palabras ¿cómo conservar este entusiasmo y ponerlo al servicio de las nuevas tareas políticas después de esta fecha?

La interrogante es legítima. Después de este día se abrirá un nuevo campo de lucha que debería ser traducido en un nuevo relato que, por un lado, procese afectivamente las severas condiciones socio económicas que padece la población y, por el otro, lo enlace con la demanda de cambio de régimen político.

La advertencia con que iniciamos este breve escrito se encuentra vigente. Hay que sortear dos desviaciones. El fundamentalismo oposicionista y el tacticismo coyuntural.

La tarea inmediata es construir un nuevo relato que permita volver a la política.

2019, el año en que Venezuela podría alcanzar a Zimbabue


Gloria M. Bastidas

Los oráculos, cuando se trata de Venezuela, son falibles. ¿Quién se hubiera imaginado que Nicolás Maduro concluiría su primer período presidencial? Allí está: invicto. Acaba de juramentarse para un segundo mandato. Pero… ¿de verdad invicto? El escritor Javier Marías dice en su novela Mañana en la batalla piensa en mí que todos tenemos un episodio ultrajante en nuestra biografía. Maduro acumula demasiadas manchas en su expediente. El balance de su gestión durante el año pasado resulta patético: una inflación de siete dígitos y una diáspora propia de un país en guerra. No es todo: las fraudulentas elecciones celebradas el 20 de mayo, de las que, en teoría, emergería la “legitimidad” de Maduro para el próximo sexenio. Otra mancha en el pavimento socialista: hasta diciembre, la nómina de presos políticos ascendía a 288 personas. El año cierra mal. Y las perspectivas para el 2019 están marcadas por una gran incertidumbre. El segundo período de Maduro no cuenta con la venia del grueso de la comunidad internacional y, mucho menos, con la de la oposición venezolana. El menguado rating de Maduro no es razón para subestimarlo. Goza de un aval geopolítico clave: Rusia y China. Y lo apoya la cúpula militar. El entramado es complejo. Un relato de suspense. ¿Qué significó el 2018 para Venezuela y qué se prevé para este año?

La economista Tamara Herrera, directora de la firma Síntesis Financiera, hace un arqueo:: “El 2018 fue el cuarto año del desplome de la economía venezolana. Cada uno de los cuatro años, la caída ha tendido a ser mayor: -6% en el 2015; -17% en el 2016; -16% en el 2017; y -19% en el año que acaba de concluir. Durante esos cuatro años, la inflación se aceleró sin pausa hasta pasar el umbral de la hiperinflación a finales del 2017. El Gobierno no supo ni prevenirla ni afrontarla. De allí que entráramos de lleno en ella en 2018: la inflación llegó a 2 millones por ciento. El bolívar perdió valor tanto en el ‘mercado’ oficial como en el paralelo: el dólar oficial aumentó 1,900,000 % y el dólar paralelo subió 75,000%. Los descomunales incrementos del salario mínimo fueron devorados por la inflación, conjuntamente con la reconversión monetaria de cinco dígitos que entró en vigencia en agosto. A comienzos del 2018, el ingreso mínimo legal de Bs 4.56 era equivalente a 4.4 dólares y, tras incrementos de 109,000%, cerró el año en Bs 4,950, equivalentes a 6.4 dólares. Hoy, luego del aumento de 300 por ciento anunciado por Maduro este 14 de enero, equivale apenas a 6.5”.

Herrera pone el ojo en lo que constituye la espina dorsal de la economía venezolana: el petróleo: “Quizás el más impensable de todos los resultados fue que la industria petrolera pasara de la declinación al descalabro. En 2018, la caída de la producción fue de 34%. Desde finales del 2017, Venezuela no paga su deuda externa en bonos (a excepción del bono de Pdvsa que tiene como garantía a la empresa CITGO). En 2018, dejó de pagar $ 8.5 millardos. El frente económico externo se agravó también por razones políticas: las faltas a la Constitución llevaron al Gobierno a ser sujeto de sanciones financieras internacionales. Hablamos entonces de un 2018 de mortalidad de empresas, de pérdida de puestos de trabajo, de caída del ingreso. En fin, de pobreza dura y pura. Hablamos de un cuadro nacional de colapso que todavía no se detiene. Si las medidas económicas no comienzan a ser más certeras, coherentes y convincentes, el 2019 será peor que el 2018. Sin cambios eficaces y sinceros en la dirección de la política económica, el PIB caerá nuevamente cerca de 20%; la hiperinflación podría resultar impredecible (hasta ahora la hemos estimado entre 8 y 10 dígitos, como ocurrió en Zimbawe); la mortandad de empresas proseguirá y, con ello, el desempleo, la pobreza y la migración”.

Con esta cifras tan terribles como telón de fondo, Maduro se dirigió al país a principios de semana. Se suponía que diría algo contundente para apagar el incendio. Al menos una señal. Un boceto. Nada. La directora de Síntesis Financiera se pregunta: “¿Está dispuesto el Gobierno a abandonar el modelo de control económico y social que llevó a Venezuela a este grado de desinversión y precariedad? No parece ser el caso. El mensaje que transmitió el 14 de enero generó una asombrosa desilusión. Se suponía que algo nuevo debía anunciarse. Lo único que podría rescatar a este desahuciado cuerpo que es Venezuela sería un programa integral. Es asombroso: Maduro apeló al mismo discurso de siempre. Hay un vacío de expectativas. No hay un norte. Y donde no hay asidero, el desencadenamiento de la dinámica inflacionaria puede llegar a ser impredecible. Las medidas que se tomaron en 2018 fueron un simulacro sobre cómo dar más libertad económica sin abandonar los controles. Por ende, superar el dilema de cuánto control económico y social está dispuesto a ceder el Gobierno para que las medidas económicas funcionen sólo tiene respuesta política”.

La clave está en la política. ¿Hay posibilidades de un cambio en este plano? ¿Qué se asoma en el horizonte para el 2019? John Magdaleno, profesor universitario y director de la Consultora Polity, trata de dar algunas pistas. Estima que dos grandes interrogantes estarán en el tablero este año. Una: Si el Gobierno, urgido por las circunstancias, al final adelantará un programa de liberalización de la economía, así sea gradual, o si, por el contrario, mantendrá el mismo esquema. Dos: Si se logrará la fractura de la coalición dominante: la fragmentación de los elementos militares, políticos, económicos, sociales y policiales que constituyen el sostén del régimen.

¿Aún es factible una opción electoral en Venezuela? El politólogo estuvo en desacuerdo con que la oposición decidiera no participar en las presidenciales del 20 de mayo porque no había suficientes garantías. Su argumento: “Un equipo de politólogos, sociólogos, economistas e internacionalistas hemos realizado una investigación comparada y hemos encontrado que de 80 casos exitosos de transiciones a la democracia 36 fueron casos en los que las elecciones jugaron un papel relevante para que se diera inicio a la transición a la democracia. Esto refuta una idea bastante extendida conforme a la cual las elecciones frente a regímenes autoritarios, las elecciones libres y competitivas, sólo se producirían una vez que tiene lugar el inicio de la transición a la democracia. Repito: 36 casos comunican que la dirección política opositora en esos países donde había regímenes autoritarios (algunos muy severos, por cierto) utilizó la elección como palanca, como detonante, para precipitar una crisis política mayor. En 9 de los 36 casos se consumó el fraude. El régimen autoritario logró el objetivo de cortísimo plazo de retener el poder. Pero, acto seguido, en esos 9 casos se desataron procesos sociopolíticos (movilización, mayores presiones nacionales e internacionales, etc) que generaron la fractura de la coalición dominante y dieron inicio a la transición democrática”.

El director de la Consultora Polity menciona varios ejemplos: el del referéndum que perdió Pinochet en Chile en 1988. El de Brasil a mediados de los ochenta: no era una elección competitiva -recuerda Magdaleno-, pero la dirección política apela a ella para precipitar una fractura de la coalición dominante. Otro ejemplo referido por el politólogo: El de la Polonia del general Jaruzelski. Solidaridad decide participar en las elecciones parlamentarias pese a que una de las reglas del juego ya indicaba que no lograría la mayoría: dos tercios de los escaños del senado estaban reservados de antemano para el Partido Comunista Polaco.

¿Y por qué entonces Walesa y su gente optan por hacerle el juego a Jaruzelski? Magdaleno lo explica: “Porque observaron que las elecciones generales se celebraban al año siguiente y, por tanto, las parlamentarias del 89 constituían una buena oportunidad para prepararse. Estaban calibrando objetivos ulteriores. El contraste entre una mayoría de votos que no se traduce en una mayoría parlamentaria era lo suficientemente elocuente como para movilizar a sectores de la oposición a protestar. Para fracturar la coalición dominante de un régimen autoritario hace falta perforarla. No es un fenómeno que se produce de forma espontánea, automática, sólo por el efecto de algunos condicionantes como una mala situación económica o una creciente presión internacional o protestas masivas que ciertamente deslegitiman al régimen autoritario o la eventualidad de que se produzcan crecientes contradicciones internas. Hace falta mucho más. Y este mucho más tiene que ver con incentivos y presiones que simultáneamente tienen que recibir algunos factores (típicamente los moderados) de la coalición dominante”.

El politólogo precisa que hay tres tipos de elecciones: competitivas, semicompetitivas y no competitivas. Acepta que las del 20 de mayo de 2018 no fueron competitivas. “Pero son elecciones. Fraudulentas, sí. Pero son una modalidad de elecciones. Los sectores extremistas de la oposición piden elecciones limpias, transparentes y competitivas. Muy bien. La pregunta es: ¿Por qué habría de conceder garantías un régimen autoritario para que se celebren elecciones? Ello puede ocurrir en la medida en que el régimen sea objeto de presiones y, también, en tanto se le ofrezcan algunos incentivos a algunos factores de la coalición dominante como para que empiecen a presionar en la dirección de restablecer algunas garantías que han sido violadas. A veces son factores de la misma coalición dominante los que emprenden por su propia cuenta una transición a la democracia. Esto echa por la borda un mito: que el oficialismo es monolítico y que allí no hay ningún incentivo como para que se produzca un cambio político en el corto plazo. Pero lo que dice nuestra propia investigación comparada es que en el 61 por ciento de los 80 casos estudiados la transición vino desde dentro del régimen autoritario. Esto desde luego estaría complementado con el uso de elecciones para precipitar una crisis”.

¿Se producirá, en efecto, una transición hacia la democracia en Venezuela o el país terminará por convertirse en una sociedad cerrada? Es lo que está por verse. Por lo pronto, ya se sabe que para finales de febrero la Asamblea Nacional Constituyente (cuerpo controlado absolutamente por el chavismo: producto de elecciones cuestionadas) presentará un Proyecto de Constitución. El rumor que corre aterra: el texto exhalaría un tufo cubano. La impronta del régimen de Maduro es la represión. No sólo hay 288 presos políticos: también se ha tendido un cerco a la prensa. El periodista Carlos Correa, coordinador de la ONG Espacio Público, hace el inventario de lo que fue el 2018: “Durante el año pasado, documentamos 387 casos con denuncias de violaciones al derecho a la libertad de expresión. Luego del año 2017 (con 708 casos), es el año con la mayor intensidad de los ataques y violencia contra medios, periodistas y personas. Las tendencias específicas observadas durante el año 2018 incluyen: La reducción de los medios impresos; la criminalización de funcionarios e infociudadanos; y restricciones para acceder a sitios web de información de interés público”.

El periodista agrega: “Al menos 30 diarios dejaron de circular durante el año. Entre los periódicos se incluye El Nacional, un medio de referencia para el debate público y de gran impacto en el ámbito cultural. Muchos de los diarios eran espacios regionales que mantenían información local, opinión y dinamizaban el debate público en ciudades medianas y pequeñas. En la actualidad, al menos 8 capitales de estados (provincias) no cuentan con diarios o medios impresos. La gran mayoría de los periódicos se mantienen como plataformas basadas en internet. Se mantienen los bloqueos a portales de noticias y aumentaron los ataques por denegación de servicios a sitios web que regularmente ofrecen información sobre hechos de corrupción o noticias. El Gobierno mantiene sistemas de vigilancia sobre datos privados de cuentas personales de periodistas, líderes políticos y defensores de derechos humanos. Sin cambio político no es posible estimar un cambio en la relación entre medios e instituciones públicas. El modelo político que se impulsa desde el gobierno venezolano es incompatible con la libertad de pensamiento, expresión e información. Es previsible que continúe el pulso entre la sociedad que anhela una vida e institucionalidad democrática y las élites gubernamentales que propugnan un modelo autoritario”.

El nuevo presidente de la Asamblea Nacional (de mayoría opositora), Juan Guaidó, ha convocado a una gran manifestación para el próximo 23 de enero que podría erigirse en el preámbulo de un nuevo ciclo de conflictos de calle. El parlamento ha declarado que Maduro usurpa el cargo, dado que su investidura sería producto de un fraude, y, según lo que pauta la Constitución, existe una vacante absoluta: Guaidó debería ser el encargado del Poder Ejecutivo hasta que se celebren nuevos comicios. Según esta óptica, no habría un presidente sino dos. Porque el chavismo reivindica la legitimidad de Maduro. Gran disputa. Guaidó, en estos últimos días, se ha convertido en una figura estelar. Ha cobrado una popularidad súbita. Es casi un rock star. Este año promete mucho para Venezuela. El 2018 fue de terror. El 2019 puede ser un año de esperanza: aunque la sombra de Zimbabwe azote, después de la oscuridad puede llegar la luz.
(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).