¿Para qué sirven los diputados? La pregunta la formulo una joven señora en unas de las cotidianas colas que rutinariamente debemos hacer para obtener los insumos de primera necesidad. La expreso en tono angustioso y de reclamo ante la situación que diariamente tiene que enfrentar. Sorpresivamente, otros clientes la acompañaron en el cuestionamiento. Todos, se sentían desasistidos por sus supuestos representantes. Este sentimiento de desamparo alcanza, por igual, a los diputados del oficialismo y de la oposición. La mayoría, dato revelador, desconocía las existencias de primarias para su escogencia. Este escribidor, fue testigo de este acontecimiento puntual; ¿puntual?
Bien amigo lector, parece pertinente dar respuesta a esa interrogante. Desde luego, hablo desde el campo contrario al oficialismo. En fin, el bloque democrático debería abrir cauces para un debate de esta naturaleza. Estamos cerca de las elecciones primarias y a meses de las parlamentarias. La oposición tiene oportunidad de obtener mayoría en estos comicios. Sin embargo, para alcanzar esta meta, pareciera necesario articular sus representantes con la población y dar respuesta, con los hechos, a la interrogante con la que iniciamos este breve escrito.
Hay que estar consciente que un sentimiento de orfandad política anida en los corazones de grandes sectores de la población. La conducta exhibida por los diputados de la oposición y del oficialismo en la actual Asamblea Nacional refuerza esta sensación de desapego que florece en los votantes. Existe un abstencionismo en potencia. Fenómeno este que indica y señala la falta de conexión entre los elegidos con sus electores. Bueno es señalar que este sentimiento pudiera ser inducido por el oficialismo: intentar quebrar moralmente a la población con la finalidad de que acepte complaciente las dificultades que les toca enfrentar. De ahí la pregunta inicial ¿para qué sirven los diputados?
Hay que dotar a estas elecciones de un profundo significado político. No es una contienda electoral. Es una batalla de naturaleza política. Los que resulten favorecidos deben estar conscientes de esta cualidad. La próxima Asamblea Nacional, quizás sea la última del socialismo del siglo XXI. En consecuencia, los representantes electos opositores deben estar contestes de la responsabilidad y riesgos que conlleva el ejercicio de este rol en tiempos finales de esta hojarasca. Bueno es recordar la historia. El 24 de enero de 1848 se produjo, lo que popularmente se conoce como "el Día del Fusilamiento del Congreso” o, como la historia lo relata, asalto al Congreso Nacional de Venezuela.
Estamos a tiempo para formular una oferta política que rompa con el electoralismo per se. Hay que retomar los temas que conciernen a los ciudadanos y trasmitir la idea de la imperiosa necesidad de derrotar política, discursiva y electoralmente a este proceso mal llamado socialismo del siglo XXI.
El marketing es importante. Pero siempre debe subordinarse a la propuesta política. Si esta se encuentra ausente, el mercadeo se vacía de contenido. Los ciudadanos que se encuentran enfrentando las colas y otras dificultades exigen ser interpelados con un nuevo lenguaje que reproduzca sus necesidades y se aleje de los estereotipos del pasado. De lo contrario, la pregunta inicial queda sin respuesta.
Si se fracasara en este cometido se abriría campo para la emergencia de movimientos de desobediencia civil en el país. “No nos representan”, por ejemplo, podría transformarse en el lema medular de un movimiento ciudadano que canalice el desencanto y desapego de buena parte de la sociedad hacia una clase política que la siente lejos de la calle e incapaz de dar respuesta a los problemas de los ciudadanos. Sin duda, la política pudiera ser es así.
La capacidad de asombro en esta Venezuela Bolivariana rompió hace tiempo todos los moldes. Lo que no se atrevió a hacer Pinochet, negarle la entrada al país a Felipe González para asistir a un preso político, parece estar decidido por este gobierno que se autocalifica de izquierda. El martes 22, sin vergüenza alguna, el diputado Yul Jabour propuso declarar al ex presidente español persona non grata, propuesta que fue raudamente aprobada por la bancada fascista. Semanas antes, Maduro le había hecho un reconocimiento a siete funcionarios señalados de violar los derechos humanos y premiado a dos con cargos de mayor (ir)responsabilidad. Mientras, estallaban los escándalos de las fortunas saqueadas a PdVSA y “lavadas” en el Banco de Andorra; fueron descubiertos depósitos por $12 millardos hechos por altos funcionarios del gobierno en 2006 en el banco HSBC, sin respaldos y sin que se sepa hoy que hicieron con eso; un general acusado de narcotráfico fue recibido como héroe al ser liberado de su detención en Aruba, gracias a presiones del gobierno venezolano; el ex zar del desastre económico que nos arruinó, Jorge Giordani, denunciaba la desaparición de $ 20 millardos entregadas por CADIVI a empresas de maletín; se esfumaron dineros asignados a proyectos, a importaciones, a mejorar servicios; etc., etc., ¡Sin que nadie en el alto gobierno diga nada! La respuesta oficial es que todos estos señalamientos son “injerencistas” y forman parte de una agresión a Venezuela (¡!).
Como dicen los abogados, “a confesión de parte, relevo de pruebas”. La iracundia contra toda denuncia de violación a los derechos humanos, de tráficos ilícitos, de lavado de dineros mal habidos, no tiene otra explicación que la reacción de una mafia cuyas marramuncias son expuestas de repente a la luz del sol. Y con las más altisonantes proclamas patrioteras, fingiendo estar ofendidos por la supuesta afrenta a una “Patria de Bolívar” que han entregado sin remordimientos a los hermanos Castro, cierran filas para proteger su participación, sin los ojos fisgones que los puedan delatar, en la veta de oro que representa la hacienda pública nacional.
En la más cruel paradoja, amparados en una prédica socialista que pregona la supremacía de los intereses colectivos del “pueblo”, se ha privatizado al Estado en beneficio de una oligarquía militar civi. Son los aviones, escoltas, camionetas, personal de servicio, TV, viajes, dólares y demás prebendas, pero sobre todo, es la descomunal magnitud de recursos que pueden usufructuarse sin rendir cuentas o con la anuencia de una mayoría cómplice en la Asamblea Nacional. Y a ese coto de expoliación lo van a defender como sea. Como contraparte, condenan a esas mayorías que dicen defender al proceso más veloz de empobrecimiento que recuerda la historia moderna de Venezuela, porque no alcanzan los dólares que sostenían la impostura del “socialismo del siglo XXI”.
Y ante crisis tan grave y apremiante, ¿qué hace Maduro? Repite, por enésima vez, la idiotez de una “guerra económica” (¡!) –en la que nadie cree- y luego arremete contra Fedecámaras y les niega los dólares preferenciales. ¡Pero claro, son la joya de la corona! ¿O es que todavía hay gente que no ha entendido el por qué se mantiene un dólar a Bs. 6,30 mientras se oficializa una tasa a Bs. 190 y se infla el paralelo a más de Bs. 270? Obviamente, no es para contener la inflación, abaratando la importación de alimentos y medicinas. La inflación venezolana, precisamente como resultado del sistema de controles, es la más alta del mundo y el renglón cuyos precios han crecido más es el de los alimentos. Y una pregunta todavía más inocente, ¿por qué, entonces, no emprender un proceso de ajuste integral, con financiamiento internacional, que permitiría estabilizar el precio del dólar en torno a Bs. 50 a 70 y acabar con la especulación de precios? ¿Cómo no entender que sólo con la iniciativa privada y la inversión productiva podemos superar este desastre? La negativa a vender dólares va a agudizar aun más el desabastecimiento, la inflación y a empeorar la salud de la población por falta de medicamentos y de equipos médicos. Pero no; ahora que escasean y el negocio de vender dólares preferenciales en el paralelo supera el 4000% de ganancia, ¿Van a prescindir de esta manguangua instantánea vendiéndoselos al sector privado a precio oficial?
De ahí la animadversión a Felipe González, como antes se mostró con los ex presidentes Pastrana y Piñera, a quienes no se les permitió visitar a Leopoldo López. De ahí la negativa a atender los requerimientos de la CIDH y de otros organismos internacionales para que los derechos humanos de presos y disidentes sean observados. A nadie se le permitirá venir a indagar sobre los atropellos cometidos en la implantación de semejante régimen de expoliación y menos abogar por quienes han denunciado tal rapiña. De ahí la insólita demanda interpuesta por Diosdado Cabello contra los pocos periódicos independientes que quedan por haber reproducido en sus páginas lo que es vox populi a nivel mundial. Aunque afuera se les cayó el halo de “revolucionarios” al servicio del pueblo”, todavía creen que, de las fronteras para adentro, pueden ocultarnos sus vagabunderías.
Que Maduro, Diosdado y los militares que lo acompañan tengan como única respuesta a la crisis aumentar la represión, ya no sorprende, dado el talante fascista que han mostrado reiteradamente. Definitivamente, ya no tiene sentido que oculten la naturaleza del régimen. “No importa que me digan dictador”, ha bramado en más de una oportunidad Maduro, copiando a su padre putativo, para luego arremeter contra los que puedan interponerse al control omnímodo que ejerce la oligarquía. Sorprende, si, que todavía exista un 20% de la población que los apoye y, más aun, que la bancada oficialista, en bloque, siga negándose a investigar los chanchullos y apruebe barbaridades como la condena a Felipe González. La mafia siciliana tenía un código de lealtad, de silencio sobre los crímenes cometidos por los suyos, conocida como omertá. ¿Serán que todos los diputados son cómplices? ¿No queda ni una pisca de dignidad, de vergüenza, ni uno con criterio propio?
Pero la tapa del frasco la puso la Universidad Bolivariana. A quien preside un gobierno que ha reprimido salvajemente las protestas, matado a decenas de estudiantes, metido preso a valiosos dirigentes democráticos con juicios amañados, torturado a muchos, mentido descaradamente al país, protegido a saqueadores, insultado a los venezolanos e, incluso, arrastrado nuestro idioma por los albañales, a ese, Nicolás Maduro, le acaba de otorgar ¡Doctorado Honoris Causa!
Se acaba de celebrar la edición 2014 del premio Cervantes, considerado el galardón más importante de la lengua castellana. En esta ocasión, le ha correspondido a Juan Goytisolo, autor de larga data. El año pasado le fue conferido a Elena Poniatowska y anteriormente a una larga lista de los más importantes autores en español, incluidos Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Mario Vargas Llosa, y muchos otros distinguidos literatos.
En esta ocasión, el brevísimo discurso de Goytisolo, una reflexión sobre el oficio de escritor y una crítica política mordaz, inteligente y ácida, ha marcado una nueva etapa en los premios. Incluimos el texto completo y un vídeo de su presentación. Dada la importancia de este evento, hemos dicidido hacerle honor en nuestro blog. Esperamos sea de su agrado.
El Editor
Discurso de Juan Goytisolo
Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2014
A la llana y sin rodeos
En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.
A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos, “ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. Quienes adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras ni épocas.
“Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta en mi conducta y labor. Desde la altura de la edad, siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil celebración.
Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacional- católico no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!
Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía. Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.
En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en
1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad?
Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos, y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.
Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre.
Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.
Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla.
El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia.
¿Un salario en dólares es mejor que uno en bolívares?
Bien, amigo lector, la respuesta es fácil de adivinar. Desde luego, es más atractivo ganar en dólares. Inicio este
breve escrito con esta interrogante debido a que en los últimos años se ha
venido publicitando la idea de dolarizar la economía venezolana. Esta medida,
de corte monetarista, es asumida como el instrumento apropiado para superar la
crisis de carácter sistémico que confronta la sociedad venezolana.
¡Porque
ahora? En otras palabras, ¿desde cuando se habla de esta providencia como
instrumento para enfrentar la crisis social, política y económica del país? La
pregunta es pertinente. Por ejemplo, Venezuela experimento un largo periodo de
estabilidad económica sin necesidad de implementar medidas de corte
monetaristas como la caja de conversión o la dolarización. En ochenta años, por
ejemplo, (1913-1992) el crecimiento económico promedio anual (2,7%) fue
superior al incremento registrado por una diversidad de economías desarrolladas
en la región; sin dolarización.
Bien, es
indudable que la actual inestabilidad económica y las elevadas tasas de
inflación empujan a los agentes económicos a cambiar activos en moneda nacional por activos
en monedad extranjeras, en especial, el dólar americano. Como alternativa
personal, es absolutamente racional y recomendable. La interrogante, de nuevo,
¿lo es para el país?
Bien, sobre este
tema existen opiniones cruzadas y contradictorias. En el plano estrictamente
monetario se reconoce que una de sus bondades es poner freno a la inflación e
imponer una cierta disciplina fiscal. Esta medida, sin lugar a dudas, establece
barreras “practicas, políticas y financieras para nuevas devaluaciones de la
moneda respecto al dólar”. Igualmente, su aplicación implicaría “que la
inflación no debería ser muy superior a la de los EE.UU, se elimina la
posibilidad de financiar políticas fiscales deficitarias con emisión de dinero
sin respaldo”. Entre sus efectos negativos, los expertos mencionan, “se
renuncia a las herramientas de política monetaria, como la fijación de las
tasas de interés y el control exclusivo de la liquidez monetaria, y también
dificulta el rol del Banco Central como prestamista de último recurso en crisis
bancarias”.
Amigo lector,
como usted ya se habrá dado cuenta no soy un especialista en el tema. Sin
embargo, me atrevo a postular lo siguiente: la raíz de los problemas que esta
política monetaria pretende solucionar se ubican en otro campo: en el modelo
político e institucional que ha prevalecido en el país en las últimas décadas. En
fin, la dolarización por sí misma no será capaz de resolver el problema del
agotamiento de un modelo político y de pensamiento que es responsable de los
desajustes e irresponsabilidades que prevalecen en todas las instancias del
poder público.
Para recuperar
nuestra institucionalidad y lo que conlleva este restablecimiento es
indispensable focalizar el accionar político en lo fundamental y evitar
distracciones que suelen se desmovilizadoras. Tengámoslo claro. Para establecer
y mantener disciplina fiscal se requiere de una fuerte voluntad política e
institucional. Ambas condiciones son inexistentes en el país y, desde luego, no
brotaran mágicamente por dolarizar la economía.
La dirigencia
del bloque democrático debería posar la mirada en el país: en sus
contradicciones y en los signos de agotamientos que brotan por todos los
ámbitos del quehacer público y privado. Los ciudadanos demandan que ejerza con fuerza su rol de oposición.
En lo personal,
me gustaría ganar en dólares. Fantasear no cuesta nada y, a veces, es provechoso
para ajustar la mente a la dura realidad a la que tenemos que enfrentarnos
diariamente. Discutir sobre este tema es interesante, como todo fisgoneo
intelectual.
Estamos mal y vamos de peor en peor. Es inmenso el número de ciudadanos
que ven las cosas de esta manera. El optimismo ha desaparecido incluso entre
quienes hasta ahora han sido fervientes creyentes de lo que otrora llamaban “el
proceso”. Somos presa del pesimismo.
Las manifestaciones de ese pesimismo se expresan con dos frases por
demás elocuentes: “Me voy de aquí”, “todo el mundo está resignado”. La primera
afirmación se refiere a un hecho directamente constatable: todos los días nos
enteramos de alguien que decidió marcharse del país. La segunda no es más que
una percepción, posiblemente con mucho de proyección, que expresa pesimismo al
mismo tiempo que lo refuerza.
El pesimismo es la cara más visible, prácticamente tangible, de la
desesperanza. En Venezuela la desesperanza y su rostro, el pesimismo, no son
meros caprichos de los ciudadanos, tienen base en una cotidianidad cada vez más
cruel, indigna y peligrosa en la cual, por decir lo menos, el salario se
desvaloriza día tras día, y, por decir lo más, también día tras día aumenta la
probabilidad de morir asesinado; constatando el hecho de que entre la gente de
menos recursos ambas cosas son peores.
Tanto el pesimismo como la desesperanza constituyen un formidable
obstáculo para la construcción de un país mejor. Ni quienes detentan el poder
ni quienes aspiran a desplazarlos podrán hacer nada mientras seamos prisioneros
de esos dos poderosos factores. No hay duda de que el régimen en el poder es el
responsable fundamental de la aniquilación del futuro de los venezolanos, pero
esperar que rectifique sería una manifestación de disociación con la realidad.
No tiene sentido abundar sobre este asunto. En un país democrático, cuando un
gobierno lo ha hecho mal, lo usual es que el cambio de gobierno se convierta en
fuente de esperanza, y la oposición, en quienes la encarnan con sus propuestas.
Para eso es fundamental que quienes desde la oposición predican optimismo y
esperanza tengan un mensaje que llegue a los ciudadanos, para lo cual es
imprescindible que sean creíbles. La credibilidad es lo que puede hacerlos
convincentes.
Sin duda, la oposición venezolana, la de la MUD, se ha esmerado en
llegarle a la gente, ha tratado de hacerse creíble para convencer. ¿Lo ha
logrado? A medias. Ciertamente, un alto porcentaje de los probables votantes
manifiestan su disposición a votar por la oposición, pero la MUD no parece
haberse convertido en poderosa fuente de esperanza, de ser capaz de construir
un país significativamente mejor del que hoy todos sufrimos.
¿Por qué ocurre tal cosa? En buena medida por un discurso centrado, de
manera casi absoluta, en la noción de que ganar con una gran votación las
elecciones parlamentarias hará que prácticamente todo sufra un vuelco radicalmente
positivo. El problema es que este planteamiento parece cada vez menos realista
porque, consciente o inconscientemente, crece en la población la convicción de
que, por una parte, estamos ante un régimen que no da señales de tener una
mínima vocación democrática como para aceptar una derrota electoral, y, por
otra, no contamos con una oposición que haya dado señales convincentes de su
capacidad de lucha para que le reconozcan un triunfo en las urnas,
especialmente cuando no se cuenta con una separación de poderes que sirva de
defensa ante cualquier disparate del régimen.
En esta perspectiva, inexorablemente los llamados opositores a votar se
han tornado en llamados a “tener fe”, a creer contra toda esperanza, como le
exigió Dios al patriarca Abraham. Descansar en la fe ciega, y no en la
esperanza sustentada en hechos, es una receta para el desastre.
La oposición puede
corregir el rumbo siempre que tenga la disposición y el guáramo para hacerlo.
¿Tiene la voluntad? ¿Tiene la valentía? No lo sabemos, pero todavía está a
tiempo para demostrarlo,
Después de 83 años de vida, Teodoro Petkoff sigue en sus trece. Celebra de buena gana el Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria Periodística que le ha sido concedido por EL PAÍS, del que se enteró este jueves por la tarde en Caracas. Pero está seguro de que no podrá asistir a la ceremonia de entrega del galardón, el próximo 6 de mayo en la capital española -con todo y el nexo que siente con España, donde un tío suyo, Luben Petkoff, cayó luchando en las filas de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil de 1936-39-.
"Es que no le voy a pedir permiso a Diosdado Cabello para viajar", jura sin aspavientos, mientras hace referencia al poderoso presidente de la Asamblea Nacional, ex teniente del Ejército y número dos del chavismo en el poder.
Cabello, némesis de la prensa libre en Venezuela, demando por un pretexto nimio a Petkoff, director , y a todos los miembros de la Junta Directiva del diario Tal Cual, por presuntos delitos contra su honor. Y aunque el juicio prosigue lentamente -desde noviembre pasado el juzgado no hace ninguna diligencia, promovida su titular a un cargo del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)-, la magistrada que lleva el caso dictó contra Petkoff y sus socios del periódico un régimen de presentación semanal, con prohibición de salida del país.
A través de sus abogados, Petkoff podría solicitar a la corte un permiso especial para viajar a Madrid. Pero lo dicho: "No lo voy a hacer. Sería como legitimar la conculcación de mi derecho al libre tránsito que se me ha impuesto".
Así que no se le verá por Madrid. Sería el segundo ganador del Ortega y Gasset que no puede acudir a la entrega, después de la cubana Yoani Sanchez en 2008. Petkoff no sabe todavía a quién le va a pedir que recoja el premio. Lo único que tiene seguro es que él no irá. Menos ahora, que Cabello amenaza con presentar otra demanda por difamación no solo contra Tal Cual, sino contra el diario El Nacionalde Caracas y el agregador de noticias lapatilla.com.
Pero el ex ministro de Economía (1996-98, con el presidente Rafael Caldera) y ex comandante guerrillero (a comienzos de los años 60, como líder de la Juventud Comunista) se aferra a "un mexicanismo", dice, que lo acompañó en todas las mutaciones que experimentó: "No me voy a achicopalar". No en balde es el mismo hombre que no se dejó arredrar cuando el secretario general del Partido Comunista soviético, Leonid Brezhnev, desde Moscú lo excomulgó del marxismo mundial, o el militante de 31 años de edad que anudó una ristra de sábanas para descolgarse del séptimo piso del Hospital Militar de Caracas en 1963 y así escapar de sus custodios.
Hombre de acción y pensamiento, políglota, economista, le encuentra cierta gracia a que, a estas alturas de su tránsito vital, se le otorgue un reconocimiento por su ejercicio periodístico, al que solo le entró hace 17 años cuando el editor Miguel Ángel Capriles L. le ofreció la dirección del vespertino El Mundo. "No vacilé ni un instante", confiesa hoy Petkoff , atrincherado en los 70 metros de superficie de su modesto apartamento en Colinas de Bello Monte, una zona de clase media en el sureste de Caracas. Duró casi un año en el puesto. Con su garra característica, trasladada a través de sus titulares y editoriales, le dio respiración artificial al vespertino, que hasta entonces parecía morir de mengua; pero a la vez empezó a irritar al chavismo, recién llegado al poder. Hugo Chávez y su principal operador político, José Vicente Rangel, pidieron su cabeza.
Por eso, Petkoff se confiesa consciente de que "este premio no es para mí, sino para los 15 años de Tal Cual y para los muchachos que me ayudaron a hacerlo". Tal Cual fue la criatura que inventó tras su salida forzosa de El Mundo. Un diario que nacía con todos los astros en contra: precario apoyo financiero, una plantilla corta y joven, circulación vespertina y, vaya blasfemia, la intención de abrir todos los días la tapa del diario con un texto editorial, no informativo, del propio Petkoff. La fórmula funcionó: si bien siempre mantuvo un techo bajo en las cifras de tiraje, se convirtió en un medio muy influyente. A la vez, empezó a servir de vivero de nuevos talentos periodísticos que despuntaban en el rotativo y luego iban a dar a las redacciones de los diarios más grandes y encorsetados del mercado venezolano.
"Ese es un motivo de gran satisfacción", confiesa, "pues se consolidó durante 15 años un proyecto periodístico serio, que nadie se atrevería a decir que fuera un pasquín". El cerco que poco a poco le fue tendiendo el oficialismo -para el que Petkoff representa una suerte deBestia negra- a veces dio lugar a episodios desternillantes de burla a la censura. En 2007, por ejemplo, el organismo oficial de protección a la infancia multó con un equivalente de 20.000 dólares al diario, que poco antes había publicado una columna del humorista Laureano Márquez en el que este se dirigía a Rosinés, la hija menor del presidente Chávez. En ese trance, el carisma de la cabecera periodística y de su director suplieron lo que escaseaba por vía financiera: recaudaron el monto de la multa mediante una colecta pública, un logro sin precedentes en la industria editorial venezolana y que desde entonces tampoco se ha repetido.
Al final los personeros del chavismo consiguieron doblegar a Tal Cual y a Petkoff, pero solo a medias. El diario dejó de circular en marzo pasado: ahora pasa un proceso de reingeniería para, haciendo oportunidad de la crisis, transformarse en un semanario en línea, con nueva identidad gráfica y nuevos contenidos.
Teodoro -como es conocido por los venezolanos, sus bigotes y lentes convertidos en icono de la cultura popular-, por su parte, algo restringido por los achaques de la salud y, sin duda, por las interdicciones de la justicia, persevera. Asegura El Catire -rubio en castellano criollo de Venezuela-, hijo de una pareja de inmigrantes del Este de Europa -ingeniero búlgaro, el padre; médico polaca, la madre-, que estará presente en la venidera campaña para las elecciones parlamentarias, unos comicios en los que la autodenominada revolución bolivariana se juega su continuidad.
"No voy a ser candidato a nada, pero ayudaré en la medida de mis posibilidades a los amigos que se lancen", dice, y luego suelta una frase que sonará como una amenaza para sus adversarios, y como una ráfaga de esperanza para quienes le veneran: "Yo no puedo dejar de ser lo que soy".
“Venimos
de la noche y hacia la noche vamos”: Con este verso, el poeta
de Canoabo, Vicente Gerbasi, marcó una nueva etapa en el desarrollo de las
letras y el país; acta bautismal de lo que por comodidad podemos denominar
nuestra modernidad literaria y, porque no, política.
Me
voy a permitir una licencia: utilizar esta primera estrofa del extenso poema
“Mi padre el inmigrante” para caracterizar la situación económica y política
que confrontamos los venezolanos. Me parece que esta metáfora expresa con
propiedad las vicisitudes públicas y privadas que acogotan nuestra vida
ciudadana.
“De
la noche venimos”. Ya en el año 1998 especialistas alertaban sobre el proceso
de empobrecimiento que se estaba incubando en el país. Para ese año se
requerían dos salarios mínimos para cubrir lo más elemental de las necesidades
de la población. 17 años después y teniendo en medio de esta década y media una colosal renta
petrolera debido a los altos precios del crudo, siguen siendo este tema
prioritario y aún por enfrentarse y resolverse. Un estudio llevado a cabo en forma conjunta por la UCAB, UCV y la USB,
por ejemplo, demuestra que la crisis económica que consume a la nación golpeó
con mayor intensidad a los sectores más vulnerables del país e hizo que los hogares en condición de pobreza por ingreso llegaran a 48,4%. Este estudio
encontró que 1,7 millones de hogares se encuentran en condición de pobreza
extrema. Se estima que debido a la caída de los precios del petróleo la crisis
económica se agravará con la circunstancia que la inflación pudiera superar el
100%.
En nuestro estado Carabobo la situación es
dramática. Aprecian los líderes empresariales de la región, “que la falta de materias primas, escasez de
repuestos y ausencia de leyes que incentiven la producción están llevando al
sector manufacturero de Carabobo al precipicio”. La industria automotriz y de
auto partes trabaja a 10% de su capacidad instalada. La dificultad para
conseguir materias primas y las demoras para adquirir divisas está llevando a
la quiebra a este sector del parque industrial de Carabobo. Sin lugar a dudas,
“hacia la noche vamos”.
Esta precariedad de la situación
económica y social está siendo percibida
por la población. Lo estudios de opinión así lo revelan. Por ejemplo, la encuesta Tracking de la coyuntura
Venezuela Febrero/2015 de DatinCoorp reporta que un estimado de 49,25% de los
venezolanos califica como pésima la situación actual del país. Por su parte,
los estudios de opinión pública de Alfredo Keller y Asociados correspondientes
al primer trimestre de este año, reportan que para el 79% de los encuestados el
ambiente del país va de regular hacia mal o muy mal.
No es sorprendente, entonces, que el
apoyo al chavismo se encuentre altamente disminuido. Diversos estudios de
opinión reportan que la intención de votos de la oposición se ubica en el
59,5%&, mientras que la del oficialismo se sitúa en el 22,5%. Sin lugar a
dudas, la oposición se encuentra en su mejor momento. Las parlamentarias es la
oportunidad de capitalizar este gran potencial electoral.
Ojo, las condiciones descritas por sí
solas no garantizan la construcción de identidades y conductas políticas y
electorales. Se hace necesario, desde luego, el accionar político apropiado.
Hay que tener cuidado, entre otros temas, con las actitudes triunfalistas y la
intención de plebiscitar esta contienda electoral. Las parlamentarias no es una
elección nacional. Sus temas no son homogéneos. El éxito político y electoral
de estas elecciones residirá en que el elector asuma que votará por la persona
que representa su región y que será el portador de sus problemas. Igualmente,
es necesario combatir el uso de “razones” y sustituirlas por “emociones”. Emocionar para
convencer. Sin la menor duda, la
política ahora es así.
Hace pocos
días el alcalde Miguel Cocchiola alertaba acerca de la paralización de las
grandes ensambladoras de autos radicadas en la Zona Industrial de
Valencia, lo que acarrea - entre otras calamidades - la pérdida de empleos, la
caída en la recaudación del municipio y la estabilidad del mercado automotriz
en todo el país; en tanto que al referirse al “Reimpulso Industrial del estado
Carabobo”, el gobernador Francisco Ameliach indicaba la necesidad de
lograr que la capacidad instalada que se encuentra en la entidad, se ponga al
100 por ciento. Sin embargo, tanto el alcalde de nuestra ciudad, como el
gobernador de nuestro estado deben saber que TODA VENEZUELA vive una crisis
profunda que no se deriva exclusivamente de las políticas económicas
desacertadas sino de una conducción gubernamental y concepción ideológica
errada.
Se trata de
una crisis causada simultáneamente por el deterioro de instituciones públicas,
las cuales ahora funcionan peor o son expresamente transformadas en organismos
inoperantes, en tanto el régimen se empeña en imponer el llamado “Socialismo
del Siglo XXI”, un arcaico y fracasado sistema, nociva copia tanto en el
plano económico como en las aspiraciones políticas, de aquel socialismo
real o marxista, parapeto decimonónico que se empeñan en resucitar.
¿Cómo hablar
de “reimpulso” cuando basta un simple –o deprimente - paseo por lo que va
quedando de aquella Zona Industrial modelo para América Latina, para
percatarnos que se trata de una zona industrial fantasma?
Anotaba Kierkegaard que la vida sólo se comprende mirando hacia atrás pero
que debe vivirse hacia delante. La traslación de esta sentencia filosófica nos
indica que no podemos plantearnos con rigor cuál va a ser el futuro
de la ciudad si no comprendemos, previamente, cuál ha sido su influencia
en la evolución histórica, política, social y económica del país; entonces nos
preguntamos: ¿Que nos queda de 1951, momento en el cual nuestro
terruño se empeñará en llevar adelante el proceso de industrialización
sustitutiva de importaciones, con el apoyo, más adelante, de un proactivo
Concejo Municipal que dictó una resolución en la cual se ofrecían terrenos y
exoneraciones de la patente de industria y comercio por un número de años a las
industrias que se establecieron en Valencia? ¿Que nos queda de la política
municipal de incentivos perfeccionados en 1959 y en 1962 con la creación de
FUNVAL, y que llevaron al establecimiento de las zonas industriales municipales
norte y sur para las grandes empresas y el Parque Industrial ubicado en el
sector la Florida, para el uso de la pequeña y mediana industria?.
De acuerdo a
la última encuesta de la industria que realizó el Instituto Nacional de
Estadística en 2007, se contaron 947 empresas manufactureras, de las 1.687 que
había en 1998, una disminución de 44% sólo en Carabobo. La industria en
Carabobo genera 177 mil 537 empleos, indica un informe de la CIEC. Esto es 20%
de la mano de obra manufacturera del país.
Recordemos,
entonces, que las relaciones sociales en democracia se establecen de acuerdo a
mecanismos contractuales. Valencia merece un nuevo Contrato Social, tal como el
que se idealizó en 1958, y se cristalizó más adelante con los acuerdos tácitos
entre los emprendedores y visionarios industriales, la renaciente y autónoma
Universidad de Carabobo, que abrió sobre la marcha las carreras de
Ingeniería Industrial y Relaciones Industriales y el verdaderamente demócrata
gobierno de aquel noble e histórico momento.
En la medida
en que vivimos una crisis de confianza, el nuevo contrato debe comenzar
precisamente restableciéndola. Valencia es la herencia y patrimonio que
debemos desarrollar sin hipotecar su futuro, y es nuestra responsabilidad- por
respeto a nuestros antecesores- hacer cuanto esté a nuestro alcance para
preservarla para las futuras generaciones.
Como he dicho muchas veces en mis artículos,
el alcalde es el gobernante que está más cerca al ciudadano. Nuestros problemas
cotidianos se desenvuelven en el entorno del municipio donde vivimos, donde
trabajamos, donde jugamos, donde soñamos. Es ese entorno, el del municipio, el
que debemos cuidar, proteger y enriquecer en la medida de nuestras
posibilidades. De ahí la gran importancia que tienen tanto la figura del
alcalde como la de los miembros de los Consejos Municipales que acompañan su
gestión.
En artículos anteriores me he referido al rol
de los alcaldes en asuntos aparentemente tan baladíes como el rayado de las
calles, la disposición de la basura en contenedores para el reciclaje, o los
procesos burocráticos para la obtención de documentos. En esta ocasión quiero
referirme a otros temas, que parecen un tanto tontos, pero que pueden alterar
-para bien o para mal- la vida del ciudadano.
En primer lugar, me referiré al ruido que se
produce en ciudades y pueblos. Ruido proveniente principalmente -pero no
siempre- de las llamadas "cornetas" de los autos y motos. A esos
dispositivos en España se les llama "el claxon" (según la RAE,
"bocina eléctrica"); su uso, en Venezuela es realmente un abuso. Por
cualquier motivo los conductores se sienten con razón para sonarlo y entre más
potente y más seguido, pues mejor. Si un conductor que está primero en la fila
frente a un semáforo y se demora un microsegundo en arrancar al tener la luz
verde, pues de inmediato empiezan las pitas de los autos que están detrás a sonar
insistentemente. Si un peatón se atraviesa, igual. Y no digamos si otro
conductor se aprovecha de un pequeño espacio frente a otro y lo
"pilonea". Las cornetas, entonces, suenan a reventar.
Recordamos (con nostalgia) los tiempos del
gobierno de Pérez Jiménez. Desde luego no estamos hablando de nostalgia por su
dictadura ni por sus tropelías. Nos referimos a que en esa época, ya largo
tiempo desaparecida, estaba prohibido el uso de este aditamento del automóvil.
En Caracas, donde viví varios años, era rarísimo oír el sonido de una corneta;
tan solo cuando un automóvil llevaba a un herido o enfermo -generalmente los
pasajeros eran mujeres a punto de parir- se oía, insistentemente el sonar el
claxon. Y todos los vehículos, inteligentemente, caballerosamente diría yo, le
cedían el paso pues entendían que el conductor del vehículo no era un simple
abusador sino que tenía una importante misión que cumplir, que generalmente era
llegar cuanto antes al hospital. ¡Qué tiempos aquellos!
Cuan diferente la situación hoy en día.
Ignoramos si existe en las ordenanzas contra ruidos molestos algo relativos a
las cornetas de los carros, pero desde luego, si es que existe, no se cumple.
En un tiempo trabajé en una oficina, situado cerca de un transitado semáforo en
Valencia. El sonido de las cornetas de los automóviles era incesante, todo el
día. Pero al acercarse la hora pico, alrededor de la cinco de la tarde, la
algarabía era absolutamente insoportable. Y recientemente comprobé que, día
tras día, mes tras mes y año tras año, todo sigue igual.
Señores alcaldes: ¡prohíban el uso
indiscriminado de este instrumento de tortura en que se ha convertido la bocina
eléctrica de los automóviles!
Otra fuente importante de ruidos molestos es
la de los vendedores callejeros de CDs de música. Se instalan en cualquier
calle o esquina, montan unos gigantescos altavoces y para terminar, empiezan a
tocar todos los ritmos populares habidos y por haber. Desde luego, no sabemos
si tienen derecho a vender sus productos (generalmente copias ilegales) y mucho
menos si tienen el derecho a fastidiar a quien no quiere oír sus estridencias.
Lo cierto es que, quieras o no, te los tienes que "calar", pues nunca
he visto autoridad alguna que les llame la atención. Y entre más duro suenan sus
altavoces (cornetas también se les llama en Venezuela), pues mejor.
Y que podremos decir de un tranquilo día en la
playa, con carros que están dotados de potentísimos equipos de sonido, que se
instalan donde les da la gana y que nos atormentan día y noche, haciendo de
nuestro intento por escapar del ruido cotidiano de la ciudad algo imposible. La
música en alto volumen, a veces tres o cuatro a la vez, cada quien con su
ritmo, es lo que uno encuentra en muchas playas de Venezuela. Y si usted,
amablemente, le pide que bajen el volumen, lo miran como un bicho raro que no
aprecia debidamente su gusto por la música de alto calibre. Y desde luego,
pocas veces le hacen caso.
Y desde luego, no entraré a detallar otros
ruidos que nos alteran a veces noches enteras, como son las "fiestas
familiares" o las reuniones en los clubes. Viví en una ocasión cerca de
uno de esos lugares donde los sindicatos realizan sus reuniones los fines de
semana. A partir del viernes por la noche y -desde luego los sábados-, hasta
altas horas de la madrugada, era absolutamente imposible dormir:
la música que a todo volumen y sin ninguna contemplación emitían (y siguen
emitiendo) tanto esos lugares de reunión como las "fiesticas
particulares" es algo que debe ser tomado en cuenta por las alcaldías.
Por último me referiré a los autobuses,
algunos de los cuales son auténticas minitecas ambulantes. Y no se le ocurra
pedirle al conductor que le baje el volumen. La respuesta, por lo general, es
subirlo aún más. El conductor de un colectivo no ha entendido -nadie parece que
se lo haya señalado- que su servicio es un servicio público y que, entre otras
cosas, debe atender las quejas de los pasajeros. Hay que educar a los
conductores, es preciso crear una escuela donde se les enseñe a manejar. Pero
eso ya será material para otro artículo.
Todos estos problemas pareciera que no hay
mayor interés oficial en ser resueltos. Sin embargo, en los países que
generalmente pensamos como "desarrollados", o de primer mundo, todas
estas molestias al ciudadano han sido sabiamente erradicadas. Por ejemplo,
recuerdo en mis vivencias en los Estados Unidos, la llegada "puntual"
de la policía local del pueblo donde estudiaba, cuando después de las 11 de la
noche teníamos una fiesta entre amigos, con música un poco subida de volumen.
En España, si bien no está prohibido el uso del claxon, este se utiliza muy
raramente, sólo en casos en que la impaciencia de conductores que creen que
emitiendo esos molestos sonidos puede hacer que la cola avance. Las
"fiestas particulares" desde luego existen, pero los que se divierten
tienen muy en cuenta que a partir de cierta hora no se puede ni se debe
molestar a los vecinos.
En fin, si bien no se puede cambiar la cultura
popular de un país de la noche a la mañana si se puede iniciar un período de
mejoras en la vida ciudadana. Y no puedo pensar en nada más fácil (no le cuesta
dinero al municipio, solo se requiere voluntad) y útil que prohibir los ruidos
molestos, comenzando con el uso indebido del claxon y la limitación de horarios
para las fiestas.
¡Qué fácil sería mejorar la vida ciudadana si
nuestros alcaldes y concejales tuvieran mayor conciencia! Esto comenzaría a
llevarnos a ese ansiado "primer mundo" sin tener que gastar ni un
centavo; además, el ruido no tiene ideología, no es de izquierda ni de
derechas.
Bien amigos lectores, hoy es Domingo de Resurrección o Domingo de Gloria. Sin duda alguna, este día constituye la fiesta central del cristianismo en la que se conmemora, de acuerdo con los evangelios, la resurrección de Jesús al tercer día después de haber sido crucificado.
Voy a tomar esta idea de resurrección y aplicarla al ámbito de lo político. En cierta forma esta actividad ha venido agonizando a lo largo de las últimas tres décadas. Es posible, entonces, sostener que en ese período se debilitó la identificación de los “espectadores representados” con los “actores representantes”. Desde luego, esta escasa correspondencia entre ambas categorías cuenta como causa por la pérdida de credibilidad de la metáfora representativa.
Un efecto directo de este “vaciamiento de legitimidad” ha sido el desgaste de las prácticas políticas consensuadas, la glorificación del conflicto y la producción de conductas alejadas de las formas políticas convencionales.
El oficialismo, por ejemplo, ha impuesto – a lo largo de estos tres lustros- un relato político que cancela la política y la ha sustituido por una práctica belicista donde el oponente es visto no como adversario, sino como enemigo. En un cierto sentido, han asimilado el Estado a lo político y, en esa conversión, han excluido la variante sociedad. Han pretendido, sin éxito, conformar una unidad política sin fisuras y, de esta forma, tener capacidad para determinar quienes son “amigos” y “enemigos”.
Afortunadamente este relato muestra síntomas irreversibles de agotamiento. Los resultados electorales, por mencionar una instancia, indican que esta práctica está llegando a su fin. En consecuencia, parece que es el momento apropiado de resucitar las formas liberales de hacer política. ¿Qué se quiere decir con esta expresión? Bien, es sencilla la respuesta: no caer en la trampa de la polarización y ensayar nuevas vías de participación. En otras palabras, hay que ir al encuentro de los problemas de la ciudadanía y formular las respectivas respuestas políticas.
La venidera elección parlamentaria es una oportunidad para implementar estrategias desporalizantes. Para ello, es imperativo que los candidatos se articulen a sus regiones y sus relatos expresen la diversidad política y cultural de su entorno. En otras palabras, hablar a la gente, a toda la gente.
Desde luego, son diversas las tareas que se imponen en estas próximas elecciones. Me voy a permitir señalar dos. Primero, hay ir al encuentro del pueblo chavista. Salir del círculo oposicionista y hablar en un lenguaje que exprese los problemas reales de la población y que interpele a la totalidad de los electores. Segundo, salir al paso a las prácticas centralizadoras que aún tienen vigencia en las agrupaciones oposicionistas. Las parlamentarias no deben adquirir el carácter de un plebiscito. Esta contienda no es nacional en el sentido que sus temas serían homogéneos para todo el país. Al contrario. Hay que federalizarlas. Hacer entender al elector que votará por la persona que representará su región y enfrentará los problemas de su entorno.
En cierto sentido, llevar a cabo estas tareas implica iniciar el proceso de resurrección de la política. En otras palabras, hay que dotar a esta actividad de un nuevo de contenido y significado para los electores. No hay que olvidar que la pasada elección mostró que la polarización social ya no se expresa en la política. Es necesario, entonces, profundizar esta tendencia; romper con las prácticas responsables del empobrecimiento que ha sufrido la contienda política en el país.
Domingo de Resurrección fin de la Semana Santa e inicio de un nuevo ciclo de vida. Hago voto para que logremos la resurrección de la actividad pública. Sin dudas, la política ahora es así.
La
transición es tema urgente y de política práctica. Urgente porque Maduro,
ahogado en su nivel de incompetencia, no logra sacar al país del atolladero
donde sus políticas lo han metido. Práctico, porque expresa lo que desea una
novedosa mayoría que suma a opositores y seguidores del gobierno.
La fuerza
de la transición consiste en ser la última carta de la sociedad para impedir
que el Estado arruine al país. En algún punto de nuestra involución, la cúpula
oficialista se topará con la disyuntiva de rehacer su modelo o arriesgarse a
ser desplazada, total o parcialmente, por una incontenible presión social.
La
transición es segura, aunque ahora sepamos poco acerca de su intensidad, su
ritmo o su modalidad. Las fuerzas conservadoras en el poder y los integrantes
de la nueva clase de los boliburgueses no van a recorrer voluntariamente ni
medio centímetro en dirección a una transición que reduzca o ponga fin a sus
privilegios.
El alto
gobierno le huye a la transición. Sus últimos movimientos indican que prefiere
chocar con sus bases populares y perder su apoyo, antes que recortar su
hegemonía o adoptar cambios en el modelo. Se resisten a retornar a la
democracia y aceptar tanto mercado como sea necesario. Pero en el seno del
oficialismo puede haber sorpresas, porque hay quienes están leyendo con
realismo el descontento que amenaza con barrerlos.
La
oposición requiere formular ya una propuesta de transición pacífica,
democrática y progresista, Su presentación unitaria es punto central en la ruta
para transformarse en alternativa capaz de albergar a la nueva mayoría plural
que refuta radicalmente el modelo de socialismo autoritario.
Lamentablemente
en la oposición persisten residuos de la polarización que el oficialismo logró
acuñar en la sociedad. Visiones que, nutridas por una comprensible
desesperación y que terminan alimentando la desesperanza, reponen la
polarización absoluta al ofrecer la transición como un choque de trenes.
Algunos
dirigentes fantasiosos buscan mejorar su presencia en el parlamento mientras
administran discursos que oponen la calle a los votos. Hay que rebatir sus
afirmaciones con una ofensiva de ideas, porque no sólo crean desánimo y
desconcierto en nuestras filas sino que bloquean la convivencia con quienes
vienen del oficialismo.
En la
práctica cumplen el papel de opositores de la oposición, en vez de elevar sus
aportes para que la MUD, y los partidos que la integran, acometan el viraje que
les permita crecer del descontento, integrar las motivaciones e ideales que
portan los que ya no pueden mantenerse en el oficialismo y proponer un rumbo
que le de sentido de país a una experiencia de convivencia entre personas que
han sostenido proyectos políticos rivales.
Es
impostergable que la MUD, el núcleo principal de la oposición realmente
existente, presente su agenda sobre la transición. Finalizar la pesadilla
requiere ideas de país en las cuales confiar y muchas iniciativas que
prefiguren la Venezuela que está por venir.
Con mucha fanfarria, acaba de concluir un ciclo más de la declaración de impuestos (ISLR) ante el SENIAT. Ese organismo, por boca de su presidente José David Cabello, asegura que se ha cumplido la meta al 153% a la vez que se amenaza a quienes no hayan declarado o hayan defraudado al estado con penas de multas o incluso prisión. Hasta aquí todo bien, es encomiable que el estado conmine a personas y empresas para que aporten su grano de arena al bienestar nacional; también deben ser castigados quienes no cumplan con las obligaciones fiscales.
El tema que me trae hoy a este escrito es el escaso conocimiento del ciudadano (o empresario) del destino de esos recursos, y de sus derechos como contribuyentes. En principio, el presupuesto nacional es financiado con los recursos recaudados. Los técnicos realizan estimaciones, el SENIAT mantiene durante meses una campaña de concienciación, muy loable por cierto, y así se obtiene finalmente, el 1 de abril de cada año una cifra de dinero muy importante. Según datos oficiales, los ingresos no petroleros representan el 69,8% (Bs. 517.455 millones), constituidos principalmente por los tributos internos generados por la actividad productiva Desde luego, esto incluye el ISLR, el IVA y los demás impuestos, incluidos los aduaneros.
¿Qué se hace con esa inmensa masa de dinero? Pues financiar los gastos del Estado. Y esos gastos incluyen, desde luego, los sueldos de todos los funcionarios, desde el presidente hasta el último obrero pasando por ministros, presidentes de institutos autónomos y un largo etcétera. E incluye, naturalmente, los sueldos y otros beneficios que perciben los alcaldes que son, según nuestro criterio, los que más directamente afectan nuestra vida diaria. Lamentablemente, la noción de ser “contribuyente”, es decir “contribuir a los gastos del estado”, no forma parte de la cultura del venezolano. Incluso, el pago del IVA (Impuesto al Valor Agregado), que nos afecta en cada compra, no es percibido por el ciudadano como un dinero con el que se pagan los sueldos y salarios de los funcionarios además de costear todo tipo de obras, bienes o servicios.
Por el contrario, en otros países, la noción de ser contribuyente, las obligaciones que ello crea y los deberes que le generan al estado, están claramente definidas y le dan el derecho al ciudadano de conocer en detalle en que se gasta hasta el último céntimo. Es decir, la transparencia fiscal existe, es real y ello facilita reclamos o demandas en casos de corrupción.
En España, por ejemplo, se ha promulgado recientemente la Ley de Transparencia que está siendo aplicada a todos los organismos del Estado, con algunas excepciones (Ministerio de la Defensa y otros). Hasta tal punto que hasta la institución de la monarquía (que hasta hace poco era completamente opaca) también se ha visto obligada a publicar sus ingresos y egresos; todos los gastos que se originan para el mantenimiento de la familia real, sus sueldos, los de sus ayudantes, su servidumbre, en fin, todo lo que se consume está publicado en la página web de la corona. Esto ha permitido, por ejemplo, saber al céntimo cuanto ganan tanto el presidente Mariano Rajoy como sus ministros, cuanto perciben los presidentes de las comunidades autónomas, etc., etc. Con lo cual, sabido esto, es muy difícil enriquecerse en forma ostensible, sin que algún organismo lo detecte (Ministerio de Hacienda, por ejemplo). O pero aún, se conocen abusos, tal como lo señala el diario El País, al publicar que el ministro Jorge Moragas percibe 113.000 euros mientras que Rajoy sólo 78.185. Según señala el artículo 12 de la Ley de Transparencia, “todas las personas tienen derecho a acceder a la información pública”. ¿Sabremos algún día cuanto ganan nuestros funcionarios venezolanos?
En los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, la “revolución libertaria” de las colonias americanas tuvo lugar, entre otras razones, como consecuencia del cobro de impuestos (azúcar, tabaco y timbres fiscales) en episodios donde los colonos exclamaban “no hay tributación sin representación” (no taxation without representation). Para ese entonces, a mediados del siglo XVIII, ya el pueblo de las trece “colonias” estaba claro en que los tributos generan, por parte del estado, obligaciones y una de ellas, tal vez para ese momento la más importante, era la de tener representantes en la toma de decisiones del gobierno central (Inglaterra).
Todo esto nos lleva a pensar que al no tener esa conciencia clara de los derechos y deberes que se generan a partir del cobro de tributos (que debería ser impartida en escuelas y universidades) los ciudadanos venezolanos, al no estar informados, no exigen ni protestan cuando perciben que sus impuestos no están siendo utilizados adecuadamente. La cultura de lo que hemos llamado “el pataleo” (la protesta) es escasa y debe ser estimulada. Desde luego sin caer en lo que el gran Francisco de Miranda calificó de “bochinche, bochinche”.
Lo que Venezuela necesita (además de un estado de derecho) es un “estado de transparencia”, donde el ciudadano pueda quejarse cuando un servicio es deficiente o cuando perciba que el destino de sus impuestos en vez de convertirse en mejor educación o mejor sistema de salud o mejor seguridad ciudadana van a parar al bolsillo de los pillos que aprovechan amistades y contactos para tomar su tajada de nuestros aportes. Es un deber ciudadano exigir transparencia y reclamar cuando ello sea preciso.
En especial, ya que los sueldos de todos los funcionarios los pagamos entre todos, usted y yo, debemos exigirles a los gobernantes, con firmeza y seriedad, el cumplimiento de sus deberes. Señores funcionarios (presidente, ministros, diputados, alcaldes, concejales, etc., etc.): ¡ustedes son nuestros empleados! ¡Trabajen para nosotros, a quienes deben sus sueldos!