domingo, 21 de julio de 2013

Editorial

La oposición levanta el vuelo

Recientemente, varios articulistas de opinión han manifestado críticas a la dirección política de la oposición; y por otra parte, distintos forjadores de opinión le han salido al paso a esos señalamientos y, en algunos casos sus argumentos han sido intolerantes contra el ejercicio crítico en relación al liderazgo de Henrique Capriles.

Aclaremos nuestra posición: en el Observatorio, por su naturaleza, observamos y hacemos públicas nuestras reflexiones sobre el acontecer nacional. Pero no somos críticos per se, ni apostamos a agendas ocultas. Tratamos los temas según nos aconseja nuestra visión y nuestra conciencia. Los liderazgos no son perfectos; la lucha política se construye mediante encuentros y desencuentros. En ambos casos, la crítica es un vital instrumento de orientación.

No esperamos ni deseamos que se produzcan movilizaciones populares como las de la plaza Tahir, en Egipto, la de Taksim en Turquía o las de Brasil en varias ciudades. En fin, no apostamos a la violencia ni a soluciones de fuerza. A lo que si apostamos es a la necesidad de que la dirección política de la oposición haga suyas y acompañe a las diversas protestas sociales que se han venido manifestando en el país. Por ejemplo, llama la atención que una huelga de tanta trascendencia como lo es la universitaria, que ha durado más de dos meses, no haya contado con la solidaridad activa y con demostraciones clarísimas de apoyo político de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática), mas allá de las declaraciones de prensa. 

Creemos que Capriles continuará "inflándose" en la medida en que personifique y sea el rostro visible de las protestas populares. Actualmente, su persona es un rostro electoral, tal vez el más importante del país. Pero es necesario que también lo sea en lo político y en lo popular. 

Creemos firmemente que a la oposición le hace falta un nuevo relato político. Federalizar el discurso es una de las opciones plausibles que no ha sido utilizada por la direcciones regionales ni nacionales por razones que no terminamos de entender. 

El discurso federalista debe ser asumido cuanto antes, pues la crisis del país se profundiza y se acelera día a día. Ese es uno de nuestros aportes.

La grandeza de la sencillez



La Universidad de Carabobo, la Embajada de Sudáfrica, el Centro Cultural Eladio Alemán Sucre y este Observatorio han conjugado sus esfuerzos con el propósito de organizar una muestra de artes visuales para conmemorar los 25 años del conferimiento del doctorado Honoris Causa al lider sudáfricano Nelson Mandela.


A finales de la década de los 80 del siglo XX se inició una campaña global patrocinada por las Naciones Unidas para denunciar el régimen apartheid y solicitar la liberación del líder sudafricano que permanecía en confinamiento en la prisión de Robben Island. 

El estado venezolano se unió a esta campaña y su  presidente, Carlos Andrés Pérez, sensatamente, buscó el asesoramiento de las universidades autónomas. La de Carabobo respondió a ese requerimiento iniciándose así los trámites, bajo la rectoría del profesor Gustavo Hidalgo, para el otorgamiento de la máxima distinción académica: el doctorado Honoris Causa.

El acto se llevó a cabo en el Teatro Municipal de Valencia el 30 de junio de 1988, imponiéndose la medalla y entregando el correspondiente diploma al señor Bernard Magubane, amigo muy cercano de Mandela y quien, posteriormente, fue ministro durante su presidencia. El 2 de febrero de 1990 Mandela fue liberado.

Del 22 de julio al 6 de agosto de 1991 Mandela realizó una gira por Europa, el Caribe y América del Sur, visitando España, Cuba, Venezuela, México y Brasil.

El domingo 28 de julio, a las 9 y media de la mañana llegó, acompañado de su esposa y del presidente de la república, Carlos Andrés Pérez, al aeropuerto de Valencia.

Rendidos los honores como jefe de Estado se dio inicio al cumplimiento de una apretada agenda que se desarrolló por espacio de nueve horas: en el teatro Municipal se le entregó la distinción como miembro Honoris Causa del Claustro; se celebró un almuerzo en su honor; hubo reuniones con profesores, un acto en la Asamblea Legislativa del estado Carabobo y un encuentro con el pueblo en la Plaza Bolívar; finalmente, su despedida en el aeropuerto de Valencia.

En esta ocasión rendimos homenaje, en el crepúsculo de su vida, a este extraordinario líder,  ejemplo de dignidad, sencillez, grandeza e inteligencia.

¡Mandela vive en nuestros corazones!

Coffee & Politics: un encuentro de intelectuales amigos



El Observatorio está promoviendo un espacio novedoso para el encuentro y la reflexión sobre temas de interés nacional y global. Esta iniciativa encuentra su inspiración en eventos del mismo tipo que se llevan a cabo en Europa (Beer & Politics) y Canadá (Coffee, Policy & Politics). Creemos que esta será una alternativa original que permitirá, en un ambiente informal, discutir grandes temas.

El diseño de este espacio es para grupos de pequeño tamaño (15 personas como máximo), con previa invitación. En cada ocasión se convocará a un especialista con el perfil apropiado al tema a ser tratado. Una vez al mes o cuando las circunstancias así lo ameriten.

En  esta oportunidad, Coffe & Politics se llevará a cabo en la pastelería Il Dolce, en el CC El Añil.


domingo, 14 de julio de 2013

¿La oposición se desinfla?


Nelson Acosta Espinoza

Alfredo Meza, en un artículo publicado el 12 de los corrientes en el diario El País (España) sentencia que tres meses después de las elecciones, Henrique Capriles Radonski, ha perdido fuelle. Pareciera, advierte el articulista, que no ha podido o sabido aprovechar diligentemente el capital político obtenido en los comicios celebrados el pasado 14 de Abril. En otro escenario, esta conclusión fue compartida parcialmente por analistas y expertos en comunicación política en una reciente reunión promovida por el Observatorio Venezolano de las Autonomías Políticas (OVA). Igualmente, en encuentros organizados a raíz del conflicto universitario, se elevaron quejas en relación a la manera como Capriles abordó esta lucha. A juicio de algunos dirigentes, su solidaridad con este movimiento fue tibia y, quizás, ahí radique el porque de la pobre movilización que suscitó esta disputa entre los partidarios del candidato y la “pereza” de la MUD en acompañar a las marchas que se llevaron a cabo en apoyo a esta huelga.

Los cierto es que la crisis de la educación superior en el país se mantiene. Va a permanecer, al igual que persistirá la inflación, la nueva devaluación, las calles rotas, la fallas en el suministro de la energía eléctrica, la inseguridad, la insuficiencia de recursos básicos y la pobreza que atrapa en sus redes a la mayoría de la población. En paralelo, el gobierno del presidente Maduro intenta pasar inadvertido: gana tiempo, y trata de recuperar confianza y apoyo entre los partidarios del difunto presidente Chávez. Por su lado, los de la oposición están siendo penetrados por sentimientos de desánimo que predican que lo real es siempre mejor que lo posible. En fin, la filosofía de ¡es lo que hay!

Lo señalado anteriormente puede parecer contradictorio. El amigo lector podría preguntarse ¿cómo es eso que la oposición no avanza política y electoralmente? ¿No se encuentra el país en una situación deplorable en el ámbito económico y social? ¿Acaso esta situación no constituye terreno favorable para sus propuestas? ¿El triunfo de Chávez no ejemplifica lo acertado de la tesis que reivindica el papel de las condiciones objetivas? ¿Su éxito electoral y político no se construyó sobre la crisis económica y social de inicios de la década de los noventa?

¿Cuál autonomía?



Miguel A. Megias

Recientemente llegó a mis manos (mejor dicho, a mi disco duro) un interesante documento, amplio y bien documentado sobre el concepto de la autonomía universitaria, su evolución –o su regresión- que, según supongo contendrá un capítulo final sobre el futuro.

Este tema me ha interesado por varias razones. Una de ellas es que mi carrera la estudié en una universidad norteamericana. En cinco años de pregrado y dos de postgrado nunca oí el término “autonomía” (autonomous university); nunca participé en grupos de discusión sobre la inviolabilidad del recinto -porque sencillamente no existía esa discusión ni esos hechos. Ni se me ocurrió cuestionar, ni una sola vez, la autonomía en las materias que se estudiaban o se investigaban. Nada de eso era objeto de atención por el simple hecho de que la autonomía académica estaba sobrentendía. ¿Es imaginable una universidad, (Harvard, Yale, Stanford, etc.), sin libertad académica?

Más bien, mis recuerdos me llevan a otras luchas sociales: el primer negro (ahora en los EEUU y otras partes se les llama afrodescendientes como si llamarlos por el color de su piel fuera pecado) a quien se le permitió estudiar en la universidad de “blancos”; o el derecho a consumir marihuana; o la asistencia a una marcha en contra de la guerra de Vietnam; o los derechos de la mujer; y tantos otros. Asuntos estos, todos, que no encuadran en absoluto en el medio de cualquier universidad latinoamericana.

Por todo esto –y por otras razones que no explico aquí- cuando me incorporé como profesor docente al claustro universitario (este término tampoco he podido digerirlo, pues claustro tiene, para mi, la connotación de un convento o monasterio, el patio de reunión de los monjes), muy poco me interesé por las “luchas universitarias”. Mi principal ocupación, durante muchos años, fue leer, estudiar, mejorar mis clases, investigar, buscar aplicaciones prácticas a mi conocimiento, etc. En otras palabras: era un docente (aunque mis clases no fueran tan buenas), con vocación de investigación. Así transcurrió buena parte de mi carrera universitaria. Las disrupciones que ocurrieron –por ejemplo, la llamada renovación académica, el coletazo del mayo francés- me encontró tomando fotos a los estudiantes y profesores, teniendo más vacaciones de la cuenta, y, a veces, fastidiado porque mis trabajos de investigación habían sido interrumpidos a mi pesar.

¿Era el mio un caso atípico? Pues creo que no, pues según recuerdo, muy pocos profesores participaban en esas “luchas”. Más bien participé en muchas aqsambleas –esas si me gustaban y las disfrutaba- donde algunos profesores “políticos” nos hablaban de lo malo que era el gobierno, de cómo nuestros sueldos eran miserables, etc. Mas o menos lo mismo de ahora, en pleno siglo XXI, pero con menor violencia.

Así pues, el concepto de autonomía nunca pareció formar parte de mi actividad inmediata: daba mis clases según mejor me parecía, investigaba los temas que me lucian interesantes sin que ni el departamento ni la facultad ni las autoridades y mucho menos el gobierno se metieran en mis curiosidades. Plena autonomía académica, pues. En cuanto al recinto, de vez en cuando se metía la policía en el campus, algunos revoltosos quemaban cauchos –y camiones y autobuses también- lo que siempre me pareció una salvajada y al poco tiempo salían en la prensa grandes titulares de autoridades y estudiantes denunciando la “violación” de la autonomía. Pura cháchara, pues no pasaba de ser intentos de corta duración, ejercicios de los jóvenes aprendices de políticos. Se ganaba liderazgo quemando vehículos, no publicando tesis novedosas. La consigna de la época “estudiar y luchar” era más bien “luchar” que estudiar.

Desde luego, el cierre de la UCV nos impactó a todos los universitarios; pero en casa todo siguió igual: la rutina de las clases, la investigación, la asistencia a foros y conferencias científicas, etc., sin mayor alteración de mi “autonomía” académica.

Así llegamos al final de mi carrera, con la jubilación y a partir de ese momento inicio mi militancia en organismos para la defensa de intereses grupales tales como el Consejo de Profesores Jubilados (CPJ), la Asociación de Profesores de la Universidad de Carabobo (APUC) y otros.

Y he aquí que, en 2013, me encuentro opinando sobre un tema en el que tengo posiciones que muy pocos profesores, creo, comparten. Por ejemplo, si tan autónomas son las universidades, porque no hacen sus elecciones, en un ejercicio de “autonomía”. ¡Ah, es que el Consejo Nacional Electoral no las autoriza! Pues al carrizo con el CNE. Señores del “claustro”: hagan uso de su autonomía, convoquen a elecciones, hagan todo correctamente, como lo han estado haciendo desde que ingresé a la universidad (en 1964), y si quieren mayor fuerza, háganlo en todas las universidades al mismo tiempo. La autonomía, o se ejerce o se pierde. Y por no ejercerla, estamos a punto de perderla. ¿Qué temen nuestras autoridades? ¿Acaso no tienen el respaldo de los cientos de profesores y miles de estudiantes?

El otro ejercicio de autonomía es interno. En el rectorado, por ejemplo, nada se mueve, nada se hace, nada se ejecuta si el rector (o rectora) no lo autoriza, no lo supervisa, no lo aprueba. Tenemos, al interior de la universidad, un sistema altamente centralizado que requiere cirugía mayor; los decanos no pueden ejecutar sus presupuestos directamente sino por medio de un burocrático e ineficiente sistema centralizado. La autonomía, señores decanos, señores directores de escuela, hay que ganársela, nunca se la darán gratuitamente, a cambio de nada. Recuerdo que en los años sesenta, apenas comenzando mi carrera universitaria, el director de mi Escuela (ingeniería eléctrica) se quejaba de que para comprar tiza, o papel higiénico, o insumos para un laboratorio, era preciso elaborar una “solicitud de compra” que, meses o años después se materializaba en “orden de compra” y finalmente en el insumo requerido.

Autonomía universitaria (hacia fuera), claman los profesores y estudiantes. Y sin embargo, nadie parece clamar por autonomía “hacia adentro”. ¿Es que acaso, esta autonomía no es importante?

Finalmente llego al meollo de la actual crisis: al tema económico. La homologación de sueldos ha sido el peor de los arreglos con los gobiernos de turno. Homologar significa “igualar”. Pero es que resulta que no todos somos creados iguales. Hay quienes disfrutan trabajando, estudiando, investigando; y hay quienes tienen como única meta en la vida ir subiendo, a trompicones o como sea, en el escalafón para tener un mejor sueldo, pero sin una mejoría ni en el rendimiento ni en la producción de ideas. Pero a todos se nos paga por igual: o sea, ¡socialismo puro! A mi juicio, la homologación (de sueldos y salarios) es la peor aberración jamás inventada, y fue creada, desde luego, por los menos productivos. Si tuviéramos en nuestro “claustro” un Einstein, este ganaría exactamente lo mismo que un Olafo cualquiera (y hay muchos). Y sin embargo, hemos tenido la madera para grandes profesores. Por ejemplo, el actual rector de la institución tecnológica de mayor prestigio del mundo, el MIT (Massachusetts Institute of Technology), es un egresado de la UC y se llama Rafael Reif. Yo fui su profesor y en su momento él fue uno de mis asistentes. ¿Creen ustedes que Rafael gana en MIT lo mismo que un profesor ordinario? ¿Cuál hubiera sido el destino de este inteligente y trabajador académico en nuestra UC? Uno más del montón, probablemente. O un gran frustrado.

El tema económico tiene dos vertientes también: hacia adentro y hacia fuera. Hacia adentro, hay que eliminar la homologación y estipular productividad e ingresos. A mayor productividad, mejores ingresos. Digámosle no a ese socialismo perverso que nos iguala a todos pero hacia abajo. Y por el lado externo, busquemos en nuestro estado, Carabobo, la fuente de inspiración y el financiamiento para que nuestra universidad brille con luz propia, en un entorno industrial que requiere profesores muy comprometidos en la resolución de los problemas regionales y nacionales. La dependencia del gobierno central, ese centralismo asfixiante que nos agobia y que nos quiere manejar en todos los aspectos de la vida, es la fuente de nuestra dependencia, no de nuestra autonomía. Jamás seremos autónomos si primero no logramos un financiamiento independiente, que nos permita enfrentar los mandatos de un gobierno centralista. El Ministerio de Educación Universitaria, (como se le llama ahora a lo que siempre fue el Ministerio de Educación), tendría, en un esquema descentralizado y autonómico, solo una labor: coordinar las esfuerzos de las universidades, entregando la alícuota parte del presupuesto (en función del desempeño objetivo, número de estudiantes, etc.) no a las universidades sino a los estados donde estas se encuentran para que juntos, estados, municipios y universidades marchen hacia el cumplimiento cabal de la razón de ser de la universidad: la búsqueda del saber, la investigación, la innovación, la solución de problemas. Esa si sería una universidad autónoma, sin las presiones de un centralismo que acogota todas la iniciativas.

Esa es la universidad que queremos: casa de estudios, vencedora de las sombras (externa e internas), con facultades y escuelas “mayores de edad” y en consecuencia responsables de sus actos y de la correcta ejecución de sus presupuestos.

domingo, 7 de julio de 2013

Federalismo y Centralismo


José Félix Díaz Bermúdez,

La división político territorial de la Nación por mandato de la Constitución y por imperativo de nuestra historia republicana, tiene su base en el Municipio. La definición del mismo como: "la unidad política primaria de la organización nacional" que consagra el artículo 168 de la CN (Constitución Nacional), es similar a la del año 1961. Se ordena, en la actual Carta Magna, la garantía de la autonomía municipal (art. 16), su carácter democrático (art. 169) y la participación ciudadana (art. 168), entre otras disposiciones, que se orientan en el principio del Federalismo Descentralizador, que limita al centralismo en todos los niveles para permitir la existencia de gobiernos locales interdependientes, colaboradores y corresponsables con los demás poderes del Estado, pero sin perder su autonomía, su significación y su carácter dentro del equilibrio institucional del país, como lo exige la Constitución y la Nación.

La República debe al Cabildo su primer acto de soberanía, de democracia y de independencia en nuestra historia. Los sucesos del 19 de Abril de 1810 y otros posteriores, dieron nacimiento a una República opuesta a cualquier forma de opresión, dominación o tiranía, fundada en la soberanía del pueblo, en la autonomía de las provincias, en la división de los poderes para salvaguardar las libertades ciudadanas, sin más límites que la razón y la ley justa en la sociedad. Se aspiraba alcanzar la felicidad de la Nación, el imperio del derecho y la armonía entre la sociedad y el gobierno, mandatario de aquella y que debía estar sujeto a su voluntad.

La Confederación Americana de Venezuela

Libro de Actas donse se inscribe la independencia de Venezuela

El antagonismo centralismo y autonomías se encuentra inscrito en los genes que darán concreción futura al fenotipo de la república.

Nelson Acosta Espinoza

Una nueva celebración. Se cumplen 202 años de la Declaración de Independencia del 5 de julio de 1811. A propósito de esta ocasión resulta aleccionador repasar, brevemente, algunas interpretaciones que se han elaboradas sobre este magno evento. Desde luego, una mirada fugaz. El espacio de este escrito no permite otra cosa.

Veamos, por ejemplo, la del gobierno. En su lectura, este evento es asumido como un antecedente de la revolución bolivariana o, lo que es lo mismo, del socialismo del siglo XXI. Emulando a Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras, utiliza esta conmemoración para intentar legitimar su ejercicio de poder. En este sentido, el oficialismo ha pretendido dibujar una línea de continuidad entre el 5 de julio de 1811 y la asunción del poder de Hugo Chávez Frías. De ahí proviene su énfasis en el carácter militar y una concepción mítica de la gesta. De nuevo, la Venezuela Heroica y romántica de Eduardo Blanco. En este tenor, los hijos políticos de Chávez, entonces, también lo serán de Simón Bolívar y, en consecuencia, herederos de este histórico acontecimiento. Estas líneas gruesas resume la interpretación oficial de este suceso.

Afortunadamente la investigación histórica en el país ha avanzado. Sobre este tema se han desarrollado estudios que arrojan nueva luz en torno a este acontecimiento. Esta circunstancia ha permitido, por un lado, un acercamiento menos fantasioso y más realista; y, por el otro, han puesto al descubierto ángulos que la historiografía clásica había pasado por alto. Posemos la mirada en algunos de estos aspectos relativos a esta importante fecha patria.

Si Maduro fuese Mandela


Miguel A. Megias

En un reciente artículo (John Carlin, Si mandase Mandela, El País, julio 6 de 2013), el autor hace un ejercicio literario imaginativo y sugiere que hubiera hecho o dicho Mandela de haber sido alguno de estos presidentes: Obama, Mursi o Rajoy. Desde luego, es su interpretación, más o menos razonable, basada en los datos de que se dispone: Mandela poseía un gran talento para la concertación y el compromiso y una visión de la política que iba mucho más allá de sus tiempos y de su mandato. Encontró, a la salida de la cárcel  un país dividido, profundamente dividido, y logró el milagro de unificarlo.

Mandela entendió, cuando llegó a la presidencia que, en condiciones de fragilidad política, la unidad nacional era lo imprescindible, que su misión esencial consistía en lograr que todos se vieran identificados y representados en el primer Gobierno democrático de la historia de su país. Si fracasaba corría el riesgo de desatar una contrarrevolución armada o de provocar un golpe de Estado militar.

Agrego, al sesudo análisis de Carlin, mis propias ideas de lo que pudiera haber hecho Mandela de haber sido presidente de Venezuela. Tal vez la primera consideración hubiera sido la de que recibe un país profundamente dividido en dos facciones casi del mismo tamaño, que se ignoran, o tratan de ignorarse, y en una transición ocurrida a raíz de la muerte del líder carismático Hugo Chávez. Sus herederos políticos reciben un país inmerso en una profunda crisis de todo tipo: institucional, económica, social, política. Con una economía totalmente dependiente de la exportación del petróleo y con todo tipo de carencias que van desde el papel higiénico, artículos de aseo personal, alimentos básicos, medicamentos, piezas de repuesto para todo tipo de equipos y maquinarias y mil cosas más. Con una inflación del 40%, o tal vez mayor, probablemente una de las más elevadas del planeta. Con una moneda controlada artificialmente que se cotiza en el mercado negro a valores altísimos que, por decreto del gobierno, son inombrables. Con vías de comunicación deterioradas hasta tal punto que la espina dorsal del país, la autovía Caracas-Valencia que otrora era transitada en menos de dos horas ahora requiere hasta cinco horas o más. Con continuas protestas de todo tipo y por todos los motivos imaginables, que paralizan vías de comunicación, ciudades enteras, fábricas o barrios. Con un conflicto, aún no resuelto, con todas las universidades autónomas que conforman más de 40.000 profesores y 600.000 estudiantes, totalmente paralizadas. Con la sombra de la ilegitimidad de su mandato, dadas las condiciones en que obtuvo mayoría de voltos en las elecciones. Y con una inseguridad que a todas luces hacen de Venezuela uno de los más peligrosos países del mundo. Esa es la Venezuela del siglo XXI que encontraría el señor Mandela.

Bajo esas circunstancias, nos asomamos a las hipótesis de lo que éste haría. Tal vez lo primero, asunto en el que fue extremadamente exitoso en Sudáfrica, sería llamar a la reconciliación. Pero de verdad, no con insultos y atropellos sino con el corazón en la mano: "dialoguemos", diría; indíquenme que debo hacer, como resolver el problema de no reconocer al otro. Oír  oír para comprender el porqué de la división existente actualmente. Llamaría a los más aptos, en todos los ramos del saber, para que aportaran sus conocimientos, sus sueños e ilusiones a fin de lograr una Venezuela mejor que la actual, una Venezuela sin resentimientos, con los antagonismos propios de la pluralidad de ideas y concepciones de una democracia moderna donde quepan todos, sin exclusiones. Llamaría a los universitarios, para averiguar de qué se quejan, porqué un paro tan prolongado que no parece tener fin. Y les dotaría de los recursos que requieren, exigiendo, desde luego, resultados, productividad, investigación, innovación. Haciendo bueno aquel dicho acuñado por el maestro Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”. Iniciaría una cruzada verdadera contra la corrupción que corroe el alma del país y que es lo único que el gobierno ha logrado democratizar. Parafraseando a Carlin, “Mandela hubiera aplacado temores, con gestos simbólicos y acciones prácticas, y hubiera resaltado la prioridad nacional de crear estabilidad, de encontrar puntos de encuentro entre todos los sectores de la sociedad. Como acaba de explicar el Financial Times, el pecado original de Morsi “fue responder a lo que querían los Hermanos Musulmanes, no a lo que querían los ciudadanos de la república”. Tal parece que el pecado original de Maduro ha sido “responder a lo que querían los chavistas (que lo eligieron, claro) y no a lo que querían los ciudadanos”.

Mandela daría un discurso de apertura real, donde dijera algo como esto: “Conciudadanos todos, bienvenidos a esta nueva etapa de gobierno. Todos, sin distinción de clase social, sexo, religión o afiliación política son bienvenidos a la nueva Venezuela. Si usted tiene talento, véngase a trabajar por su país; si usted sabe algo que los demás ignoran, póngalo al servicio de la patria; si usted puede aportar, hágalo, sin que medien consideraciones sobre su color de piel o político”. Un discurso así, serio, ponderado, sin insultos le hubiera ganado la buena voluntad de esa otra mitad con los que no quiere conversar, con esos “otros” que trata de ignorar pero que están ahí, que son seres vivos, que piensan, que sienten, que son también venezolanos y que, por el momento parecen ser “el enemigo a vencer”, en vez del amigo a conquistar.

Siguiendo con el artículo de Carlin, Mandela hubiera identificado a los demócratas de la Mesa de la Unidad más influyentes, les hubiera invitado al palacio de Miraflores, les hubiera servido, con sus propias manos, té o café, hubiera hecho bromas, hubiera destacado los intereses en común y, sutilmente poniéndolos contra la pared, hubiera apelado a su patriotismo y responsabilidad social.

Por último, hubiera oído con consideración y respeto la voces de la provincia cuando claman por la implantación del federalismo, que las regiones dispongan de la autonomía suficiente para manejar buena parte de los asuntos que atañen al ciudadano; y haría un esfuerzo importante para continuar la descentralización que se inició hace mas de 20 años pero que recientemente ha sido revertida –contrariamente a lo que los ciudadanos aspiran.

Aunque parece tarea difícil, muchos creen que aún es posible un viraje hacia la convivencia. Para ello, Nicolás Maduro tendrá que deshacerse de muchos de los pesados fardos ideológicos que cargan en sus espaldas algunos de sus colaboradores. Que se lo piense, que llame con humildad a la comprensión, que estimule poner de relieve lo que nos une y no lo que nos separa.

Pero tal vez estamos pidiendo demasiado. En Venezuela se ha repetido hasta la saciedad la frase “Maduro no es Chávez”. Y yo agrego, “Maduro no es Mandela”.