sábado, 26 de noviembre de 2016

Ramón J. Velásquez o la pasión de ser venezolano



Nelson Acosta Espinoza

El año 1983 el Dr. Ramón J. Velásquez declaraba al diario El Nacional lo siguiente: “Un nuevo país estaba tocando las puertas de la fortaleza y que frente a esa situación, los amos del poder político se enfrentaban a una disyuntiva dramática: o abrían esas puertas o serian derribadas”. Sin lugar a dudas, no se equivocó la inteligencia histórica de este ilustre tachirense. Las elites de la época no tuvieron la voluntad de iniciar una reforma política,  profundizar la democracia y abrir nuevos senderos para la participación política. El costo de ese error histórico lo estamos pagando los venezolanos. Las puertas del poder fueron derribadas y se dio inicio a esta tragedia nacional que estamos viviendo.


El día 28 de noviembre se cumple el primer centenario del nacimiento de Ramón J. Velásquez (28/11/1916). Este ilustre venezolano supo hacer de su vida un ejercicio de honestidad intelectual y de amor hacia la tierra que lo vio nacer. Velásquez fue un punto de encuentro para todos los intelectuales venezolanos. Sin importar las credenciales ideológicas, este insigne venezolano estuvo siempre atento a sus demandas y a todos atendía con humildad y sabiduría. En pocas palabras fue un demócrata cabal.


Comprendió, igualmente, el Dr. Velásquez las urgencias de nuestro tiempo histórico. Fue factor fundamental en la creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) y fue su presidente por el período de l984-86. Esta institución operó como un mecanismo de transformación del sistema político. Promovió un conjunto de iniciativas con la finalidad de modernizar la democracia venezolana: elección directa de gobernadores y alcaldes; trasferencias de competencias hacia los gobiernos regionales; incentivó la competencia electoral dentro del sistema democrático y estimuló procesos de cambio interno dentro de las organizaciones políticas. Estas fueron algunas de las iniciativas impulsadas por este organismo bajo su liderazgo.


En el año 1985 la Universidad de Carabobo le otorga el Doctorado Honoris Causa de la mano de su Rector el Dr. Gustavo Hidalgo. Con este conferimiento esta casa de estudio reconoció la contribución de este ilustre venezolano a la indagación de los problemas de la nación y sus observaciones sobre el papel cada vez más relevantes que desempeñan  las provincias en nuestro país, en particular sus universidades.


Igualmente, bajo sus auspicios se celebró en esta universidad el Primer Simposio Nacional sobre la Reforma del Estado. En esa ocasión la ciudad de Valencia se transformó en la capital intelectual de la república. En las ponencias y mesas redondas llevadas a cabo se dibujaron las líneas gruesas de una Venezuela posible: descentralizada y federal.


Velásquez avizoró las líneas fundamentales sobre las cuales debería discurrir el desarrollo del país. Tuvo la sabiduría de interpretar el momento histórico que le tocó vivir. Advirtió sobre las amenazas que se cernían sobre  la democracia. De ahí su espíritu y voluntad de propiciar la modernización del sistema político del país.


El país está llegando a una etapa final. Su crisis es de naturaleza sistémica e histórica. Esta característica hace obligante pensar a la nación con lentes distintos a los que prevalecieron en el pasado. Estamos ante una oportunidad única. Su exclusividad radica en el papel protagónico que han de jugar las ideas. En ese sentido, las promovidas por Velásquez constituirán un apreciado punto de partida.   

Esperemos que en esta ocasión la clase política interprete apropiadamente este momento y las oportunidades que se abren para modificar sustancialmente el ordenamiento político y cultural de la nación.


En este su primer centenario el mejor homenaje que se le puede otorgar a Ramón Jota es iniciar un movimiento de opinión con la finalidad de retomar y profundizar el camino de la descentralización. El autoritarismo centralista, hoy día, es el principal enemigo del desarrollo armónico de las regiones y sus instituciones.


Sin la menor duda, el futuro del país será descentralizado y federal. Así lo avizoró Ramón J. Velásquez.


La política es y será así.














La muerte del narrador


Hector Schamis*

 Ahora sí, después de haber muerto tantas veces, su obituario verá la luz. Como con todos los personajes notables, los periódicos tienen la nota fúnebre escrita. Pero ninguna como en el caso de Fidel Castro. Un director de periódico solía tenerla sobre su escritorio, para sorpresa, tristeza o regocijo de sus visitantes.


 ¿Dónde estaba usted cuando murió Fidel Castro? Casi en simultáneo, fue una explosión de diatribas y panegíricos por igual. Mi primer pensamiento fue preguntarme acerca de las muertes de Stroessner, Trujillo, Ceausescu, Marcos o cualquier otro sultán del siglo XX. Ninguno de ellos sultanes del swing, por cierto.


Es que Castro murió de manera muy pedestre. No fue ejecutado y ni siquiera en el ejercicio del poder, solo como prócer viviente, en su casa en vez del museo y vistiendo conjuntos deportivos Adidas en lugar de uniforme militar. Claro que llegó al siglo XXI.


Muere casi como ancianito frágil quien instaló el régimen de partido único, el revolucionario partidario de la dinastía absolutista, el que diseñó el régimen de inteligencia interna más eficiente que se conozca, un competitivo producto de exportación.

                                                                                                 

En la narrativa  latinoamericana, muere Sherezada, la narradora de Las mil y una noches, escribí alguna vez. El origen de todos los mitos y leyendas. El que transformó la autocracia en hombre nuevo, el embargo en bloqueo, la protección de Moscú en supuesto combate cotidiano, la delación miserable en solidaridad del pueblo, la falta de libertades en nueva trova, y una nueva trova a la que también reprimió cuando decidieron ejercer esas libertades.


Es la leyenda de la siempre inminente invasión, de los derechos de los pueblos latinoamericanos, con un pueblo casi sin derechos. Es el mito de la lucha contra el imperialismo yankee y sus cómplices dictaduras fascistas—la de Pinochet—mientras hacía negocios con otras dictaduras fascistas—la de Videla—obedeciendo órdenes de otro imperialismo, el soviético.


Muere quien en su hipócrita estalinismo contaminó a la izquierda latinoamericana, quien vació de contenido al progresismo, quien hasta fue capaz de inspirar a la romántica canción revolucionaria latinoamericana, despertando idealismo donde solo había poder despótico de un Estado controlado a voluntad.



No mucho cambiará sin él, en la periferia del poder desde hace una década, excepto los tiempos y el contenido de la pretendida transición controlada desde arriba. Sin Fidel Castro, el tiempo irá más rápido: febrero de 2018 es ahora “la semana que viene”.

                    

Sin él, la incertidumbre característica de toda transición podría crecer exponencialmente. Y sin él, la teleología castrista podría quedar trunca. Hay mucho trabajo para los demócratas cubanos.


*El País, 26 de noviembre 2016


sábado, 19 de noviembre de 2016

¿Agoniza la democracia?




Nelson Acosta Espinoza


En los últimos años un nuevo peligro ha comenzado a esbozarse sobre la democracia liberal: los populismos de derecha e izquierda. Berlusconi (Italia), Syriza (Grecia), Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Chávez (Venezuela), por mencionar algunos de los países donde esta narrativa se ha impuesto.

                                                                                                                                             

Recientemente, esta expresión política ha alcanzado el corazón de la democracia occidental: la Inglaterra de la Carta Magna (Brexit), los EE UU de la declaración de los Derechos Humanos (Donald Trump) y la Francia del Código Napoleónico (Marine Le Pen). Justamente los tres pilares sobre los cuales se sostiene la democracia occidental.



Parece apropiado, a esta altura del  escrito, introducir una breve definición de populismo. Veamos. En términos generales hay un acuerdo entre los especialistas en este tema en definirlo como sigue: es un relato que presenta la relación entre pueblo y  élites  como antagónicas, de modo que la relación del pueblo con las élites no se puede resolver sin romper con las estructuras institucionales de una sociedad. Visto desde ese ángulo, el populismo no es necesariamente de izquierda o de derecha, dependerá de cómo se construyan las categorías de pueblo y de élite.



Por ejemplo, en el caso norteamericano y de Europa, como en el Brexit en Reino Unido, Austria o Francia, la categoría de pueblo se  ha intentado construir a partir de referencias de naturaleza patrióticas  y en oposición del “otro” el inmigrante o una minoría étnica o religiosa.



En nuestro pasado reciente el chavismo desarrollo un relato de sesgo populista que escindía la sociedad venezolana en polos irreconciliables: patriotas vs escuálidos.



Sin embargo, y a contrapelo de ese relato,  en la actualidad se están creando  condiciones que propician el derrumbe de esta narrativa de naturaleza populista en el país.



Hoy día este discurso presenta síntomas de agotamiento e incapacidad de suscitar nuevos consensos. ¿Qué significa esta última condición? ¿Se encuentran sus destinatarios huérfanos? ¿Aún no ha surgido su reemplazo discursivo? ¿Opera la oposición con claves narrativas del pasado? ¿O, por el contrario, habrá desarrollado una nueva “gramática” política que dé cuenta de estas nuevas circunstancias?



Interrogantes pertinentes. Soy de la opinión que las fuerzas democráticas tienen una oportunidad excelente de recuperar y hegemonizar el  espacio político y cultural en el país. Este es un tema, desde luego,  que va más allá de lo estrictamente electoral. Hegemonizar el ámbito político es una tarea imprescindible si se quiere evitar el resurgimiento de apuestas populistas de cualquier signo.



Es vital, en consecuencia,  derrotar cierto pragmatismo presente en sectores que componen el bloque democrático. Estas fuerzas opositoras tienden, por ejemplo,  a depositar su confianza en que la situación económica por si sola será suficiente para impulsar las fuerzas renovadoras del cambio. En consecuencia,  aspectos relacionados con cuestiones de naturaleza cultural y de identidad son postergados y   percibidos como secundarios.



A mi juicio, es necesario poner atención  en dos tareas que puedan ayudar a reducir  la tentación economicista: primero, superar las trampas dicotómicas y populistas  (escuálidos-chavistas; izquierda-derecha; ricos-pobres. etc.) en las que ha caído parcialmente  la oposición a lo largo de estos últimos años. En segundo lugar y, como consecuencia de la primera exigencia, habría que elaborar un relato de naturaleza transversal con el propósito de construir una nueva mayoría que ejerza la dirección política e intelectual de la Venezuela del porvenir.



Poner en práctica una política de sesgo transversal significaría, entonces,  trabajar sobre ejes diferentes lejos de la polaridad irreductible “patriotas vs escuálidos”. El abandono de este esquema podría  permitir, por un lado, tomar de la totalidad del espectro político las propuestas más beneficiosas para los ciudadanos y, por el otro, potenciaría el alcance  de la narrativa democrática sobre una diversidad de actores.



En fin, esta transversalidad es la que facilitaría ir al encuentro de la gente con independencia de sus identidades ideológicas.



A veces, esas identidades son limitantes.