NelsonAcosta Espinoza
“La rebelión es
cultural o no es rebelión”. La frase se la escuche a unos “grafiteros” en el
marco de una tertulia sobre aspectos de la cultura urbana y sus implicaciones
políticas. La expresión, sin duda, posee un contenido radical y comporta una
verdad de corte antropológico. Dicho en cristiano, los cambios políticos cuando han sido
sustantivos, son precedidos por transformaciones de naturaleza cultural.
Me voy a
permitir ilustrar esta idea con algunos ejemplos de corte histórico. El rock
and roll, expresión musical que en sus orígenes enunciaba una américa pobre y deprimida, paulatinamente
fue ascendiendo culturalmente y se transformó en la banda sonora que simbolizó
una transformación profunda en el orden cultural y político en los EE.UU en la
década de los sesenta.
El relato
cultural que prevaleció en esa época sirvió de fundamento a innovaciones
políticas radicales en el periodo de la presidencia de Lyndon Johnson. Por
ejemplo, la aprobación de la Ley de los derechos civiles, el desarrollo de las
políticas sociales por medio del proyecto de La Gran Sociedad, la ley sobre el
derecho al voto de 1965, que permitió frenar los esfuerzos de los estados del
Sur para apartar a la población negra de las urnas, fueron algunas de las
iniciativas políticas que marcaron para siempre la sociedad estadounidense.
Estas decisiones estaban ancladas, por así decirlo, en una profunda
transformación de naturaleza cultural. Lo peculiar de esa época fue la
articulación entre formas culturales de avanzada y reformas políticas
progresistas.
Amigos lectores,
esta breve introducción tiene como propósito resaltar la relevancia de referentes culturales para la elaboración de
una alternativa con vocación de poder en el país. En otras palabras, sin la
escenificación de estos referentes la política estaría apresada en los
estrechos márgenes que impone la contienda electoral. Me voy a permitir
formular algunas preguntas. Por ejemplo, ¿existe en el sector democrático
inclinación hacia la subversión cultural? ¿Se estarán colocando las esperanzas
del cambio político exclusivamente en la esfera económica?
Me temo que el
eje central del proyecto político opositor es el programa económico. Así fue en
la pasada elección presidencial, Y, me atrevería a decir, que estamos en camino
de repetir esa senda de reflexión. Por ejemplo, unos de los referentes donde se
ancla la dirección política opositora es el escrito elaborado por 60
economistas venezolanos donde explican nuestras grandes dificultades
económicas, de donde provienen y como deben ser enfrentadas. Desde luego esta
reflexión es vital y debe ser punto de partida para una orientación en ese
ámbito de la realidad. Sin embargo, me atrevo a formular la siguiente
interrogante: ¿es suficiente? Me parece que la respuesta es negativa.
Se requeriría
acortar la distancia entre la “Venezuela oficial” y la “Venezuela vital”
(Ortega y Gasset dixit). Asumir un razonable grado de desconfianza ante las
soluciones simples a problemas complicados. En esta Venezuela en crisis existe
una vitalidad cultural que no ha sido procesada por el discurso político
opositor. Su narrativa no ha podido “descubrir” los parámetros fundantes de la
cultura urbana que arropa con su sentido a más del setenta por ciento de la
población del país.
Las raperas Mestiza & Neblinna, por ejemplo, expresan con fuerza los sentimientos de
esa “Venezuela vital”. Estas exponentes
del hip-hop combinan sus letras con fuertes imágenes de las protestas que se
han realizado en el país “Venezuela Está Candela” trasmite con más fuerza la
situación del país que la mayoría de las declaraciones huecas de algunos
dirigentes opositores.
En fin, es indispensable anclar la política
alternativa en la rebeldía cultural. Como lo señalamos al inicio de este breve
escrito, la insurgencia es cultural o no es insurgencia.
Sin duda, la política es así.
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