sábado, 1 de abril de 2017

EL FEDERALISMO: NUESTRO PACTO DE ORIGEN

Orlando Arciniegas D.


El federalismo asoma en nuestra historia en los comienzos mismos de la vida republicana. La recepción de esta idea, la de organizar el Estado en forma federativa, resulta del prestigio que, entre los criollos republicanos, tenía entonces la experiencia de la agrupación política de las trece colonias norteamericanas que, en conjunción de esfuerzos, se habían pronunciado contra la dominación inglesa, declarado su independencia en 1776, y abolido la monarquía como forma de gobierno, creando, por vez primera, una república federal, los Estados Unidos de América, caracterizada en los años sucesivos por su espectacular progreso. Esta viene a ser una opinión ampliamente compartida. (1)
El federalismo de entonces nace en gran parte de la imitación que se hace del constitucionalismo estadounidense contenido en su Carta Magna, aprobada en septiembre de 1787, cuyas orientaciones fueron seguidas por los políticos criollos que tomaron la responsabilidad de dotar de un texto constitucional al flamante Estado, el que habría de surgir de la desobediencia política de abril de 1810, a causa de la abdicación en Bayona de los monarcas españoles, la sucesiva usurpación francesa del trono español, y la consiguiente declaración de independencia del 5 de julio de 1811, por el Congreso Constituyente.
Este origen épico de la propuesta federal será, a lo largo del siglo XIX venezolano, la justificación esencial que esgrimirán sus partidarios para reivindicar y reclamar el cumplimiento del pacto de origen de la nación: la Constitución de los Estados de Venezuela de 1811. Una Constitución federal.
Pero, prestigios e influencias aparte, deseamos registrar que el acogimiento de la idea federal no es un puro acto de imitación, su adopción lo facilita el carácter provincial que, como organización político-territorial, tiene la Capitanía General. Federalismo significa descentralización y vigencia plena de los poderes regionales; autonomía y participación de las formas regionales constitutivas del poder político. Por ello, el federalismo resultaba la fórmula más idónea para avenir políticamente a las variopintas provincias existentes. Provincias que, por su escaso desarrollo, ofrecían una débil interrelación a causa de su extensión, el obstáculo geográfico, la exigua infraestructura física y el atraso en los sistemas de transporte. A cuento viene también la misma brevedad histórica de la Capitanía General, ordenada en 1777, que no había permitido una mayor integración y conciencia de identidad entre los varios grupos regionales. Más pesarían, pues, las tradiciones de autonomía de provincias y cabildos.
Esos islotes político-económicos que son las provincias, auspician una dinámica de autonomías y celos provinciales, cuyo resguardo las élites criollas antepondrán con obstinación a la hora de definir y decidir el carácter del nuevo Estado. Por eso, nada mejor que un Estado federal, descentralizado, que gozaba además de la admiración unánime de la élite republicana.
Bueno es decir que no acertaron quienes, en viejos tiempos, llegaron a afirmar que la creación de la Capitanía General era un indicador importante del forjamiento de una nacionalidad venezolana. La Real cédula de San Ildefonso, de fecha 8 de septiembre de 1777, es ciertamente una referencia histórica sin par en lo atinente a la integración territorial. Y a la puesta en marcha gradual, en el marco de la nueva Capitanía, de instituciones de integración en Justicia, Gobierno y Hacienda. Por otra parte, el estatus mismo de esta Capitanía está en cuestión, algunos historiadores: Briceño Iragorry, Guillermo Morón y Antonio Muro Orejón señalan que la Real cédula de 1777 supuso únicamente la sumisión militar de las demás provincias al capitán general –capitán general era un jefe militar y capitanía su jurisdicción--, por lo que no habría sido, gubernativamente hablando, una auténtica Capitanía General, o de otro modo: como lo habrían sido todas las otras de su tipo.
Por lo que hace a la integración territorial, baste con referir que la Capitanía General hizo posible la incorporación de las Provincias de Maracaibo, Guayana, Trinidad. Margarita y Cumaná. Esas provincias, por razones que España estimó conveniente fueron desmembradas del Virreinato de la Nueva Granada y dotadas de una “cierta” unidad militar y gubernativa. (2)
Pero, lógicamente, que la conciencia nacional no podía emerger de aquel débil sustrato de vínculos de integración que ofrecían las provincias. La nación no es un concepto abstracto, sino uno al que se llega tras un largo proceso de concreción de elementos históricos expresados en una narrativa de identidades étnicas y culturales, de mercados integrados, de intereses comunes y, sobre todo, de proyectos políticos solidarios. Una nación es una unidad de esfuerzos preexistentes, dice Ortega y Gasset. Y así ha sido para la inmensa mayoría de los pueblos que han consolidado su existencia nacional en procesos de larga duración, como lo advirtió Braudel.
Ciertamente que, entre nosotros, la idea nacional no se despliega estrictamente dentro de tal ortodoxia. Fue antes que otra cosa, una conciencia emergente a las luchas contra la dominación colonial, y una consecuencia del exitoso proyecto militar independentista. De allí deviene el proceso de creación en América Latina de los Estados nacionales. Y hasta su balcanización. Así que pudiéramos decir que la conciencia de identidad nacional fue precedida y propiciada por el proceso emancipador, pero su forjamiento definitivo ha resultado largo y anfractuoso por las debilidades políticas, culturales, económicas e institucionales, amén del efecto perturbador del caudillismo vernáculo. En resumen, las naciones también se inventan, son una narrativa política, pero su asentamiento es necesariamente el efecto de procesos históricos de larga duración (longue durée).
Momento de volver al pacto federal originario. El caso es que la fórmula federal, adoptada tras largas negociaciones y discusiones sería convenida como la forma de Estado que conciliaba los intereses autonomistas, oligárquicos e independentistas del sector criollo rebelde representante de las provincias asistentes al Congreso Constituyente de 1811. Antes de la declaración de la Independencia, el tema sobre la organización del Estado había tomado un carácter polémico, en virtud del nacimiento de un cierto poder central representado en la Junta Suprema de Caracas en 1810. Las provincias se sentían soberanas e iguales. A los celos de las demás élites provinciales no les era indiferente la preponderancia que entonces tiene la Provincia de Caracas. Se la percibe como muy poderosa y extensa, por lo que no falta quien proponga su división... "para lograr así que no tenga más poder que las demás". (3)
A la élite caraqueña la beneficiaría el peso de la “capitalidad” que la Capitanía General había agregado a Caracas en el último tramo de la vida colonial, al convertirse, primero, en asiento de la Intendencia, luego de la Capitanía General, la Audiencia, el Consulado y, por último, del Arzobispado. Y, algo más: era la élite económicamente más poderosa, habida cuenta del mayor control que tenía del comercio de exportación del “oro negro”, el cacao, que se realizaba principalmente por el vecino puerto de La Guaira; y resultaba la más numerosa, tenía 24 de los 44 diputados de la Constituyente.
En aquella controversia el federalismo fue defendido con los argumentos de respeto a la tradición, conveniencias de orden administrativo y el resguardo del espíritu autonomista de los Cabildos o Ayuntamientos. El centralismo, por su parte, proclamaron sus partidarios, debía aceptarse como recurso contra la dispersión de fuerzas. El momento fue para el federalismo. Se oye más al procerato civil representado en Ustáriz, Roscio, Yánez, Isnardi, Tovar y Peñalver que a Bolívar y Miranda. Un procerato civil que por cierto hemos dejado de lado, olvidando que icónicamente se corresponde con un republicanismo asociado a la idea de un gobierno civil respetuoso de la ley, y garante de inalienables libertades ciudadanas.
La Constitución se sanciona el 21 de diciembre de 1811, y como en la de los Estados Unidos, las provincias se reservaron..."cada una el derecho de gobernarse por sus propias leyes, y cediendo una parte de su soberanía para constituir un jefatura común y un Congreso General encargado de ciertos y determinados negocios". (4)
En aquella ocasión, Miranda deja constancia de su desacuerdo: "Considerando que en la presente Constitución los Poderes no se hallan en justo equilibrio, ni la estructura u organización general es suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente; que por otra parte no está ajustada con la población, usos y costumbres de estos países, de que puede resultar que en lugar de reunirnos en masa general o cuerpo social, nos divida y separe en perjuicios de la seguridad común y de nuestra independencia, pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber" (5).
Firman el pacto federativo las Provincias de Caracas, Margarita, Cumaná, Barinas, Barcelona, Mérida y Trujillo. Valencia, ubicada en el área de la Provincia de Caracas, pasa a ser la «ciudad federal» y, por tanto, la capital y sede del Poder Ejecutivo, como lo establece el Artículo 72 de la Constitución de 1811. (6) Esta Primera República, en un país donde el poder sería ejercido por recios gobernantes, creó un Ejecutivo plural con autoridad rotatoria y poderes restringidos. En esto del gobierno colegiado, los criollos nuestros se apartaron del modelo americano del Norte. Privaron quizá otras influencias o conveniencias.
Como es historia conocida, el naciente Estado sucumbe ante las grandes tensiones sociales que la ruptura colonial desata. No pudo lograr el nuevo gobierno que las lealtades políticas otorgadas al rey, a los funcionarios reales y a la Iglesia, fueran desplazadas hacía el poder civil mantuano. Ni refrenar las agitaciones promovidas por el realismo criollo. Roto el vínculo con la Corona, se pondría de manifiesto que la crisis de la conciencia monárquica era solo un asunto de reducidos círculos mantuanos. Libremente van a aflorar los factores críticos que ya se habían mostrado antes de 1810. Esclavos, pardos y mantuanos, cada quien por separado, sin un proyecto político común, procurarían sus reclamos de libertad e igualdad (7).
Maracaibo, Coro y Guayana sirven de apoyo a la reacción monárquica. Estalla la violencia social, la "lucha de las castas", que expresarían las profundas contradicciones de la sociedad colonial venezolana. Los esclavos en rebelión mutan su dominación en cruel violencia. Violencia que es el hombre mismo reintegrándose, según el decir de Fanon. (8) Con gran habilidad, los caudillos realistas capitalizarían el odio social y la división que, tras la declaración de independencia, aparece en el grupo mantuano. A partir de allí, el conflicto tomaría la forma de un destructivo enfrentamiento civil.
La capitulación de San Mateo, en julio de 1812, impondrá severos y dolorosos costos a la empresa emancipadora: Bolívar y otros influyentes patriotas marchan al exilio; Miranda a prisión. La pérdida de la Primera República exige su reflexión. El federalismo, para Bolívar, ha de considerarse causa fundamental del fracaso: "El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad en sociedad es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados". (9) Se pregunta también "¿Qué país del mundo por morigerado y republicano que sea, podrá, en medio de la facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal?"... (10) Y no vacila en expresar sus convicciones: "Yo soy del sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles"... (11).
Todo esto lo dice en Cartagena de Indias en su “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño” (Manifiesto de Cartagena), en 1812, como parte de su batallar político en el campo de las ideas. Las resistencias que suscita entre los criollos republicanos su plan de centralizar el poder, harán que Bolívar insista, en distintos y cruciales momentos, en su denuncia del federalismo. Así, en Jamaica, en 1815, después del fracaso de la restauración republicana, en su célebre “Contestación de un Americano meridional a un caballero de esta isla” (Carta de Jamaica), vuelve en contra de la idea federal: "No convengo en el sistema federal entre los populares y representantes, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros..." (12).
Más tarde en Angostura, en 1819, teniendo como auditorio a los diputados del Congreso, deja nuevamente correr la crítica: "Cuanto más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado de la imposibilidad de su aplicación a nuestro estado"... (13) Poco cuenta en esta línea de reflexión el distanciamiento que las mayorías populares practicaron frente a la República mantuana. La participación que hicieron esclavos y peones en las filas realistas y todo el odio social y racial en contra de los criollos republicanos, quienes junto a los criollos monárquicos, eran los beneficiarios de aquel injusto orden social.
Así, con prescindencia del problema social de aquella sociedad se conformó una visión sobre el fracaso de los primeros ensayos republicanos que concentró la crítica en el federalismo; pero que al no resultar mayoritariamente compartida, hará que las tendencias centralistas y federalistas mantengan su vigencia y conflictividad cada vez que una definición sobre la organización del Estado sea necesaria.
En 1813 cuando se tratan los asuntos propios de la restauración republicana (Segunda República), Bolívar advertirá la pervivencia del federalismo. Se expresa entonces en las resistencias a su plan de un "Ejecutivo fuerte" que concentre los poderes. Esto pese al prestigio militar y político que le otorga su reciente campaña militar, iniciada en mayo de 1813 y culminada de victoria en victoria en Caracas, en agosto del mismo año. En la Asamblea de San Francisco, donde se debaten esos asuntos, se acuerda el 14 de octubre un gobierno provisorio, se "aclama a Bolívar Capitán General de los ejércitos patriotas y (se) le concede el título de Libertador de Venezuela"... (14), pero no hay acuerdo sobre la propuesta de un gobierno fuerte de carácter permanente; queda entones latente la idea de que una vez superada la emergencia, habría de restablecerse el ordenamiento constitucional. (15)
Lo que impide la constitución de un gobierno fuerte y centralizado es la pugna interprovincial aguda, manifestada en los comienzos mismos del proceso emancipador, y que expresa la inconformidad de los grupos criollos de provincia frente a la hegemonía del sector caraqueño. El federalismo resulta, entonces, una suerte de bandera que ampara las luchas igualitarias de unos criollos contra otros. La idea ha sido apuntada por Carrera Damas, quien lo expresa del siguiente modo: "no sería exagerado ver en el planteamiento federalista, --y en la disputada partición de la provincia de Caracas--, también una muestra de la lucha igualitaria, librada en este caso al nivel de grupos o sectores animados por intereses particulares, regionales. Esta pugna por la igualdad de las provincias entre sí, halló su bandera en el pensamiento federal, el cual resurgirá con todo vigor a la hora de discutirse la reorganización del Estado en la Segunda República". (16)
Las Provincias, por su lado, vuelven a sus autonomías. El repunte es obra del vacío de un poder legítimo ante la falta del Congreso, y la imposibilidad de poder reunirlo a causa de las deserciones, el exilio y las muertes. Bolívar mismo lo reconoce así en carta dirigida a Arismendi, el 18 de noviembre de 1813: ..."La autoridad suprema de la Confederación no soy yo. Después que la capitulación de San Mateo la hizo desaparecer no ha vuelto a restablecerse entre nosotros. Sólo en una elección hecha legítimamente por las provincias podría constituirse la persona, o personas que la ejercieran"... (17)
Las relaciones de Bolívar con los jefes políticos y militares orientales se hacen, prácticamente, en términos de relaciones exteriores entre el "Estado de Oriente" y la "República de Caracas" (18). Esta tradición autonomista y federalista llevará a los caudillos orientales a plantearse en distintos momentos la creación de un Estado independiente. En 1816, por ejemplo, Piar y Mariño están convencidos de que el triángulo Maturín-Angostura-Barcelona puede ser la base de una nueva República. (19) Y, en la ocasión de la llamada "Revolución de las Reformas", en 1835, los jefes orientales insistirán en una proposición autonomista y confederativa.
El federalismo, de igual manera, cobijará las luchas de las fracciones que pugnan en el interior de la Confederación Neogranadina. En 1815, a su salida de Venezuela, después del fracaso de la Segunda República, en 1814, bajo las hordas del caudillo José Tomás Bóves, Bolívar pasa nuevamente a prestar servicios militares al Congreso de la Nueva Granada, entonces en conflicto por las pretensiones autonomistas de los gobiernos de las provincias confederadas. Por sus servicios de entonces se le dio el título de Capitán General de los ejércitos de la dicha Confederación. (20)
Centralistas y federalistas mantendrán, aunque no siempre en forma patente, sus opiniones durante la confrontación armada. Pesa entonces más el objetivo central de procurar la derrota del poder español, y obra como contención el poder militar y político de Bolívar, quien ejerce el Mando Supremo. Con todo, las diferencias no dejan de existir. En mayo de 1817, mientras Bolívar adelanta la campaña de Guayana, Mariño, Madariaga, Brión, Zea, Urbaneja y otros, asumiéndose como representantes de los Estados de Venezuela, declaran restablecido el gobierno federal. (21) Eso ocurrió en el llamado Congresillo de Cariaco, y como integrantes del nuevo triunvirato fueron designados: Fernando Rodríguez del Toro, Francisco Javier Maíz y Simón Bolívar.
Y aunque Gil Fortoul lo ha considerado como pura farsa destinada a desconocer una vez más a Bolívar, Augusto Mijares ha hecho la importante observación de que tal Asamblea no debe reducirse a una simple conspiración personal --sin que faltare algo de ello--, sino que es, más bien, una muestra del apego al federalismo y de rechazó al régimen personalista, lo cual se expresaba también en la insistente solicitud de un “gobierno deliberativo y estrictamente legal”, cuyo reclamo, desde 1810, no cejó a pesar de los repetidos fracasos. (22)
Quizá sirva para ilustrar lo antes dicho, la opinión de Don Martín de Tovar, amigo íntimo de Bolívar y patriota consecuente, quien, en 1816, sostenía que los fracasos republicanos habíanse sucedido ..."por el poder arbitrario con que gobernaron Miranda en 1812, Bolívar y los Ribas en 1813 y 1814" (23). Juicio extravagante, comenta Mijares, pero que curiosamente era compartido por unos cuantos próceres, y que, en otros momentos, daría lugar a abiertas conspiraciones.
Consolidada la autoridad suprema de Bolívar (24), y mejorada la suerte de los ejércitos republicanos, las posiciones centralistas pasan a ser dominantes. Los esfuerzos de construcción del Estado se concretan en decisiones políticas e institucionales. Bolívar, que "veía alto y lejos", como dijera Gil Fortoul, encuentra suficientes apoyos para legitimar su visión sobre el tipo de Estado necesario. Se convoca al Congreso; se funda a Colombia, y se libran acciones militares decisivas en contra de la presencia militar española: las batallas de Boyacá y Carabobo.
Las Constituciones de 1819 y 1821, llamadas bolivarianas, exponen claramente la concepción centralista que sobre el Estado ha venido imponiéndose a dictado de las exigencias de la guerra. De ellas desaparece el sistema federal de gobierno establecido en la de 1811. La de Angostura, de 1819 y de muy breve duración, establece que la República es "una e indivisible". La de Cúcuta, carta fundamental de la ya decretada República de Colombia, declaró reunidos a los pueblos del nuevo Estado "en un sólo cuerpo de nación". Reafirmó, por tanto, la forma centralista de gobierno y otorgó a Bolívar amplios poderes dictatoriales para proseguir la campaña militar. Durante su discusión controvirtieron los que se mostraron partidarios de unir las provincias de Venezuela y de la Nueva Granada bajo un "sistema de gobierno confederativo" (25). Pero ahora se oye más a Bolívar y al neogranadino Antonio Nariño, quienes eran decididamente centralistas.
Pero las constituciones centralistas resultaron ineficaces para afectar las estructuras de poder local y regional existentes en la Colombia de entonces. Un verdadero caudillismo fue abriéndose paso a medida que los jefes militares, por obra y gracia de la propiedad territorial transferida o usurpada, pasaron a reforzar los contingentes de la clase dirigente (26). Clase que, en el caso venezolano, había sido bastante menguada en su número y calidad motivado al cruento y largo conflicto bélico.
En la desintegración de Colombia, en el que toda clase de partidarismos se van a conjugar, va a darse una ampliación de sentido del término federal. Ya no será solo la acepción inicial, de gran aceptación entre la generación mantuana, que servía para identificar una forma de Estado descentralizado: la correspondiente a la república norteamericana, asociada al constitucionalismo inglés y al liberalismo de Locke. "Federal" será voz para significar separación nacional (27). La argumentación federal se constituye en parte significativa del discurso político de aquella desintegración y obra en calidad de fuente de legitimación de esa práctica política. Refiriéndose a este sentido, Santander escribirá, en la ocasión de la Convención de Ocaña: "los de Caracas son endemoniadamente liberales y federalistas". (28)
Decidida la ruptura de la Unión Colombiana, Venezuela reúne en la ciudad de Valencia su Congreso Constituyente en 1830. Allí se acuerda la creación del Estado de Venezuela. En las discusiones del Congreso el centralismo es dominante, aunque no unánime. La idea federal prácticamente carece de apoyos y apenas se habla de un "sistema de federación" a futuro. La fórmula constitucional que en definitiva se adopta es llamada "centro federal mixta". A las provincias les corresponde una Asamblea o Diputación que debía intervenir en la designación de los gobernadores, los cuales, sin embargo, eran designados por el Ejecutivo. En ello parece concentrarse la fórmula centro-federalista prevista por el constituyente. Pasado un tiempo, y a despecho de la declaración constitucional, los gobiernos de la Oligarquía Conservadora y los de los Monagas, serían denunciados por su exagerado personalismo y centralismo.
No pasaría mucho tiempo sin que centralistas y federalistas controvirtieran más con armas y pasiones que con argumentos. En la Convención de Valencia de 1858, reunida bajo el encargo de redactar otra constitución, tendría lugar el último debate civilizado del siglo XIX entre ambos sectores. Pues después, como se sabe, el federalismo abanderaría las luchas sociales de la Federación en una guerra de más de cuatro (04) años, entre 1859 y 1863, que ganaron los federales. La segunda gran masacre del siglo. Ahora, sobre las ruinas y el despoblamiento se aprobará, por la Asamblea Constituyente de la Federación, la Constitución de los Estados Unidos de Venezuela, el 28 de marzo de 1864. Volvíamos a ser federales, pero no en serio, sino a la manera como desde hace tiempo lo declaran nuestras constituciones. Por ejemplo, en la última, la de 1999, se dice que somos un “Estado federal descentralizado en los términos consagrados por esta Constitución”. Pero es cosa sabida que no tenemos ni república ni federación, y que sobre esos asuntos no queda sino la pura letra de la constitución.

NOTAS
(1) Véase al respecto: J.L. Salcedo Bastardo: Historia Fundamental de Venezuela, p. 287; Ramón Escovar Salom: Evolución Política de Venezuela, p. 15; Germán Carrera Damas: Tres Temas de Historia, p. 146 y ss.; Allan Randolph Brewer-Carías: Cambio Político y Reforma del Estado en Venezuela, p. 132.
(2) (2) Véase: Pablo Ojer C.: “El intento del Virreinato por desintegrar la Capitanía General de Venezuela (1778-1786)”, p. 83 y ss. En Angostura, Valencia, Ediciones del Rectorado, Universidad de Carabobo, julio-diciembre, 1990, Nº 1.
(3) Manuel Vicente Magallanes: Historia Política de Venezuela, tomo 1, p. 204.
(4) Rafael María Baralt y Ramón Díaz: Historia de Venezuela, tomo 2, p. 96.
(5) José Gil Fortoul: Historia Constitucional de Venezuela, tomo 1, p. 265.
(6) Brewer-Carías: Op. Cit., p. 133.
(7) Véase: Carrera Damas. Op. Cit, pp. 93-113.
(8) Frantz Fanon: Los Condenados de la Tierra, p. 20. Según Fanon, la condición violenta de los oprimidos es obra de la humillación y el sojuzgamiento, pero que una vez que puede dirigirse en contra del opresor, en rebelión liberadora, busca borrar la degradación para alcanzar la condición humana que había sido negada.
(9) Simón Bolívar, Escritos Políticos. p. 51.
(10) Loc. Cit.
(11) Ibídem, p. 52.
(12) Ibídem, p. 78.
(13) Ibídem, p. 100.
(14) Gil Fortoul, Op. Cit., p. 336.
(15) Carrera Damas, Op. Cit., pp. 115-142. Véanse los problemas jurídico-políticos planteados en la ocasión del restablecimiento de la República en 1813.
(16) Ibídem, p.113.
(17) Carrera Damas: La crisis de la Sociedad Colonial Venezolana, p. 46 (citado por el autor).
(18) Ibídem, p. 44.
(19) Ibídem, p. 58.
(20) Gil Fortoul, Op. Cit., p. 365.
(21) Ibídem, p. 373-374.
(22) Augusto Mijares: “La Evolución Política de Venezuela” en, Venezuela Independiente (Caracas: Fundación Mendoza, 1975), pp. 60 y passim.
(23) Citado por Mijares, Op. Cit., p. 60.
(24) Véase: Gil Fortoul: Op. Cit., p. 375 y passim. La autoridad suprema se concede a Bolívar en la Asamblea realizada en Margarita, el 7 mayo de 1816. Allí se le nombra Jefe supremo del ejército y la República.
(25) Ibídem, p. 454.
(26) El tema del ingreso de los caudillos militares a la oligarquía cuenta con un amplio acuerdo entre los estudiosos del proceso: Gil Fortoul, Vallenilla Lanz, Irazábal, Brito Figueroa, Carrera Damas, etc.
(27) Luis Castro Leiva: La Gran Colombia. Una Ilusión Ilustrada, p. 108.
(28) Loc. Cit. (La cita es del autor).

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