
El federalismo asoma en nuestra historia en los
comienzos mismos de la vida republicana. La recepción de esta idea, la de
organizar el Estado en forma federativa, resulta del prestigio que, entre los
criollos republicanos, tenía entonces la experiencia de la agrupación política
de las trece colonias norteamericanas que, en conjunción de esfuerzos, se
habían pronunciado contra la dominación inglesa, declarado su independencia en
1776, y abolido la monarquía como forma de gobierno, creando, por vez primera,
una república federal, los Estados Unidos de América, caracterizada en los años
sucesivos por su espectacular progreso. Esta viene a ser una opinión
ampliamente compartida. (1)
El federalismo de entonces nace en gran parte de
la imitación que se hace del constitucionalismo estadounidense contenido en su
Carta Magna, aprobada en septiembre de 1787, cuyas orientaciones fueron
seguidas por los políticos criollos que tomaron la responsabilidad de dotar de
un texto constitucional al flamante Estado, el que habría de surgir de la
desobediencia política de abril de 1810, a causa de la abdicación en Bayona de
los monarcas españoles, la sucesiva usurpación francesa del trono español, y la
consiguiente declaración de independencia del 5 de julio de 1811, por el
Congreso Constituyente.
Este origen épico de la propuesta federal será, a
lo largo del siglo XIX venezolano, la justificación esencial que esgrimirán sus
partidarios para reivindicar y reclamar el cumplimiento del pacto de origen de
la nación: la Constitución de los Estados de Venezuela de 1811. Una
Constitución federal.
Pero, prestigios e influencias aparte, deseamos
registrar que el acogimiento de la idea federal no es un puro acto de
imitación, su adopción lo facilita el carácter provincial que, como
organización político-territorial, tiene la Capitanía General. Federalismo
significa descentralización y vigencia plena de los poderes regionales;
autonomía y participación de las formas regionales constitutivas del poder
político. Por ello, el federalismo resultaba la fórmula más idónea para avenir
políticamente a las variopintas provincias existentes. Provincias que, por su
escaso desarrollo, ofrecían una débil interrelación a causa de su extensión, el
obstáculo geográfico, la exigua infraestructura física y el atraso en los
sistemas de transporte. A cuento viene también la misma brevedad histórica de
la Capitanía General, ordenada en 1777, que no había permitido una mayor
integración y conciencia de identidad entre los varios grupos regionales. Más
pesarían, pues, las tradiciones de autonomía de provincias y cabildos.
Esos islotes político-económicos que son las
provincias, auspician una dinámica de autonomías y celos provinciales, cuyo
resguardo las élites criollas antepondrán con obstinación a la hora de definir
y decidir el carácter del nuevo Estado. Por eso, nada mejor que un Estado
federal, descentralizado, que gozaba además de la admiración unánime de la
élite republicana.
Bueno es decir que no acertaron quienes, en
viejos tiempos, llegaron a afirmar que la creación de la Capitanía General era
un indicador importante del forjamiento de una nacionalidad venezolana. La Real
cédula de San Ildefonso, de fecha 8 de septiembre de 1777, es ciertamente una
referencia histórica sin par en lo atinente a la integración territorial. Y a
la puesta en marcha gradual, en el marco de la nueva Capitanía, de
instituciones de integración en Justicia, Gobierno y Hacienda. Por otra parte,
el estatus mismo de esta Capitanía está en cuestión, algunos historiadores:
Briceño Iragorry, Guillermo Morón y Antonio Muro Orejón señalan que la Real
cédula de 1777 supuso únicamente la sumisión militar de las demás provincias al
capitán general –capitán general era un jefe militar y capitanía su
jurisdicción--, por lo que no habría sido, gubernativamente hablando, una
auténtica Capitanía General, o de otro modo: como lo habrían sido todas las
otras de su tipo.
Por lo que hace a la integración territorial,
baste con referir que la Capitanía General hizo posible la incorporación de las
Provincias de Maracaibo, Guayana, Trinidad. Margarita y Cumaná. Esas
provincias, por razones que España estimó conveniente fueron desmembradas del
Virreinato de la Nueva Granada y dotadas de una “cierta” unidad militar y
gubernativa. (2)
Pero, lógicamente, que la conciencia nacional no
podía emerger de aquel débil sustrato de vínculos de integración que ofrecían
las provincias. La nación no es un concepto abstracto, sino uno al que se llega
tras un largo proceso de concreción de elementos históricos expresados en una
narrativa de identidades étnicas y culturales, de mercados integrados, de
intereses comunes y, sobre todo, de proyectos políticos solidarios. Una nación
es una unidad de esfuerzos preexistentes, dice Ortega y Gasset. Y así ha sido
para la inmensa mayoría de los pueblos que han consolidado su existencia
nacional en procesos de larga duración, como lo advirtió Braudel.
Ciertamente que, entre nosotros, la idea nacional
no se despliega estrictamente dentro de tal ortodoxia. Fue antes que otra cosa,
una conciencia emergente a las luchas contra la dominación colonial, y una
consecuencia del exitoso proyecto militar independentista. De allí deviene el
proceso de creación en América Latina de los Estados nacionales. Y hasta su
balcanización. Así que pudiéramos decir que la conciencia de identidad nacional
fue precedida y propiciada por el proceso emancipador, pero su forjamiento definitivo
ha resultado largo y anfractuoso por las debilidades políticas, culturales,
económicas e institucionales, amén del efecto perturbador del caudillismo
vernáculo. En resumen, las naciones también se inventan, son una narrativa
política, pero su asentamiento es necesariamente el efecto de procesos
históricos de larga duración (longue durée).
Momento de volver al pacto federal originario. El
caso es que la fórmula federal, adoptada tras largas negociaciones y
discusiones sería convenida como la forma de Estado que conciliaba los
intereses autonomistas, oligárquicos e independentistas del sector criollo
rebelde representante de las provincias asistentes al Congreso Constituyente de
1811. Antes de la declaración de la Independencia, el tema sobre la organización
del Estado había tomado un carácter polémico, en virtud del nacimiento de un
cierto poder central representado en la Junta Suprema de Caracas en 1810. Las
provincias se sentían soberanas e iguales. A los celos de las demás élites
provinciales no les era indiferente la preponderancia que entonces tiene la
Provincia de Caracas. Se la percibe como muy poderosa y extensa, por lo que no
falta quien proponga su división... "para lograr así que no tenga más
poder que las demás". (3)
A la élite caraqueña la beneficiaría el peso de
la “capitalidad” que la Capitanía General había agregado a Caracas en el último
tramo de la vida colonial, al convertirse, primero, en asiento de la
Intendencia, luego de la Capitanía General, la Audiencia, el Consulado y, por
último, del Arzobispado. Y, algo más: era la élite económicamente más poderosa,
habida cuenta del mayor control que tenía del comercio de exportación del “oro
negro”, el cacao, que se realizaba principalmente por el vecino puerto de La
Guaira; y resultaba la más numerosa, tenía 24 de los 44 diputados de la
Constituyente.
En aquella controversia el federalismo fue
defendido con los argumentos de respeto a la tradición, conveniencias de orden
administrativo y el resguardo del espíritu autonomista de los Cabildos o
Ayuntamientos. El centralismo, por su parte, proclamaron sus partidarios, debía
aceptarse como recurso contra la dispersión de fuerzas. El momento fue para el
federalismo. Se oye más al procerato civil representado en Ustáriz, Roscio,
Yánez, Isnardi, Tovar y Peñalver que a Bolívar y Miranda. Un procerato civil
que por cierto hemos dejado de lado, olvidando que icónicamente se corresponde
con un republicanismo asociado a la idea de un gobierno civil respetuoso de la
ley, y garante de inalienables libertades ciudadanas.
La Constitución se sanciona el 21 de diciembre de
1811, y como en la de los Estados Unidos, las provincias se reservaron..."cada
una el derecho de gobernarse por sus propias leyes, y cediendo una parte de su
soberanía para constituir un jefatura común y un Congreso General encargado de
ciertos y determinados negocios". (4)
En aquella ocasión, Miranda deja constancia de su
desacuerdo: "Considerando que en la presente Constitución los Poderes no
se hallan en justo equilibrio, ni la estructura u organización general es
suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente; que por otra
parte no está ajustada con la población, usos y costumbres de estos países, de
que puede resultar que en lugar de reunirnos en masa general o cuerpo social,
nos divida y separe en perjuicios de la seguridad común y de nuestra
independencia, pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber" (5).
Firman el pacto federativo las Provincias de
Caracas, Margarita, Cumaná, Barinas, Barcelona, Mérida y Trujillo. Valencia,
ubicada en el área de la Provincia de Caracas, pasa a ser la «ciudad federal»
y, por tanto, la capital y sede del Poder Ejecutivo, como lo establece el
Artículo 72 de la Constitución de 1811. (6) Esta Primera República, en un país donde
el poder sería ejercido por recios gobernantes, creó un Ejecutivo plural con
autoridad rotatoria y poderes restringidos. En esto del gobierno colegiado, los
criollos nuestros se apartaron del modelo americano del Norte. Privaron quizá
otras influencias o conveniencias.
Como es historia conocida, el naciente Estado
sucumbe ante las grandes tensiones sociales que la ruptura colonial desata. No
pudo lograr el nuevo gobierno que las lealtades políticas otorgadas al rey, a
los funcionarios reales y a la Iglesia, fueran desplazadas hacía el poder civil
mantuano. Ni refrenar las agitaciones promovidas por el realismo criollo. Roto
el vínculo con la Corona, se pondría de manifiesto que la crisis de la
conciencia monárquica era solo un asunto de reducidos círculos mantuanos.
Libremente van a aflorar los factores críticos que ya se habían mostrado antes
de 1810. Esclavos, pardos y mantuanos, cada quien por separado, sin un proyecto
político común, procurarían sus reclamos de libertad e igualdad (7).
Maracaibo, Coro y Guayana sirven de apoyo a la
reacción monárquica. Estalla la violencia social, la "lucha de las
castas", que expresarían las profundas contradicciones de la sociedad
colonial venezolana. Los esclavos en rebelión mutan su dominación en cruel
violencia. Violencia que es el hombre mismo reintegrándose, según el decir de
Fanon. (8) Con gran habilidad, los caudillos realistas capitalizarían el odio
social y la división que, tras la declaración de independencia, aparece en el
grupo mantuano. A partir de allí, el conflicto tomaría la forma de un
destructivo enfrentamiento civil.
La capitulación de San Mateo, en julio de 1812,
impondrá severos y dolorosos costos a la empresa emancipadora: Bolívar y otros
influyentes patriotas marchan al exilio; Miranda a prisión. La pérdida de la
Primera República exige su reflexión. El federalismo, para Bolívar, ha de
considerarse causa fundamental del fracaso: "El sistema federal, bien que
sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad en sociedad es, no
obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados".
(9) Se pregunta también "¿Qué país del mundo por morigerado y republicano
que sea, podrá, en medio de la facciones intestinas y de una guerra exterior,
regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal?"... (10) Y
no vacila en expresar sus convicciones: "Yo soy del sentir que mientras no
centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más
completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las
disensiones civiles"... (11).
Todo esto lo dice en Cartagena de Indias en su
“Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño”
(Manifiesto de Cartagena), en 1812, como parte de su batallar político en el
campo de las ideas. Las resistencias que suscita entre los criollos
republicanos su plan de centralizar el poder, harán que Bolívar insista, en
distintos y cruciales momentos, en su denuncia del federalismo. Así, en
Jamaica, en 1815, después del fracaso de la restauración republicana, en su
célebre “Contestación de un Americano meridional a un caballero de esta isla”
(Carta de Jamaica), vuelve en contra de la idea federal: "No convengo en
el sistema federal entre los populares y representantes, por ser demasiado perfecto
y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros..."
(12).
Más tarde en Angostura, en 1819, teniendo como
auditorio a los diputados del Congreso, deja nuevamente correr la crítica:
"Cuanto más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela,
tanto más me persuado de la imposibilidad de su aplicación a nuestro
estado"... (13) Poco cuenta en esta línea de reflexión el distanciamiento
que las mayorías populares practicaron frente a la República mantuana. La participación
que hicieron esclavos y peones en las filas realistas y todo el odio social y
racial en contra de los criollos republicanos, quienes junto a los criollos
monárquicos, eran los beneficiarios de aquel injusto orden social.
Así, con prescindencia del problema social de
aquella sociedad se conformó una visión sobre el fracaso de los primeros
ensayos republicanos que concentró la crítica en el federalismo; pero que al no
resultar mayoritariamente compartida, hará que las tendencias centralistas y
federalistas mantengan su vigencia y conflictividad cada vez que una definición
sobre la organización del Estado sea necesaria.
En 1813 cuando se tratan los asuntos propios de
la restauración republicana (Segunda República), Bolívar advertirá la
pervivencia del federalismo. Se expresa entonces en las resistencias a su plan
de un "Ejecutivo fuerte" que concentre los poderes. Esto pese al
prestigio militar y político que le otorga su reciente campaña militar,
iniciada en mayo de 1813 y culminada de victoria en victoria en Caracas, en
agosto del mismo año. En la Asamblea de San Francisco, donde se debaten esos
asuntos, se acuerda el 14 de octubre un gobierno provisorio, se "aclama a
Bolívar Capitán General de los ejércitos patriotas y (se) le concede el título
de Libertador de Venezuela"... (14), pero no hay acuerdo sobre la
propuesta de un gobierno fuerte de carácter permanente; queda entones latente
la idea de que una vez superada la emergencia, habría de restablecerse el
ordenamiento constitucional. (15)
Lo que impide la constitución de un gobierno
fuerte y centralizado es la pugna interprovincial aguda, manifestada en los
comienzos mismos del proceso emancipador, y que expresa la inconformidad de los
grupos criollos de provincia frente a la hegemonía del sector caraqueño. El
federalismo resulta, entonces, una suerte de bandera que ampara las luchas
igualitarias de unos criollos contra otros. La idea ha sido apuntada por
Carrera Damas, quien lo expresa del siguiente modo: "no sería exagerado
ver en el planteamiento federalista, --y en la disputada partición de la
provincia de Caracas--, también una muestra de la lucha igualitaria, librada en
este caso al nivel de grupos o sectores animados por intereses particulares,
regionales. Esta pugna por la igualdad de las provincias entre sí, halló su
bandera en el pensamiento federal, el cual resurgirá con todo vigor a la hora
de discutirse la reorganización del Estado en la Segunda República". (16)
Las Provincias, por su lado, vuelven a sus
autonomías. El repunte es obra del vacío de un poder legítimo ante la falta del
Congreso, y la imposibilidad de poder reunirlo a causa de las deserciones, el
exilio y las muertes. Bolívar mismo lo reconoce así en carta dirigida a
Arismendi, el 18 de noviembre de 1813: ..."La autoridad suprema de la
Confederación no soy yo. Después que la capitulación de San Mateo la hizo
desaparecer no ha vuelto a restablecerse entre nosotros. Sólo en una elección
hecha legítimamente por las provincias podría constituirse la persona, o
personas que la ejercieran"... (17)
Las relaciones de Bolívar con los jefes políticos
y militares orientales se hacen, prácticamente, en términos de relaciones
exteriores entre el "Estado de Oriente" y la "República de
Caracas" (18). Esta tradición autonomista y federalista llevará a los
caudillos orientales a plantearse en distintos momentos la creación de un
Estado independiente. En 1816, por ejemplo, Piar y Mariño están convencidos de
que el triángulo Maturín-Angostura-Barcelona puede ser la base de una nueva
República. (19) Y, en la ocasión de la llamada "Revolución de las
Reformas", en 1835, los jefes orientales insistirán en una proposición
autonomista y confederativa.
El federalismo, de igual manera, cobijará las
luchas de las fracciones que pugnan en el interior de la Confederación
Neogranadina. En 1815, a su salida de Venezuela, después del fracaso de la
Segunda República, en 1814, bajo las hordas del caudillo José Tomás Bóves,
Bolívar pasa nuevamente a prestar servicios militares al Congreso de la Nueva
Granada, entonces en conflicto por las pretensiones autonomistas de los
gobiernos de las provincias confederadas. Por sus servicios de entonces se le
dio el título de Capitán General de los ejércitos de la dicha Confederación.
(20)
Centralistas y federalistas mantendrán, aunque no
siempre en forma patente, sus opiniones durante la confrontación armada. Pesa
entonces más el objetivo central de procurar la derrota del poder español, y
obra como contención el poder militar y político de Bolívar, quien ejerce el
Mando Supremo. Con todo, las diferencias no dejan de existir. En mayo de 1817,
mientras Bolívar adelanta la campaña de Guayana, Mariño, Madariaga, Brión, Zea,
Urbaneja y otros, asumiéndose como representantes de los Estados de Venezuela,
declaran restablecido el gobierno federal. (21) Eso ocurrió en el llamado
Congresillo de Cariaco, y como integrantes del nuevo triunvirato fueron
designados: Fernando Rodríguez del Toro, Francisco Javier Maíz y Simón Bolívar.
Y aunque Gil Fortoul lo ha considerado como pura
farsa destinada a desconocer una vez más a Bolívar, Augusto Mijares ha hecho la
importante observación de que tal Asamblea no debe reducirse a una simple
conspiración personal --sin que faltare algo de ello--, sino que es, más bien,
una muestra del apego al federalismo y de rechazó al régimen personalista, lo
cual se expresaba también en la insistente solicitud de un “gobierno
deliberativo y estrictamente legal”, cuyo reclamo, desde 1810, no cejó a pesar
de los repetidos fracasos. (22)
Quizá sirva para ilustrar lo antes dicho, la
opinión de Don Martín de Tovar, amigo íntimo de Bolívar y patriota consecuente,
quien, en 1816, sostenía que los fracasos republicanos habíanse sucedido
..."por el poder arbitrario con que gobernaron Miranda en 1812, Bolívar y
los Ribas en 1813 y 1814" (23). Juicio extravagante, comenta Mijares, pero
que curiosamente era compartido por unos cuantos próceres, y que, en otros
momentos, daría lugar a abiertas conspiraciones.
Consolidada la autoridad suprema de Bolívar (24),
y mejorada la suerte de los ejércitos republicanos, las posiciones centralistas
pasan a ser dominantes. Los esfuerzos de construcción del Estado se concretan
en decisiones políticas e institucionales. Bolívar, que "veía alto y
lejos", como dijera Gil Fortoul, encuentra suficientes apoyos para
legitimar su visión sobre el tipo de Estado necesario. Se convoca al Congreso;
se funda a Colombia, y se libran acciones militares decisivas en contra de la
presencia militar española: las batallas de Boyacá y Carabobo.
Las Constituciones de 1819 y 1821, llamadas
bolivarianas, exponen claramente la concepción centralista que sobre el Estado
ha venido imponiéndose a dictado de las exigencias de la guerra. De ellas
desaparece el sistema federal de gobierno establecido en la de 1811. La de
Angostura, de 1819 y de muy breve duración, establece que la República es
"una e indivisible". La de Cúcuta, carta fundamental de la ya
decretada República de Colombia, declaró reunidos a los pueblos del nuevo Estado
"en un sólo cuerpo de nación". Reafirmó, por tanto, la forma
centralista de gobierno y otorgó a Bolívar amplios poderes dictatoriales para
proseguir la campaña militar. Durante su discusión controvirtieron los que se
mostraron partidarios de unir las provincias de Venezuela y de la Nueva Granada
bajo un "sistema de gobierno confederativo" (25). Pero ahora se oye
más a Bolívar y al neogranadino Antonio Nariño, quienes eran decididamente
centralistas.
Pero las constituciones centralistas resultaron
ineficaces para afectar las estructuras de poder local y regional existentes en
la Colombia de entonces. Un verdadero caudillismo fue abriéndose paso a medida
que los jefes militares, por obra y gracia de la propiedad territorial
transferida o usurpada, pasaron a reforzar los contingentes de la clase
dirigente (26). Clase que, en el caso venezolano, había sido bastante menguada
en su número y calidad motivado al cruento y largo conflicto bélico.
En la desintegración de Colombia, en el que toda
clase de partidarismos se van a conjugar, va a darse una ampliación de sentido
del término federal. Ya no será solo la acepción inicial, de gran aceptación
entre la generación mantuana, que servía para identificar una forma de Estado
descentralizado: la correspondiente a la república norteamericana, asociada al
constitucionalismo inglés y al liberalismo de Locke. "Federal" será
voz para significar separación nacional (27). La argumentación federal se
constituye en parte significativa del discurso político de aquella desintegración
y obra en calidad de fuente de legitimación de esa práctica política.
Refiriéndose a este sentido, Santander escribirá, en la ocasión de la
Convención de Ocaña: "los de Caracas son endemoniadamente liberales y
federalistas". (28)
Decidida la ruptura de la Unión Colombiana,
Venezuela reúne en la ciudad de Valencia su Congreso Constituyente en 1830.
Allí se acuerda la creación del Estado de Venezuela. En las discusiones del
Congreso el centralismo es dominante, aunque no unánime. La idea federal
prácticamente carece de apoyos y apenas se habla de un "sistema de
federación" a futuro. La fórmula constitucional que en definitiva se
adopta es llamada "centro federal mixta". A las provincias les
corresponde una Asamblea o Diputación que debía intervenir en la designación de
los gobernadores, los cuales, sin embargo, eran designados por el Ejecutivo. En
ello parece concentrarse la fórmula centro-federalista prevista por el
constituyente. Pasado un tiempo, y a despecho de la declaración constitucional,
los gobiernos de la Oligarquía Conservadora y los de los Monagas, serían
denunciados por su exagerado personalismo y centralismo.
No pasaría mucho tiempo sin que centralistas y
federalistas controvirtieran más con armas y pasiones que con argumentos. En la
Convención de Valencia de 1858, reunida bajo el encargo de redactar otra
constitución, tendría lugar el último debate civilizado del siglo XIX entre
ambos sectores. Pues después, como se sabe, el federalismo abanderaría las
luchas sociales de la Federación en una guerra de más de cuatro (04) años,
entre 1859 y 1863, que ganaron los federales. La segunda gran masacre del
siglo. Ahora, sobre las ruinas y el despoblamiento se aprobará, por la Asamblea
Constituyente de la Federación, la Constitución de los Estados Unidos de
Venezuela, el 28 de marzo de 1864. Volvíamos a ser federales, pero no en serio,
sino a la manera como desde hace tiempo lo declaran nuestras constituciones.
Por ejemplo, en la última, la de 1999, se dice que somos un “Estado federal descentralizado
en los términos consagrados por esta Constitución”. Pero es cosa sabida que no
tenemos ni república ni federación, y que sobre esos asuntos no queda sino la
pura letra de la constitución.
NOTAS
(1) Véase al
respecto: J.L. Salcedo Bastardo: Historia Fundamental de Venezuela, p. 287;
Ramón Escovar Salom: Evolución Política de Venezuela, p. 15; Germán Carrera
Damas: Tres Temas de Historia, p. 146 y ss.; Allan Randolph Brewer-Carías:
Cambio Político y Reforma del Estado en Venezuela, p. 132.
(2) (2) Véase:
Pablo Ojer C.: “El intento del Virreinato por desintegrar la Capitanía General
de Venezuela (1778-1786)”, p. 83 y ss. En Angostura, Valencia, Ediciones del
Rectorado, Universidad de Carabobo, julio-diciembre, 1990, Nº 1.
(3) Manuel Vicente
Magallanes: Historia Política de Venezuela, tomo 1, p. 204.
(4) Rafael María
Baralt y Ramón Díaz: Historia de Venezuela, tomo 2, p. 96.
(5) José Gil
Fortoul: Historia Constitucional de Venezuela, tomo 1, p. 265.
(6) Brewer-Carías:
Op. Cit., p. 133.
(7) Véase: Carrera
Damas. Op. Cit, pp. 93-113.
(8) Frantz Fanon:
Los Condenados de la Tierra, p. 20. Según Fanon, la condición violenta de los
oprimidos es obra de la humillación y el sojuzgamiento, pero que una vez que puede
dirigirse en contra del opresor, en rebelión liberadora, busca borrar la
degradación para alcanzar la condición humana que había sido negada.
(9) Simón Bolívar,
Escritos Políticos. p. 51.
(10) Loc. Cit.
(11) Ibídem, p.
52.
(12) Ibídem, p.
78.
(13) Ibídem, p.
100.
(14) Gil Fortoul, Op. Cit., p. 336.
(15) Carrera
Damas, Op. Cit., pp. 115-142. Véanse los problemas jurídico-políticos
planteados en la ocasión del restablecimiento de la República en 1813.
(16) Ibídem,
p.113.
(17) Carrera
Damas: La crisis de la Sociedad Colonial Venezolana, p. 46 (citado por el
autor).
(18) Ibídem, p.
44.
(19) Ibídem, p.
58.
(20) Gil Fortoul, Op. Cit., p. 365.
(21) Ibídem, p.
373-374.
(22) Augusto
Mijares: “La Evolución Política de Venezuela” en, Venezuela Independiente
(Caracas: Fundación Mendoza, 1975), pp. 60 y passim.
(23) Citado por
Mijares, Op. Cit., p. 60.
(24) Véase: Gil
Fortoul: Op. Cit., p. 375 y passim. La autoridad suprema se concede a Bolívar
en la Asamblea realizada en Margarita, el 7 mayo de 1816. Allí se le nombra
Jefe supremo del ejército y la República.
(25) Ibídem, p.
454.
(26) El tema del
ingreso de los caudillos militares a la oligarquía cuenta con un amplio acuerdo
entre los estudiosos del proceso: Gil Fortoul, Vallenilla Lanz, Irazábal, Brito
Figueroa, Carrera Damas, etc.
(27) Luis Castro
Leiva: La Gran Colombia. Una Ilusión Ilustrada, p. 108.
(28) Loc. Cit. (La
cita es del autor).
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