sábado, 30 de mayo de 2015

“Resistir es vencer”

Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigo lector, cuando este breve artículo llegue a sus manos, los líderes  opositores Leopoldo López  y Daniel Ceballos habrán cumplido más de 100 horas en huelga de hambre. Igualmente, para esta fecha,  cinco miembros del Movimiento Juventud Activa de Venezuela (JAVU) se habrán  sumado a esta forma de protesta. Por otro lado, la marcha por la liberación de los presos políticos, el cese de la represión y la fijación de la fecha de las elecciones parlamentarias se habrá llevado a cabo, esperamos que con éxito y sin incidentes que lamentar.

En torno a estos eventos se ha desarrollado una  polémica. Los protagonistas han sido la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y sectores que hacen oposición a este gobierno del socialismo del siglo XXI.  Es importante prestar atención a esta discusión. Máxime cuando de por medio se encuentran en juego la vida de los huelguistas. Entiendo, que esta forma de protesta no cesará hasta tanto no se hayan alcanzado los objetivos mencionados en el párrafo anterior.

Las dudas de los sectores opuestos a esta forma de lucha cívica y no violenta están relacionadas con la proximidad de las elecciones parlamentarias. Entienden, estos grupos, que las legislativas serán ganadas ampliamente por la oposición. Y que estas formas de protestas pudieran hacer daño a la intención del voto que reportan diversas encuestas a favor de este bloque. En el  comunicado, a propósito de la iniciativa de López, señalan que “el cambio es urgente, el camino es electoral y la Unidad es obligatoria”. Más adelante, refuerzan esta afirmación con una constatación de orden subjetivo, al apuntar que “el desafío fundamental que hoy encara La Unidad es articular, acompañar y dar cauce democrático a la espontánea movilización popular que se está dando en toda Venezuela".

En opinión, de este humilde escribidor, la iniciativa encabezada por Leopoldo López obedece, precisamente, a cierto grado de pasividad crónica presente en amplios sectores asociados a la MUD. En el país existe fatiga, cansancio y desesperanza. La situación económica y social de la mayoría de la población es espantosa, por decir lo menos. Sin embargo, esta realidad no ha sido politizada en forma debida por la oposición oficial. Era necesario, entonces,  un gesto de esta naturaleza para comenzar a dar sentido político a esta desaliento que abraza a los sectores populares. El electoralismo per se, es mala consejera en situaciones límites como la que se encuentra el país.

La historia muestra que la resistencia civil, pacifica ha sido exitosa. Por ejemplo, el movimiento del sindicato polaco Solidaridad, en 1981; la “campaña del poder popular” en Filipinas, en 1986; la “revolución de terciopelo” en Checoslovaquia, en 1989; la “campaña del desafío” en Sudáfrica, en 1990; y la cruzada serbia para derrocar a Slobodan Milosevic en 2000.
En fin, en nuestro ajedrez político existen nuevas fichas y apuestas tácticas y estratégicas. Afortunadamente,  sectores de la Mesa de la Unidad Democrática, a última hora, aceptaron a participar en esta demostración pacífica y en solidaridad con los huelguistas de hambre.
La pregunta, brota a boca de jarro: ¿Y, ahora, qué acciones de naturaleza política se van a llevar a cabo para alcanzar estas tres demandas? ¿Cómo se expresará la solidaridad con los huelguistas? Son interrogantes que hay que dilucidar. No se puede permitir que se repita la experiencia trágica de Franklin Brito.
Este es el momento de desarrollar una intensa campaña de solidaridad con estos venezolanos y aumentar la presión cívica para alcanzar los tres objetivos que demandan estos compatriotas.

Para finalizar, a los huelguistas mi solidaridad y estas palabras emblemáticas pronunciadas por “La Pasionaria”, Dolores Ibarrúdi: “resistir es vencer”.

¿A las puertas de una hyper-inflación?

Humberto García Larralde

La atención a los fenómenos hyper-inflacionarios tiende a centrarse en el umbral a partir del cual un alza sostenida de precios puede llamarse hyper-inflación y en los desequilibrios macroeconómicos que lo causan. Pero hay un elemento sicológico que también define esta tragedia; cuando se instala una sensación de pánico en la gente ante la subida incesante de los precios, que la impela a desprenderse de su dinero para comprar bienes, “ya que van a encarecerse aun más”. Sonexpectativas autocumplidas, pues la compra en previsión de mayor inflación, cuando es compartida por miles, invariablemente impulsa los precios a niveles todavía más elevados.

Tal comportamiento solo puede sostenerse cuando hay una expansión desbordada de medios de pago por la emisión monetaria sin respaldo de parte del Banco Central. Esto suele desatar corridas contra la moneda local, buscando poner los haberes personales o empresariales a resguardo de la inflación. La devaluación que sobreviene precipita una crisis de confianza y la moneda nacional deja de ser percibida como depositaria de valor o como unidad de cuenta. La capacidad del gobierno por tomar medidas drásticas, coherentes y bien fundamentadas constituye un desiderátum para recuperar la confianza en la economía y quebrar las expectativas hyper-inflacionarias.

En Venezuela se incuban todas las condiciones antes mencionadas para la hyper-inflación.

Primero, la reforma de la Ley del Banco Central de 2010 permitió que éste financiara directamente a las empresas públicas, arrojando a la circulación Bs. 920 millardos hasta finales del primer trimestre de 2015, lo que representa un 42% de la liquidez monetaria para ese momento. Pero esta emisión se viene acelerando:en ese trimestre su incremento fue de Bs. 245 millardos, la misma expansión que hubo en todo el año 2014. Estos dineros “inorgánicos” han posibilitado a PdVSA cubrir las insuficiencias de caja causadas por el pago de misiones, el regalo de gasolina a los venezolanos, el financiamiento a Cuba y a los países de PetroCaribe, el servicio de la deuda china y el pago de impuestos, regalías y dividendos al fisco. Con el financiamiento monetario a PdVSA se han podido validar enormes déficits del sector público, superiores al 15% del PIB durante los últimos cuatro años.  

El desborde inflacionario de tal expansión monetaria se agrava por la severa escasez de bienes en los anaqueles y la merma sustancial de divisas para importar bienes, equipos e insumos –la contracción de la oferta-, que exacerba aun más la desesperación de los venezolanos, sobre todo cuando se trata de adquirir medicamentos vitales y bienes de consumo básicos. Además, el desabastecimiento ofrece oportunidades a la acción especulativa de revendedores, que añade otro factor que empuja los precios hacia arriba.

Pero todo lo anterior no sería tan alarmante si no fuera por el salto de garrocha que viene experimentando el llamado dólar paralelo. Este se cotiza en un mercado que, no obstante ser marginal en términos de volumen, se ha convertido en referencia obligada para la fijación de precios al interior de la economía por ser el único –en el disparatado esquema de control cambiario existente- en el que hay acceso libre a la divisa. Como el monopolio de la oferta de dólares la tiene el gobierno y éste se las reserva -ante la caída en los ingresos petroleros- para las importaciones que considera “esenciales” y para pagar el abultado servicio de la deuda pública, queda poco para el sector privado. Además, el otorgamiento de divisas está sujeto al arbitrio discrecional de los funcionarios que deciden al respecto. Queda sólo el mercado paralelo para suplir necesidades no atendidas por el dólar oficial. Percibido como la única “válvula de escape” existente, la demanda eleva el “paralelo” y aviva la inflación. Su disparada a la estratosfera hace que los venezolanos midan sus transacciones en términos del dólar, obviando al bolívar como unidad de cuenta. Y con la inflación más alta del mundo, hace rato que dejó de ser depositario de valor. Ahora se asoma de manera insólita la dolarización de transacciones domésticas, primero con la venta de boletos aéreos al extranjero y luego con la propuesta de vender automóviles en la moneda estadounidense, cuando el único que gana en dólares es el gobierno.

Si éste mostrase un mínimo de coherencia en la conducción de los asuntos económicos, tales desajustes podrían percibirse como pasajeros, de transición, mientras se instrumentasen las medidas para unificar el mercado cambiario -requisito indispensable para la estabilización de precios a mediano plazo- y, con ello, crear condiciones favorables a la inversión productiva y la generación de empleo, amparadas en garantías legales a la propiedad y al intercambio mercantil.

Pero Maduro hace todo lo contrario, precipitando la crisis de confianza de los venezolanos. Se cierra ante toda posibilidad de aplicar medidas sensatas para repetir ad-nauseaum la imbecilidad de una presunta “guerra económica” como culpable, a la que hay que combatir a sangre y fuego. Esta única respuesta a la crisis alimenta la difundida convicción de que su gobierno no sólo es incompetente, sino que está empeñado abiertamente en destruir la economía. No otra cosa acarrean sus políticas de control, regulación, acoso y prohibición.

Se reúnen así las condiciones de desbordamiento monetario, depreciación acelerada del bolívar y pérdida de confianza en el gobierno, para que cunda la desesperación entre los venezolanos por su bienestar futuro y se desate un proceso hyper-inflacionario. De ocurrir, el empobrecimiento de los asalariados será brutal: no habrá manera de mantener su capacidad adquisitiva y los aumentos de sueldo, justificados por el intento de atajar esta pérdida en el corto plazo, terminarán retroalimentando la inflación. Por eso el movimiento sindical y los trabajadores en general tienen que convertirse en los primeros abanderados de un cambio de 180 grados en la conducción del país.

Chávez embarcó a Venezuela en el Titanic ofreciendo camarotes de lujo, comidas esplendidas, entretenimiento y gloria. Se acercó al cumplimiento de lo prometido repartiendo dinero a diestra y siniestra con el petróleo a $100/barril. Pero ocurrió que su alegre y desprevenida irresponsabilidad provocó la colisión con el iceberg. Ahora, en trance de hundimiento, en vez de correr hacia los botes salvavidas, Maduro saca unos taladros para abrirle más huecos al casco.

¿Y qué hacen los jerarcas del chavismo, los diputados y funcionarios con algún nivel de responsabilidad? ¿Son todos cómplices de este régimen hambreador y expoliador? ¿No hay un mínimo de sensatez para evitar la tragedia que se avecina? Y la oposición democrática, ¿cómo no convertir las medidas que la prevendrían en elemento central del debate político e insistir en el ajuste que el país implora?

No podemos permitir que nos apliquen el letrero que Dante colocó a las puertas de su infierno: “Abandonad toda esperanza”.


Acuerdos y desacuerdos




Simón García
Es natural que la trayectoria unitaria pase por sucesivos acuerdos y desacuerdos. Su palanca es el contraste porque se comparten los mismos objetivos. Pero, hay que sujetar con firmeza las riendas para canalizar las tensiones entre las agendas particulares y las exigencias de mayor energía unitaria. Si este equilibrio se rompe, surge el conflicto.
La unidad está bajo tensión. Las decisiones unilaterales adoptadas por uno de los tres principales líderes de la oposición, crearon la dificultad de consentirlas por consideración al preso político o disentir de ellas, por poner a los demás frente a hechos cumplidos y porque no se pudo establecer su oportunidad, la forma óptima de llevarlas a cabo o las ventajas de otras iniciativas. 
Leopoldo López pudo evitarlo. Ha comprobado que sabe cumplir el segundo deber de todo preso político: encontrar los medios de comunicarse con quienes están afuera. Realizó sus anuncios por video, evento más sofisticado que enviar un papelito miniaturista a quienes podían ayudarlo aMMmmde las relaciones, del discurso y de otros factores que llevan al éxito. Sólo hay que sopesar un dato: tras la marcha de la sal hubo 60.000 activistas de la no violencia presos. 
En la otra banda, cuando la falta de resultados obliga a honrar los principios, ocurren desgracias terribles como la de los diez huelguistas irlandeses que fueron muriendo, mientras se realizaban elecciones y donde uno de ellos, Boby Sands, resultó electo diputado. La osadía no es atreverse a frotar el vidrio para liberar al genio, porque a veces, como relata Stevenson, el que sale de la botella es el diablo.
El punto no es volver a discutir si estamos ante una segunda edición de La Salida. Las peticiones y exigencias planteadas por Leopoldo López forman parte de la visión de la MUD. El mensaje transmitido por Patricia de Ceballos a nombre de su esposo, concediendo perdón a quienes lo encarcelan y despojándose de odios, es ejemplar. 
La cuestión es la confianza en el otro. Alianzas entre partidos, como las de la MUD, suponen que la competencia es secundariamente rivalidad y dominantemente solidaridad. Exige actuar con reglas claras y de obligatorio cumplimiento por parte de todos, no por responder a un principio burocrático de autoridad, sino para contribuir conjuntamente a la calidad de la política y la eficacia de los resultados.    
Ahora, en mitad del río, necesitamos pasar de los reparos a la promoción activa de la causa de los huelguistas. Una solidaridad para sumar, sin descalificaciones que aíslen, radicalismos que ahuyenten o amenazas que restablezcan la vieja polarización.    
Es momento del aporte de todos para enfrentar las provocaciones del gobierno, resguardar la solidaridad internacional y añadir nuevos sectores a la lucha por otra Venezuela. Después habrá que definir otros modos de hacer política y comenzar a practicarlos.
@garciasim
 


domingo, 24 de mayo de 2015

EMOCIONAR PARA CONVENCER



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La política tradicionalmente ha sido asumida desde la razón. Pareciera valido, entonces, plantearse estas interrogantes . ¿No será pre­cisamente la insistencia en las razones como base de la democracia y la sobrevaloración del acuerdo racional, la razón última de la desafección democrática? ¿No es la concepción desapasionada de la política como un intercambio de razones la causante de este descontento y frustración?

El desarrollo de la neuropolítica ha demostrado el papel de las emociones en el campo de la argumentación política Las razones viajan dentro de las emociones. De ahí el título de este taller: emocionar para convencer. En este encuentro se analizara el llamado giro neuro céntrico de la politica (Drew Westen, George Lakoff) y los diversos tipos de relatos o “las novela del poder” que actúan a modo de marca de un partido, líder o gobierno. Sera dictado por el antropólogo Nelson Acosta Espinoza y patrocinado por FUNDAPROFACES el día sábado 30 de Mayo de 9am a 1pm. Salón Arturo Belardi. Estudiantes 500bs, publico en general 800bs

sábado, 23 de mayo de 2015

Polo democrático y patriótico: ¿versión postmoderna del bipartidismo?

Nelson Acosta Espinoza

¿Qué significado se le puede atribuir a los resultados de las recientes elecciones primarias celebradas por la oposición venezolana? ¿Iniciaron estos comicios la construcción de una alternativa a la opción política vigente? ¿Más allá de lo electoral cual fue su sentido político? Estas y otras interrogantes se encuentran suspendidas en el ambiente. Hasta el momento las interpretaciones han descansado sobre una perspectiva de índole cuantitativa. La Política, con P mayúscula, está por construirse. Tarea esta imprescindible si, en realidad, se quiere construir una alternativa distinta a la configuración política existente.

Una descripción de estos resultados electorales va como sigue. Acudieron a votar en las 33 circunscripciones un total de 544.793 ciudadanos. Primero Justicia (125.916) y Voluntad Popular (166.3371) alcanzaron la mayor cantidad de votos. Copei (82.920) y Acción Democrática (71.573) los siguen en número de sufragios capitalizados. Los partidos que aglutinaron mayor número de candidatos electos fueron Primero Justicia con 11 candidatos y Voluntad Popular con 8. La circunscripción que registró la mayor participación fue el número 3 y 5 del estado Carabobo donde se sobrepasó el 7% de los electores inscritos.

Bien, hasta aquí, este brevísimo resumen de los resultados de las parlamentarias. Queda por explorar su sentido estratégico y subjetivo. Sin duda alguna, estas primarias indican la existencia de un piso político y electoral a partir del cual se podría construir una nueva y radical opción a la formula asistencialista que expresa el socialismo del siglo XXI. Para alcanzar este objetivo, se haría necesario construir una apuesta discursiva y cognitiva distinta a las que han sido dominantes en el escenario político nacional. Dicho de otra manera, estos resultados, por sí mismo, no constituyen una opción doctrinaria y política alternativa a la que ha estado vigente en el país a lo largo de la vida de la IV y V República.

Puede resultar un tanto chocante esta última afirmación. Pero, desde el punto de vista cognitivo, oposición y oficialismo, han compartido una misma visión de lo público. Me voy a permitir ilustrar esta última afirmación con dos ejemplos: la Tarjeta La Negra y la reivindicación de las misiones.  En el primer caso (Rosales), se planteó distribuir el 20% de los ingresos petroleros entre los ciudadanos más pobres en el país. En el caso de las misiones, Henrique Capriles, se comprometió a mejorar y darle rango constitucional a esta iniciativa del chavismo. Pareciera, entonces, que estamos ante la presencia de una pulsión inconsciente que impulsa a la oposición a compartir la visión política del adversario.

Las ciencias cognitivas y la antropología enseñan que para consolidar una opción política distinta es indispensable “hablar” dentro de un marco diferente al del antagonista. En palabras de George Lakoff  (Berkeley, 1941) los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo; todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos requieren un nuevo lenguaje. Así pues, “el cambio de marco es cambio social”. En caso contrario se refuerza las estructuras mentales que han prevalecido y que han determinado la forma de entender el mundo. No olvidemos que en Venezuela todos los partidos políticos (oposición y gobierno) comparte el mismo marco. De hecho, se declaran socialistas y accionan sus políticas publicas dentro de estas estructuras cognitivas.

La conducta de sectores de la oposición en el estado Carabobo discurrió dentro del marco dominante en el país. Es válido preguntarse, entonces, ¿se estará experimentando en esta localidad una versión postmoderna del bipartidismo?

En fin, la política ahora es así.


Arqueología del populismo



El populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder populista arenga al pueblo contra el “no pueblo”, anuncia el amanecer de la historia, promete el cielo en la tierra. Cuando llega al poder, micrófono en mano decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza el odio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña los parlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. Su método es tan antiguo como los demagogos griegos: “Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar… las revoluciones en las democracias... son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos”. El ciclo se cerraba cuando las élites se unían para remover al demagogo, reprimir la voluntad popular e instaurar la tiranía (Aristóteles, Política V). En América Latina, los demagogos llegan al poder, usurpan (desvirtúan, manipulan, compran) la voluntad popular e instauran la tiranía.
Esto es lo que ha pasado en Venezuela, cuyo Gobierno populista inspiró (y en algún caso financió) a dirigentes de Podemos. Se diría que la tragedia de ese país (que ocurre ante nuestros ojos) bastaría para disuadir a cualquier votante sensato de importar el modelo, pero la sensatez no es una virtud que se reparta democráticamente. Por eso, la cuestión que ha desvelado a los demócratas de este lado del Atlántico se ha vuelto pertinente para España: ¿por qué nuestra América ha sido tan proclive al populismo?
La mejor respuesta la dio un sabio historiador estadounidense llamado Richard M. Morse en su libro El espejo de Próspero (1978). En Iberoamérica —explicó— subyacen y convergen dos legitimidades premodernas: el culto popular a la personalidad carismática y un concepto corporativo y casi místico del Estado como una entidad que encarna la soberanía popular por encima de las conciencias individuales. En ese hallazgo arqueológico está el origen remoto de nuestro populismo.
El derrumbe definitivo del edificio imperial español en la tercera década del siglo XIX —aduce Morse— dejó en los antiguos dominios un vacío de legitimidad. El poder central se disgregó regionalmente fortaleciendo a los caudillos sobrevivientes de las guerras de independencia, personajes a quienes el pueblo seguía instintivamente y que parecían surgidos de los Discursos de Maquiavelo: José Antonio Páez en Venezuela, Facundo Quiroga en Argentina o Antonio López de Santa Anna en México. (Según Octavio Paz, el verdadero arquetipo era el caudillo hispano árabe del medioevo).
Pero la legitimidad carismática pura no podía sostenerse. El propio Maquiavelo reconoce la necesidad de que el príncipe se rija por “leyes que proporcionen seguridad para todo su pueblo”. Según Morse, nuestros países encontraron esa fuente complementaria de legitimidad en la tradición del Estado patrimonial español que acababan de desplazar. Si bien las Constituciones que adoptaron se inspiraban en las de Francia y EE UU, los regímenes que se crearon correspondían más bien a la doctrina política neotomista formulada (entre otros) por el gran teólogo jesuita Francisco Suárez (1548-1617).
La tradición neotomista —explicó Morse— ha sido el sustrato más profundo de la cultura política en Iberoamérica. Su origen está en elPactum Translationis: Dios otorga la soberanía al pueblo, pero este, a su vez, la enajena absolutamente (no sólo la delega) al monarca. De ahí se desprende un concepto paternal de la política, y la idea del Estado como una arquitectura orgánica y corporativa, un “cuerpo místico” cuya cabeza corresponde a la de un padre que ejerce a plenitud y sin cortapisas la “potestad dominadora” sobre el pueblo que lo acata y aclama. Este diseño tuvo aspectos positivos, como la incorporación de los pueblos indígenas, pero creó costumbres y mentalidades ajenas a las libertades y derechos de los individuos.
Varios casos avalan esta interpretación patriarcal de la cultura política iberoamericana en el siglo XIX: el último Simón Bolívar (el de la Constitución de Bolivia y la presidencia vitalicia), Diego Portales en Chile (un republicano forzado a emplear métodos monárquicos) y Porfirio Díaz en México (un monarca con ropajes republicanos). Y este paradigma siguió vigente durante casi todo el siglo XX, pero adoptando formas y contenidos populistas. En 1987, Morse escribía: “Hoy día es casi tan cierto como en tiempos coloniales que en Latinoamérica se considera que el grueso de la sociedad está compuesto de partes que se relacionan a través de un centro patrimonial y no directamente entre sí. El Gobierno nacional funciona como fuente de energía, coordinación y dirigencia para los gremios, sindicatos, entidades corporativas, instituciones, estratos sociales y regiones geográficas”.
En el siglo XX, inspirado en el fascismo italiano y su control mediático de las masas, el caudillismo patriarcal se volvió populismo. Getulio Vargas en Brasil, Perón en Argentina, algunos presidentes del PRI en México se ajustan a esta definición. El caso de Hugo Chávez (y sus satélites) puede entenderse mejor con la clave de Morse: un líder carismático jura redimir al pueblo, gana las elecciones, se apropia del aparato corporativo, burocrático, productivo (y represivo) del Estado, cancela la división de poderes, ahoga las libertades e irremisiblemente instaura una dictadura.
Algunos países iberoamericanos lograron construir una tercera legitimidad, la de un régimen respetuoso de la división de poderes, las leyes y las libertades individuales: Uruguay, Chile, Costa Rica, en menor medida Colombia y Argentina (hasta 1931). Al mismo tiempo, varias figuras políticas e intelectuales del XIX buscaron cimentar un orden democrático: Sarmiento en Argentina, Andrés Bello y Balmaceda en Chile, la generación liberal de la Reforma en México. A lo largo del siglo XX, nunca faltaron pensadores y políticos que intentaron consolidar la democracia aun en los países más caudillistas o dictatoriales (el ejemplo más ilustre fue el venezolano Rómulo Betancourt). Y en los albores del siglo XXI siguen resonando voces liberales opuestas al mesianismo político y al estatismo (Mario Vargas Llosa en primer lugar).
Esta tendencia democrática (liberal o socialdemócrata) está ganando la batalla en Iberoamérica. El populismo persiste sólo por la fuerza, no por la convicción. La región avanza en la dirección moderna, la misma que aprendió hace casi cuarenta años gracias a la ejemplar Transición española. Parecería impensable que, en un vuelco paradójico de la historia, España opte ahora por un modelo arcaico que en estas tierras está por caducar. A pesar de los muchos errores y desmesuras, es mucho lo que España ha hecho bien: después de la Guerra Civil y la dictadura, y en un marco de reconciliación y tolerancia, conquistó la democracia, construyó un Estado de derecho, un régimen parlamentario, una admirable cultura cívica, una considerable modernidad económica, amplias libertades sociales e individuales. Y doblegó al terrorismo. Por todo ello, un gobierno populista en España sería más que un anacronismo arqueológico: sería un suicidio.
Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras Libres.


sábado, 16 de mayo de 2015

Venezolanos ¡la alegría ya viene!


Nelson Acosta Espinoza

Este domingo, como usted ya sabe amigo lector, la oposición celebrará sus elecciones primarias. En este evento se elegirán los candidatos que participarán en los próximos comicios parlamentarios. Se llevaran a cabo en 33 de los 87 circuitos electorales del país. “De los 38 circuitos previstos hasta hace poco, se bajó a 33”, porque en las últimas horas hubo definiciones “de consenso” o candidatos que desistieron y renunciaron, explicó el presidente de la Comisión para las primarias de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), José Luis Cartaya.

En principio es una obligación política ir a votar. Este es  un derecho que no debe ser desaprovechado. Después de todo, el electoral es uno de los  espacios más apropiado para mostrar el nivel de descontento con el régimen político. Sin embargo, muchos ciudadanos  albergan  dudas en relación a estas primarias y las venideras elecciones parlamentarias. Se preguntan  ¿votar para qué? ¿Ese ámbito proporcionara las soluciones al rosario de problemas que confronta la población? ¿Los candidatos están formados intelectual y políticamente para afrontar los retos presentes en la futura actividad parlamentaria? ¿Problemas como el desabastecimiento, inflación o recesión económica encontraran respuestas en ese recinto? ¿Los nuevos legislativos tendrán una conducta distinta a la asumida por los anteriores representantes?

Estas interrogantes son legítimas. Las mismas forman parte de las incertidumbres que se han sembrado a lo largo de estos años. En consecuencia, las futuras elecciones  legislativas ofrecerían una oportunidad para trasformar estas dudas en certezas. Me parece que este es el reto que debe asumir la dirección política de la oposición.

Desde luego son múltiples las  razones para votar en contra de este gobierno. Hay un sentimiento generalizado en la población de que las “cosas van de  mal en peor”. Y, lo más grave, es que no se avizora un asomo de rectificación por parte de la nomenklatura que gobierna. En fin, pareciera que no existen motivos que induzcan a votar por los candidatos del oficialismo. Sin embargo, a pesar de estas circunstancias una porción significativa de la población aun es electoralmente leal al oficialismo.

Esta última afirmación puede parecer temeraria a los oídos de ciertos amigos que militan en el sector democrático. Igualmente, podría traducirse como una actitud condescendiente con el gobierno o, en el peor de los casos, derrotista y/o pesimista. Bien, son  legítimas estas apreciaciones. Igual, sucede en el escenario contrario. El exceso de optimismo. Esta sensación, por cierto,  anda a “rienda suelta” entre algunos dirigentes oposicionistas.

¿Qué se intenta decir? Se pretende señalar que las condiciones “objetivas” por si mismas no siempre son suficientes para inducir conductas políticas y electorales. A estas últimas hay que hacerlas acompañar por las de naturalezas subjetivas.

El oficialismo, por ejemplo,  se encuentra “entrampado” en una estética eclesial, triste y amarga que propicia la entrega total a líder: “yo soy hijo de Chávez”. El campo democrático, por el contrario, debería “enmarcar” su campaña en una estética de signo contrario: alegría, optimismo, belleza, juventud, esperanza…

Los candidatos electos deberían asumir este tono discursivo en su futura campaña.  Abandonar los temas abstractos y racionales. Empacar los asuntos concretos (inseguridad, inflación, desabastecimiento, alto costo de la vida) en envolturas emocionales. Su narrativa futura debería tener un tono épico y lírico. Vale decir, invitar a votar en el marco de una gran fiesta. Exclamar, por ejemplo, venezolanos, la alegría ya viene (Chile dixit).

Sin dudas, la política podría ser así.


La razón verdadera del Control de Cambio


Humberto García Larralde

Los venezolanos, como quienes nos observan desde allende las fronteras, tienen que estar decididamente perplejos ante la negativa del gobierno a enmendar su obstinado apego a medidas que de manera notoria han destruido la economía nacional y, con ello, los medios de sustento de la población. En lugar destacado se encuentra el insensato control de cambio. Desde una óptica económica ha generado efectos totalmente opuestos a los que justificarían su implantación. Lejos de detener la fuga de capitales, la ha estimulado: Desde 2003 (cuando se implantó) hasta el tercer trimestre de 2014 –último registro del BCV- se han fugado por las cuentas financieras y de errores y omisiones de la balanza de pagos, más de USA $ 192 millardos. Esta cifra supera en más de 10 veces el total de recursos que salieron del país en los 40 años previos a Chávez (1959 a 1998). En vez de parapetear la moneda nacional, el control de cambio la ha degradado a niveles ruines. Y las reservas internacionales están en el nivel más bajo desde octubre de 2003, con una cobertura del bolívar, al tipo de cambio oficial de Bs. 6,3/$, ¡de apenas 6%!

Tampoco pueden esgrimirse razones de “justicia social”, amparadas en la cínica consigna de que “las divisas son del pueblo”. El anclaje de precios en un dólar controlado en absoluto frenó la inflación: los últimos dos años ésta ha sido la más alta del mundo y, para 2015, estará en el rango de los tres dígitos. Y la importación de alimentos con el dólar a 6,30 no contuvo el alza de precios de este sector, que ha sido el más alto de la canasta de consumo. Pero sí sobrevaluó la moneda nacional y contribuyó, junto al acoso al sector privado, a arruinar la producción doméstica. Con ello contribuyó a profundizar la terrible escasez de bienes e insumos que amenazan hoy con sumir al país en una crisis humanitaria de proporciones africanas. Además, el racionamiento de la divisas a precios ridículamente bajos ha disparado el dólar paralelo –y detrás de él al SIMADI- hasta situarlo, al 11 de mayo de 2015, 45 veces más caro que el dólar oficial. Y, ante la escasez de divisas y la cuasi imposibilidad de acceder al dólar a Bs. 6,30, esta tasa estratosférica ha devenido en referencia obligada para la fijación de precios, pues sólo con ella se garantiza la reposición de inventarios. Tenemos una economía dolarizada pero a la tasa “paralela”, haciendo de este disparatado esquema cambiario un poderosísimo nutriente de la inflación. Lo peor es que el alza del “paralelo” se ha convertido en una “profecía autocumplida”: como todo el mundo vislumbra que va a subir el dólar, mejor comprarlo ahora, con lo que –efectivamente- se encarece aun más. Y pensar que un ajuste macroeconómico integral, con financiamiento externo y garantías que restablecieran un clima de confianza para el empresariado, permitiría unificar el precio del dólar en torno a sus valores de equilibrio -aquel que equipara el poder adquisitivo externo del bolívar con el interno-, casi siete veces más barato, hoy, que el paralelo. El libre acceso a un dólar así, en una economía abierta a la competencia, estabilizaría los precios a niveles bastante inferiores a los actuales.

No se levanta el control de cambio por razones ideológicas, ripostan otros. ¡Vade retro con cualquier programa de ajuste que medio huela a neoliberalismo!, gritan los más fanáticos. ¡”No debemos traicionar el legado del comandante”!, se persignan los devotos. Pero no, si bien la obnubilación ideológica –ignorancia- dispensa tener que admitir el fracaso de esta medida y podrá tranquilizar la mala conciencia de quienes sí se dan cuenta del desastre que provoca, ningún gobierno se suicida adrede. Tiene que haber otra razón para mantener el control de cambio. Y la hay.

“Es que su objetivo es político” –confiesa el cándido Aristóbulo. Pero no en el sentido de conquistar voluntades a favor de la política gubernamental: la mantención del control de cambio ha sido un desastre para la popularidad del gobierno. Se trata de preservar el usufructo de los dólares para un grupo, cuya identidad se define en términos políticos. Son las transacciones de divisas controladas y sigilosamente resguardadas de los ojos escrutadores del público las que han permitido el lavado de $4,2 millardos descubiertos en el Banco de Andorra, los $12 millardos depositados en el HSBC sin el asiento correspondiente en los balances del Banco del Tesoro, el auge del narcotráfico custodiado por el “cartel del sol” y las fortunas acumuladas afuera por los Andrade, Derwick, Ruperti y por muchos “revolucionarios”. Es el control de cambio lo que ha permitido a Maduro boncharse los dineros del país viajando a todos lados sin propósitos claros, con amigos, familiares, personal de servicio y enchufados, mientras los venezolanos se hunden en la miseria. ¿Podrían Jaua y otros jerarcas de la “revolución” financiar giras al exterior con tanta libertad, con niñera incluida, sin el control de cambio? Pero más allá, ¿Se hubiera podido construir la red de complicidades y de negocios con el Hizbolá y con otras organizaciones terroristas de no preservarse los dólares para uso discrecional de Chávez y su equipo? ¿Cómo ocultar el trasvase depredador de fortunas a Cuba -100.000 barriles diarios de petróleo a cambio de “médicos”- si no existiese el control de cambio? ¿Las costosas campañas publicitarias en el extranjero de Maduro se harían con tanta desfachatez sin el control de cambio? ¿Y las “ayudas” y otros regalos a presidentes “amigos”? Y, por último, ¿No sería bastante menos atractivo trasvasar productos regulados a Colombia y las Antillas si no existiera la posibilidad de cambiar lo colectado a la tasa del dólar paralelo? ¿Y qué del absurdo subsidio –regalo- de la gasolina, que permite cobrar más allá de la frontera y a la tasa paralela más de 2.500 veces lo que costó adquirirla en Venezuela? ¿Cómo extorsionar a empresarios y público en general, sin el anzuelo del dólar barato? ¿Cómo asfixiar a la prensa independiente si no se les niega el acceso a la divisa?

En fin, el control de cambio es la pieza central del manejo patrimonialista del Estado por parte de la oligarquía militar-civil que controla el poder. Un “socialismo” donde se ha privatizado el usufructo de lo público para beneficio de los “revolucionarios”. El control de cambio, junto a los demás controles, es el sustento de la corrupción en Venezuela. Recordemos que Al Capone se hizo poderoso gracias a la prohibición del alcohol que le permitió conquistar, a sangre y fuego, el rol de proveedor monopólico. Y el negocio multimillonario del narcotráfico que azota a muchos países de América Latina crece precisamente porque es ilegal. Los controles y regulaciones prohibitivas constituyen el caldo de cultivo que alimentan las mafias que intermedian entre oferentes y demandantes, más cuando cuentan con complicidad desde los más altos mandos. Y Venezuela no es la excepción. Las decisiones sobre asuntos económicos responden a incentivos. Con tan poderosos alicientes ¿Estará la oligarquía interesada en levantar el control de cambio?

Durante el último año del gobierno de Caldera, el precio de exportación del barril de petróleo venezolano era de $10. La economía estaba lejos de ser boyante, había crisis y descontento, pero ni remotamente se padecían los niveles de escasez e inflación actuales. El barril de petróleo a $47 para lo que va del 2015 no tiene por qué significar una tragedia para la economía. Sí lo es, lamentablemente, el control de cambio y demás políticas expoliadoras de la oligarquía.


domingo, 10 de mayo de 2015

¿Cómo construir un relato político exitoso?


Nelson Acosta Espinoza

¿Cómo construir un relato político exitoso? Responder esta interrogante fue el tema  del taller que dictamos a un grupo de estudiantes con interés en la actividad política. Conviene mencionar que estos jóvenes tienen pasión por la Política, así, con P mayúscula. Ojo, este entusiasmo no implica desinterés en la lucha electoral. Por el contrario, este último tema lo conciben como subordinado a una concepción alternativa de la Política. Dicho de otra manera, para estos jóvenes lo sustantivo no es ganar unas elecciones. Lo fundamental es darle una vuelta de tuerca a esta actividad.  Modificar esta práctica y  su idea de lo público. La política que hasta el momento ha prevalecido, afirman con fuerza y convicción,  ha sido responsable de las calamidades que hoy enfrenta la población.
La aclaratoria me parece pertinente. El clima presente es “acaloradamente” electoralista. Esta circunstancia hace “olvidar” lo que realmente se encuentra en juego: el cambio de régimen político. O lo que es lo mismo, politizar la cotidianidad: “dar orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas que, corrientemente, no la tienen”. En otras palabras, politizar equivale a dotar de autonomía y madurez a un conglomerado que carece de estos atributos,
Un punto de partida fue la revisión de los distintos temas susceptibles a ser politizados. La idea es encontrar la materia prima a partir de la cual se pudiera iniciar la construcción de una nueva narrativa que sustituyera la que ha hegemonizado el campo de lo político en el país.
Desabastecimiento, inflación, escases, alto costo de la vida, reducción de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, inseguridad. Venezuela importa el 70% de lo que consume en alimentos, la inflación es la más alta de la región y la producción petrolera ha sufrido una caída alarmante. Pudiéramos señalar que estamos siendo testigos de un desmantelamiento progresivo de la capacidad industrial del país. En fin, estamos a la puerta de una crisis de carácter sistémico de consecuencias impredecibles. Desde luego, este es el piso desde el cual debería construirse el relato político alternativo.
Este diagnóstico conduce a la construcción de una narrativa distinta a la que ha prevalecido en la IV y V república. Esto último es necesario tenerlo claro. La ruptura ha de ser radical. De lo contrario estaríamos ante la circunstancia de cambiar para que todo siga igual. Por otro lado, es imperativo derrotar los intentos de “trabajar” con los marcos del adversario (caso de la tarjeta la negra y las misiones).
En fin, ¿qué es el relato político? Una primera respuesta seria advertir que es lo opuesto a transmitir datos. Se trata, por el contrario, de construir una historia que movilice, seduzca, evoque y comprometa mediante la activación de los sentidos y las emociones de la población. Ha sido definido como “la novela del poder” la trama seductora que describe, explica y consolida un proyecto político.

Son diversos los elementos que estructuran un “buen” relato político: conflicto y antagonismo, visión, escenificación, símbolos, mitos, entre otros. Voy a detenerme en dos de estos componentes. Los mitos, por ejemplo, se vinculan con una constelación de factores: ideales, historias comunitarias, gestas individuales, personajes y objetivos, sirviendo de apoyatura a construcciones sociales ulteriores. Igualmente los símbolos, además del mensaje que en sí mismo connotan, cumplen la función de “ornamentar” los relatos y mitos. Desde luego, este fue un apretado resumen. El tema es mucho más complejo.

 Voy a finalizar con una advertencia. Las ventajas del uso de relatos en el campo de la comunicación política, conviven con elevados riesgos de fracaso. Voy a mencionar algunas de las situaciones que agotan y son responsables de su pérdida de credibilidad. La más común es la cronificación. El relato es invadido por una retórica plagada de repeticiones y estereotipos que lo desconectan con la realidad.

El madurismo ejemplifica esta característica: ha aumentado el volumen y la agresividad de su discurso. Lo ha elevado a la condición de dogma. En fin, la combinación de emociones asociadas a liderazgos personalistas no solo erosiona el relato, sino que genera espacio para la aparición de narrativas alternativas.  Esta es la oportunidad de la oposición para elaborarla. Sin dudas, la política podría ser así.







La crisis en campaña



Simón García
Son públicas y notorias las evidencias de la galopante convicción de que hay que detener esta racha de fracasos que castiga al país. Una voluntad que, afortunadamente, comienza a marchar junto a la decisión de ir a votar a como dé lugar. Y de respetar y hacer respetar los resultados.

El descontento elemental con el gobierno nacional, la acumulación de problemas que hacen inaguantable la situación actual, la explosión de frustración entre quienes pensaron que el presidente Maduro aportaría verdaderas soluciones, el ostensible amparo de las grandes corruptelas o los denunciados vínculos de funcionarios con el narcotráfico que no se investigan son factores que están creando un clima de rechazo al gobierno.

La crisis está modificando el sentimiento de la gente. Proporciona el primer escalón hacia un cambio de opinión, de actitud y finalmente de conducta en una inmensa mayoría de ciudadanos. También justifica a quienes se han comido las verdes y soportado agresiones por parte de una cúpula cuyo sectarismo se pasa de maraca hasta con los suyos.

La necesidad de salir de la crisis brota ya de modo silvestre. Se está esparciendo una ruptura de lealtad con un gobierno cuyos errores sepultaron la devoción popular hacia Chávez. La mayoría que lo respaldó se ha evaporado, unos se han refugiado en una nostalgia inactiva y otros están mirando hacia la MUD, con la expectativa de reforzar su base popular y aumentar su capacidad para exigir e influir cuando haya que definir nuevos rumbos.

En cuanto a la clase media, las reacciones parecen ser diversas. Un grueso sector de ella, con una cultura democrática adquirida en el pasado, asume firmemente la vía pacífica y democrática. Le otorga a las elecciones parlamentarias la posibilidad de iniciar un proceso de cambios progresivos en el modelo y la gestión bajo un gran acuerdo nacional o abrirle cauces constitucionales a un desplazamiento de la actual élite gobernante, combinando consensos, presión y votos.

Sin embargo, una parte de la población está experimentando una radicalización negativa que impulsa una nueva ola de descalificación de los partidos, negación de la política y defensa eufórica de unos desenlaces para los cuales no se tiene ni la fuerza suficiente para provocarlos ni la capacidad necesaria para gobernarlos, en el caso hipotético de que llegaran a ocurrir.

La chispa que incendia esta radicalidad negativa es la desesperación y la compulsión por resultados instantáneos. En el espejismo de la protesta de calle como llave maestra del cambio se estrellaron importantes jornadas de lucha.

La radicalización negativa concluye en una posición que objetivamente favorece la perpetuación del gobierno: porque restarle votos a la MUD y neutralizar el descontento con una prédica de abstención es el mejor regalo que se le puede hacer a Maduro. No es una acusación, sólo simple matemática.

Asunto distinto, que hay que abordar con franqueza, es el crecimiento de una insatisfacción respecto a la MUD, que alcanza picos cada vez que ella se priva o se coloca por debajo del nivel de exigencias promedio de los venezolanos. El descontento no ha podido aún ser conquistado por los partidos de la oposición formalizada en la MUD.

Uno espera que la MUD sepa leer las señales críticas que se están emitiendo hacia ella y que no las deseche antes de examinar, con nuevos ojos, si contienen algo más que hostilidad inútil. Es momento para construir un discurso, no populista ni neoliberal, y adoptar un compromiso progresista con la equidad del bienestar y la calidad de la democracia.

No basta con la campaña de la crisis. La gente quiere oír ideas claras sobre cómo salir del túnel después de las elecciones. Quiere darle valor país a su voto.




Socialismo y democracia, Mujica y Petkoff


A mediados del siglo XIX el socialismo era un movimiento revolucionario. Consideraba que la única manera de ampliar derechos en la esfera social y económica era tomando el poder por la fuerza. La gradual expansión del sufragio, sin embargo, le presentó un dilema: si el paso de la acción directa a la representación indirecta podría convertirse en una estrategia efectiva de cambio. La incertidumbre provenía del hecho que para que la participación electoral tuviera sentido, ello requeriría que la burguesía respetara la voluntad popular, sobre todo cuando esta pudiera afectar sus privilegios.
Sin duda pero, recíprocamente, también era necesario que el movimiento socialista observara las reglas de juego. Ello implicó reconocer la competencia electoral, el derecho a la propiedad y las normas que regulan el proceso legislativo, es decir, el constitucionalismo liberal. No era que la propiedad privada fuera intocable —piénsese en la tributación progresiva y el Estado de Bienestar— pero para modificarla había que cumplir ciertos requisitos constitucionales. Descartada la nacionalización masiva de los medios de producción, el cambio social ocurrió bajo el capitalismo. Los socialistas dejaron la trinchera revolucionaria para sentarse en el curul del reformismo parlamentario. Surgió así la social democracia, idea que concilió la igualdad con la libertad individual.
En América Latina la izquierda estaba lejos de ello. La debilidad del movimiento obrero, el surgimiento del populismo a mediados del siglo XX y más tarde la revolución cubana forjaron otra manera de entender la política. Allí el Parlamento era secundario. La escena fue, primero, la calle y, luego, la trinchera del foco vanguardista, sea rural o urbano. Desde los Tupamaros uruguayos hasta las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional venezolanas, por citar dos ejemplos entre muchos, la narrativa de Sierra Maestra legitimó el uso de la violencia como manera normal de hacer política. El poder surgiría de la boca de un fusil, no de la boca de urna.
Pasadas las dictaduras de los setenta y las masivas violaciones a los derechos humanos, y llegando al final de la Guerra Fría, aquellas organizaciones revalorizaron la democracia. La violencia no sirvió para tomar el poder, ni mucho menos. Tampoco para redistribuir riqueza, en realidad lo contrario. Era mejor preservar la vida y proteger derechos, la democracia. El requisito también fue observar las reglas de juego. Si reclamaban el respeto a los derechos humanos, habiendo sido víctimas de abusos, debían aceptar todo el conjunto de la normatividad constitucional. La propiedad privada estaba incluida, en tanto la democracia venía con el capitalismo y no era posible elegir un solo término de la fórmula. La tarea post chavista será gigantesca, nada menos que la reconstrucción del progresismo latinoamericano
Los dos ejemplos citados no son aleatorios. Tanto los Tupamaros como las FALN encarnan historias exitosas de exguerrilleros incorporándose a la vida política democrática y abrazando una idea socialdemócrata para sus respectivos países. Curiosamente, dos de sus líderes históricos, José Mujica y Teodoro Petkoff, han compartido las portadas de los periódicos esta semana, debatiendo sin hablarse. El problema es que ese “debate” ilustra acabadamente el desacuerdo actual en la izquierda latinoamericana. El mismo tiene nombre propio: Venezuela.
En una desafortunada entrevista en este mismo periódico —desafortunada para sí mismo, valga la aclaración— Mujica dijo que en la oposición venezolana tienen interés en ir presos. Según él, es una táctica de provocación al gobierno a “pasarse de la raya”, y el gobierno, a su vez, son unos “bobos que entran”. Sus comentarios, fuera de lugar y superficiales, fueron ofensivos, para los detenidos políticos y sus familias, desde luego, pero también para cualquier venezolano que día tras día sufre la disolución del tejido y las instituciones sociales. Ahora resulta que los opositores van presos por propia voluntad, nada menos.
Casi simultáneamente, mientras Mujica hablaba, Petkoff desnudaba tamaña banalidad sin necesidad de decir mucho. Alcanzó con su imagen, sentado en su oficina mirando el webcast del premio Ortega y Gasset de periodismo que le fue otorgado en Madrid, y que no pudo recibir en persona. Es que “los bobos” de Mujica le prohíben viajar fuera del país. “El país como cárcel”, fue la metáfora que usó para describirse, mientras Felipe González recibía el galardón en su nombre y lo retrataba como “la conciencia crítica de una izquierda que cree en la libertad”. Al menos Felipe le recordó a Mujica la razón de ser de una izquierda democrática. No es poco, pero es improbable que haya sido escuchado.
Pobre Venezuela. Además de su propia tragedia, invocarla siempre expone la miseria de la izquierda actual, su amnesia, su confusión intelectual y su extravío normativo. Como en los ochenta, durante las transiciones, Felipe González vuelve a recordarnos en la región el significado de ser socialdemócrata. Como si el tiempo no hubiera pasado, Teodoro Petkoff es un hito y el premio Ortega y Gasset, un símbolo.
Pero que Mujica —uno de los más lúcidos que han gobernado en los últimos años— no haya entendido el mensaje, es testimonio elocuente del vaciamiento ético e intelectual de esta “izquierda”; y enfatizo las comillas. La tarea post chavista será gigantesca, nada menos que la reconstrucción del progresismo latinoamericano. Apenas hemos comenzado.


El final de 1945



IAM BURUMA

                                
 El ocho de mayo de 1945, cuando acabó oficialmente la segunda guerra mundial en Europa, gran parte del mundo estaba en ruinas, pero, si bien la capacidad humana de destrucción no conoce límites, la capacidad de volver a empezar es igualmente notable. Tal vez sea ésa la razón por la que la Humanidad ha logrado sobrevivir hasta ahora.

Desde luego, al final de la guerra millones de personas estaban demasiado hambrientas y exhaustas para hacer algo más que permanecer vivas, pero, al mismo tiempo, una ola de idealismo, una sensación de determinación colectiva de construir un mundo más igual, pacífico y seguro, barrió las ruinas.

Ésa es la razón por la que el gran héroe de la guerra, Winston Churchill, perdió las elecciones en el verano de 1945, antes incluso de que el Japón se rindiera. Los hombres y las mujeres no habían arriesgado sus vidas simplemente para volver a la época anterior de privilegios de clase y privación social. Querían mejores viviendas, educación y atención de salud gratuita para todos.

Exigencias similares se oían en toda Europa, donde la resistencia antinazi o antifascista estaba encabezada con frecuencia por izquierdistas o, de hecho, comunistas y los conservadores de la preguerra estaban a menudo manchados por la colaboración con los regímenes fascistas. En países como Francia, Italia y Grecia se hablaba de la revolución. Ésta no ocurrió, porque ni los aliados occidentales ni la Unión Soviética la apoyaron. Stalin se contentó con tener un imperio en la Europa oriental.

Pero incluso Charles de Gaulle, dirigente derechista de la Resistencia, tuvo que aceptar a comunistas en su primer gobierno de la posguerra y accedió a nacionalizar industrias y bancos. La inclinación hacia la izquierda, hacia los estados del bienestar socialdemócratas, se dio en toda la Europa occidental. Formó parte del consenso de 1945.

En las ex colonias de Europa en Asia, donde los pueblos nativos no deseaban ser gobernados una vez más por potencias occidentales, que habían sido tan ignominiosamente derrotadas por el Japón, estaba produciéndose un tipo diferente de revolución. Vietnamitas, indonesios, filipinos, birmanos, indios y malayos querían la libertad también.

Esas aspiraciones se expresaron con frecuencia en las Naciones Unidas, fundadas en 1945. Las NN.UU., como el sueño de la unidad europea, formaron parte también del consenso de 1945. Durante un período breve, muchas personas destacadas –Albert Einstein, por citar sólo a una– consideraban que sólo un gobierno mundial podría garantizar la paz mundial.

Ese sueño se desvaneció rápidamente cuando la Guerra Fría dividió al mundo en dos bandos hostiles, pero en ciertos sentidos el consenso de 1945 en Occidente resultó fortalecido por la política de la Guerra Fría. El comunismo, aún envuelto en la hoja de laurel del antifascismo, tenía un gran atractivo intelectual y emocional, no sólo en el llamado Tercer Mundo, sino también en la Europa occidental. La democracia social, con su promesa de mayor igualdad y oportunidades para todos, hizo de antídoto ideológico. En realidad, la mayoría de los socialdemócratas eran ferozmente anticomunistas.

Hoy, setenta años después, gran parte del consenso de 1945 no ha sobrevivido. Pocas personas pueden hacer un gran acopio de entusiasmo por las NN.UU. El sueño europeo está en crisis y cada día se socava más el Estado del bienestar socialdemócrata de la posguerra.

La degradación comenzó durante el decenio de 1980, con Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los neoliberales atacaron el gasto en programas de derechos sociales y los intereses creados de los sindicatos. Se pensaba que los ciudadanos debían adquirir una mayor capacidad para valerse por sí mismos; los programas de asistencia social estatales estaban volviendo a todo el mundo blando y dependiente. Conforme a las famosas palabras de Thatcher, no existía la llamada “sociedad”, sólo familias y personas que debían responsabilizarse de su propia vida.

Pero el consenso de 1945 recibió un golpe mucho mayor precisamente cuando todos nos alegrábamos del desplome del imperio soviético, la otra gran tiranía del siglo XX. En 1989, parecía que la siniestra herencia de la segunda guerra mundial, la esclavización de la Europa oriental, se había acabado por fin y así había sido en muchos sentidos, pero muchas más cosas se desplomaron con el modelo soviético. La socialdemocracia perdió su razón de ser como antídoto del comunismo. Se llegó a considerar que todas las formas de ideología izquierdista –de hecho, todo lo que oliera a idealismo colectivo– eran un utopismo equivocado que sólo podía acabar en el Gulag.

El neoliberalismo llenó el vacío, creando una gran riqueza para algunos, pero a expensas del ideal de igualdad que había surgido tras la segunda guerra mundial. La extraordinaria acogida dada a El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty muestra lo profundamente que se han sentido las consecuencias del desplome de la izquierda.

En los últimos años, otras ideologías han surgido también para colmar la necesidad humana de ideales colectivos. El ascenso del populismo de derecha refleja unos anhelos redivivos de comunidades nacionales puras que mantengan fuera a los emigrantes y las minorías y el neoconservadurismo americano ha transformado perversamente el internacionalismo de la antigua izquierda al intentar imponer un orden democrático del mundo mediante la fuerza militar de los EE.UU.

La respuesta a esa alarmante evolución no es la nostalgia. No podemos, sencillamente, regresar al pasado. Demasiadas cosas han cambiado, pero una nueva aspiración a la igualdad social y económica y a la solidaridad internacional es urgentemente necesaria. No puede ser lo mismo que el consenso de 1945, pero en este anivesario haríamos bien en recordar por qué surgió aquel consenso, para empezar.

* Ian Buruma  es professor en el Bard College. Su temas versan sobre derechos humanos, democracia y periodismo.. Recientemente  ha publicado   Year Zero. A History of 1945..