viernes, 5 de agosto de 2016

Brexit, Trump y nosotros




Nelson Acosta Espinosa

Bien, amigos lectores, en este escrito voy a intentar enlazar tres temas en apariencia inconexos. Me refiero al Brexit, Donald Trump y la situación política en nuestro país. Entiendo que esta tarea no es simple. Aspiro, sin embargo, encontrar un común denominador que proporcione un sentido compartido y enseñe algunas lecciones en el ámbito de la comunicación política.


De entrada parece obvio formular la siguiente interrogante: ¿qué tienen en común temas tan disimiles? Bien una repuesta pudiera ser la siguiente. Las tres situaciones se distinguen por tener al populismo como un común denominador. ¿Cómo interpretar, entonces, esta circunstancia?


Bueno, elevar esta interrogante parece pertinente. Después de todo, estamos relacionando situaciones políticas y culturales distintas y situadas en escenarios geográficos bien disimiles. Empecemos, entonces, con una breve descripción de los contextos que intentamos relacionar.


El primer tema, como es conocido, corresponde al referéndum llevado a cabo en el Reino Unido con la finalidad de ventilar la permanecía o la salida de este país  de la Unión Europea. El segundo, se encuentra referido a las venideras elecciones presidenciales  en los Estados Unidos y, finalmente, arribamos a los condicionamientos culturales y políticos presentes en la coyuntura electoral venezolana.


El primer caso, pudiera ser simplificarlo como un enfrentamiento entre razón y emoción. Lo abreviamos de este modo porque los defensores de la permanencia del RU en la UE esgrimieron argumentos de naturaleza racional y económica. No se percataron que el debate  y el voto del Brexit se guio mucho más por la emoción que por la razón. Al escoger entre un sí o un no, en un referéndum las razones se degradan y se confunden con las emociones. En cierto sentido, los europeístas obviaron la dimensión cultural y apostaron por argumentos de naturaleza económica y técnica.


Los euro-separatistas, sin lugar a dudas,  cultivaron una dimensión de naturaleza ideológica que los llevó a favorecer el rechazo a la UE desde argumentos nacionalistas que apostaban por el fortalecimiento del estado y el cierre de las puertas a la ola migratoria que proviene de las guerras del Oriente Medio. El liberalismo inglés y europeo no supo lidiar con la naturaleza cultural de   estos tópicos y, en consecuencia, el tema de las identidades conspiró contra la vocación europeísta de los adherentes a la permanencia del RU a la UE.


Este conflicto entre razón y emoción se observa, igualmente, en la campaña electoral en USA. Donald Trump ha desarrollado un relato que gira sobre la necesidad de devolverle a  Estados Unidos su grandeza perdida. Sus temas de campaña: expulsar a los indeseables y los débiles, cerrar la puerta a los terroristas, destruir a los enemigos y dejar que los “mejores” se haga cargo del gobierno. “Hacer de Estados Unidos grandioso otra vez”, sin duda este slogan tiene un fuerte trasfondo emotivo: "toca el orgullo herido del estadounidense conservador y xenófobo que piensa que su país tuvo una época dorada de dominio militar y económico global, pero que ahora es un gigante acobardado y humillado por enemigos “menores” como China, Irán y Rusia".


A esta altura es prudente explorar las enseñanzas que se pudieran extraer de estas dos experiencias. En principio, es importante resaltar el regreso de un populismo de derecha que apela a las emociones para intentar hacer valedera sus propuestas políticas. Y, por otro lado, esta circunstancia  pone  en evidencia las dificultades que enfrenta el pensamiento democrático y liberal  para articular a sus ofertas estas dimensiones de naturaleza simbólica y que encarnan el espíritu nacional de esos países.


 En Venezuela, los demócratas se han enfrentado  obstáculos parecidos a los descritos en párrafos anteriores. Un cierto racionalismo programático impregnó la apuesta política de la oposición por un cierto periodo. Este pragmatismo racionalista obstaculizó el cultivo de la dimensión cultural y simbólica de la política. El populismo chavista, por el contrario,  logró hegemonizar este ámbito del acontecer nacional.


Hoy día este relato está agotado. Los destinatarios de su discurso se encuentran huérfanos y sometidos a condiciones de vida deplorables. Las fuerzas democráticas, en consecuencia,  tienen una oportunidad única para intentar  recuperar este espacio cultural. Este es un tema que va más allá de lo estrictamente electoral. Hegemonizar el espacio cultural es una tarea imprescindible si se quiere evitar el resurgimiento de apuestas populistas de cualquier signo.


El punto es vital. Las fuerzas opositoras están depositando su confianza en que la situación económica por si sola será suficiente para impulsar las fuerzas renovadoras del cambio (es la economía estúpido).  Aspectos relacionados con cuestiones de naturaleza cultural y de identidad han sido postergados y percibidos como secundarios


Sin embargo, una vez restaurada la democracia se hará necesario dotar de una “nueva” identidad a los sectores populares. Un camino para alcanzar esta meta seria articular sus códigos culturales a la propuesta  democrática. Ello permitirá dotar de legitimidad y soporte a las políticas de ajuste que necesariamente tendrán que ser implementadas. 

Desde luego, una estrategia de esta naturaleza tendría como objetivo impedir el surgimiento político y electoral de una apuesta de naturaleza populista. Ojo, la restauración de esta narrativa constituye una amenaza latente. Quien piense lo contrario, vuelque su mirada en los países europeos mencionados.


En otras palabras, tenemos que desarrollar un patriotismo alternativo que se ancle en valores culturales y simbólicos. Punto de partida para iniciar la construción de las nuevas identidades ciudadanas.
















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