Nelson
Acosta Espinosa
Bien, amigos lectores, en este escrito voy a intentar
enlazar tres temas en apariencia inconexos. Me refiero al Brexit, Donald
Trump y la situación política en nuestro país. Entiendo que esta tarea no es
simple. Aspiro, sin embargo, encontrar un común denominador que proporcione un
sentido compartido y enseñe algunas lecciones en el ámbito de la comunicación
política.
De entrada parece obvio formular la siguiente
interrogante: ¿qué tienen en común temas tan disimiles? Bien una repuesta
pudiera ser la siguiente. Las tres situaciones se distinguen por tener al
populismo como un común denominador. ¿Cómo interpretar, entonces, esta
circunstancia?
Bueno, elevar esta interrogante parece pertinente.
Después de todo, estamos relacionando situaciones políticas y culturales distintas
y situadas en escenarios geográficos bien disimiles. Empecemos, entonces, con
una breve descripción de los contextos que intentamos relacionar.
El primer tema, como es conocido, corresponde al
referéndum llevado a cabo en el Reino Unido con la finalidad de ventilar la
permanecía o la salida de este país de la Unión Europea. El segundo, se
encuentra referido a las venideras elecciones presidenciales en los
Estados Unidos y, finalmente, arribamos a los condicionamientos culturales y
políticos presentes en la coyuntura electoral venezolana.
El primer caso, pudiera ser simplificarlo como
un enfrentamiento entre razón y emoción. Lo abreviamos de este modo porque los
defensores de la permanencia del RU en la UE esgrimieron argumentos de
naturaleza racional y económica. No se percataron que el debate y el voto
del Brexit se guio mucho más por la emoción que por la razón. Al escoger
entre un sí o un no, en un referéndum las razones se degradan y se confunden
con las emociones. En cierto sentido, los europeístas obviaron la dimensión
cultural y apostaron por argumentos de naturaleza económica y técnica.
Los euro-separatistas, sin lugar a dudas,
cultivaron una dimensión de naturaleza ideológica que los llevó a
favorecer el rechazo a la UE desde argumentos nacionalistas que apostaban por
el fortalecimiento del estado y el cierre de las puertas a la ola migratoria
que proviene de las guerras del Oriente Medio. El liberalismo inglés y europeo
no supo lidiar con la naturaleza cultural de estos tópicos y, en
consecuencia, el tema de las identidades conspiró contra la vocación europeísta
de los adherentes a la permanencia del RU a la UE.
Este conflicto entre razón y emoción se observa,
igualmente, en la campaña electoral en USA. Donald Trump ha desarrollado un
relato que gira sobre la necesidad de devolverle a Estados Unidos su
grandeza perdida. Sus temas de campaña: expulsar a los indeseables y los
débiles, cerrar la puerta a los terroristas, destruir a los enemigos y dejar
que los “mejores” se haga cargo del gobierno. “Hacer de Estados Unidos
grandioso otra vez”, sin duda este slogan tiene un fuerte trasfondo emotivo:
"toca el orgullo herido del estadounidense conservador y xenófobo que piensa que
su país tuvo una época dorada de dominio militar y económico global, pero que
ahora es un gigante acobardado y humillado por enemigos “menores” como China,
Irán y Rusia".
A esta altura es prudente explorar las enseñanzas que
se pudieran extraer de estas dos experiencias. En principio, es importante
resaltar el regreso de un populismo de derecha que apela a las emociones para
intentar hacer valedera sus propuestas políticas. Y, por otro lado, esta
circunstancia pone en evidencia las dificultades que enfrenta el
pensamiento democrático y liberal para articular a sus ofertas estas
dimensiones de naturaleza simbólica y que encarnan el espíritu nacional de esos
países.
En Venezuela, los demócratas se han enfrentado
obstáculos parecidos a los descritos en párrafos anteriores. Un cierto
racionalismo programático impregnó la apuesta política de la oposición por un
cierto periodo. Este pragmatismo racionalista obstaculizó el cultivo de la
dimensión cultural y simbólica de la política. El populismo chavista, por el
contrario, logró hegemonizar este ámbito del acontecer nacional.
Hoy día este relato está agotado. Los destinatarios de
su discurso se encuentran huérfanos y sometidos a condiciones de vida
deplorables. Las fuerzas democráticas, en consecuencia, tienen una
oportunidad única para intentar recuperar este espacio cultural. Este es
un tema que va más allá de lo estrictamente electoral. Hegemonizar el espacio
cultural es una tarea imprescindible si se quiere evitar el resurgimiento de
apuestas populistas de cualquier signo.
El punto es vital. Las fuerzas opositoras están depositando
su confianza en que la situación económica por si sola será suficiente para
impulsar las fuerzas renovadoras del cambio (es la economía estúpido).
Aspectos relacionados con cuestiones de naturaleza cultural y de
identidad han sido postergados y percibidos como secundarios
Sin embargo, una vez restaurada la democracia se hará
necesario dotar de una “nueva” identidad a los sectores populares. Un camino
para alcanzar esta meta seria articular sus códigos culturales a la
propuesta democrática. Ello permitirá dotar de legitimidad y soporte a
las políticas de ajuste que necesariamente tendrán que ser implementadas.
Desde
luego, una estrategia de esta naturaleza tendría como objetivo impedir el
surgimiento político y electoral de una apuesta de naturaleza populista. Ojo,
la restauración de esta narrativa constituye una amenaza latente. Quien piense
lo contrario, vuelque su mirada en los países europeos mencionados.
En otras palabras, tenemos que desarrollar un
patriotismo alternativo que se ancle en valores culturales y simbólicos. Punto de partida para iniciar la construción de las nuevas identidades ciudadanas.
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