domingo, 25 de mayo de 2014

Diálogo o transición



Nelson Acosta Espinoza

Amigo lector, pareciera que en el ámbito de la opinión pública se estuviera produciendo una convergencia o encuentro entre la oposición y el oficialismo. Desde luego, usted se preguntará con toda razón y con un sesgo de asombro, sobre la naturaleza de esta coincidencia y sus implicaciones prácticas para el país en su futuro inmediato y mediato.

Bien, formulemos la interrogante ¿en qué área se produce el encuentro entre estos dos bandos en pugna? Podría parecer extraño, pero la coincidencia es, por ahora, en el ámbito del lenguaje. Sectores de la oposición y del gobierno han introducido, en sus hábitos discursivos, la palabra o el semantema, transición. Aparentemente, esta gesticulación lingüística, podría no significar gran cosa. Sin embargo, no es así. Voy a tratar, brevemente, de explicar su importancia.

Empecemos, entonces, con dos preguntas opuestas. ¿La realidad construye el lenguaje? ¿O es el lenguaje el que construye la realidad? Dicho de otro modo, ¿el lenguaje refleja lo que existe? ¿O el lenguaje crea una determinada manera de ver lo que existe? Tras estas interrogantes subyace una temática recurrente en toda acción política: el uso del lenguaje y la terminología para construir una determinada visión de lo que está ocurriendo. Dicho en forma sencilla, el uso de la palabra transición, en el actual contexto, pudiera dar inicio a la construcción de una nueva realidad. Desde luego, se haría necesario diseñarla discursivamente y asumir el compromiso práctico que se asociaría a una iniciativa de esta naturaleza.

Diversos articulistas, Carlos Blanco y Armando Duran han usado la palabra transición como la alternativa a construir en el futuro inmediato. Para el primero, este proceso ya arrancó e inevitablemente sé "producirá una convergencia entre opositores de diversas facturas; también entre chavistas que procuran un cambio y la oposición; entre cívicos y militares…”. Armando Duran, por su parte, llama la atención sobre el "fracaso de las élites políticas, económicas y culturales del país a la hora de interpretar la realidad venezolana".

Concluye, en forma contundente, señalando el fracaso de la clase política en ambos sectores de la sociedad. En el otro polo político, Nicmer Evans, advierte sobre el drama que padece el PSUV y sus partidos aliados. Advierte sobre el descontento en las filas de los partidarios del oficialismo y clama, en forma velada, sobre la necesidad de un cambio en la orientación que está tomando la revolución.

En fin, diálogo coexiste con la palabra transición. Dos vocablos que expresan opciones de carácter distinto. La primera, apunta a la consecución de reivindicaciones concretas. No implica el cuestionamiento y sustitución del régimen político. La segunda, envuelve colocar la mirada en la construcción de una alternativa y la búsqueda del consenso necesario para proporcionar viabilidad al mismo.

Regresando al argumento teórico. Me voy a permitir citar una frase del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". En otros términos, no es el mismo mundo el de quien tiene 10.000 palabras en su cabeza para entenderlo y describirlo que el universo de quien tiene solo 800 (atención Nicolás Maduro).

El lenguaje político, entonces, circunscribe nuestro mundo colectivo. Cazarse con una única opción es limitarse a vivir dentro de esa realidad lingüística. La oposición formal y el gobierno han construido una suerte de "jaula" discursiva (el diálogo) que no les permite avanzar en la obtención de sus objetivos políticos. Se encuentran atrapados en sus respectivas redes lingüísticas que se refuerzan mutuamente.

Transición es una nueva entrada en el diccionario político del país. Su uso continuado apuntaría hacia la creación una nueva manera de ver lo que existe. Y, en consecuencia, proveería la base lingüística del mundo político por venir.

¿Causa desigualdad la corrupción?

En muchos países se debe a que hay demasiados ladrones en el Gobierno





Moisés Naím
Publicado en El País (España) el 24 de mayo de 2014


¿De quién es la culpa de que la desigualdad económica haya aumentado tanto en los últimos tiempos? De los banqueros, es la respuesta obvia para muchos. Según esta visión, el sector financiero es el principal responsable de la crisis económica mundial que comenzó en 2008 y cuyas consecuencias aún las sufren millones de desempleados y la clase media que se ha empobrecido, especialmente en Europa y EEUU. Quienes piensan así también enfatizan que los banqueros y especuladores financieros que causaron la crisis no han pagado costo alguno y, por el contrario, muchos de ellos son ahora más ricos. Para otros, el aumento de la desigualdad tiene que ver con los misérrimos sueldos de los trabajadores en países como China e India, cuyos salarios empujan hacia abajo los ingresos de los trabajadores del resto del mundo y generan desempleo, ya que las empresas “exportan” puestos de trabajo de Occidente a Oriente. No; la tecnología es la principal fuente de desigualdad, dicen otros. Son los robots, las computadoras, Internet y, en general, todas las máquinas que reemplazan a los trabajadores las que causan desempleo y desigualdad.

Es más complicado y profundo que todo esto, argumenta Thomas Piketty, el economista francés cuyo enjundioso libro El capital en el siglo XXI se ha convertido en un sorprendente éxito mundial. Según Piketty, el capital (que él iguala a riqueza y esta, a su vez, a propiedades inmobiliarias, activos financieros, etcétera) suele aumentar a mayor velocidad que el tamaño de la economía. Los ingresos producidos por el capital (los alquileres de las propiedades, o los rendimientos de las inversiones, por ejemplo) se concentran en un grupo más reducido de personas que los ingresos fruto del trabajo, que están dispersos entre toda la población. Por eso, cuando los ingresos del capital aumentan mas rápidamente que los del trabajo, se produce un aumento de la desigualdad, ya que los dueños del capital acumulan una mayor proporción de la renta. Y en vista de que el crecimiento de los ingresos generados por el trabajo depende mucho del crecimiento de la economía como un todo, si esta no crece al menos al mismo ritmo que las ganancias del capital se agudiza la desigualdad económica. Piketty resume esta complicada explicación así: cuando r>g , la desigualdad aumenta; r es la tasa de remuneración del capital y g la tasa de crecimiento de la economía. Según él, a largo plazo la economía crecerá a un promedio de entre el 1% al 1,5% cada año, y el promedio del retorno al capital aumentará a una tasa de 4% a 5% anual, por lo que la desigualdad está destinada a aumentar. Para evitarlo, Piketty recomienda un impuesto global y progresivo a la riqueza, idea que él mismo reconoce como algo utópica, ya que confrontaría enormes obstáculos políticos y grandes dificultades prácticas.

El análisis y las propuestas de Piketty están siendo ampliamente debatidos y, este debate acaba de amplificarse debido a que el Financial Times ha cuestionado los datos en que se basa el libro. Pero tal como lo escribí en mi anterior columna, el inusitado interés por las ideas de Piketty se debe en gran medida a que la desigualdad se ha convertido en una gran preocupación en EEUU. Y este país tiene una capacidad única para contagiar sus angustias al resto del mundo. Así, naciones donde la desigualdad ha sido una plaga crónica, sin que eso despertara grandes debates, ahora se han contagiado del fenómeno Piketty, cosa que es una buena noticia. Es importante que en estos países desaparezca la complacencia con las profundas desigualdades que los aquejan. Pero es igualmente importante tener el diagnóstico claro. En Rusia, Nigeria, Brasil o China la desigualdad económica no se debe principalmente a que r>g. Se debe a que hay demasiados ladrones en el Gobierno y el sector privado que pueden robar con gran impunidad. Parafraseando a Piketty, en las sociedades donde c>h la desigualdad seguirá aumentando: c es el número de funcionarios públicos, líderes políticos y empresarios corruptos dispuestos a violar las leyes para enriquecerse y h es el número de funcionarios y políticos honrados. La desigualdad florece en sociedades donde no hay sistemas de incentivos, reglas e instituciones que hacen que la corrupción no dependa solamente de tener gente honesta en el Gobierno, sino que también cuentan con maneras de hacer que el robo del dinero público o la venta de decisiones del Gobierno al mejor postor sean conductas que se detectan y castigan.

Piketty basa su análisis en datos de cerca de 20 países, la mayoría de los cuales tienen elevados ingresos y gozan de los menores niveles de corrupción, de acuerdo con la lista de 177 naciones que recopila Transparencia Internacional. Tristemente la mayoría de la humanidad vive en países donde lo normal es que c>h. Y ahí la falta de honestidad de los gobernantes y sus aliados es una importante fuente de desigualdad económica.

domingo, 18 de mayo de 2014

También hay calles largas


Simón García

Desde siempre la calle ha sido motivo de inspiración para poetas, pintores, novelistas, músicos o luchadores revolucionarios. De la defensa de los castillos aislados mediante murallas y fosos, se pasó a las barricadas dentro de los burgos.

Se dice que la primera vez que se usaron barricas de vino para cerrar una calle fue en Mayo de 1588, cuando los 16 prefectos de Paris decidieron realizar una protesta por motivos religiosos. En 1839, Luis Felipe, fue conocido como el Rey de las barricadas porque alcanzó el trono gracias a las revueltas revolucionarias de 1830. La pintura de Eugenio Delacroix, "La libertad guiando al pueblo", expresó esa novedad simbólica de las barricadas.

El tema ha pasado a ser el centro de un debate interno en la oposición, con una beligerancia tal que amenaza con sustituir la lucha principal contra el régimen por el empeño en debilitar o desconocer a cada uno de las partes involucradas en una alocada pugna por obtener la hegemonía en el liderazgo.

Hasta ahora el debate sobre las luchas de calle ha contribuido a dividirnos. Se ha pretendido presentar a la calle como una iniciativa subordinada a una parte del liderazgo opositor, cuando todos sabemos que se trata de un movimiento estudiantil que ha actuado con autonomía respecto a sus motivos, a sus contenidos, a sus formas de lucha y a sus objetivos.

Por supuesto que todo opositor debe desmarcarse claramente de la versión policial sobre el papel que las movilizaciones de calle han jugado desde el 12 de febrero. El calificativo de terroristas o agentes de violencia es aplicable con unánime propiedad a las ejecutorias gubernamentales. La persecución contra María Corina, Ledezma y Voluntad Popular es inaceptable.

Pero la calle tiene sus límites, especialmente si es un drene para la desesperación o se considera como una vía rápida, al margen del tamaño, la amplitud y la diversidad de las fuerzas sociales y políticas indispensables para adelantar los cambios. La calle congelada en un solo tipo de acciones termina por habituarnos a su rutina.

La calle también puede ser larga, como lo demuestra el fracaso del pronóstico de que con una semana más se saldría de Maduro. El diálogo sin calle es insuficiente, como la calle desconectada de los problemas reales que afectan a la gente es sólo un testimonio de coraje cívico.

Todos los que quieren mejorar la calidad, efectividad y amplitud de las luchas han comenzado a comprender que las protestas son el reflejo, aún parcial, de una resistencia muy de fondo de toda la sociedad venezolana. Por eso la división ideológica que ha jugado a favor del gobierno está perdiendo eficacia.

Muchos de los que sostienen la inevitabilidad de un cambio de sistema, no sólo de gobierno, saben que resultados de esta envergadura generalmente están situados algo más allá del principio de las luchas. No se le puede pedir a ningún proceso de cambios que genere los resultados finales de primero.

Una interrogante actual es si se desea llevar a sus extremos las disidencias en el seno de la oposición o si es urgente dedicar especiales esfuerzos para su reencuentro a partir de una debate sobre las diferencias, una reelaboración de la estrategia y una formulación de los principios para regular la realización de un plan común.

El agravamiento acelerado de la crisis debería acelerar las iniciativas para superar las actuales diferencias, recomponer la MUD y retomar una línea de cambio progresista que asegure bienestar y justicia social en condiciones de profundización de los derechos y la libertad.

¿Están los líderes de acuerdo o piensan amarrarse a una trifulca mas callejera que de proyectos de país?

Política y neuronas espejo


Nelson Acosta Espinoza

La búsqueda de los mecanismos apropiados para implementar el diálogo (oposición-gobierno) está entre los temas más importantes de la agenda política nacional. Ello es así, porque se entiende que este procedimiento es el apropiado para intentar solventar la crisis política y económica que sufre el país. Desde luego, este instrumento es percibido de forma distinta por los actores en pugna. Los primeros, desean de buena fe obtener algunas reivindicaciones que permitan desmontar el conflicto en ciernes (liberación de Iván Simonovis, presos políticos y estudiantes detenidos; instalación de una comisión de la verdad independiente; desmovilización de los colectivos, entre otras demandas). El oficialismo, por su parte, intenta ganar tiempo y evitar una crisis al interior de su bloque de poder para así implementar algunas medidas que enfrenten el deterioro del modelo del socialismo del siglo XXI, Vemos, pues, que adelantar el diálogo es una actividad harto compleja y se requiere de unos pre requisitos de orden simbólico y políticos que, por ahora, se encuentran ausentes en el clima dentro del cual se despliega esta actividad.

A propósito de este tema me parece interesante traer a colisión algunos desarrollos recientes en el ámbito de las neurociencias. Avances que han permitido desarrollar una mirada inédita en este ámbito y cuestionar algunos paradigmas tradicionales dentro de la disciplina política. Quizás, esta nueva perspectiva arroje luz para disipar las tinieblas que obstaculizan los reconocimientos mutuos en el plano de una controversia de naturaleza política.

El descubrimiento de las llamadas "neuronas espejo" han permitido tener una visión distinta de las bases sobre la cuales se asienta nuestra condición moral. Se les denomina de esta manera porque se activan cuando una persona desarrolla la misma acción que se encuentra observando en otra persona. Estas neuronas constituyen el asiento neural de la empatía, es decir la capacidad de ponernos en los zapatos de otros. "Comprender el dolor, el sufrimiento o la felicidad de otros. Sentimos tristeza si mi interlocutor se ve triste o llora y reímos si el otro se ve alegre o ríe. Estas neuronas tienen conexión con el sistema límbico que activa nuestra parte emocional".

Desde un punto de vista antropológico en la empatía, entonces, se encontraría la base de la sociabilidad humana. Esta condición, de asiento biológico, serviría para borrar la separación entre el yo y el Otro. Desde luego, no solo permitiría aproximarse al otro, sino también juzgar sus intenciones. Es bueno recalcarlo, empatía no implica simpatía. En política, por otra parte, es fundamental la empatía en los electores. Para suscitarla se hace uso de mensajes, discursos e imágenes que despierten sentimientos, entusiasmo, optimismo.

Ahora bien, ¿cómo utilizar estos desarrollos para la construcción de una alternativa que supere la conflictividad actual? La respuesta a esta interrogante es compleja. Salta a la vista que el actual entorno no favorece el desarrollo de esta capacidad de naturaleza biológica. Sin embargo, pareciera factible diseñar una política capaz de ver al "otro" como parte de un nosotros. Para ello sería necesario que los sectores democráticos generaran y practicaran una ética de la empatía que los impulsara, sin embages, ir al encuentro del “otro”. La desastroza situación económica y la inestabilidad política favorecerían una política de este signo. Así se podría vencer la polarización.

El diálogo, entonces, no puede ser asumido exclusivamente como un dispositivo racional. Al “otro” hay que verlo como parte de nosotros. Aquí reside la clave para el diseño de una apuesta política que restituya la vida democrática en el país.

A lo mejor se requeriría que la MUD activará, aún más, sus "neuronas espejo".




El “diálogo” debe continuar


Ha transcurrido más de un año desde aquel respaldo a una auditoría total de resultados electorales y no se ha realizado


Alek Boyd, 
El País (España) 17 de mayo de 2014

Examinemos a los actores principales primeramente: Gobierno de Nicolás Maduro y oposición “oficial” asociada a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). El primero cuenta con un récord de larga data que hace, prácticamente imposible, tomarlo en serio. Es decir, poca credibilidad puede tener un Gobierno cuyo presidente llegó al cargo en condiciones dudosas y violando la constitución. Luego tenemos al otro bando, representado por líderes cuya legitimidad ya caducó, y cuya representatividad, en el mejor de los casos, es una fracción del universo opositor.

Luego tenemos a los observadores de UNASUR. Vale recordar que la misma UNASUR anunció su respaldo, en abril de 2013, a una auditoría total de los resultados de la elección que Maduro supuestamente ganó. Dicha auditoría nunca se llevó a cabo, por tanto la credibilidad de los representantes de UNASUR, como observadores dizque imparciales, es igual a la de los dos actores ya mencionados.

En ese marco se realizaron algunos encuentros, el primero televisado, los demás en privado. En una reunión previa al inicio del “diálogo”, entre representantes de ambos bandos en Aruba, el chavismo ignoró casi la totalidad de las condiciones de la MUD. El gobierno de Maduro se aseguró el cumplimiento de sus condiciones antes de comenzar con la farsa, y la MUD, por razones desconocidas para la mayoría de los venezolanos, aceptó participar. El gobierno de Maduro no ha cambiado un ápice su política de represión brutal, encarcelamientos indiscriminados, y violación sistemática de derechos humanos. Vale hacer un alto al respecto de violaciones sistemáticas de derechos humanos en Venezuela, cosa que viene ocurriendo ininterrumpidamente según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y recordar que tal es el caso desde el año 2005.

El “diálogo” entre las partes no ha producido ni un sólo resultado: los presos políticos siguen presos y sus “procesos judiciales” regidos por la Fiscalía chavista siguen siendo una farsa; los estudiantes siguen siendo arrestados, torturados y acusados falsamente; los colectivos del terror campean a sus anchas; altas autoridades del gobierno siguen fabricando evidencias y denunciando complots inexistentes; es decir, nada ha cambiado. El chavismo no ha dado ni una sola muestra que indique una intención distinta a la de mantenerse en el poder a cualquier costo.

Esta semana la oposición suspendió el “diálogo”, supuestamente por la continuada represión contra estudiantes y arrestos indiscriminados. Nicolás Maduro dijo por su parte que el “diálogo” se había suspendido debido a “fuertes presiones”, sin dar más detalles. Se ha anunciado un nuevo encuentro para éste domingo, entre MUD, UNASUR y nuncio, para “descongelar” el asunto.

Luego hemos de escuchar afirmaciones que indican que el fracaso del diálogo se debe a: las revelaciones de la Secretaría de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado (Roberta Jacobson) al declarar que representantes de la MUD le solicitaron no sancionar a los responsables de violaciones a los derechos humanos en Venezuela; o la supuesta disposición del Gobierno de Obama de imponer un embargo a Venezuela, lo cual, salvo el chavismo y la MUD, nadie ha planteado en el contexto actual; o la irresponsable premura en la obtención de resultados que algunos actores albergarían, desconsiderando los “buenos auspicios” de los representantes de UNASUR. Los culpables del fracaso parecen estar en todos lados menos en Venezuela.

Lo que ninguno de los comentaristas y expertos de oficio resaltan, es que ha transcurrido más de un año desde aquel respaldo a una auditoría total de resultados electorales, acordado en Lima por UNASUR y que legitimaría a Nicolás Maduro como presidente, y no se ha realizado, ni se realizará. Los “bien dispuestos” cancilleres de UNASUR no han dicho palabra de discriminación o crítica al respecto, por consideraciones económicas que son las que dictan la agenda. Lo que no se escucha es que las sanciones propuestas no son contra Venezuela, sino contra individuos responsables de violaciones a los derechos humanos, léase Maduro y su gente. Tampoco se habla de las relaciones profesionales y conflicto de intereses de representantes de la MUD con banqueros boliburgueses, a quienes, muy probablemente, afectarían las sanciones individuales propuestas, de allí sus peticiones al Departamento de Estado de no imponer sanciones a los chavistas.

Es decir, tenemos a un Gobierno acorralado por las continuas violaciones a los derechos humanos, pero que ha facilitado, y sigue facilitando, oportunidades de negocios fabulosas para sus oficiales, socios, banqueros, y países y empresas aliadas. El chavismo es un excelente negocio, para quien colabora con él. Todos los que se sientan en ese “diálogo”, con la excepción del nuncio Aldo Giordano, tienen un interés económico en mantener el status quo, y es por ello que está destinado irremediablemente al fracaso. Pero el show debe continuar, para que el mundo crea que con ese “diálogo” Venezuela saldrá de la crisis.

domingo, 11 de mayo de 2014

Desarrollo desigual y combinado



Nelson Acosta Espinoza

Los marxistas, como buenos herederos del positivismo dieciochesco, asumen la existencia de leyes que determinan el desarrollo histórico de una sociedad. Marx, Engels y Trotski, entre otros, hicieron uso de este concepto para explicar situaciones concretas y fundamentar estrategias políticas. La llamada ley del "desarrollo desigual y combinado" es una de esas categorías utilizadas en los análisis de escenarios históricos específicos.

En forma sencilla este concepto apunta a señalar la existencia de distintos ritmos en los procesos de desarrollo de una sociedad. La vida social progresa en proporciones no equilibradas, vale decir desiguales. Un sector puede crecer a tasas más altas que otros ámbitos. Por otra parte, esta desigualdad se mezcla en formas históricas precisas y puede proporcionar un estimulo tanto de expansión como de compresión.
Perdonen los lectores la inclinación de este narrador por lo académico. Sucede que esta categoría, despojada de su connotación de ley, tiene un cierto valor descriptivo.Veamos.

Sin lugar a dudas, en el país se combinan desigualmente aspectos económicos, políticos y culturales. Por ejemplo, estamos en presencia de un gobierno que predica el socialismo del siglo XXI y se ha embarcado en desarrollar una versión del capitalismo de estado. El estado, sector atrasado, se combina desigualmente con el privado que constituye la porción desarrollada de nuestra economía. La prensa registra regularmente el fracaso de las industrias estatizadas. El virus de la corrupción y la ineficiencia ha infectado los cargos gerenciales de estas corporaciones estatales y ha cancelado su posibilidad de transformarlas en motores del desarrollo. Esta desigualdad combinada se manifiesta, igualmente, en otros aspectos de la vida social. Los espacios urbanos son escenarios de un nuevo tipo de pobreza. Estamos en presencia de la destrucción acelerada de los sectores medios. Me he tomado la libertad de conceptualizarlos como: los sin carro, los sin tarjeta de crédito, los sin acceso a vivienda, los sin dólares de CADIVI, etc. En fin, si sumamos estos "nuevos pobres" con los que tradicionalmente han estado al margen del desarrollo, concluiríamos que más del 70% de la población (por decir lo menos) se encuentra incluido en esta categoría. En otras palabras, el desarrollo desigual y combinado de este modelo económico ha incrementado los niveles de pobreza y profundizado las diferencias existentes en los ámbitos geográficos y espacios culturales.

Esta categoría, también podría ser de utilidad para describir facetas de la política practicada por el bloque opositor en el país. De hecho, a lo largo de este año, se han combinado en forma desigual distintas formas de lucha. Por un lado, los estudiantes han hecho de la calle el escenario de sus protestas. Se han colocado a la vanguardia de un movimiento de rebeldía que exige un cambio del modelo de desarrollo. El precio que han pagado ha sido alto: muertos, heridos, detenidos y torturados. Por el otro, el sector agrupado en la MUD se ha embarcado en un proceso de diálogo con la finalidad de obtener reivindicaciones importantes que puedan garantizar la paz en el país. Sin embargo, estas dos vertientes legítimas de hacer política no se han combinado eficazmente. En cierto sentido, contrastan, con la armoniosa dualidad política que practica el gobierno: hablar de diálogo y acentuar la represión.

Pareciera, entonces, que es imperativo dar una vuelta a la tuerca política: combinar con acierto todas estas formas desiguales de expresión política. En fin, capitalizar esta terrible crisis económica y proporcionar una alternativa política y de vida a la mayoría empobrecida del país. Por cierto, en las actuales circunstancias no parece válido esperar el acontecer.

De la fetua al WhatsApp

Salman Rushdie fue condenado a muerte por Jomeini hace un cuarto de siglo, el mismo año en que caía el muro de Berlín, había una matanza en la plaza de Tiananmen y surgía la web. ¿Qué ha cambiado hasta hoy?




Timothy Garton Ash
9 de mayo de 2014 – Publicado en El País (España)

Hace 25 años, sucedieron cuatro grandes acontecimientos cuyos ecos todavía están presentes en nuestro mundo. Cayó el muro de Berlín y con él el imperio que a Vladímir Putin le encantaría restaurar. La matanza de la plaza de Tiananmen situó a China en una trayectoria totalmente distinta hasta llegar al país que es hoy. Un investigador británico poco conocido, llamado Tim Berners-Lee, inventó lo que se convertiría en la World Wide Web. Y el ayatolá Jomeini dictó su fetua contra Salman Rushdie.

El domingo pasado estuve hablando con Rushdie en Nueva York, dentro del Festival de Voces del Mundo organizado por el PEN Club estadounidense, sobre las consecuencias que tuvieron aquellos hechos para la libertad de expresión en todo el mundo. Le pregunté cómo había vivido las revoluciones de terciopelo de 1989 y dónde estaba cuando cayó el Muro. No se acordaba con exactitud —seguramente en algún escondite— y confesó que había sentido cierta envidia al ver a otros, incluido Nelson Mandela unos años después, emprender el camino de la libertad mientras él permanecía cautivo.

Hoy no queda rastro de aquello. Después de los actos en los que habíamos participado, salimos a pasear por las calles de Nueva York junto con varios escritores más, y Salman paró un taxi en una esquina. Quién sabe de dónde era el taxista, ¿tal vez iraní? Esa vida tan normal para un escritor al que durante tanto tiempo le pareció inalcanzable es una victoria. Sin embargo, hay que preguntarse si la lucha por la libertad de expresión, contra fanáticos y opresores de todo tipo, está avanzando de verdad o se encuentra en retroceso.
En Reino Unido, y en Europa en general, la mayoría de los musulmanes han aceptado de una u otra forma las normas básicas de convivencia pacífica en una sociedad liberal y pluralista. Ya no dicen —como hizo un musulmán britanico llamado Iqbal Sacranie en 1989, mientras algunos de sus correligionarios quemaban ejemplares de Los versos satánicos— que la muerte era un destino “demasiado fácil” para Rushdie. Un pequeño síntoma de esa mejoría en las relaciones fue la discreta reacción de casi todos los musulmanes británicos en 2007, cuando el controvertido novelista fue nombrado caballero. (Rushdie recuerda que, después de darle los golpes de rigor en el hombro con la espada, la reina le preguntó: “¿Sigue usted escribiendo libros?”). Claro que su majestad —en realidad, Tony Blair a través de ella— había nombrado caballero dos años antes al propio Sacranie. Una solución muy británica: darles a los dos un título.

Volviendo a lo que importa: en Gran Bretaña, como en otros muchos países europeos, la evolución general de la gran mayoría de los musulmanes les ha llevado a aceptar e incluso apoyar la libertad de expresión, que por fuerza incluye el derecho (aunque no el deber) de ofender.

No obstante, afirma Rushdie —y una investigación minuciosa lo corrobora— que una pequeña minoría en esas comunidades musulmanas de Europa está aún peligrosamente radicalizada. Y el miedo y la autocensura siguen carcomiendo los bordes de la vida cultural de Occidente, tanto en las universidades como en el mundo editorial y el teatro. Los públicos de Londres y Nueva York disfrutan con el musical satírico El Libro del Mormón. No parece que nadie tenga pensado hacer un espectáculo llamado El Libro de Mahoma.

En muchos Estados de mayoría musulmana, las limitaciones a la libertad de expresión siguen siendo espantosas. Este año, Arabia Saudí ha dictado nuevas leyes que tratan a los ateos como si fueran terroristas. El día de nuestro acto en Nueva York, The New York Times informaba sobre un hombre llamado Alexander Aan que estuvo más de 19 meses preso en Indonesia, acusado de incitar al odio religioso. ¿Qué delito había cometido? Declararse ateo en Internet. Y otro dato preocupante: el hecho de que Estados que tendían más a ser laicos, como Turquía, estén ahora dando un giro en la mala dirección.

Ese tipo de intimidación no es monopolio de los musulmanes, en absoluto. Hablé también con Rushdie de su país natal, India. Allí son los extremistas hindúes quienes encabezan hoy la clasificación del segundo deporte nacional: sentirse ofendidos. Por ejemplo, Penguin India retiró hace poco de las librerías una historia alternativa de los hindúes escrita por la respetada especialista estadounidense Wendy Doniger, ante las presiones ejercidas por un grupo hindú dirigido por un antiguo maestro de escuela. M. F. Husaín, seguramente el principal pintor moderno del país, murió en el exilio después de sufrir ataques feroces por sus representaciones irreverentes y modernas de las deidades hindúes. Y da la impresión de que las cosas empeorarán si gana las elecciones Nahendra Modi. Mientras tanto, al otro lado de la frontera, en Birmania, turbas compuestas por personas que se llaman a sí mismos budistas se dedican a linchar a los rohingya, musulmanes.

En China, el sistema que ha ido desarrollándose desde 1989 ha generado al mismo tiempo una economía que pronto será la más grande del planeta y un aparato de censura que es ya el mayor del mundo. Ahora bien, mientras que, en otros países, unos poderes religiosos determinados persiguen a los ateos y creyentes de otras confesiones, en China el Partido-Estado comunista acosa a cualquiera que intente organizar un grupo religioso sin su autorización, ya sean cristianos o Falun Gong. (En cambio, practicar la espiritualidad en privado no supone ningún problema, y muchos miembros del aparato lo hacen).

Una de las razones por las que China despliega una maquinaria de censura tan inmensa es que hoy se habla mucho más y es necesario vigilar mucha más expresión que hace 25 años, gracias a Internet y la World Wide Web. WeChat, el equivalente chino a WhatsApp, cuenta con más de 300 millones de usuarios. El ganador del premio a la libertad digital concedido este año por el PEN Club de Estados Unidos, Dick Costolo, que es el presidente y director ejecutivo de Twitter, nos recordó en Nueva York que cada día circulan más de 500 millones de tuits. Es una tremenda victoria cuantitativa de la libertad de expresión, que, sin embargo, entraña sus propios peligros. Los regímenes autoritarios no son los únicos que aprovechan Internet como herramienta para vigilar a la población. Una encuesta hecha por el PEN Club entre los escritores estadounidenses ha descubierto que no solo están preocupados por el programa de vigilancia de la NSA que reveló Edward Snowden, sino que algunos de ellos, ahora, sienten la necesidad de autocensurarse. Es decir, que la revelación ha tenido unas consecuencias terribles.

“Sobre la batalla a propósito de Los versos satánicos”, escribió Rushdie en su libro de memorias Joseph Anton, publicado en 2012, “todavía era difícil saber si iba a acabar en victoria o en derrota”. Lo mismo puede decirse sobre las repercusiones de aquellos cuatro grandes acontecimientos de 1989. Pero eso es lo que sucede con la lucha por la libertad de expresión: nunca se pierde del todo, nunca se gana de forma rotunda.

jueves, 1 de mayo de 2014

Coffee&Politics: con el alcalde de Naguanagua

De izquierda a derecha, Asdrúbal Romero, Presidente del OVA, el Alcalde Alejandro Feo La Cruz y Nelson Acosta Espinoza, Secretario Ejecutivo del OVA

El jueves 24 de los corrientes el Observatorio Venezolano de las Autonomías (OVA) celebró el quinto evento Coffe&Politics. En esta ocasión el invitado a dar inicio a esta actividad fue Alejandro Feo La Cruz, actual alcalde del municipio Naguanagua (estado Carabobo). El evento se desarrolló por espacio de dos horas y media con una participación de más de treinta invitados representativos del mundo político y del ámbito académico y cultural de la ciudad. En su disertación inicial el alcalde Feo La Cruz enfatizó que su gestión estaba orientada a gobernar para la totalidad de los habitantes de su municipio, por encima de diferencias políticas. Señaló que esta no es una tarea fácil. El entorno político no facilita una política orientada a la reconciliación nacional. Sin embargo, recalcó, que era indispensable vencer la polarización y el miedo a expresarse. Ambas circunstancias operan a favor del gobierno. 

Según el Alcalde, las protestas estudiantiles merecen su consideración y respeto. Los estudiantes defienden el futuro, y en ese sentido, se siente solidario e identificado con los estudiantes. Alertó, sin embargo, sobre los peligros que implicaba la desviación violenta de estas protestas. Hizo un llamado a la tolerancia. Recalcó, cómo en Naguanagua se estaba venciendo a la polarización mediante la construcción de tejidos sociales y la acción de políticas públicas diseñadas por la Alcaldía de Naguanagua.

De este evento surgió una interesante propuesta: organizar un espacio donde puedan expresarse todos los actores políticos y sociales que hacen vida en la región. Provisionalmente se acordó denominarlo Foro Social de Carabobo. A lo largo del desarrollo de este Coffee&Politics se produjeron interesantes intervenciones de lo asistentes: Ulises Rojas, Vicerrector académico de la UC, Antonio Ecarri, Asdrúbal Romero, Elis Yépez, Neide Rosal, Argenis Urdaneta y Rolando Smith, entre otros. 

A continuación una galería de fotos del evento:

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¿Un deslinde populista?



Nelson Acosta Espinoza 

Fue a finales del verano del año 1973, en la Universidad de Essex, Inglaterra, que tuve oportunidad de conocer a Ernesto Laclau (1935-2014). Posteriormente, en 1980 me reencontré con este destacado pensador en ocasión de mis estudios doctorales en esta universidad inglesa. Laclau, recientemente fallecido, fue un teórico político argentino. Por comodidad lingüística podemos encasillarlo bajo la etiqueta de post marxista. Ciertamente fue significativa su contribución a la teoría política. Entre sus libros más mencionados se encuentran Hegemonía y Estrategia Socialista y La Razón Populista. Era Director de la revista Debates y Combates. 

La novedosa concepción del populismo fue, a mi juicio, su aporte más significativo a la teoría política. Para este autor, este relato es una forma de "construcción de la política", sin un contenido ideológico específico. En otras palabras, puede ser de derecha o de izquierda abarcando, de este modo, a las más diversas expresiones doctrinarias. Su concepto de "ruptura populista”, es interesante e útil para examinar determinadas coyunturas políticas. Voy a resumirla e intentar aplicarla en el análisis de la situación política del país. 

De acuerdo a este autor, esta ruptura ocurre cuando de produce una dicotomización del espacio social. Situación esta que permite que los actores políticos se perciban como partícipes de uno u otro de los campos enfrentados. . Ese fenómeno ocurre, argumenta, "siempre que el pueblo se reúne en torno a demandas no atendidas que pueden ser diferentes y circunstanciales, pero que pasan a tener una conexión entre sí por haber sido abandonadas por el gobierno y pasa a enfrentar al poder constituido". Se crea, así, una ruptura en el sistema, oponiendo el pueblo a las instituciones formales, donde se amparan las elites y las fuerzas del status quo. Creo que el país se encuentra al punto de producir una quiebra de carácter populista. En el marco de esta hermenéutica ¿qué se requiere para provocarla? 

Veamos: ámbito político polarizado y un sinnúmero de demandas insastifechas. Por ejemplo, seguridad, vivienda, salario, empleo, alto costo de la vida, escasez, entre otras. En su teoría estas demandas deben equivalerse o connotarse entre ellas; cristalizarse en torno a ciertos símbolos comunes y ser encarnada por un líder. Desde luego, para obtener este resultado se requiere la intervención de un agente político.En otro plano, el bloque opositor debe evitar ser neutralizado y, al mismo tiempo, profundizar los antagonismos que le permitirían el deslinde o ruptura populista.

Sin duda, este marco interpretativo proporciona una mirada alternativa a las iniciativas de diálogo que se llevan a cabo en estos días. Es obvio que la oligarquía dominante intenta bloquear esta ruptura a través del mecanismo de congelar estas demandas sociales insatisfechas. La oposición, por su parte, debería moverse con sentido estratégico. Evitar comprometer la posibilidad de construir esta "ruptura populista". Desde luego, todo esto sería posible en la medida que el bloque opositor genere un discurso que asuma los elementos simbólicos que le permitirian la construcción de este nuevo sujeto "pueblo". Ello requiere una comprensión de los elementos fundantes de la cultura popular, una dirección política que los integre a la alternativa en construcción, un rostro que la encarne y un uso táctico de la calle. 

Estoy consciente que he realizado un resumen apresurado de unos de los vectores teóricos de este pensador argentino. Espero no haberlo desvirtuado. Los cierto es que Laclau sacó el populismo de la marginalidad y lo ubicó como un modelo capaz de ampliar las bases democráticas de la sociedad. 

Paz a sus restos.

El diálogo y las balas

Esta negociación en curso no es entre dos, en realidad es entre tres




Héctor E. Schamis - Publicado en El País (España) el 27 de abril de 2014 

Mientras una vez por semana dialoga con la oposición, el gobierno venezolano continúa reprimiendo a aquellos opositores que se niegan a abandonar la calle. Curiosamente, la represión parece haberse intensificado desde el inicio de las conversaciones. El mensaje no podría ser más claro: el gobierno juega el juego, dialoga—tal vez así le guiñe el ojo al Vaticano y a The New York Times—pero al mismo tiempo fija las reglas de ese juego por medio de la fuerza. O sea, no marca la cancha con cal, lo hace con plomo. 

De hecho, es en los días cercanos a cada encuentro semanal cuando el aparato legal y coercitivo del estado se despliega con mayor vehemencia, una doble estrategia hecha explícita esta semana. La misma noche de la tercera ronda del diálogo, un fallo del Tribunal Supremo de Justicia reinterpretaba el derecho a la manifestación pública, condicionándolo a la autorización de los alcaldes. Restringiendo ese derecho, el tribunal se reserva así la capacidad de legislar y al mismo tiempo suspender un componente constitucional esencial. Para ratificar esa normativa, al día siguiente un combinado de fuerzas militares y colectivos armados aterrizó en Mérida, con un despliegue tan excesivo que las imágenes eran propias de un ejército de ocupación, no de una fuerza anti-disturbios. 

La simultaneidad de estos hechos con las reuniones tiene el valor simbólico de recordar quien manda, a los allí sentados, a los que están en sus casas y a los que están en la calle. Con esta iniciativa legal y represiva, Maduro parece haber recuperado protagonismo y exhibe mayor capacidad de administrar su propio horizonte temporal, importante frente a opositores tanto como a rivales internos. Pero más importante aún es el aparente control del relato que ha recuperado el gobierno, es decir, la narrativa que interpreta, comunica y re-crea el dialogo frente a la sociedad, con lo cual le da significado. Nótese que lo ha denominado “Conferencia de Paz”, que es un nombre adecuado porque persigue la paz—es decir, que se vacíen las calles—pero obvia la reconciliación, el otro componente habitual de estos procesos. 

El nombre dado al diálogo, y lo omitido en él, sirve para resaltar la disonancia cognitiva, o al menos unas cuantas ambigüedades conceptuales, especialmente en el caso de la MUD. El gobierno continúa haciendo referencia a “la violencia de ambas partes” como si fueran dos ejércitos comparables, o facciones contendientes en un proceso de fragmentación nacional. Así se las arregla para legitimar esa falacia, sin que nadie le señale que una de las partes es la población civil, con piedras, y la otra es el estado venezolano, con todo el aparato represivo a su disposición. 

Pero aun en el absurdo de tratar a esas partes como equivalentes, tal razonamiento habría requerido acordar un previo alto el fuego, un armisticio, el ABC de cualquier manual de negociaciones de paz, resolución de conflicto o similar. No solo eso no sucedió, sino que se dialoga mientras continúan las hostilidades—siguiendo con la metáfora de dos ejércitos equivalentes—tal como la ocupación militar de Mérida lo indica. En estos términos, si se logra la paz, no vendrá acompañada de la reconciliación. 

Tampoco es claro por qué no se pusieron condiciones tales como la liberación de los detenidos durante las protestas, el cese de la represión y el desarme de los colectivos, como propusieron los líderes del movimiento estudiantil—obtener algo antes de legitimar la negociación. La mala noticia es que cualquier concesión era posible previo a comenzar las conversaciones. A todas luces, la efectividad de la primera reunión, cuando los políticos de la Mesa le gritaron las cuarenta al gobierno en la cara y por televisión con el mundo de testigo, se ha ido diluyendo en las semanas siguientes. 

Sobre esta base, un economista diría que este diálogo es un negocio de utilidades marginales decrecientes. Pero la explicación puede tener que ver con la oposición en sí misma, más que en el diálogo en cuestión. En estas pocas semanas, de hecho, se han profundizado las divisiones dentro de la oposición, exacerbándose las recriminaciones y las acusaciones cruzadas. La cuestión central es la confianza. El diálogo entre adversarios en situaciones de conflicto intenso se predica sobre la base de su potencialidad para construir confianza. En esto ha habido un problema cognitivo adicional: el de un diálogo necesario y previo que no ha ocurrido, el diálogo al interior de la oposición. 

Lo que hay que resaltar es que esta negociación en curso no es entre dos, en realidad es entre tres. El gobierno va ganando este juego—en una cancha además marcada con plomo en vez de cal—porque parece ser el único que realmente lo ha entendido.