domingo, 27 de agosto de 2017

Es electoral o Político el sentido de las elecciones de gobernadores?


Nelson Acosta Espinoza
Bien, contra toda predicción, pareciera que se harán realidad las elecciones regionales para la escogencia de gobernadores y, en un futuro próximo, la de alcaldes. Una decisión de esta naturaleza exige meditar sobre sus objetivos y alcances. Como mínimo, preguntarse las razones que privan para que el gobierno permita la realización de estos comicios. Indagación sensata habida cuenta que el oficialismo, en condiciones normales, saldría derrotado en la mayoría de estas votaciones regionales. Igualmente, parece imperativo examinar cual debe ser la conducta apropiada de la oposición frente a estas circunstancias.

En principio todos los estudios de naturaleza electoral otorgan a la oposición una posición ventajosa. En circunstancias adversas estos pronósticos señalan que la oposición obtendría entre 13 y 21 gobernaciones. Desde luego, si estos comicios se llevarán a cabo en forma correcta y sin fraude.  Los efectos de unos resultados de este calado serian desastrosos para el gobierno. Ilustraría, por ejemplo, el carácter fraudulento de la elección de ANC y erosionaría en forma contundente su legitimidad.

No es tarea fácil predecir la conducta del madurismo en estas circunstancias electorales. Máxime cuando estos comicios tomarán cuerpo en condiciones socios económicas cada día más desastrosas. Sería lógico presumir que con el control de las Consejos Legislativos Estadales y el de las asignaciones presupuestarias intentarán reducir a su mínima expresión la gestión de las gobernaciones opositoras. El caso del alcalde metropolitano Antonio Ledezma ilustra claramente el camino probable que tomará el gobierno.

En el marco de estas circunstancias ¿cuál debe ser la conducta electoral apropiada de la oposición? ¿Debe asumir estas elecciones en la forma convencional acostumbrada en estos acontecimientos? ¿Es electoral o Político el sentido de estos comicios? ¿Podría constituir una oportunidad para hacer conocer a la población el proyecto alternativo al chavismo?

En principio es importante subrayar que esta participación electoral no debe verse como contraria de la lucha por la restauración del Orden Constitucional. Por el contrario, la electoral debe implicar presión por la restauración del estado de derecho. Y, desde luego, en su agenda debería incluir la reivindicaciones socio económicas de toda la población.

En otro ángulo, estos comicios pudieran asumirse como una vía de comunicar a la población algunas propuestas alternativas a las que han estado vigentes en este lapso del socialismo del siglo XXI. Me refiero a iniciativas que apunten a recuperar el carácter federal de la república. Sé que suena lejana y abstracta una oferta de esta naturaleza. Sin embargo, creo que la misma pudiera condensar las reivindicaciones sociales, políticas y económicas de la población en sus respectivas regiones. Igualmente, dotaría a estos comicios de una dimensión doctrinaria alternativa a la que ha estado vigente en las últimas décadas.

Una consigna como “trabajo aquí, produzco aquí. Mis impuestos se queda aquí”. Proporcionaría una nueva dimensión a la contienda electoral y pondría contra las cuerdas a este estado centralizador y autoritario. Desde luego, este es un ejemplo con la finalidad de ilustrar la idea descentralizadora.

Contra una opción de esta naturaleza conspiran hábitos electoralistas cultivados a lo largo de los años de democracia. Sin embargo, en esta oportunidad, esas “costumbres” (programas de gobierno, por ejemplo) carecen de eficacia. La coyuntura exige otro tipo de planteamientos. En otras palabras hay que intentar comunicar, más allá del mercadeo electoral, la idea de país y estado que deberían expresar los candidatos.

Parece oportuno hacer el siguiente señalamiento. Estamos ante la necesidad de construir una dirección política que proporcione una nueva alineación a la lucha que ha asumido la ciudadanía. De lo contrario, desafortunadamente, corremos el riego de reforzar lo ya existente.

Sin dudas, la política es así.







La Que Nos Toca Bailar!! DANZA INFERNAL

Asdrúbal Romero M.

Nunca imaginé que se gestaría tanta acritud en la caimanera internáutica alrededor de la inscripción de candidatos opositores a las elecciones regionales. Continúo pensando qué tal decisión fue de sentido común. En mi cerebro la asimilé a la siguiente situación: nos anuncian repentinamente la apertura de un curso que siempre hemos querido tomar; además de no disponer enteramente de los recursos económicos para inscribirnos, tenemos algunos compromisos contraídos para el lapso en el que ha sido programado; aún así queremos estar allí y la reserva de cupo es dentro de dos días; es gratuita; si no reservamos perdemos el chance de poder inscribirnos. ¿Qué harían ustedes? ¡Es de cajón! Reservar y después vamos viendo si nos será factible resolver todos los problemas que obstaculizan convertirnos en participantes efectivos del tan esperado curso.

A pesar de lo sensato de la decisión opositora, el fuego prendió en su pradera. Uno esperaría que amainara, pero no lo hace y es prioridad estratégica del Régimen resoplarle oxígeno para que no lo haga. Sorprendido a las primeras de cambio por la jugada defensiva de la Oposición, el Régimen hará todo lo posible por desincentivar la participación opositora, de allí las cartas de buena conducta de Diablodado; las inhabilitaciones de más alcaldes y las respectivas amenazas de hacerlo también con candidatos destacándose por su mejor posicionamiento en las encuestas; la Comisión de la dadreV como corte inquisidora de última instancia para resolver lo que ni los votos ni las trampas CNE puedan resolver; etc. De lo que se trata es de asegurarse que la participación de los escuálidos, ya que decidieron hacerlo, se dé en las condiciones más humillantes para ellos y así nutrir la confrontación al interior de las fuerzas democráticas con la consecuente manutención de una nada despreciable tendencia abstencionista. El juego del Régimen está claro.

¿Y el de la Oposición? Creo que también, le corresponde bailar una especie de danza infernal donde los diablos intentarán sacarlos del ruedo y ellos mantenerse. Y si tienen que abandonarlo, que sea a cuenta de tantos fouls que los árbitros descalifiquen a los diablos. Tendrán que bailar “pegao” así apeste el aliento de los contrarios. Los líderes lo tienen claro, saben por la que tienen que pasar, nada agradable, ni fácil, por cierto, pero políticamente no lo han comunicado bien a sus bases. Sigue prevaleciendo en el ánimo opositor, la primera impresión comunicada por Henry Ramos Allup.

Aunque sustentado en inobjetables criterios políticos, la forma soberbia como comunicó logró el efecto contrario. Por allí se comenta que los demás partidos, en reconocimiento a su facilidad para desenvainar pistolas, le encomendaron la tarea de explicarle el asunto a unas bases “rebeldes”. Que saliera primero el pistolero, que luego entraban todos. Y Ramos, sabedor que la Unidad no estaba en peligro, dijo aquel infeliz “los adecos vamos a participar, con acuerdo o sin acuerdo”. Fue como echarle gasolina a un fuego que apenas estaba prendiendo. Le puso sordina al criterio de la participación condicionada que partidos como Voluntad Popular y Primero Justicia han tratado de hacer valer en la opinión pública, bajo el lema que inscribir candidatos no implicaba necesariamente la participación.

Tampoco es que eso de la “participación condicionada” sea fácil de vender. Es como un criterio implícito que mejor no se explica mucho porque enreda. Si se arranca con condiciones, el Régimen se abalanzará sobre ellas para violarlas, así sea el elemental cambio del CNE habida cuenta que las comadronas fueron capturadas flagrantemente cometiendo delitos electorales. No se habla de condiciones pero tanto gobierno como oposición saben que existe un límite. El otro día tuve la grata oportunidad de ver a Vladimir a la 1 entrevistando a Miguel Pizarro. Llegó un momento en que el entrevistador parecía desesperado en tratar de conocer dónde estaba ubicado ese límite. Decía: pero qué pasa si el gobierno sigue poniendo presos a dirigentes e inhabilitando alcaldes, ¿aun así participarían? Pizarro, que es uno de esos líderes emergentes que comunica políticamente muy bien aunque a veces cometa errores por inmadurez, como ratón rehuyéndole a gato, llegó un momento en que le dijo: Vladimir, nosotros no somos kamikazes, si el Régimen, por ponerte un ejemplo, vía CNE eliminara la presencia de los testigos de mesa, ¿cómo íbamos a participar? Estableció, claramente, una cota superior de ese espacio limítrofe difuso. Si la Tibisay llevara su descaro hasta esa condición límite descrita por Pizarro, obviamente la Oposición abandonaría, pero el pánico de hacer elecciones le quedaría pintado en el rostro a Maduro con tinta indeleble.

¿Dónde está ese límite o condición de quebrar palitos? Nadie lo sabe ahora. Es difuso. Se mueve. Va cambiando. Aunque parezca absolutamente paradójico depende de esa masa opositora que desesperanzada o dolida por tantas causas amenaza con abstenerse. Ambos contendientes deben monitorear día a día ese sentimiento que está allí y es muy respetable. El Régimen lo hace. La Oposición debería hacerlo. Día a Día. Si creciera, el Régimen podría seguir hacia adelante, envalentonado, pensando que podría ganar unas diez gobernaciones. Son varios los estados donde casi todo el empleo es público y la Oposición tiene dificultades para cubrir geográficamente todos los espacios electorales, estos dos factores, aunados a la trampa y a una marcada abstención en nuestro sector bastión podrían hacer la diferencia verosímil. Para el Régimen no es mal negocio presentarse ante el mundo, jactándose de haberse dado un baño democrático y poder mostrar todavía la mitad del país en rojo.

Hay quienes habiéndome escuchado verbalmente este razonamiento, me dicen que si estoy loco. Que el Régimen no va, si no tiene como construir victorias creíbles en la mayoría de las Gobernaciones. Eso es un imposible, si de verdad estuvieran pensando en ese objetivo, más pronto que tarde le van a dar la patada a la mesa. Insisto, para mí el escenario posible, y no malo, para el Régimen es el de diez gobernaciones – o por allí-. Y es posible, sí y solo sí nuestro principal bastión opositor termina quedándose en el deshoje de las margaritas. Por eso el Régimen trabaja todos los días para acrecentar la molestia y el dolor en ese bastión.

Y si el clima abstencionista comenzara a disminuir, porque se hubiese activado la comprensión de la danza que nos ha tocado bailar. Ahhhhh, entonces el Gobierno buscaría la forma de traspasar los límites insoportables para la Oposición y forzar su retiro. Quedaría algo peor de lo que ya está: con una más consolidada imagen de dictadura. En ningún caso su juego es democrático. Sólo baila por las apariencias. No van a entregar el poder por la vía democrática. Coincido con Ramón Muchacho. La Oposición ya lo sabe. Pero no le queda de otra, el problema no es conquistar supuestos espacios de gestión cuya cotización en bolsa es casi nula, sino seguir bailando, cuerpo a cuerpo, con el enemigo, sin regalarle espacios de lucha ni brindarle oportunidades para ponerse la máscara democrática otra vez.


domingo, 20 de agosto de 2017

¿Elecciones de gobernadores?



Nelson Acosta Espinoza

Bien, amigos lectores, contra todo pronóstico definitivamente se van a celebrar elecciones de gobernadores en el próximo mes de septiembre de este año. El tono dubitativo del párrafo obedece a las dudas que se habían sembrado sobre la voluntad del ejecutivo de permitir la celebración de estas votaciones regionales. Habría que añadir, desde luego, la desconfianza en relación a la parcialidad del Consejo Nacional Electoral (CNE) y a las acciones de naturaleza represiva tomadas contra connotados dirigentes de la oposición, en especial a sus alcaldes. En cualquier caso, esos comicios se llevarán a cabo bajo circunstancias especiales y en el marco de una confrontación política de naturaleza terminal.

Voy a intentar describir la singularidad de estos venideros procesos electorales y su significación política a futuro. Comencemos, entonces, por formular las siguientes interrogantes: ¿Su particularidad donde reside? ¿Es una contienda electoral típica? ¿Puede abordarse con las herramientas clásicas que se utilizan en este tipo de eventos políticos? En otras palabras ¿qué está en juego?

Amigos leedores, voy a intentar esbozar algunas respuestas a estas preguntas. En principio, los sectores democráticos que participarán en esta contienda de ámbito nacional deben tener claro los estados de conciencia prevalecientes en sus respectivos circuitos electorales. ¿Qué intento subrayar con esta expresión? Primero, que los comicios regionales venideros no pueden tener una orientación exclusivamente electoralista. No se celebrarán al interior de un escenario político normal. Por el contrario, se llevarán a cabo en el marco de una atmosfera económica y social altamente problemática y, encuadrada, en un contexto de sufrimiento material de la población. En cierto sentido hay que alterar los estados de conciencia del electorado. Ello podría lograrse a través de la elaboración de una narrativa que rompa con la lógica electoralista y ponga su acento en las circunstancias sociales y culturales dentro de las cuales se desenvuelve la población votante. En otras palabras, hay que ir al encuentro de la ciudadanía y desenmascarar  al gobierno con la finalidad de solidificar la mayoría democrática. En un cierto sentido, más que electoral, el propósito deber ser de naturaleza social y política.

Las venideras campañas electorales, por otro lado, deben ser un instrumento que facilite la circulación del proyecto político de los demócratas. El mismo, desde luego, debe dibujarse en oposición radical al aplicado a lo largo de estos últimos 15 años. Esta venidera contienda, de llevarse a cabo, debería ser asumida como un escenario de producción de sentido que contribuya a una nueva construcción social de la realidad.

Tengo conciencia que estas ideas son un tanto apresuradas y abstractas. Intento enfatizar que las elecciones de gobernadores no pueden asumirse exclusivamente bajo una óptica estrictamente electoral sujeta a las demandas del mercadeo político. Lo que está en juego no es la gobernación o las gobernaciones. Se va a disputar la idea de democracia que sustituirá a la que ha estado vigente en el pasado. Los venideros comicios pueden ser una excelente oportunidad para levantar el ánimo de la población y comunicar la idea de país que reemplazará a este socialismo del siglo XXI.

Insisto. La aproximación a esta contienda ha de ser política y social. Debe asumirse como un ejercicio para sembrar en la población la esperanza de un futuro promisor una vez derrotado este socialismo del siglo XXI. Los candidatos deberían asumir estos tópicos y construir su narrativa electoral a partir de estas preocupaciones.

Una opción de esta naturaleza proporcionaría un nuevo sentido a estos sufragios y a una eventual gestión de gobierno.

La política, en esta ocasión, debería ser así.

Más allá de las elecciones regionales



Miguel Ángel Martínez Meucci
Las fuerzas democráticas que enfrentan al régimen presidido por Nicolás Maduro parecen vivir en estos días una situación de relativo desconcierto. Luego de varios meses actuando unidas en torno a una estrategia común (y, por cierto, nada fácil de acometer) que generó una enorme presión sobre dicho régimen, las interrogantes vuelven a emerger cuando éste nuevamente le plantea a la oposición un dilema ya viejo: participar en unas elecciones sin las garantías que debería proporcionar un estado de derecho actualmente inexistente, o apostar por vías de acción política que se mantengan al margen de esa institucionalidad viciada y espuria.

Han aparecido en el debate público argumentos a favor de una y otra opción. Entre los que he tenido oportunidad de leer me han parecido particularmente lúcidos los artículos de Aníbal Romero, Luis Ugalde, Gustavo Tarre y José Toro Hardy. Todos ellos han hecho énfasis en la complejidad de esta encrucijada y expuesto elocuentemente las razones de sus preferencias. En conjunto, podemos afirmar que sobre este particular han emergido razonamientos que optan por dos vías: algunos son de corte más bien pragmático, mientras otros presentan argumentos de fundamentación eminentemente moral. Algunos comentaristas incluso han llegado a presentar el asunto como un dilema entre el poder y la ética.

No obstante –al menos desde nuestro punto de vista– ética y poder no constituyen esferas separadas. El poder es siempre relacional, no un hecho objetivo; es una relación que se establece entre al menos dos personas, y por ende, depende de las actitudes, ideas, intereses y comportamientos de ambos. Podría, sin embargo, entenderse el poder como mera capacidad de recurrir a la violencia; en ese caso, para tener poder bastaría con tener las armas. Pero incluso un pragmático redomado como Talleyrand le recordaba al todopoderoso Napoleón que las bayonetas sirven para todo, excepto para sentarse sobre ellas. Dicho de otro modo, no es posible que nada se asiente sobre la pura violencia, porque ese mecanismo funciona sólo hasta el momento en el que los sometidos pierden masivamente el temor a rebelarse. Y mientras más cae el opresor en el terreno de la pura dominación armada, mayor será la propensión del oprimido a rebelarse. El arma es tan solo un instrumento; su valor político dependerá enteramente de la correlación de fuerzas morales entre quien la usa para someter y quien se resiste a ser sometido. De otro modo, la historia sería siempre predecible y lineal: prevalecería siempre quien está mejor armado.

El papel de las ideas, convicciones y actitudes morales no deja de ser, por lo tanto, fundamental. La debacle de Venezuela no se explica sin la desmoralización progresiva que ha experimentado su sociedad. Si examinamos las coyunturas históricas decisivas en las cuales se pudieron tomar decisiones distintas que nos hubieran conducido por otros derroteros, podremos observar cuántas veces “la palmera se inclinó para no partirse” ante la fuerza que ejercían quienes carecían de escrúpulos. Esas fuerzas no fueron siempre tan potentes como hoy, cuando el Estado y las Fuerzas Armadas son empleados por unos pocos para saquear a la nación. La consecuencia de esas reiteradas concesiones, a menudo acompañadas de no pocas colaboraciones, es que hoy en día el país se ha convertido en un estado fallido. ¿Existe forma de reconstituir a la nación sin apelar a profundas fuerzas morales que vayan en dirección contraria a la experimentada hasta ahora?

En mi opinión, una sociedad postrada, desmoralizada, extraviada en su amor propio, difícilmente podrá desarrollar el poder necesario para cambiar las cosas. Y si bien estaremos todos de acuerdo en que un gran liderazgo será necesario, quizás no todos compartirán la idea de que el carácter de ese liderazgo ha de ser fundamentalmente moral. Si el poder es la capacidad para actuar concertadamente, se requiere algo que aglutine a las personas para dirigir sus esfuerzos hacia un mismo objetivo, un móvil igualmente significativo para toda la colectividad. La pluralidad de intereses contrapuestos encuentra más fácilmente un punto de equilibrio cuando previamente ha sido posible definir ciertos valores y consensos éticos. Por eso es tan difícil concebir en política una meta, un mensaje, una poderosa línea de acción que no esté conectada con esa dimensión moral. El discurso y la actitud del líder político han de marcar un norte común que irremisiblemente es también un horizonte ético, sobre todo cuando se transitan situaciones trágicas.

Ahora bien, es preciso no perder de vista que el valor moral no se opone a la esfera de lo práctico. Todo lo contrario; la reflexión moral es un tipo de razonamiento que a menudo surge del examen de múltiples situaciones concretas y que intenta, a partir de ello, deducir y resumir principios generales de acción. Por supuesto que el interés individual opera como móvil esencial del comportamiento de cada individuo; no obstante, el bien de la nación trasciende la mera suma de los intereses individuales. La acción colectiva más poderosa sólo es posible cuando el liderazgo es capaz de encarnar y transmitir esa fuerza moral.

Partiendo de lo anterior, y ante el dilema de las elecciones regionales, me haría dos preguntas básicas: en primer lugar, ¿por qué un régimen que ha dado muestras claras de comprender que no puede ganar elecciones limpias (como prueba de ello están el bloqueo del referéndum del 2016 y la eliminación de la elección de gobernadores en ese mismo año) decide ahora convocar a elecciones regionales? Y en segundo lugar, ¿cómo afecta la respuesta de la Mesa de la Unidad Democrática a tres elementos esenciales de la calidad de su liderazgo político: 1) la estrategia desarrollada hasta ahora, 2) su propia cohesión interna, y 3) su conexión con sus seguidores?

Primero, cabe suponer que un régimen como el actual sólo puede plantear una contienda electoral si a) no le importa perderlas en la realidad (bien porque piensa afirmar fraudulentamente que las ganó, porque con la derrota no pierde cuotas decisivas de poder o porque incluso considera que podría ganar una buena parte de las gobernaciones), y si b) sus dirigentes consideran que el solo hecho de convocarlas les hace ganar un terreno que actualmente sienten estar perdiendo. No encuentro otra explicación racional a esta decisión por parte de un régimen que ya optó por aceptar olímpicamente el terrible costo político que le acarreó el colosal fraude del 30 de julio. Tampoco me parece creíble que el oficialismo considere como primera opción (incluso si ello fuera fruto de un error de cálculo propiciado por la soberbia) la posibilidad de ganar un número políticamente aceptable de gobernaciones.

Pongámonos en sus zapatos: la tarea que acomete este régimen no es fácil, pues pretende que cada venezolano acepte doblegarse hasta virtualmente convertirse en un esclavo. No obstante, toda tarea aparentemente imposible se logra por etapas. Si los venezolanos en 1999, o en 2002, o en 2007, hubieran podido imaginar y dar crédito a la situación que ahora viven, hubieran hecho lo que fuera por evitarlo. Cuando las cosas se plantean en blanco y negro, en un gran “macrojuego”, la gente opta por lo que es claramente mejor, incluso asumiendo costos elevados. Pero si los grandes dilemas se plantean como una sucesión de pequeñas decisiones o “microjuegos”, sin que cada una de ellas permita imaginar fácilmente lo que vendrá como consecuencia de cada opción tomada, y en donde los costos de equivocarse no parecen definitivos e irrecuperables, el deslizamiento progresivo hacia la tragedia (y a veces con la cooperación del propio afectado) se hace factible. El régimen ha sabido poner en práctica este juego de pasos sucesivos en la paulatina implantación de su modelo totalitario, y pretende hacerlo nuevamente incluso ahora, cuando la tragedia es evidente. El planteamiento de múltiples microjuegos desorienta, confunde y divide al adversario, cuyas facciones terminan siguiendo caminos diferentes en lo que debiera ser una lucha común.

Segundo, con respecto al modo en que esta propuesta ha sido recibida en el seno de la coalición de las fuerzas democráticas, cabe señalar en primer lugar que 1) aceptar la participación en el contexto actual, sin mediar ninguna modificación en las condiciones que impone el actual Consejo Nacional Electoral, representa un desvío de la estrategia seguida hasta ahora de modo unitario, la cual estaba marcada por la masiva movilización de la población en desconocimiento de un régimen autoritario e inconstitucional, movilización reflejada tanto en las protestas de calle como en el evento del 16 de julio. Es preciso señalar que este último constituyó un acto de desobediencia civil masiva en el que 7,7 millones de venezolanos desconocieron expresamente al Tribunal Supremo de Justicia y al Consejo Nacional Electoral. Si bien en la tercera pregunta a la que se dio masiva respuesta afirmativa se habla de elecciones, se entiende que las mismas tendrían lugar luego de ser cambiadas las autoridades de los poderes públicos. Así parece entenderlo la ciudadanía, que además ha reducido sus niveles de movilización luego de que los partidos de oposición inscribieran sus candidatos.

Por otra parte, 2) hay que señalar que la decisión no se tomó después de un concienzudo debate a puerta cerrada. Por el contrario, distintas fuerzas políticas comenzaron por señalar cuál sería su posición particular antes de que se produjera dicho debate. Esta situación necesariamente refleja serias disensiones en el seno de la MUD, disensiones que por lo menos hasta el 30 de julio no se habían materializado en un desvío de la estrategia seguida hasta ese momento. Y por último, 3) como consecuencia de los dos puntos anteriores, es comprensible que la conexión del liderazgo opositor con sus seguidores se vea afectada. Un capital político no se construye de la noche a la mañana, y para mantenerlo resultan fundamentales la claridad, la coherencia y el sacrificio. Es precisamente en coyunturas como éstas donde la gente requiere percibir con toda claridad que la línea de acción planteada se adhiere a principios de orden lógico y moral, y no que es el resultado de debilidades y desavenencias entre agendas particulares.

Sabemos, a pesar de lo anterior, que la política dista mucho de ser el reino de la perfección lógica y moral. Especialmente cuando tiene lugar en contextos de aguda conflictividad, la política implica confrontarnos con lo equívoco, lo paradójico, lo inexacto, lo amenazador; en suma, con la contingencia y la otredad en su dimensión más dramática y profunda. El régimen ha seguido demostrando la crueldad y falta de escrúpulos que le caracterizan, mientras los costos de la prolongada movilización siguen elevándose para la sociedad democrática. Son muchos los valientes políticos y ciudadanos que han sufrido y sufren hoy en carne propia las consecuencias de la represión descarnada. Por lo tanto, y sobre todo si tenemos presente que del lado de los demócratas existe una mucho más acusada voluntad de restablecer un marco de convivencia plural, así como una más decidida apuesta por la vida, se entiende la necesidad constante de optar por vías institucionales cada vez que se presenten, e incluso la tentación de hacerlo a pesar del carácter espurio y falaz de esa institucionalidad.

Y sin embargo… sin embargo nos queda esa sensación amarga. Estas elecciones regionales serán afrontadas con un espíritu muy distinto al que animó la jornada histórica del 16 de julio. Algo parece no haberse hecho bien al momento de tomarse esta decisión, y así lo han planteado también varios de los más valiosos aliados de los demócratas venezolanos en el exterior, quienes apostaron por respaldar a fondo la estrategia de desobediencia desarrollada durante los últimos cuatro meses. A ello se suma el hecho de que, después de los sacrificios extraordinarios que la población ha venido afrontando, el régimen pretende no sólo mantenerse en el poder sino implantar definitivamente el totalitarismo; sabe que la coyuntura llegó a un punto sin retorno, y que la victoria decisiva depende del estado anímico y moral de los contendientes. Por ello su cúpula dirigente hace todo lo posible para quebrar la determinación de tantas y tantas personas que han decidido no acatar más sus órdenes, intentando dividir a la oposición y descarrilándola de la estrategia que ha forzado tanto la fractura como la condena internacional del régimen que preside Maduro.

En tales circunstancias, ¿tiene sentido entrar en el juego que plantea el oficialismo, o se debería seguir insistiendo en imponer un juego distinto, ese juego que ha llevado al régimen a un aislamiento cada vez mayor por parte de las naciones democráticas y que ha recuperado la moral de la gente en el fragor de la lucha por su libertad? A menudo se ha planteado este debate desde una perspectiva exclusivamente pragmática, como una disyuntiva entre medios y vías más eficaces que otros. La verdad es que en el plano de las acciones humanas (cuyos resultados necesariamente desconocemos de antemano y por lo tanto no podemos evaluar con absoluta precisión), y especialmente de las que tienen lugar en contextos de agudo conflicto, es imposible asignar previamente a una u otra estrategia una superioridad absoluta. En el plano de la intersubjetividad y de la interacción política son las personas las que terminan por hacer buenas las vías de acción que deciden acometer. Pero es precisamente en ese plano en donde cuentan de forma especial las connotaciones morales que revisten las decisiones que tomamos.

Más allá de la suerte con la que finamente corra la sociedad democrática en las elecciones regionales, conviene no perder de vista que el liderazgo político, si verdaderamente pretende ser tal, debe cuidarse de subestimar la profunda necesidad que tiene la ciudadanía de sentirse conducida por vías que resguardan su honor y el valor de sus ingentes esfuerzos y sacrificios. El corazón de esta lucha es la sed de libertad y la necesidad de recuperarla. 2017 será recordado como un año en el que la actitud de postración de la población cambió por completo; como el momento en el que la ciudadanía optó masivamente por rebelarse contra el opresor, dejando de lado los abstractos circunloquios de quienes en medio de la caída libre de la nación les pedían obedecer y esperar. Ha sido esa fuerza descomunal la que motivó el cambio de la comunidad internacional frente a la situación de Venezuela, la que genera fisuras en la coalición de gobierno, y será esa fuerza la que más temprano que tarde propicie el cambio de rumbo que la gente exige y requiere con urgencia.

16 de agosto de 2017




Lecciones de socialismo democrático para un chavista


Ricardo Dudda*


Hay pocos socialistas españoles que apoyen a Maduro, pero abundan los que retóricamente parecen despreciar más a la derecha que lo critica, y a una oposición que consideran golpista, que al propio chavismo.Venezuela es siempre algo que se compara con la derecha, o con la cobertura mediática de la corrupción, o con la desigualdad, en general con cualquier cosa indeseable. No se analiza de manera aislada. Para esta izquierda, Venezuela no existe más allá de este marco mental. Entre risas e ironía, callan, comparan, matizan donde no hay que matizar, y acaban blanqueando un régimen autoritario.

Como el enemigo es un supuesto neoliberalismo golpista de la oposición (una oposición que tiene líderes abiertamente socialdemócratas, como Henry Ramos Allup, expresidente de la Asamblea Nacional, que es vicepresidente de la Internacional Socialista), la alternativa solo puede ser el régimen de Maduro. Es un chavismo soft que piensa, desde las libertades de las democracias liberales, que la superación del liberalismo es la victoria de la democracia. Es justo al revés. Como escribe Pablo Stefanoni en Nueva Sociedad, “no es la primera vez, ni será la última, que en nombre de la superación de la ‘democracia liberal’ se anula la democracia junto con el liberalismo.”

Esta izquierda usa la democracia como una palabra vacía que incluye todo aquello que hace la izquierda. Pero si la izquierda quiere ser democrática, no puede ser iliberal. No es una cuestión de pureza sino de coherencia ideológica. En un fantástico ensayo de Irving Howe, el intelectual estadounidense, crítico literario y fundador de la revista socialista Dissent escribe que el socialismo no puede existir sin el liberalismo, y hace un repaso histórico de las críticas socialistas al liberalismo: “el liberalismo se conoce como la expresión de la visión del hombre que profundiza en la racionalidad, la naturaleza bondadosa, el optimismo y la perfectibilidad”. Para Howe, “una de las fortalezas de la historiografía marxista ha sido que incluso cuando atacaba el capitalismo vio la vitalidad de sus fases tempranas, e incluso mientras criticaba el liberalismo ‘clásico’ como una razón ideológica de ascendencia burguesa, honraba su rol liberador en nombre de toda la humanidad.”

El liberalismo del que habla Howe es la democracia liberal, hasta la fecha el único régimen que permite la autocrítica. Howe, como escribe Enrique Krauze, “no admitía la posibilidad de un socialismo no democrático. La democracia era la forma imprescindible de la civilidad, pero el socialismo era el fondo deseable de convivencia. El socialismo, para Howe, era una preocupación intelectual, un imperativo moral, no una rígida ideología: ‘La causa del socialismo debe dirimirse cada vez más en términos morales -escribió en Vuelta-; la extrema desigualdad social y económica impide la verdadera libertad; la formación de la personalidad humana requiere un marco de cooperación y fraternidad’.” Maduro es un líder profundamente iliberal. Y la deriva autoritaria de su régimen prueba que tampoco es socialista


*(Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres.


domingo, 13 de agosto de 2017

La política es una Hidra de varias cabezas


Nelson Acosta Espinoza
Estamos en presencia de un escenario político frágil. Intentaré explicar esta afirmación.

A lo largo de estos últimos seis meses el país ha vivido un conjunto de acontecimientos que han puesto de manifiesto la capacidad del sistema político de fracturarse con una escasa deformación. Es en este sentido que utilizo el concepto de fragilidad. Desde luego que la imagen es abstracta y puede sugerir ideas contrarias a lo que se intenta subrayar. En otras palabras, en el curso de este tiempo el “material” discursivo, el de la oposición y el gobierno, ha sido sometido a presiones intensas que han producido fragmentaciones sin que las mismas hayan afectado sustantivamente el ADN político de ambas formaciones políticas. En un cierto sentido, una y otra  alineaciones han asimilado sus respectivas “fracturas” sin que ellas hayan modificado lo sustantivo de su material discursivo. Fragilidad que no se ha expresado, hasta el momento, en una formulación política sustitutiva de lo existente.

A tono con esta línea de razonamiento, hagamos uso del concepto introducido por Nassim Taleb, profesor de ingeniería del riesgo de la Universidad de New York, que denominó como antifragilidad. Este investigador afirma “…que debemos aprender la manera de hacer que nuestras vidas públicas y privadas (nuestros sistemas políticos, nuestras políticas sociales, nuestras finanzas, etcétera) no sean simplemente vulnerables frente al azar y el caos, sino que sean realmente “antifrágiles”, que estén listas para sacar provecho o para beneficiarse del estrés, de los errores y del cambio, de la misma manera, pongamos por caso, que la mitológica Hidra generaba dos cabezas nuevas cada vez que le cortaban una de ellas.”

En fin, la antifragilidad, se define como aquello que, a diferencia de lo frágil, se beneficia de los cambios, del desorden, de la volatilidad y de estreses de diversa índole.

Entiendo su ansiedad, amigo lector. He tomado un concepto de la física para intentar entender los últimos eventos políticos. En particular la ofensiva oficialista y los desencantos existentes en sectores de la oposición. Sin embargo, este es un recurso legítimo. Máxime en la actual coyuntura. Donde pareciera que las lecturas sobre la situación política no han sido del todo exitosas. O, como mínimo, no rindieron los frutos esperados. En otros términos, los sectores democráticos deben intentar sacar provecho de sus limitaciones y enunciar una estrategia que supere la formulación anterior y de cuenta, en forma ingeniosa, a los retos que se derivan de las nuevas circunstancia por venir.

Desde luego, es fácil enunciar la necesidad de un cambio. Lo complejo es elaborar la estrategia que enfrente con éxito los retos políticos venideros. En especial, los que están a la puerta (elecciones de gobernadores y alcaldes). Este es un escenario, por ejemplo, donde se podrían desplegar estrategias antifrágiles: sacar provecho de las tensiones que pudieran producirse en el marco de este escenario electoral. Se haría necesario, desde luego, una aproximación estrictamente POLITICA y no electoral hacia estos eventos en caso que se llevaran a cabo. En términos del concepto de antifragilidad, esta incertidumbre deber ser percibida como algo deseable. Después de todo, esta condición es inmune a los errores de predicción.

Sin la menor duda el país se encuentra ante una encrucijada histórica. Disculpen lo grandilocuente. Sin embargo, creo que es posible afirmar que estamos en presencia del fin de un ciclo de naturaleza histórica y, esta circunstancia, no debe ser abordada con los instrumentos que fueron útiles en el pasado. Se requiere la elaboración de una nueva narrativa que dé cuenta del pasado y abra las ventanas hacia el futuro. Quizá, los traspiés que ha enfrentado la dirección política de la oposición se deba a una incomprensión del talante de las actuales circunstancias. Su fragilidad, pudiera atribuirse, a ese déficit discusivo que no atrapa en forma apropiada los elementos definitorios de la coyuntura política del presente.

Hay que ser optimista. Los ciudadanos sabrán sobreponerse a las actuales circunstancias y, sin la menor duda, los parámetros de justicia, libertad y democracia prevalecerán.

Después de todo, no olvidemos que la política, como la mitológica Hidra, tiene la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que perdía o le era apuntada.

Sin la menor duda, la política aún  es así.









La Asamblea Constituyente como estrategia para permanecer al mando



Gloria M. Bastidas
¿Por qué la élite que está atrincherada en el poder en Venezuela necesita una Asamblea Nacional Constituyente? La respuesta es muy simple: porque el chavismo ya no cuenta con la mayoría electoral. Las elecciones parlamentarias celebradas en diciembre de 2015 marcaron un hito: la oposición se alzó con 110 curules, mientras que el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) apenas obtuvo 55. Fue una derrota estruendosa, que ya había contado con un epílogo: el escaso margen con el que Nicolás Maduro se impuso por encima de su contendor Henrique Capriles en las presidenciales de abril de 2013, a un mes del fallecimiento de Hugo Chávez: 1,49 por ciento. Las alarmas del establishment se encendieron desde entonces. Un Maduro que perdió ganando y una Asamblea Nacional dominada por la Mesa de la Unidad Democrática equivalían casi que a una carta de defunción para el proyecto revolucionario.

Lo que ha hecho el gobierno de Nicolás Maduro desde diciembre de 2015 para acá ha sido tratar de desconocer a esa nueva Asamblea Nacional que emanó del voto popular. Incluso, el Tribunal Supremo de Justicia (controlado por los chavistas) llegó a emitir una sentencia que prácticamente la clausuraba. La reacción fue mayúscula. Pandemónium. El TSJ tuvo que retroceder: emitió otro pronunciamiento para enmendar su error. Suena a ópera bufa. Es así: la revolución va de bufonada en bufonada. Y no sólo eso: la Fiscal General, que antes se confesaba devota de Hugo Chávez, saltó la talanquera y advirtió que en Venezuela no regía un estado de derecho sino un estado de terror. Son dos enemigos muy fuertes para Maduro: el Legislativo y el Ministerio Público, que tiene en sus manos el monopolio de una acción muy importante: solicitar el enjuiciamiento del Presidente de la República.

¿Cómo barrer con esos obstáculos? Maduro colocó sobre la mesa la carta de la Asamblea Nacional Constituyente. La Constitución venezolana pauta que para que pueda activarse esta figura se debe consultar al pueblo en un referendo si está de acuerdo o no con ella. Maduro se saltó este paso: la mayoría aplastante que lo adversa (la relación es aproximadamente 80 por ciento en contra y 20 por ciento a favor) le hubiera dicho taxativamente que no. Luego, los estrategas electorales del chavismo crearon un mecanismo de elección de los diputados que le permitía al gobierno ganar la mayoría de la Asamblea Constituyente sin contar con la mayoría de los votos. Una trampa. La oposición se abstuvo de participar en semejante fraude. El mensaje que Maduro enviaba a sus adversarios era más o menos éste: si quieren salir de mí, voten por mí. Porque participar en el juego era refrendar su modelo cubano. La Asamblea Nacional Constituyente (integrada por 545 diputados) estará investida de atribuciones muy amplias. Podrá disolver los poderes constituidos (Asamblea Nacional y Fiscalía, por ejemplo) y sesionará indefinidamente. Esto es clave: mientras el cuerpo delibera sine die (sin un límite de tiempo), hay un tema trascendental que quedará congelado: las elecciones presidenciales previstas para diciembre de 2018. Por eso digo al comienzo de esta nota que el chavismo necesita una Asamblea Nacional Constituyente porque ya no cuenta con los votos suficientes para mantenerse en el poder democráticamente. La estrategia de Maduro consiste en eludir la consulta electoral transparente y competitiva pautada en la Constitución, y que le pondría punto final a su mandato a más tardar en 16 meses, y sustituirla por un gobierno sin fecha de caducidad. La revolución chavista pretende quedarse para siempre. Sin votos y con balas. Le urge demoler el statu quo y preparar el escenario de su inmolación.

(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

sábado, 5 de agosto de 2017

¿Tiene sentido participar en las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes?


Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores, se ha producido la escandalosa elección de la ANC. Como era presumible, diversos observadores han confirmado el fraude masivo que fue llevado acabo el día 30 del mes julio. Por ejemplo, Smartmatic (la empresa que proveyó las máquinas de votación) ha señalado que al menos un millón de votos fue añadido a la votación. Por otro lado, diversas fuentes (agencia Reuters y Jennifer McCoy) han respaldado la cifra de 3.720.465 votos sufragados a las 5:30 pm. Hora en que cerraban las mesas de votación. Finalmente, el rector principal del CNE, Luis Emilio Rondón, ha advertido sobre la imposibilidad de avalar la votación anunciada por Tibisay Lucena. Estos testimonios han respaldado empíricamente las advertencias de fraude denunciadas por los dirigentes de la oposición del país.

En fin, estamos en presencia de una profundización de la crisis política. Esta grave situación se exterioriza en diversos ámbitos. Mencionemos algunos de esos escenarios. Por ejemplo, en el área institucional tenemos la convivencia de dos concreciones del poder en el país. La clase gobernante, expresión de una minoría ciudadana y, en el otro extremo, la Asamblea Nacional que representa a la inmensa mayoría de la población. Esta contradicción se manifiesta, igualmente, en la coexistencia de dos ordenamientos jurídicos excluyentes. Por un lado, la Constitución democrática del año 1999 y, por el otro, la constituyente de talante autoritario.

En este marco político gran parte de la población se pregunta ¿tiene sentido participar en las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes? ¿En estas circunstancias se celebrarán las presidenciales? ¿Se ha agotado definitivamente la vía electoral como medio de salir de esta crisis política? Sin lugar a dudas, son legítimas estas interrogantes y, desde luego, es imprescindible intentar producir las respuestas apropiadas a las mismas.

En torno a este tema se han tejido diversas posiciones. Me voy a referir a las que se ubican en los extremos y, desde luego, aportan repuestas distintas al dilema político que confronta la población hoy en día.

Hay un sector de la oposición que no percibe una salida electoral a la actual crisis. Y, en consecuencia, descartan la posibilidad de participar en las venideras elecciones. Sus argumentos son principistas y, si se quiere, un tanto irracionales. Descartan la política electoral y abogan por la concreción de un gobierno en transición. Una suerte de “soviets” democráticos que llegada la hora desplazarán al madurismo del poder.


En el otro extremo se ubica una posición más realista y pragmática. Sin desconocer las dificultades y la vocación al fraude de las autoridades electorales, son partidarios de participar en la próxima contienda electoral. En este sentido señalan que hay que inscribir los candidatos y en el ínterin que separa este acto del sufragio desplegar iniciativas que, por un lado, puedan garantizar una cierta pulcritud en las votaciones y, por el otro, entusiasmar a la población en torno a esta participación electoral.

Me voy a detener en explicar con más detenimiento esta opción. Lo sustantivo de la misma es la distinción que se hace entre inscribir los candidatos y su participación electoral. Es decir, lo primero (inscripción) no conduce automáticamente a lo segundo (participación). Recientemente, esta opción fue explicitada en un documento (Informe de la subcomisión TREN sobre el tema de la Participación en las Elecciones Regionales) de la manera siguiente: “Inscribir candidatos anunciando, simultáneamente, que ello no implica necesariamente la participación. Esta decisión nos permite superar el álgido escollo de tomar una decisión de naturaleza más trascendental –la participación- en un escenario constreñido por la premura y las tensiones, tanto a nivel de la opinión pública como al interior de la MUD por las diferentes visiones que se tiene sobre cómo abordar el desafío del Régimen. Con esta decisión se pasa a otra etapa donde el juego estratégico continúa. La discusión no se agota. Continúa”.

Me parece que esta opción responde acertadamente las legítimas interrogantes que en torno a la participación electoral se han suscitado recientemente. Y está a tono con la delicada situación política que vive la nación.

Cualquiera que sea la decisión que se adopte, es importante prestar atención a la dimensión emocional del tema. La población se encuentra desanimada. En cierta forma se formó en la percepción colectiva la idea de una salida definitiva a la situación política. En consecuencia, es imperativo crear una nueva narrativa que lleve esperanza y emocione a los ciudadanos. Conformar una nueva subjetividad a tono con las tareas que están por venir. No olvidemos que para convencer hay que emocionar.

Definitivamente, la política es así.




















Las elecciones regionales.

Simon Garcia

Contar o no con 20 gobernaciones para las luchas por la reconquista de la democracia es uno de los puntos que estamos obligados a debatir con el movimiento que ha estado en la calle y con la mayoría de la sociedad que lo ha apoyado.

El tema no debería ser despachado sin mostrar detrás de cada sí o cada no, una argumentación sobre por qué se escoge una determinada dirección. Las frases hechas, usadas en el pasado, no son útiles para redefinir una estrategia frente a lo que ya es una dictadura. Repetir, por ejemplo, que el que se ausente pierde o que ir a elecciones en dictadura es legitimarla, son afirmaciones que debemos cuestionarnos.

Las mañas de la Comisión Electoral de Miraflores no pudieron con el caudal de votantes y la dedicación de nuestro equipo técnico, logístico y de testigos en diciembre de 2015. La trampa puede ser vencida.

A las 4 damas de la baranda, descalificadas por escamotear el carácter democrático del voto, no les resulta bien ni su falta de vergüenza, aferradas en superar a Franco Quijano, a quien se le atribuyen los primeros fraudes electorales en Venezuela. Pero no hay comparación, Quijano fue en su época la persona más experta en sistemas electorales, métodos de escrutinio y Ovidio.

La convocatoria de las elecciones de gobernadores fue diseñada para inducirnos a rechazarlas. La postulación de candidatos se fijó inmediatamente después de las primarias realizadas por el PSUV el 30 de julio calculando la indignación de la población ante el fraude. La agenda de Maduro y su cúpula estiman que esa reacción los ayudaría a manipular ese proceso electoral y consolidar la instauración de la dictadura. La abstención es su aliado, independientemente de la radicalidad que se derroche pata que las emociones priven sobre la eficacia de las respuestas.

La elección de gobernadores en una batalla decisiva entre la cúpula de la dictadura y el conjunto de la sociedad democrática que quiere libertad y elecciones, aún si estas no son generales. El dilema es elemental: ayudamos a ganar al candidato del gobierno o damos una nueva demostración, más contundente aún, de que Venezuela repudia al dictador.

La participación en las elecciones es otra forma de lucha para derrotar el fraude constitucional. Es cierto que no estamos obteniendo lo máximo; pero alcanzaremos una alteración fundamental de las actuales relaciones de poder que minará las bases regionales y locales de sustentación del embate totalitario. Descentralizaremos las luchas y conquistaremos nuevas posiciones de poder.

Somos la alternativa al régimen, impugnarlo, competir contra él en todos los terrenos es extender la rebelión pacífica de los ciudadanos y trabajar para crear condiciones reales para desplazarlo. Ningún recurso puede ser dejado de lado y menos por competir entre quien obtiene más aplausos en la opinión prevaleciente.

Si la fraudulenta ANC suspende estas elecciones regionales ratificará su ilegitimidad. Si las mantiene, recibirá una colosal derrota. ¿A nombre de que dejar de obtener un nuevo triunfo?