Nelson Acosta Espinoza
La política, en
términos generales, ha sido concebida tradicionalmente dentro de márgenes de
confianza y predictibilidad. En el caso de nuestro país esta seguridad
–producto de casi medio siglo de prácticas de rutinas institucionales- ha sido responsable de cierta incapacidad para
poder adelantarse a los acontecimientos. Un cierta “comodidad” discursiva
cobijó a la élite política de la época
que le impidió observar las tendencias que anunciaban un futuro preñado de
numerosas incertidumbres.
Lo que intento
expresar es que las miradas o marcos cognitivos a través de los cuales se
evaluaba la realidad y se formulaban políticas en esos años carecían de
potencialidad predictiva. Esta insuficiencia explica como un líder de
naturaleza mesiánica se apoderó y destruyó al país con relativa facilidad.
Desde luego, en este suceso intervinieron otras variables que no son de
naturaleza discursiva y cognitiva.
Ahora bien ¿a qué
viene esta reflexión? ¿Estamos volviendo una situación similar a la del pasado?
¿Nuestras elites políticas democráticas están dotadas de los instrumentos
cognitivos para evaluar apropiadamente esta coyuntura? ¿Es posible la restauración
de lo ya vivido?
Estas
interrogantes, a la vista de muchos, pudieran constituir una suerte de provocación
o, como mínimo, merecerían calificarse de impertinentes. Después de todo la
unidad y el objetivo común de salir de este régimen constituyen las prioridades
por encima de objetivos de otra naturaleza.
Sin embargo, me parece importante diferenciar lo táctico de lo estratégico. No hay duda sobre lo primero. Es indispensable acumular la fuerza necesaria para poder derrotar democrática y cívicamente a este régimen. Sobre lo segundo, albergo algunas dudas.
Intentare explicar
las aprensiones de carácter estratégico. Existe en la oposición una suerte de
consenso en torno a las medidas de naturaleza económica que deberán ser aplicadas
al asumir el poder. En este punto coinciden viejos y nuevos liderazgos.
Inclusive, abarca a personalidades que fueron actores prominentes de la llamada
V República. Estas coincidencias, en sí mismas, no deben resultar extrañas.
Constituyen reacomodos previsibles dentro de la cultura política dominante en
el país.
Sin embargo, es básico
dilucidar si existe entre estos viejos y nuevos actores un consenso en torno a un nuevo proyecto de país.
Es en esta área donde es posible elevar dudas razonables y advertir sobre
peligros latentes que apuntan hacia una posible restauración política de lo ya
vivido.
Nassim Taleb escribió en 2007 El cisne negro: el impacto de lo
altamente improbable. En este libro refiere cómo casi todos los grandes
descubrimientos científicos, hechos históricos, y logros artísticos tienen un impacto enorme por lo
inesperado.
Esta referencia viene a cuento porque pienso
que sectores de la oposición democrática no están preparados para enfrentar lo
no predecible. Se encuentran asentados cómodamente
sobre explicaciones de naturaleza empíricas.
Esta racionalidad, al mismo tiempo, tiende a subestimar la importancia de la
aleatoriedad. En fin, disculpen la dureza de la siguiente afirmación: estas fracciones
del bloque democrático se encuentran mal dotadas para enfrentar la incertidumbre y lo
improbable. Tienden, en consecuencia, a restaurar lo ya vivido.
En las últimas semanas se ha hecho evidente
esta tendencia inscrita en los viejos libretos de la política. Arcaicos marcos
cognitivos impulsan respuestas acomodaticias que se sustentan en costumbres típicas
del pasado político reciente.
Ojo, con los Cisnes Negros.
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