domingo, 30 de septiembre de 2018

La degradación opositora.

SIMON GARCIA
No partimos de cero, sino de fatales de errores que han degradado a la oposición: 1. Ha disminuido el tamaño de su influencia, 2. Se ha encogido su presencia en franjas institucionales que aún sobreviven al autoritarismo.3. Ha abandonado, sin plan alterno, un terreno donde cuenta con fortalezas activas y potenciales, el electoral 4. Ha perdido capacidad de movilización. 5. Carece de herramientas para ejercer presión interna y presentar una amenaza creíble al régimen.

La falta de unidad no es la causa principal del debilitamiento, sino el pensar extremista, que ha arraigado como opinión común. Por falta de un rumbo claro, ha ido prendiendo socialmente. Casi todo el liderazgo mayor sucumbió a él o se inhibió ante ficciones como el abandono del cargo. Sólo se atrevió Falcón, que execrado irresponsablemente a la otra acera y partiendo de una base de sustentación muy pequeña, fue blanco de campañas para exacerbar la confusión, la desesperanza y la división.

El extremismo, descorrido el velo de su furia verbal, es lo contrario del radicalismo. Difunde intolerancia, una falsa pureza moral, principios aéreos y una engañosa forma de no hacer política basada en acciones simbólicas y testimoniales. El extremismo crea una mitología, apurado por ser el nuevo eje de la oposición, que sólo ha servido para endurecer al pranato oficialista, golpear disidencias y propiciar represiones. Le da a Maduro el oxígeno que quita a la oposición.

El desmoronamiento de la oposición, en vez de Maduro, comenzó cuando se fue dejando la estrategia exitosa. El régimen alambró los procesos electorales y la oposición martilló los clavos. Le entregó al régimen el derecho al voto y pateó el tablero que puede apuntalar más la protesta social y amplificar internamente la presión internacional. La oposición le puso candados a la puerta electoral que el régimen quiere clausurar.

Pero los extremistas le huyen a la conclusión lógica del abandono electoral: buscar el cambio por la vía armada, contra el sentir de la población y la recomendación internacional. Un camino catastrófico e inviable que diariamente tumba al régimen por arte del twitter y reanima la vana esperanza de sacar del sobrero de la calle para una insurrección popular o desenlaces que no dependen de la oposición..

Urge una ofensiva de las fuerzas de cambio. Las iniciativas del Frente Amplio, valiosas porque intentan llenar un vacío, muestran las dificultades y limitaciones para crear una opción alternativa sólo desde el movimiento social.

La dirección de todo el espectro partidista debe encarar ya la superación de los factores debilitantes y restablecer su credibilidad asumiendo una estrategia común y las acciones concretas que le corresponden. La unidad posible, aun imperfecta, es mejor que esta dramático resbalón hacia papeles secundarios..

Los dirigentes políticos deben actuar antes que la espada de Damocles caiga sobre ellos. Es hora de dejar de hacer lo que el gobierno quiere. Los partidos tienen con qué y saben cómo, sólo deben liberarse del miedo al paredón de la redes y volver a la política real y a la gente.

Si se dejan convertir en fuerzas de omisión, las soluciones van a provenir cada vez más del exterior y la oposición interna va a quedarse sin derecho a silla si se logra imponer un proceso de transición.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Amartya Sen es el gran crítico del capitalismo de nuestro siglo


Tim Rogan*
Hay dos tipos de críticas al capitalismo. En primer lugar, hay una crítica moral o espiritual que rechaza el Homo economicus como el heurístico que explica los asuntos humanos. Los seres humanos, según esta crítica, necesitan algo más que bienes materiales para prosperar. El poder de cálculo es solo una pequeña parte de lo que nos hace ser como somos. Las relaciones espirituales y morales deberían ser preocupaciones de primer orden. Los arreglos materiales, como una renta básica universal, no cambian nada en sociedades donde las relaciones más básicas se perciben como injustas.

En segundo lugar está la crítica material del capitalismo. Los economistas que lideran las discusiones sobre la desigualdad son sus exponentes principales. La idea del Homo economicus es un punto de partida adecuado para el análisis social. Somos testarudos y malos calculadores, y no somos capaces de aprovechar nuestra ventaja en la distribución racional de la prosperidad a través de las sociedades. De ahí la desigualdad, los salarios de un crecimiento sin control. Pero somos de todas formas calculadores, y lo que necesitamos por encima de todo es abundancia material, y por eso el foco de atención está en corregir la desigualdad material. Si hay abundancia material, lo demás se resuelve solo.

El primer tipo de argumento para la reforma del capitalismo parece recesivo ahora. La crítica material predomina. Las ideas emergen en números y cifras. No existe el debate sobre valores no materiales en la economía política. Los cristianos y marxistas que hicieron suya la crítica moral del capitalismo son minoritarios. El utilitarismo se ha hecho omnipresente y obligatorio.

Pero luego está Amartya Sen.

Casi cualquier estudio prestigioso sobre la desigualdad material en el siglo XXI está en deuda con Sen. Y sin embargo en sus textos sobre la desigualdad material tiene en cuenta los marcos morales y las relaciones sociales que median en los intercambios económicos. La hambruna es el punto más bajo de la privación material. Pero raramente ocurre, según Sen, por falta de alimento. Para comprender por qué hay gente que pasa hambre, no hay que buscar fallos catastróficos en las cosechas, sino más bien disfuncionalidades en la economía moral que regulan la competencia por bienes esenciales escasos. Aquí el problema tiene que ver con la desigualdad material más atroz. Pero las modificaciones graduales en los mecanismos de producción y distribución no acabarán con ella. Hay que arreglar las relaciones entre los diferentes miembros de la economía. Solo entonces habrá suficiente para que convivan todos.

En la obra de Sen, las dos críticas al capitalismo se entrelazan. Nos movemos desde preocupaciones morales hacia resultados materiales y viceversa sin la sensación de que estemos atravesando un umbral constantemente. Sen distingue los asuntos morales y materiales sin favorecer unos u otros, mantiene el foco en ambos.
La separación entre las dos críticas del capitalismo es real, pero es posible a la vez trascender esa división, y no solo desde un punto de vista esotérico.

La mente de Sen es única, y su trabajo tiene muchos seguidores, no solo en los sectores donde predomina el pensamiento utilitario. En los planes de estudio económicos y en las escuelas de políticas públicas, en secretariados internacionales y ONGs humanitarias, Sen ha creado también un nicho de pensamiento que atraviesa unas fronteras tradicionalmente rígidas.

No se trata del logro de un genio solitario ni surge de un carisma extravagante. Sen simplemente utiliza viejas ideas y las combina de manera nueva para resolver problemas emergentes. Su formación en economía, matemáticas y filosofía moral le proporcionó las herramientas necesarias para construir su sistema crítico. Pero la influencia de Rabindranath Tagore le hizo comprender la correlación sutil que existe entre nuestra vida moral y nuestras necesidades materiales. Y una profunda sensibilidad histórica le permitió comprobar que la separación radical entre los dos enfoques es algo temporal.

La escuela de Tagore en Santiniketan, Bengala Occidental, fue el lugar de nacimiento de Sen. La pedagogía de Tagore hacía hincapié en las relaciones articuladas entre la existencia material y espiritual de una persona. Ambas eran esenciales –necesidad biológica, libertad creativa–, pero las sociedades modernas solían confundir la relación exacta entre ellas. En Santiniketan, los alumnos jugaban a explorar de manera desestructurada el mundo natural mientras hacían pequeños excursos en las artes, aprendiendo a comprender sus yoes sensoriales y espirituales como distintos y al mismo tiempo unidos.

Sen era ya un joven adulto cuando dejó Santiniketan a finales de 1940 para estudiar economía en Calcuta y en Cambridge. La gran polémica económica de entonces era la teoría del bienestar, y el debate se vio afectado por la contienda de la Guerra Fría entre mercado y Estado. Sen sentía simpatías por la socialdemocracia pero era un antiautoritario. Los economistas del bienestar de los años treinta y cuarenta buscaban acabar con esas diferencias, e insistían en que los Estados podían legitimar programas de redistribución apelando a principios estrictamente utilitarios: una libra en el bolsillo de un pobre aporta más a la utilidad general que la misma libra en la pila del rico. Aquí estaba la crítica material del capitalismo en pañales, y aquí la respuesta de Sen: maximizar la utilidad no es una preocupación apremiante para nadie –decir eso y luego hacer políticas en consecuencia es una forma de tiranía–, y en cualquier caso usar al gobierno para mover el dinero de un lado a otro en busca de una supuesta condición óptima es una estrategia defectuosa.

La racionalidad económica alberga un tipo de política oculta cuya implementación dañó las economías morales que grupos de gente construyeron para gobernar sus propias vidas, y frustró sus objetivos. En sociedades comerciales, los individuos persiguen fines económicos dentro de determinadas estructuras sociales y morales. Estos marcos morales y sociales no son ni superfluos ni inhibidores. Son, como dicen Sen, “coeficientes de un crecimiento duradero”.

Las economías morales no son neutrales ni no nos vienen dadas, y tampoco son invariables o universales. Cada individuo es más que una fría calculadora de utilidad racional. Las sociedades no son simplemente máquinas de prosperidad. El desafío es entender y hacer legibles las normas no económicas que afectan al comportamiento del mercado, poner en el foco las economías morales sobre las cuales las economías de mercado y los Estados administrativos funcionan.

Pensar que lo material no tiene que ver con lo moral es un planteamiento muy limitado. Pero este modo de pensar no es natural e inevitable, es mutable y contingente: lo hemos aprendido y podemos desaprenderlo.

Sen no era el único que veía esto así. El economista estadounidense Kenneth Arrow fue su interlocutor más importante. Conectó a Sen con la tradición de la crítica moral asociada a R. H. Tawney y Karl Polanyi, que reintegraron la economía en marcos de análisis que tenían en cuenta las relaciones morales y la elección social. Pero Sen veía más claro que ninguno de ellos cómo podría conseguirse esto. Se dio cuenta de que en los inicios de la economía política moderna esta separación entre nuestras vidas morales y nuestras preocupaciones materiales habría sido inconcebible. El Utilitarismo irrumpió como un huracán alrededor de 1800 y arrasó con los fervores morales e instaló un clima de euforia calculadora. Sen estudió este cambio de clima de opinión, y se propuso cultivar ideas de progreso y enfoques que habían sido erradicados.

Ha habido dos críticas al capitalismo, pero debería haber solo una. Amartya Sen es el primer gran crítico del capitalismo del nuevo siglo porque él mismo lo ha dejado claro.

Traducción de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en Aeon. Creative Commons

*Tim Rogan es profesor de historia en St Catharine's College, en la Universidad de Cambridge, y autor de The Moral Economists: R H Tawney, Karl Polanyi, E P Thompson and the Critique of Capitalism (2017).

miércoles, 26 de septiembre de 2018

TALLER: EMOCIONAR PARA CONVENCER




Introducción a la neuropolítica


 


 La Neuropolítica es una rama científica de las neurociencias cuyo objetivo consiste en comprender cómo actúa el cerebro de los seres humanos en su condición de ciudadanos y electores expuestos a los estímulos de la comunicación.


El propósito del taller es introducir algunos elementos de esta especialidad con la finalidad de intentar explicar la conducta electoral de los venezolanos y describir algunos de los parámetros narrativos que demanda la coyuntura política en el país


Nelson Acosta Espinoza (M.Phil)
Lugar: Asociación de Ejecutivos Estado Carabobo
Fecha: Lunes 1 de octubre, 5pm

lunes, 24 de septiembre de 2018

Construir un nuevo relato democrático

Nelson Acosta Espinoza

Carencia de relatos apropiados. Esta circunstancia pudiera asumirse como punto de partida para interpretar cierta pasividad presente en el accionar político en el país. La población no se siente interpelada y estimulada por la conducta observada en los actores políticos que conforman la oposición. Hasta cierto punto, estas agrupaciones actúan de acuerdo al libreto político que caracterizó la cultura política del pasado. Y, en consecuencia, tienen dificultades para interpretar y procesar apropiadamente las nuevas demandas políticas presentes en la población. La elección presidencial pasada constituye un ejemplo que ilustra esta aseveración.

Probablemente esta circunstancia genera sentido en el momento de explicar cierto repliegue de los ciudadanos sobre sí mismo. Sin duda, las urgencias de la vida diaria pesan sobre su accionar cotidiano. Los conflictos que observamos a diario son coyunturales y obedecen a reivindicaciones particulares a cada gremio. Hasta el momento no se ha construido una cadena discursiva y un liderazgo que establezca lazos y proporcione sentido político a estas justas demandas económicas.

En forma resumida la coyuntura demanda la construcción de un nuevo relato político que emocione a la población y que sea encarnado por un nuevo liderazgo. Para alcanzar estas dos condiciones es imprescindible explorar nuevas vías y escenarios que estimulen confianza en la población. Desde luego, esta condición no puede ser alcanzada a través de acuerdos entre élites partidistas. Antes por el contrario, hay que ensayar nuevas opciones que recuperen la confianza y avizore un horizonte que estimule corazón y mentes en los habitantes del país.

Ahora bien, es justo preguntarse ¿que es un relato político? ¿Porque en las actuales circunstancias es necesario elaborarlo? La primera interrogante podemos responderla de forma sencilla: es una estrategia de comunicación política. Su finalidad inmediata es transmitir valores, objetivos y construir identidades. En la actual coyuntura es imprescindible la edificación de esa nueva narrativa que sustituya la ya agotada y promueva la movilización a través de la activación de los sentidos y emociones. En pocas palabras, “confiere identidades de “nosotros” y “ellos”, define objetivos y propone una visión del pasado, del presente y del futuro”.

En relación a la segunda interrogante la repuesta es sencilla. El relato democrático que entró en vigencia en el país al inicio del siglo XX está agotado. La crisis actual, en cierta forma, es una prueba de que esa narrativa y su concreción institucional se encuentran de espalda a las nuevas demandas y expectativas de la población.

Una de las tareas pendientes que aún no ha sido asumida por la oposición democrática es la elaboración de esa nueva narrativa. Narrativa que cuente y detalle, que comunique la nueva identidad del liderazgo emergente, qué representa a que ideas se debe y por qué son más útiles que las del pasado.
Esta tarea es urgente y debe ser asumida por los demócratas de todo signo. Los materiales para su elaboración existen. Venezuela es otro país y su población demanda acciones distintas a las que caracterizaron el pasado.

Esperemos que esa nueva dirigencia emerja como resultado de la crisis y enrumbe al país definitivamente hacia el siglo XXI.



























martes, 18 de septiembre de 2018

ACUERDO OBLIGADO



Luis Ugalde

Las cosas han llegado a tal extremo y la situación es tan dramática que la desesperación se ha apoderado del país. La gente no cree en el régimen y sus promesas-propaganda y cada medida nueva agrava la situación. El liderazgo opositor carece también de credibilidad por su falta de unidad y su impotencia frente a la dictadura y los urgentes problemas socioeconómicos. El desastre es tan grave que la reconstrucción parece imposible sin un gran acuerdo de salvación nacional concretado en un gobierno de transición que incluya a buena parte de los que fueron y de los que todavía hoy son chavistas. El régimen actual no tiene futuro, pero puede resistir con un alto costo de vidas, dignidad humana y libertad democrática de millones de venezolanos. No puede haber un gobierno nacional que entusiasme y tenga éxito si no lleva en el corazón de sus políticas concretas las razones que hace 20 tuvieron las mayorías chavistas. Si, según las encuestas más recientes, 85 % de los venezolanos vive en pobreza, el nuevo gobierno sólo cuajará si renace en la vida de esa inmensa muchedumbre que agoniza en la pobreza y el exilio, y fracasará si no toma en serio la vida digna de ellos. Esa esperanza no se puede nutrir solo de palabras y retórica, sino que necesita de entrada signos visibles de mejora socioeconómica, lo que no es posible sin un vigoroso florecimiento de miles y miles de empresas privadas, entendidas y vividas como esperanza de los pobres y la superación de la pobreza como esperanza de la empresa privada, de la democracia y la libertad. Por otra parte, nada de esto es posible sin un apoyo decidido de las democracias y organismos internacionales, concretado en recursos materiales cuantiosos. Sin ese apoyo, ni el gobierno actual, ni cualquier otro que venga, tendrá estabilidad ni éxito y la solución no es la desesperanzada agonía dictatorial cubana de más de medio siglo.

El gobierno de transición sólo despertará entusiasmo nacional y concretará el apoyo externo si de inmediato enfrenta la hiperinflación (alimentada por el actual gobierno con enorme déficit fiscal y dinero inorgánico) y activa la producción económica que en cinco años se ha reducido a la mitad y que está matando a la gente, arrebatándole su salario y dignidad y bloqueando toda posibilidad de reactivación.

1-Para revertir de inmediato este despeñadero hay que combinar:

-No pago de la deuda externa ($ 132.000.000.000) en dos o tres años. Condonación de buena parte de ella, refinanciamiento de la otra parte y cuantioso préstamo (según los entendidos no menos de $ 40 mil millones).

-Reprivatización de las empresas estatizadas, hoy ruinas improductivas.

-Inversión extranjera (y nacional) con garantías jurídicas y economía social de mercado.

-Apertura petrolera (y gas) a las inversiones no estatales y recuperación productiva.

-Financiamiento de importación de bienes básicos de consumo (alimentos, medicinas…) e insumos para reactivar la producción.

2- Al mismo tiempo se requiere inmediata ayuda humanitaria internacional con activación nacional de los canales de distribución y también de un inmenso voluntariado de solidaridad con efectos en la regeneración moral y de reconciliación. Rescate del Estado y del caos, corrupción e ineptitud de los servicios públicos de agua, electricidad, transporte, seguridad… Rescate de la Constitución: libertad de presos políticos y exiliados, legalización de todos los partidos y de los candidatos vetados; separación de poderes públicos; eliminación de la ANC (supraconstitucional, es decir dictatorial); Fuerza Armada reconstitucionalizada; nuevo CNE; elecciones justas, libres y transparentes, una vez restablecidas las condiciones democráticas para ello.

No se trata de medidas sueltas ni de que cada grupo político pretenda instaurar en esta transición el modelo de su preferencia, sino de lo imprescindible para salir de esta dramática agonía. Sería fatal enredarse en debates ideológicos sin entender que la extrema emergencia exige un pragmatismo sanador previo a elecciones democráticas en las que la población escogerá al candidato de su preferencia entre alternativas que incluyan las que vienen del chavismo y también las que parecen más opuestas a él. Por ahora la negociación no puede ser maximalista, sino realista con la necesaria unidad nacional y el apoyo internacional imprescindibles.

3- La salida del gobierno actual tiene que ser pronta y negociada con espíritu de reconciliación, no de venganza sino de perdón, con una nueva primavera de reencuentro venezolano combinada con una acción serena y equilibrada de la justicia, en los casos que se requiera para evitar la impunidad.

4- Los militares (hoy unos cómplices y represores y otros reprimidos) y las democracias del Mundo y de las Américas deben formar parte de diversa manera de esta negociación y reconstrucción.

5-La Asamblea Nacional ha de ser la legítima pieza central de esta transición y quien la encabece debe excluirse de la contienda electoral democrática, que tendrá lugar tan pronto se restablezcan las condiciones básicas constitucionales para una elección libre, transparente y con garantías.

Ese acuerdo que incluya al chavismo democrático puede escandalizar a algunos, pero no será más chocante que el abrazo - en medio de tantos cadáveres y odios – de Bolívar y el jefe español Morillo en Santa Ana de Trujillo, como importante paso desagradable para salir de la guerra.


Caracas, 18 de septiembre de 2018

lunes, 17 de septiembre de 2018

Bella Ciao’ no muere nunca




Hay himnos destinados a no morir nunca. Bella Ciao es uno de ellos. Lo traemos a colación porque el espíritu  colectivo que lo creó se ajusta a la situación que confrontan los venezolanos. Sin la menor duda, constituye un acicate para no desmayar y un recordatorio de que las ideas de democracia y libertad están destinadas a servir de estimulo para proseguir incansablemente la lucha por la construcción de una nuevo orden político en el país.
Equipo de redacción OVA



Fernando Navarro

Como la belleza de algunas flores, hay himnos que están destinados a no morir nunca. Es el caso de Bella Ciao, el canto partisano italiano que los grupos de la resistencia cantaban contra los fascistas durante la II Guerra Mundial. Esta canción popular sin autor reconocido podía haberse quedado enterrada en la memoria colectiva, como tantas composiciones tradicionales que tuvieron un significado determinado en la historia de un colectivo, una comunidad o un país, pero no ha sido así. Como por arte de magia, Bella Ciao ha cobrado nueva vida en 2018, mucho tiempo después de que fuera cantada por primera vez —según estudios históricos— allá por el siglo XIX por trabajadoras de los arrozales del Valle del Po, en el norte de Italia.


Tom Waits, en un concierto en París en 2008.




Tom Waits ha sido el último en rescatarla. Su voz cavernosa entona los versos en inglés de una canción que, como en las mejores fábulas, guarda las mismas dosis de idealismo y lucha. A diferencia del tradicional aire de marcha guerrera y triunfal de la versión más conocida, su interpretación suena tierna y cruda, como en esas baladas noctámbulas tan suyas, perfectas para escucharse en lo profundo de una cantina abandonada en un bosque. Guarda la atmósfera de esa parte de su personalísimo cancionero que podría llamarse vagabundo: cantos bastardos con un esqueleto de folklore, salpicados de reminiscencias de viejos blues, bluegrass campestre, polkas centroeuropeas o valses de taberna, que relatan historias de despedidas y destinos inciertos. Junto a composiciones como Long Way Home, Widow's Grove, Never Let Go, If I Have to Go, Goodbye Irene o Take Care of All My Children,Bella Ciao bien podría formar parte del segundo disco de su fastuosa caja de rarezas y canciones perdidas llamada Orphans: Brawlers, Bawlers & Bastards.


“Una mañana, me levanté / oh, adiós bella, adiós bella / una mañana, me levanté / y encontré al invasor”, reza el primer verso de Bella Ciao, cantado por Waits, que, cual partisano, parecía escondido en los montes tras dos años sin material nuevo. El músico estadounidense ha aparecido para colaborar en Songs of Resistance 1948 - 2018, el nuevo disco del guitarrista Marc Ribot, mano derecha en las giras de Waits. Se trata de un álbum que incluye también colaboraciones de Steve Earle, Tift Merrit o Justin Vivian Bond cantando himnos de los derechos civiles o baladas de protesta mexicanas con el fin de desafiar las políticas de Donald Trump.


Bella Ciao parece hoy tan viva como en su época de arma contestaria contra los fascistas alemanes en la Italia de Mussolini, o cuando sirvió de himno revolucionario en las manifestaciones estudiantiles de Mayo del 68 o en el ambiente cultural del movimiento chileno socialista de Salvador Allende. A principios de junio, un grupo de viajeros comenzó a cantarla a pulmón abierto cuando reconocieron al ministro de Interior italiano, el ultraderechista Matteo Salvini, en el aeropuerto de Roma Fiumicino. Salvini ha tenido gravísimos gestos con los inmigrantes, a los que comparó con “esclavos”, y su política migratoria ha sido acusada de incitar al odio por la Unión Europea. Pero no sólo eso: Bella Ciao también fue entonada por organizaciones del Consejo Estatal del Pueblo Gitano en la puerta de la Embajada italiana en España para protestar contra el censo de gitanos propuesto por Salvini. Y, gracias a su mensaje de hermandad, también fue cantada en el buque de la ONG catalana Proactiva Open Arms con 60 inmigrantes rescatados a bordo. Incluso muchos han conocido la canción por formar parte de la exitosa serie de La Casa de Papel, que tiene el concepto de resistencia como hilo conductor de varios de sus personajes cuando intentan atracar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.




“Esta es la flor del partisano, muerto por la libertad”. Así reza en su último verso Bella Ciao, una canción que nos recuerda que, como la belleza de algunas flores, hay ideas destinadas a no morir nunca.
El País
6 SEP 2018 - 21:34

viernes, 14 de septiembre de 2018

La gran calumnia contra el liberalismo


Leon Wieseltier

Hay muchas causas del redescubrimiento del amor a la dictadura en nuestro tiempo, del resurgimiento desgarrador de la predilección por aquello que un pensador francés del siglo XVI llamó perplejo “servidumbre voluntaria”. Algunas de las causas son económicas, pero no todas. Presenciamos también una convulsión intelectual. No se trata de manera exacta de una guerra intelectual: un bando falta por llegar a las barricadas con pleno vigor. Ya fracasó de tal modo antes, y sobrevino el desastre. Ese bando, por supuesto, es el bando liberal. El ascenso del autoritarismo no es otra cosa que la caída del liberalismo. En un número alarmante de países y culturas –algunos de los cuales han experimentado un orden liberal, mientras otros no–, la idea liberal está siendo deslegitimada con furia. Y no solo deslegitimada; también, calumniada. La descripción del liberalismo como un mal puede que sea la mayor mentira de un tiempo, como el nuestro, en extremo mendaz.

Dejo a los historiadores la tarea de documentar la plétora de bendiciones que el orden liberal confirió a aquellas sociedades que con sabiduría ingresaron en él durante las últimas siete u ocho décadas. Nunca ha habido mayor progreso acompañado de menor injusticia que durante la era liberal. Como creo que este progreso crucial se debe tanto a las creencias como a las políticas, y que los climas políticos son preparados por climas intelectuales, estoy más interesado en los orígenes filosóficos de nuestras circunstancias. Intelectualmente, soy belicista. Confieso mi deseo de batalla. No podría ser de otro modo pues mis enemigos, los enemigos del liberalismo, también tienen deseo de batalla y han lanzado su ataque. Nos llega por todos lados. 

Hay muchas maneras en las que estamos recreando la década de 1930. Una de ellas es el consenso entre la derecha y la izquierda, entre los populistas retrógrados y los populistas progresistas, según el cual los liberales son los villanos.

Los ultras pueden vivir felices unos con otros; se necesitan mutuamente; medran entre sí. Comparten una mentalidad revolucionaria, la excitación propia de la sensibilidad apocalíptica. Juntos, luego, deben aliarse para destruir a los antiapocalípticos a su alrededor –aquellos que se preocupan tanto por los medios como por los fines; quienes prefieren reparar instituciones antes que destruirlas; quienes recuerdan la historia larga de venalidades y atrocidades cometidas en pos de la justicia; quienes aborrecen las masas; quienes insisten en que la autenticidad debe responder ante la moralidad; quienes desprecian las explicaciones simples y las cosmovisiones plasmables en consignas y banderas; quienes temen las redenciones y a los redentores–. Ahora, todas esas convicciones, todos los grandes principios que constituyen la tradición liberal deben ser defendidos. Después de todo lo que el liberalismo resistió y sobrellevó, después de los ataques de inconcebible brutalidad a manos del fascismo y del comunismo, debemos luchar por él otra vez de manera incondicional. Y debemos comenzar de nuevo en el comienzo. Muchos de nuestros actuales oponentes son herederos de los antiguos enemigos del liberalismo. Nosotros también debemos mantener la fe de nuestros antecesores –no porque sea la nuestra, sino porque podemos justificarla ética y filosóficamente.

Los autoritarios de la derecha y la izquierda están en lo correcto: los liberales, en efecto, se interponen en su camino. Entendemos la tentación populista demasiado bien, y recordamos demasiado vívidamente sus consecuencias, para dejarla en paz. Las multitudes y sus líderes están buscando el reencantamiento de la política, pero nosotros hace tiempo que abogamos por su desencantamiento. Atesoramos nuestra desilusión, y la cultivamos como el comienzo de la sabiduría. Hay emociones fuertes que dejaron de atraernos; de hecho, nos repelen. Creemos en la paciencia histórica –no indiferencia, sino paciencia– porque hemos observado que en la política la gratificación inmediata a menudo adquiere la forma de un crimen. Si corremos el riesgo de la complacencia, los radicales corren el riesgo de la ferocidad. Ninguna ideología que haya alcanzado el poder político (incluso una ideología antiideológica como el liberalismo) ha tenido las manos limpias por completo; excepto que el liberalismo siempre ha incluido un escrúpulo, un cuerpo de valores y leyes, sobre sus propios abusos y la obligación de remediarlos. Los progresistas y retrógrados, por el contrario, no se distinguen por su inclinación introspectiva. Valoran su ira y hacen campo al odio. ¿Uno debería odiar la injusticia? Siempre. Pero los progresistas y los retrógrados no solo odian la injusticia, también odian a clases enteras de personas.

La calumnia contra el liberalismo aparece en varias partes. La queja más frecuente es que el liberalismo está disecado, que es meramente procedimental, una maraña de reglas y regulaciones que no atienden o siquiera reconocen la particularidad y la riqueza plena de la vida humana. Se alega que el liberalismo es una doctrina para gobernar, pero no para vivir. Hay un granito de verdad en esa queja: es natural que la creencia del liberalismo en el poder del gobierno para mitigar la miseria lo haya llevado a tener un interés sofisticado en los procedimientos mediante los cuales se pueda alcanzar tan alto objetivo. El liberalismo en verdad se preocupa por analizar y solucionar problemas, pero la aridez de tales compromisos no debería ocultar el acalorado fondo humano de su empresa. No hay nada de árido en la causa del progreso. Si el liberalismo fracasa en satisfacer emocionalmente a sus ciudadanos como hacen los llamados al linaje, la tierra, la clase y la cultura, entonces esa es una de las fortalezas del liberalismo, no su debilidad. Ningún sermón sobre la responsabilidad enardeció corazón alguno. Pero cuidado con la política de los corazones enardecidos. Los escombros del liberalismo ahora nos rodean, en particular en mi país de mierda, Estados Unidos.

Más importante, es falso asegurar que el liberalismo no provee nada salvo procedimientos. La tradición liberal sostiene una imagen profunda, noble e inspiradora de la persona humana; una imagen que se origina en una fe axiomática en la dignidad humana. (La creencia puede tomar formas seculares o religiosas.) Esta dignidad se expresa en la noción de los derechos, una de las glorias supremas de la civilización. Un derecho marca un valor intrínseco e inalie- nable, el reconocimiento de que uno es el tipo de ser cuya naturaleza misma exige un trato respetuoso y mesurado. Es la protección más fundamental contra los caprichos del poder. La gente que se burla de la noción de los derechos, la “cultura de los derechos”, jamás ha perdido uno. Y nadie que haya sido privado alguna vez de un derecho ha tenido jamás problemas con su “individualismo”. Tampoco es cierto, de cualquier modo, que los derechos sean, en sentido estricto, individualistas. Aplican a individuos por el hecho de referirse a un principio mayor y una figura más grande. Quizá el rasgo más contracultural del liberalismo sea su universalismo, su insistencia en el alcance universal de los derechos. Antes que cualquier otra cosa, la doctrina de los derechos es un ideal de toda la vida humana, una visión de cómo los seres pensantes y sensibles –las personas humanas– pueden vivir con justicia y concordia. Un derecho que no sea universal solo es un privilegio. ¿Qué tiene en específico de vergonzoso referirse a la humanidad? ¿ Realmente no existe tal cosa?

El universalismo es el ogro de la nueva era autoritaria. Lo desestiman por todas partes en nombre del localismo, como si nuestras similitudes no pudieran coexistir de alguna manera con nuestras diferencias. Los políticos suben al poder y los expertos ascienden a la televisión predicando que todos venimos de algún lugar y nadie de ninguna parte, y que por lo tanto debemos servir a los lugares de donde venimos y rediseñar nuestras políticas considerando nuestras particularidades como esencias. La revuelta contra el universalismo se expresa como un rechazo a la “globalización”. ¡Abajo las élites! No importa que todo lugar tenga su propia élite. (El elitismo antielitista es una de las comedias negras de nuestra era.) Resulta imposible negar que Davos es un espectáculo perturbador, pero con certeza hay menos que temer de unos billonarios parlanchines en un pueblo suizo cubierto de nieve que de los dictadores en Moscú, Pekín, Ankara, Teherán, Budapest, Varsovia, Caracas, Damasco, El Cairo, Manila, Pionyang, Bangkok, y otros sitios, sin olvidar a las capitales europeas, asiáticas y sudamericanas tambaleándose al borde del desastre antidemocrático.

Lo que inicia en filosofía a menudo termina en política. Tal es, desde luego, el caso con el universalismo en nuestro mundo cada vez más oscuro. Por ello vale la pena insistir en que la distinción entre lo universal y lo particular es por entero un embuste. Nunca ha vivido un ser humano puramente universal o puramente particular. Tales criaturas serían monstruos. Lo universal no puede alcanzarse sino mediante lo particular, y lo particular no puede vindicarse salvo a través de lo universal. Estas supuestas antinomias coexisten donde sea que miremos. La mezcla no es imposible, sino común y corriente. Somos, todos nosotros, en diferente medida, particulares y universales: seres compuestos. Nos originamos en la especificidad, pero excedemos nuestros orígenes. Ese exceso –insistir en que el final no debe reproducir el principio– es una característica definitoria de la experiencia humana. Somos seres compuestos y móviles. Vamos de un lugar a otro llevando todos nuestros lugares con nosotros, corrigiéndolos y enriqueciéndolos unos con otros, aspirando no a estar en todas partes sino a estar en otra parte, porque es en otra parte donde mejor podemos educar nuestros corazones provincianos. El estar sin hogar puede experimentarse también, y a veces de manera más punzante, en el hogar. Y apiadémonos del espíritu de una sola morada.

El romance del heimat [patria] es un insulto al potencial humano. Así como también lo es la política del heimat. El autoritarismo es, muy a menudo, un culto al enraizamiento, mientras que al liberalismo muchas veces se le calumnia como un motor de desarraigo. De este modo, el reaccionario ruso Aleksandr Duguin ha denunciado el liberalismo como “la destrucción progresiva de todas las clases de identidad colectiva”. Histórica y conceptualmente, esto es un sinsentido. El liberalismo no riñe con las raíces; honra a su vez a las ramas, reconoce que el propósito de las raíces es hacer crecer a las ramas, las cuales bien pueden extenderse muy lejos de aquellas. El argumento en contra del liberalismo se esgrime cada vez más en nombre de la identidad; sin embargo, un orden liberal no es adverso a la identidad, sea individual o colectiva. Todo lo contrario: la identidad, portable y mutable, florece de una manera más robusta en un orden liberal. O más precisamente: las identidades florecen. Es bien cierto que un orden liberal no puede, a conciencia, restringirse a sí mismo a una sola identidad. La homogeneidad es una contradicción a su sentido de posibilidad. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Acaso la solidaridad debería llevarse al extremo de la intolerancia? Una manera de entender los nuevos autoritarismos es concebirlos como una serie de identidades singulares que son demasiado débiles para aguantar la presencias de otras identidades. Demasiado patéticas para soportar la prueba del pluralismo, deben fortalecerse a sí mismas con el apoyo artificial del poder estatal.

El repudio del universalismo y la pleitesía a los orígenes coinciden en el debate actual sobre los conceptos de libertad y democracia. Los críticos de la democracia gustan reducirla a su procedencia, a fin de circunscribirla como algo occidental y, por lo tanto, ajeno e inapropiado para sociedades no occidentales. No les importa pasar por alto las antiguas vetas democráticas en algunas culturas no occidentales, que de modo persuasivo ha identificado Amartya Sen. De manera más significativa, no pueden imaginar la interacción entre raíces y ramas que define a la vida humana. A fin de cuentas, todas las proposiciones universalmente verdaderas se descubren en un lugar y un tiempo particulares. Hacemos descubrimientos aplicables a personas que no son como nosotros salvo en la medida en que son lo suficientemente como nosotros para que nuestros des- cubrimientos apliquen a ellos. O para que sus descubrimientos apliquen a nosotros. ¿Debería Occidente rechazar el álgebra porque fue un logro del mundo musulmán? ¿La explicación copernicana del cosmos solo es verdadera en Polonia? De igual forma, es absurdo despachar la democracia como algo occidental. La teoría de la democracia o es una teoría universal o carece de significado. Mientras que los filósofos tempranos de la democracia occidental sí reflejaban los prejuicios de su tiempo al excluir a ciertos grupos del novel arreglo, en gran parte basándose en la religión, estas exclusiones eran, bajo los estándares del propio arreglo democrático, hipócritas. En la era moderna estas restricciones han estado eliminándose sin tregua, y el pensamiento democrático se ha puesto al corriente con el ideal de inclusión que la promesa democrática siempre implicó. Trágica ironía: justo cuando la democracia intenta vivir acorde a su universalismo, se le menosprecia precisamente por ello.

Una confusión similar reina en la discusión acerca de la libertad. Voy a citar a Duguin de nuevo porque es un ejemplo espectacular del error autoritario. “La interpretación liberal según la cual la libertad no es occidental de manera general sino occidental moderna está incluso más alejada de las civilizaciones y culturas no occidentales”, declara. Nótese el oprobio contra la modernidad que a menudo acompaña a la hostilidad hacia la democracia. Duguin cree que puede probar su opinión acerca de la incompatibilidad inherente de la noción liberal de libertad con sociedades no occidentales mediante un ejercicio de etimología. “Los términos para designar ‘libertad’ en lenguas diferentes –escribe– a veces poseen significados por completo diferentes.” El término svoboda en lenguas eslavas, por ejemplo, solo designaba en su origen cierta relación familiar. “La palabra ‘svoboda’ no tiene nada que ver con el individuo.” Se refiere más al colectivo, al grupo. No tengo idea si Duguin está en lo correcto al respecto. Tengo la certeza de que es irrelevante. (Me recuerda al comentario de Ronald Reagan, hilarante sin intención, según el cual no había palabra para détente en ruso.) Duguin presupone que el significado original de una palabra es su significado más verdadero, y que la distancia recorrida alejándose de su significado original es una pendiente hacia la inautenticidad. Pero esto es una postura filosófica previa, no una conclusión que pueda obtenerse de la historia de las lenguas, misma que ilustra con creces el rango de su evolución y flexibilidad. ¿Por qué el primer significado debería ser el mejor? ¿Qué tiene que ver la filología con la política? No vivimos en un mundo viejo, incluso si un número cada vez mayor de gentes y líderes desearan que así fuera.

Duguin rechaza la noción liberal de la libertad porque no puede encontrarla en su tradición. Entiendo su aprieto pues yo tampoco la encuentro en la mía, a saber, la tradición judía. Pero no por ello me niego a aceptarla. Tengo dos razones. Primero, no quiero vivir sin la decencia y la oportunidad que denotamos con la palabra “libertad”. Segundo, no creo que la tradición sea una garantía de la verdad. Sé que muchas cosas de mi tradición son falsas, y no considero que al decirlo la traicione. Quizás este también sea el caso con la tradición de Duguin. ¿Acaso el hecho, si es un hecho, de que la palabra en ruso para libertad sea distinta a la palabra en inglés significa que los rusos no debieran ser libres?

Si el liberalismo es válido en Nueva York y Londres, es válido en Moscú y Pekín. Duguin y el resto de los reaccionarios tienen razón: para monistas, holistas y totalistas, para demagogos para quienes la existencia humana es una sola cosa, el liberalismo representa un trauma histórico y filosófico. Al aseverar que vivimos en una multiplicidad de terrenos, ninguno de los cuales es reductible a otro, el liberalismo abrió una grieta en su fantasía de completitud; una brecha que jamás será reparada, que nunca debería repararse. El ataque contemporáneo a la democracia liberal es un intento por construir la historia y la persona humana como si esa gran ruptura nunca hubiera sucedido. Así es como el mundo se ve cuando la nostalgia entra en pánico. Por lo tanto, es una obligación solemne de los liberales señalar que esta añoranza por un mundo perdido, al menos desde el punto de vista de la justicia, anhela un mundo en peor estado. Decir esto de ninguna forma subestima los defectos de las sociedades liberales –la magnitud nauseabunda de la desigualdad económica, por ejemplo–. Algo del capitalismo ha salido muy mal. Pero ¿qué Volksgemeinschaft [comunidad popular] u Estado obrero alguna vez abordó el problema con éxito? Apenas lo empeoraron con resultados mortíferos. Si la historia moderna enseña algo es que la injusticia política no es la solución para la injusticia económica.

La calumnia contra el liberalismo no solo lo acusa de formal y procedimental; lo considera de carácter desalmado. Esta no es una denuncia nueva. Mill recurrió de Bentham a Coleridge para mitigar dicha ansiedad y mostró con su ejemplo que la búsqueda de la libertad política es una de las condiciones precisas para cultivar el alma. En el siglo XX, cuando muchas personas de Occidente encontraron una variedad del iliberalismo más seductora que el orden liberal en que vivían, escritores y pensadores como Thomas Mann, Lionel Trilling, Isaiah Berlin y Joseph Brodsky insistieron en la compatibilidad entre razón e imaginación, entre apertura e introspección. Sin duda, no hay refutación más rotunda de la caricatura autoritaria del liberalismo, de la afirmación según la cual el liberalismo es inhóspito a los asuntos del espíritu, que el que la libertad de religión esté inscrita en todas las constituciones liberales.

¿Qué mayor cumplido puede rendir la sociedad a lo sagrado que llamarlo un derecho, que establecer la libertad para que florezca? Es posible que haya creyentes apabullados, e incluso asustados, por la pérdida del privilegio político de la religión; por caer en cuenta de que la tolerancia extendida a su propia fe será disfrutada por otras fes, para que muchas certezas cohabiten la misma sociedad. Pero la intolerancia es una manera desesperada e inaceptable para tratar la inseguridad de cualquier tradición particular. Los creyentes no deben culpar de sus fallas a sus libertades. La emancipación del Estado frente a la religión es también la emancipación de la religión frente al Estado. En lugar del apoyo del Estado, la religión gana su protección. Debido a la cualidad de la religión en una sociedad abierta, los creyentes solo rinden cuentas a ellos mismos. (El sutil acuerdo que acabo de describir es más una exención estadounidense que europea.)

Así como el liberalismo puede acoger al teísmo, también puede acoger al ateísmo. Materialistas y espiritualistas, escépticos y místicos, economistas y poetas, todos viven legítimamente en su reino. El liberalismo ¿es desalmado? Conozco el alma, y soy liberal. Creo en la verdad, y soy liberal. Rechazo el materialismo, y soy liberal. Estudio metafísica, y soy liberal. Insisto en que la ciencia no puede dar cuenta de la experiencia humana por entero, y soy liberal. Desprecio la tiranía de la cuantificación, y soy liberal. Defiendo los límites de la política, y soy liberal. Soy leal a mi gente, y soy liberal. Reverencio la tradición, y soy liberal. Busco la experiencia mística, y soy liberal. Combinen o no en la ideología, van juntos en la realidad –que nunca existe sin costuras.

El error decisivo del liberalismo consistió en haberse considerado inevitable, la última palabra, el clímax –decretado por la historia– de una lucha a lo largo de los siglos en pos del progreso. A estas alturas, no deberíamos llamarnos a engaño. La concepción liberal de la persona exige demasiado de la persona como para quedarse sin oposición. Elige no dejar a la persona tal como la encontró, incrustada en legados y cosas dadas por hecho. Es un movimiento que desencaja, una exigente ética de la crítica, aunque no necesariamente destructiva. Demanda de hombres y mujeres ordinarios un grado de destreza con la complejidad y un grado de contención con los asuntos humanos. Aunque des- confía de la revolución, elogia el cambio. Propone mezclar continuidad y discontinuidad, lo que produce inquietud aun en las vidas que ha mejorado. ¿Cómo es que tal filosofía y tal política podrían no provocar una réplica? Las catástrofes de la historia moderna –los genocidios del fascismo y el comunismo– fueron tales réplicas. Los liberales deben estar orgullosos de que sus enemigos sepan de ellos. Esto tenemos claro: no hay descanso para nosotros. Mientras observamos con horror cómo gobierno tras gobierno y sociedad tras sociedad vuelven su espalda a la construcción liberal de la libertad, debemos prepararnos de nuevo para la pelea. Durará más que un ciclo electoral. Puede ser la obra de generaciones enteras. Y en su transcurso quizá tengamos que introducir un tipo nuevo en la historia de la política, una figura paradójica: el liberal radical. ~
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Traducción del inglés de Julián Etienne
01 Septiembre 201 Letras Libres

jueves, 13 de septiembre de 2018

DESDE LA ANGUSTIA A LOS LÍDERES POLÍTICOS VENEZOLANOS



Venezuela atraviesa la crisis más aguda de su historia, calificada por órganos internacionales como una Emergencia Humanitaria Compleja que se expresa en el desmoronamiento de la economía y las estructuras estatales; el hambre, el colapso sanitario y el éxodo de la población. Negarla o ignorarla ha sido la conducta que siguen los criminales que la han originado y han convertido al Estado en una base del delito organizado y el terrorismo internacional. Criminales de cuello blanco o de uniforme militar que están enquistados en lo alto del poder político venezolano, quienes pretenden convencer al mundo de que nuestro trance resulta de una guerra económica del “Imperio”, mientras se mofan de quienes huyen de un país en ruinas.

Si quedaran dudas respecto a la magnitud sin precedentes conocidos de ese éxodo masivo, basta con observar como la prensa internacional ha registrado de forma insistente la dramática situación de hambre, miseria y carencias de toda especie que obliga diariamente a millares de venezolanos, a escapar hacia un futuro incierto pero que suponen mejor que lo que deben soportar en su país. Sí, nos lo muestran desde fuera la prensa internacional y los organismos de derechos humanos porque la Dictadura controla los medios venezolanos, no quiere que se sepa que con esos hermanos se nos va la patria, que el país se desangra todos los días con los miles de compatriotas que huyen de él.

Tenemos conciencia y lo decimos con claridad: la crisis actual es un paso más hacia la instauración de una dictadura comunista en Venezuela. Un proyecto que emplea las carencias éticas de los altos dirigentes del gobierno, para hacer realidad unos designios políticos manejados desde Cuba. Sobre este proyecto de dominación totalitaria, que oculta sus intenciones en la inmoralidad y el cinismo de la mafia gobernante, llamamos la atención de todos los venezolanos para que hagan suya la urgencia de cerrarle el paso.

Registramos con real angustia la fragmentación de la oposición. Es una situación que hiere el entendimiento, crea incertidumbre y desesperanza y afecta gravemente la eficacia de la resistencia que opone la mayoría de los venezolanos.

Nos dirigimos a esos líderes que han conducido con sacrificio y entrega a la oposición venezolana, que han luchado y asumido riesgos, que han enfrentado una persecución brutal con muchas víctimas mortales en el camino y con presos políticos sometidos a torturas y tratos infamantes. Que han debido en muchos casos exiliarse para escapar del acoso de los esbirros judiciales y militares del régimen.

A esos líderes políticos los llamamos a unirse alrededor de un programa de acciones que frustre lo que de otra forma pudiera convertirse en la confiscación total de la democracia venezolana. Los ciudadanos les reclamamos concentrarse en la lucha por liberar a Venezuela sin perder de vista que no es posible confiar en la negociación con un gobierno de delincuentes, salvo si el tema a discutir es su salida del Poder. Los instamos a dejar de lado todo cálculo acerca de las ventajas que unos podrían sacar sobre otros cuando se recupere la democracia. Que no cometan el error de confiar demasiado en sí mismos y muy poco en los demás, que entiendan que lo que se exige de sus partidos es una unión férrea concentrada en desarmar la estrategia dictatorial.

Se lo pedimos con angustia movidos por la urgencia, por el drama de las mayorías. Sin esa unión no será posible vencer la tiranía porque el Poder ha sido penetrado en todos los niveles y en todos los ambientes, configurándose una situación que sólo una unión así podrá superar. Con la unión y una estrategia de lucha aceptada y seguida por todos, podremos dar inicio a la solución de este drama: salir de la dictadura y hacer elecciones libres. El sector político está obligado a respaldar un gran movimiento nacional de resistencia. Pero desde esa unión. Fuera de ella será imposible recuperar a nuestro país.

Firman:
Luis Ugalde Sj
Benjamin Scharifker
Héctor Silva Michelena
Arnoldo J. Gabaldon
Humberto Garcia Larralde
Javier Corrales
Asdrúbal Romero
Alfredo Cilento-Sarli
Harry Acquatella Monserrate
Adícea Castillo
José Balza
Jose Mendoza Angulo
Oscar Tenreiro Degwitz
Tomas Páez
Milos Alcalay
Oswaldo Páez Pumar
Victor Rodriguez Cedeño
Jorge Botti
Werner Corrales Leal
Fernando Gonzalo Gabaldón
(y 518 firmas más en depósito

martes, 4 de septiembre de 2018

"El cerebro político"


“El Cerebro político” es un estudio novedoso del papel de la emoción en la determinación de la vida política de la nación. Durante dos décadas, Drew Westen, profesor de psicología y de psiquiatría de la Universidad de Emory ha explorado una teoría de la mente que difiere sustancialmente de las nociones menos “apasionadas” de los psicólogos cognitivos, los científicos políticos y los economistas – y los estrategas de las campañas demócratas-. La idea de que la mente es una fría calculadora que toma decisiones analizando la evidencia, no tiene ninguna relación con el funcionamiento real del cerebro. Cuando los candidatos políticos asumen que los electores toman decisiones desapasionadamente, basándose en “cuestiones”, pierden. Por ello sólo un demócrata ha sido reelegido a la presidencia desde Franklin Roosevelt – y sólo un republicano ha fracasado en el intento.

En política, cuando la razón y la emoción chocan, la emoción gana siempre. Las elecciones se juegan en un mercado de emociones, un mercado lleno de valores, imágenes, analogías, sentimientos morales y una oratoria conmovedora, en el que la lógica sólo desempeña un papel de apoyo. Westen demuestra, con un recorrido rápido por la evolución del cerebro apasionado y un tour de cincuenta años de elecciones nacionales y presidenciales en América, porqué las campañas fracasan y porqué no. La evidencia de que tres cosas determinan cómo vota la gente es sobrecogedora y va en este orden de importancia: sus sentimientos hacia los partidos y sus principios; sus sentimientos hacia el candidato y si con eso no han decidido: sus sentimientos hacia las políticas del candidato.

Los estrategas republicanos lo “pillan” intuitivamente. Westen sugiere que aunque los demócratas se muevan hacia la derecha o hacia la izquierda, la pregunta real es cómo conseguirán mover a los votantes. Demuestra cómo se puede hacer con ejemplos de lo que los candidatos han dicho – o hubieran podido decir – en debates, discursos y anuncios. Los descubrimientos que hace Westen podrían transformar por completo la aritmética electoral, demostrando cómo una visión distinta del cerebro y de la menta lleva a una manera distinta de hablar a los electores sobre cuestiones que han callado a los demócratas desde hace más de cuarenta años – como el aborto, las armas, los impuestos y la raza. No se puede cambiar la estructura del cerebro. Pero se puede cambiar la manera de interpelarlo. Y he aquí cómo…"

"The political brain. The role of emotion in deciding the fate of the nation", Drew Westen

domingo, 2 de septiembre de 2018

Ejecutivos al día (Ciclo de conferencias sobre temas de interés nacional)


Ejecutivos al día


Objetivo: Propiciar un escenario de discusión permanente acerca de temas y problemas de interés sectorial, regional, nacional e internacional

Dirigido a La Asociación de Ejecutivos del Estado Carabobo y al mundo empresarial, laboral y a la sociedad civil en general

Lugar: La Asociación de Ejecutivos del Estado Carabobo

Hora: 5 pm

Duración: 2 horas

Fechas: 20 de agosto /3, 17 de septiembre / 1, 10, 15, 29 Octubre / 12, 26 noviembre/ 10 diciembre

Programa

20 de agosto: Dr. Francisco Contreras. Dónde estamos y para dónde vamos en tiempos de lo post factual y las post verdades desde la perspectiva de la Economía

3 de septiembre: Dr. Carlos Rojas Malpica Líder y Tabú; Tótem y Poder

17 de septiembre: Dr. Frank López / Pedro Villarroel El discurso de la posverdad

1 de octubre: Dr. Nelson Acosta. Neurociencia, política y lógica empresarial

10 de octubre: 10 de octubre: Dr. Cesar Peña Viga El tesoro perdido del mundo digital

15 de octubre: Dr. Héctor Lucena…Relaciones laborales en tiempos de transición

29 de octubre: Prácticas y tendencias de la Gestión de personas y de RSE (panel) Coordina Ángel Guerra

12 de noviembre: Prácticas y tendencias de las Relaciones Laborales (panel) Coordina Rolando Smith

26 de noviembre: Dr. Víctor Genaro Jasen Negociación y solución de conflictos

10 de diciembre: Prospectiva 2019 (panel) Coordina Dr. Leoncio Landaez


...

¿Fin del extremismo gubernamental?



                                                                                                                                      Simón García

Maduro confirmó que el del Estado es el peor de todos los extremismos. Visto históricamente pulverizó lo que hubo de progresista en el mensaje de Chávez. Redujo la influencia social que había alcanzado el proyecto inicial. Contrajo su potencial electoral. Ahuyentó aliados y se hizo dependiente de la única fuerza que lo sostiene, la militar.

Maduro destruyó todo lo que tocó: desde las instituciones del Estado y la economía, hasta valores, relaciones internacionales y un modo de vivir que comenzamos a apreciar cuando lo fuimos perdiendo. Ahora es un extremista conservador. Símbolo de la última parte de una época que se niega, contra el país sobreviviente, a morir en paz.

Maduro está jugando una última carta: ciertamente se atrevió a subir el salario por el ascensor, pero ¿cuánto tardarán los precios en alcanzarlo por las escaleras? Cuando los dados muestren que hizo una mala apuesta, su revestimiento de credibilidad va a resquebrajarse. Aumentará la exigencia de un mecanismo para sustituirlo, incluso de parte de quienes no quieren perder poder con su declive. Este conflicto en el corazón del gobierno, disolverá la hegemonía que Chávez dejó en herencia. La autoridad del primer heredero se desestabilizará.

No hay bola de cristal para profetizar lo que vendría después. Dependerá de los actores con capacidad de decisión, la mayoría de ellos ubicados en territorio oficialista. El fracaso del chavismo sin Chávez, podría iniciar una era de chavismo sin Maduro. Una oportunidad para ejecutar correctivos, más integrales y viables, para recomponer capacidades productivas y alianzas que permita a los detentadores del poder, mantenerlo con la menor democracia posible.

El extremismo no es sólo una enfermedad terminal en procesos originalmente revolucionarios, también lo es para la oposición. Su marca está detrás de los desaciertos opositores. Primero abrió atajos en aspectos parciales de la estrategia proclamada como democrática, electoral, constitucional y pacífica. Después le abrió boquetes con un discurso blanco y negro y la remató con el puñetazo abstencionista y las maniobras para nombrar un Presidente en el exilio. Trono mayor de la política ficción.

Mientras más se posesionaba la cultura extremista en la oposición, apuntalada por el paredón de las redes, los dirigentes de la oposición democrática se inhibieron. Los errores hicieron de las suyas en la fortaleza construida por el rechazo mayoritario al gobierno.

Es hora de enfrentar argumentalmente la enfermedad del extremismo político y recuperar a sus convencidos seguidores con una nueva forma de hacer oposición. Esa política, aunque aún no ha sido diseñada, está emergiendo en luchas como la de las enfermeras o debates sobre cómo aumentar herramientas de presión social al gobierno, situar el combate también dentro del sistema dominante y centrar la acción de los partidos en recobrar sus raíces sociales. La unidad sigue siendo Itaca.

Al país, a los sectores populares y a la reconquista de la democracia le conviene que las fuerzas de cambio, más allá de los linderos de la oposición, sean determinantes en los escenarios posteriores a la crisis. Para ello es imprescindible que una dirección colectiva aborde una renovación que devuelva credibilidad y representación a la oposición