martes, 23 de diciembre de 2014

La felicidad en 2015


Miguel A. Megias

El momento de la Navidad, fiesta de alegría y amor, es propicia para evaluar los tiempos en que vivimos. Leo con preocupación muchos artículos donde se pinta de gris el futuro próximo. Pareciera que el 2015 es el año del colapso final, el año de la quiebra, el fin del mundo. Que nada nos salvará de la debacle que se nos viene encima ocasionada por los bajos precios del petróleo. Casi todos los articulistas describen la tragedia por venir. Casi todos coinciden en que se acercan tiempos de gran dificultad. Pero yo mantengo lo contrario, y así se los manifiesto. Y aquí les explico el por qué.

Venezuela es un gran país, dotado de una maravillosa naturaleza: agua en abundancia, terrenos buenos para el cultivo o la ganadería, minerales tales como hierro, oro y bauxita. Y petróleo y gas en abundancia. Además, y esto es lo mas importante, tiene una población que ha estudiado diversas profesiones, en prestigiosas universidades y colegios nacionales y extranjeros. La situación actual, a nuestro juicio, es temporal. El país cuenta con los recursos humanos y materiales para que, tal como decía el difunto Chavez, pueda ser una potencia. Y creo que, en su debido momento, el país retornará al camino de la democracia, de las libertadas, del bienestar económico y del avance espiritual.

La felicidad de los ciudadanos del un país tiene mucho que ver con la paz interior de cada quien y poco que ver con los bienes materiales. Hay muchos seres humanos en el mundo que, a pesar de estar sumidos en la pobreza, son felices en el entorno en que les ha tocado vivir. La felicidad no depende de lo que se tenga o se carezca.

Que no hay jabón para lavar la ropa; o que escasea la mantequilla; o el papel higiénico; o el aceite para motores; o la pasta dental. ¿Es eso motivo de infelicidad? De incomodidad tal vez, pero no de infelicidad. La felicidad va mucho más allá de los bienes materiales; más bien, la felicidad es un estado de ánimo que consiste en estar conforme con lo que tenemos, sin angustiarnos por lo que no tenemos. Desde luego, todo ser humano debe aspirar a llenar sus necesidades básicas. Pero sin que las carencias le produzcan un sentimiento de infelicidad. Aunque el venezolano se ha acostumbrado a disponer de muchos bienes y productos que ahora escasean, miro a mi alrededor y todavía veo mucha abundancia. Ese es el ánimo que quisiera transmitir a las amigos lectores y a los pesimistas: miremos el lado positivo de la actual situación y tomemos la actual crisis como el punto de partida para hacer un mejor país.

El período que nos está tocando vivir parece ser un bache, un terrible bache; pero en realidad es un tiempo que puede estar lleno de oportunidades, de posibilidades. Dejemos de quejarnos; actuemos con optimismo; y si queremos un futuro mejor para nosotros o para nuestros hijos, pongámonos manos a la obra, hagamos algo mas creativo que reclamarle al gobierno que no hay mi marca favorita de tal o cual cosa. Ya vendrán, sin duda, tiempos mejores. En especial, si nosotros como individuos, y en conjunto como nación, así nos lo proponemos.

¡Felicidades, amigos! ¡Brindemos con el excelente ron criollo, que todavía abunda, si no conseguimos el whisky favorito importado!

Federalizar el discurso político


Nelson Acosta Espinoza

Amigos lectores, finaliza el año 2014. El balance, desafortunadamente, no es positivo. Descansen su mirada, por ejemplo, en los diversos escenarios que conforman al país (económico, cultural, social, político, etc.) y el panorama que observarían es realmente desalentador. La nación ha comenzado a transitar una senda que nos puede conducir hacia una crisis de carácter sistémico. O, quizás, sería más apropiado hablar de una ruptura de naturaleza histórica.

Bien, intentemos explicar la afirmación anterior. En un primer momento esta aseveración suena un tanto radical, por no decir, catastrófica. Maticemos estas afirmaciones. Una ruptura de naturaleza histórica se produce cuando las ideas sobre las cuales se sustenta el accionar público se agotan y no pueden dar respuestas a los desafíos que implica la presencia de nuevas circunstancias. Desde luego, para que la ruptura se produzca sería imprescindible que existan actores colectivos que tengan conciencia de esta situación y actúen de acuerdo a estos escenarios.

Una primera constatación. El modelo económico y su corolario político que se ha venido aplicando en el país se han mantenido de forma artificiosa. Su vida se ha prolongado gracias al oxígeno petrolero. Este insumo permitió financiar políticas públicas inapropiadas y concitar en torno a ellas un cierto consenso en los sectores populares. Los problemas que confronta la población en su diario devenir (escasez, inflación, devaluación, desmejora de la calidad de vida, inseguridad y, pare usted de contar) constituyen las evidencias trágicas del colapso de este modelo de desarrollo rentista. Los petro dólares pudieron financiar esta artificialidad económica. La caída de los precios del petróleo, en consecuencia, están poniendo al descubierto la monumentalidad de los errores cometidos.

Veamos algunas consecuencias: en el ámbito económico esta caída de los precios implica una pérdida de divisas difícil de compensar; la sobre expansión fiscal y monetaria se ha traducido en más inflación y agotamiento de las reservas internacionales; el PIB registra una caída de 4,2%; la tasa de inflación se sitúa en el entorno de 80,0% y más de 100,0% en alimentos, como resultado de la acción combinada de una política fiscal deficitaria financiada con impresión de dinero y devaluación del bolívar; disminución de las remuneraciones reales de los trabajadores y el repunte de la pobreza.

No deseo extenderme en esta área de problemas. Me preocupa identificar las contrariedades que cruzan nuestra vida como nación. En su resolución, sin duda, se encuentra la salida a este impase histórico. En principio me permito postular que unas de las contrariedades de mayor peso es aquella que se expresa en la disputa entre un relato centralista, autoritario y, otro, que apuesta a la diversidad federal y a las autonomías políticas. Si se observan los conflictos cotidianos en la sociedad venezolana (hospitales, vías de comunicación, carcelarias, educativas, etc.), encontraremos que los ciudadanos perciben a estos problemas desde una óptica que apunta hacia la descentralización de las soluciones.

Sin embargo, es probable que no se comprenda a plenitud la naturaleza de esta contradicción. De hecho los actores políticos no la asumen en su complejidad y riqueza política. Ello es debido, a mi juicio, a que estos sujetos políticos (del oficialismo y del bloque democrático) se han constituido al interior de un marco cognitivo o relato político centralista.

En otras palabras no han podido, aún, federalizar su discurso. ¿Qué significa esta última afirmación? Veamos. Federalizar el discurso implicaría despojarse de ese marco cognitivo que homogeniza al país y que le impide dar cuenta de la diversidad cultural y política que caracteriza a Venezuela.

Nuestra nación no es homogénea como usualmente se cree. Existen marcadas diferencias lingüísticas, gastronómicas, religiosas, institucionales, en fin, culturales entre las diversas regiones que conforman el país. María Lionza de Yaracuy confronta a la Chinita zuliana; el pastel de morrocoy compite con la mantuana hallaca. Bolívar, recordemos, emigra hacia el oriente del país.

Es por ello que la descentralización no constituye exclusivamente una reivindicación administrativa. No debe concebirse solamente como un enfrentamiento de índole financiero o una demanda por una justa distribución de los ingresos fiscales del país. Es más que eso. Es indispensable modificar este marco cognitivo dominante.

La búsqueda de autonomías regionales debe verse, entonces, como un instrumento de afirmación de la diversidad cultural existente en el país. Bien pudiera preguntarse ¿qué es Venezuela? Una repuesta apropiada a esta cuestión tendría que pasearse por esas diferencias regionales que dibujan el mapa nacional. Andino, valenciano, monaguense, zuliano, guariqueños etc. son particularidades culturales que no han sido reconocidas debidamente por el relato político que prevalece en el país. Esta indagación es fundamental. Sobre todo hoy en día. Recordemos que la artificialidad de una Venezuela socialista pretende obliterar estas diferencias; cancelarlas y, en consecuencia, intenta suprimir su potencialidad política.

Un relato federalizado supondría, entonces, asumir una definición de los venezolanos desde las regiones: soy venezolano en tanto larense, carabobeño, apureño, zuliano etc. Este relato, desde luego, iría acompañado por propuestas como la de las autonomías regionales y el federalismo fiscal, entre otras cosas. En fin, ser de oposición en la Venezuela actual, es apostar fuerte por la organización federal del país. Sin duda alguna, la política ahora es así.

Felices navidades y próspero año nuevo,

Ramón J. Velásquez y la descentralización

Imagen de Ramón J. Velasquez
(del diario El Universal de Caracas)

Carlos Blanco

Por allá, a fines de 1984, el presidente Jaime Lusinchi designó la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) y escogió a Ramón J. Velásquez como su Presidente. Éramos 35 sus integrantes y quien esto escribe fue nombrado Secretario Ejecutivo. Comenzó una febril actividad en la que Velásquez fue el inspirador y motor, quien al lado de los méritos que se le reconocen mostró en ese entonces una cualidad de excelente estratega. Sostuvo cinco lineamientos básicos: 
     1. El país que venía del Viernes Negro tenía que cambiar pronto; 
     2. La democracia no era concebible sin partidos pero los partidos tenían que reformarse; 
     3. Había que consultar al país de abajo, “el país nacional” como gustaba repetir; 
    4. La descentralización iba a ser el factor desencadenante de los cambios necesarios; y 
    5. Las resistencias al cambio iban a aparecer pronto y por eso había que convertir las reformas en un poderoso movimiento de opinión pública.

A poco más de un año de trabajo, la COPRE presentó al país su propuesta de Reformas Políticas Inmediatas bajo la dirección de Ramón J. Velásquez, que incluían la elección de gobernadores y alcaldes, así como la reforma de los partidos, entre otras. Bien pronto se levantó la resistencia prevista por él, que incluyó en forma inesperada al propio presidente Lusinchi, que se oponía a un país con “veinte presidenticos”. Esa oposición, especialmente a la descentralización, abarcó a muchos dirigentes políticos, entre los que destacaban al inicio Gonzalo Barrios, también Luis Herrera, Campíns, Ramón Escovar Salom, Miguel Ángel Burelli y Rafael Caldera, entre otros. Sin embargo, el movimiento de opinión formado logró que ya en plena campaña electoral, en agosto de 1988, se aprobara la elección de gobernadores y alcaldes, con el refuerzo entusiasta de las dos principales figuras políticas del momento, los candidatos presidenciales de AD y COPEI, Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández. El año siguiente, en diciembre de 1989, bajo el gobierno de CAP y con su tracción, se concretaría el objetivo.

Fue un tiempo luminoso, el país se descentralizaba, surgía un nuevo liderazgo representado por gobernadores y alcaldes, los servicios comenzaban a mejorar en todos los estados aunque de manera desigual. El cambio democrático era posible y las resistencias podían vencerse. Ramón J. Velásquez llegó a sostener que la descentralización era el cambio más importante del siglo XX venezolano. En su breve gobierno con motivo de la caída de CAP, aparte de navegar la crisis, impulsó el proceso iniciado, y para simbolizar ese compromiso designó a Allan Brewer Carías como Ministro de Descentralización, quien desarrolló un marco jurídico poderoso que parecía –se creía en el momento- invulnerable.

Después, con el gobierno de Caldera la descentralización se frenó; no le gustaba ni tampoco a varios de sus colaboradores, aunque hubo ministros que sí la sostuvieron. Luego con Chávez, precisamente por la resistencia que presentaba a su proyecto autoritario, fue desmantelada de día en día. No sólo eliminó competencias y atribuciones de autoridades sub-nacionales opuestas a su visión sino que también a los suyos los dejó como marionetas.

A pesar de todo, la democracia vive en esa resistencia que ha significado la descentralización. En esa resistencia que se mantiene en estados y municipios está el germen del país que vendrá, de un renacimiento que espera desde el futuro próximo. La salida –sí, la salida- del régimen actual implicará la llegada de una nueva descentralización. Y en ese momento tendemos presente a quien fue su símbolo y pionero entre nosotros, Ramón J. Velásquez. Hoy le rindo emocionado homenaje de amistad y admiración.

domingo, 14 de diciembre de 2014

¿Una nueva mayoría política?


Nelson Acosta Espinoza

Puede parecer aventurada esta afirmación. Sin embargo vale la pena reflexionar en torno a ella. Me refiero a la constatación de la emergencia de una nueva mayoría política. Compuesta por desertores del chavismo y opositores descontentos con las ejecutorias de la dirección política de la oposición. Los estudios de opinión revelan un desgaste de la clientela habitual del oficialismo. Algunas encuestas sitúan en un escuálido 20% la adhesión dura de partidarios del gobierno. En otro extremo, se ubica un crecimiento sostenido de la población que es crítica de las políticas gubernamentales pero, sin embargo, no se siente interpelada por los comandos políticos opositores. La sumatoria de ambos grupos es lo que se ha denominado como una nueva mayoría. Y, hacia estos dos bloques, es que debería orientarse la estrategia comunicacional de la oposición.

En esta área la oposición confronta problemas. Unos de orden táctico y otros de carácter estratégico. Por un lado, encontramos tres rostros reconocibles que expresan parcialmente los sentimientos oposicionistas. Capriles Radonski, María Corina Machado y Leopoldo López son portadores de opciones políticas distintas. El primero, dos veces candidato presidencial, responde a los intereses electorales del partido Primero Justicia; María Corina Machado expresa una política concentrada en la convocatoria de asambleas de ciudadanos para criticar las políticas gubernamentales y, finalmente, Leopoldo López se ha casado con la idea de convocar una constituyente. Tres rostros, tres políticas. Desde luego, es necesario admitir que son opciones valederas y no son mutuamente excluyentes. Sin embargo, es justo preguntarse por su eficacia política. ¿Sus respectivas estructuras narrativas, por ejemplo, se conectan con los intereses y emociones de esa nueva mayoría? ¿Responden estas propuestas los problemas reales que confronta la población? Otros actores políticos, COPEI y AD, permanecen un tanto al margen de lo señalado. Formulan sus propias iniciativas y carecen de un rostro que las identifique.

No soy un experto en estos temas electorales. Sin embargo, creo que el punto de partida para el diseño de una política alternativa es comprender que lo que se está desmoronando es la idea misma de la política. Me explico. En las circunstancias actuales no se debe aproximar a lo público con las herramientas que se usaron y fueron útiles en el pasado. No es exclusivamente electoral el momento actual. Vivimos el agotamiento de una cultura y de una forma discursiva de hacer política. Esta constatación, implica la búsqueda de nuevas formas narrativas para poder llegar a esa nueva mayoría que comienza a emerger en el país.

Vamos a darle una vuelta a la tuerca y refirámonos a la carencia de un relato por parte de la oposición. A mi juicio, es ahí donde reside su principal debilidad estratégica. Hay que exponer y comunicar las adversidades que sufre la gente en forma de relato. Hoy en día se reconoce que la gente es cognitivamente proclive a entender mejor las explicaciones que se le brindan en forma de historia, se recuerdan más fácilmente y “activan mecanismos que nos generan una buena predisposición hacia el expositor. Lo sabemos desde niños y lo hemos reproducido como padres: nada como una buena narrativa”.

La dirección política de la oposición debería formular, en forma homogénea, sus propuestas. Una alternativa pudiera ser encamisarlas, por ejemplo, en dos tipos de relatos: el desafío, la voluntad triunfa sobre la adversidad. Inspira emoción e idealismo. Y el relato conexión: establece similitudes o empatías con otros que atraviesan dificultades semejantes. Inspira solidaridad.

Con emoción, idealismo y solidaridad si se pueden derrotar a las nomenklaturas. No en balde, la política ahora es así

No puede pasar aquí


Venezuela era un país pacífico, democrático, plural, laico y solidario donde el petróleo obraba como gran amortiguador de las inequidades. Nadie intuyó que Hugo Chávez lo convertiría en una distopía militarizada



Podemos: La “enhorabuena” de la discordia

Ibsen Martinez
Publicado en El País (España) 
el 9 de diciembre de 2014

¿Qué hay, verdaderamente, de Hugo Chávez en Podemos? ¿Es posible concebir a Pablo Iglesias como un “topo” a sueldo, regido desde ultratumba por Hugo Chávez a través de Nicolás Maduro, su cada día más patético e impecune vicario en la tierra? De ese amasijo doctrinal hecho de teología bolivariana, máximas redistributivas, de un marxismo que Eric Hobsbawm despacharía como “vulgar”, desoeces fulminaciones contra sus adversarios, de ditirambos a Fidel Castro y exhortaciones a la unidad latinoamericana que Chávez predicódurante más de tres lustros mientras deliberadamente llevaba a la ruina a un país petrolero y conculcaba todas sus libertades, ¿qué reclama Podemos como préstamo —o legado— que resulte viable en la España de hoy?

No puedo saberlo. Por eso este artículo discurrirá solo sobre parte del pasado que Podemos invoca como inspiración: el pasado reciente de Venezuela. Y esto con la relativa autoridad que me otorga ser venezolano, uno más de los millones que padecen una cruenta y tiránica disfuncionalidad llamada socialismo del siglo XXI. Inquieto, también, por la certidumbre con que en España escucho decir muy seguido: “Esto es Europa, capullo; no somos Costaguana”, “tenemos instituciones”, “existe Bruselas”, etcétera; todo ofrecido, por cierto, con una europea condescendencia hacia nuestras violentas excentricidades latinoamericanas.

Hace casi 20 años, imaginar una Venezuela sin el bipartidismo inaugurado por Acción Democrática (AD, socialdemócrata) y COPEI (democracia cristiana), que se había alternado en el poder durante cuatro décadas a raíz de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958, resultaba para la mayoría de los venezolanos sencillamente imposible. A principios de 1998, apenas comenzaba la carrera hacia las elecciones de diciembre de aquel año, en las que Hugo Chávez sacaba ya muchos cuerpos de distancia a los partidos de la casta criolla, publiqué en El Universal de Caracas un artículo titulado ¿Por qué no me asusta Chávez?, menos por mortificar las alarmas y aprensiones de los lectores más conservadores de ese matutino que por encarecer la candorosa idea que por entonces me hacía yo de la inmutabilidad del sistema político venezolano que nos había regido durante 40 años.

Hallaba esa idea, en verdad, muy tranquilizadora, y por eso la saqué a dar una vuelta para sosegar a las buenas personas que consideraban abismalmente aterradora la sola perspectiva de una Venezuela donde no gobernasen ni AD ni COPEI. Mi idea se formulaba, en espíritu, así:

“Tranquilícense. No importa cuán extemporáneas y retrógradas luzcan ahora las posturas de Chávez, ni cuán fundadas sus críticas al sistema político ni cuán radicales sus consignas en materia social, ni mucho menos cuán arrolladora fuese la simpatía del comandante que reflejan los sondeos. Tengan en cuenta que la lidia con las masivas e imponentes realidades de un país tan complejo como el nuestro, pero, al cabo, un país hecho a los usos democráticos y, todo hay que decirlo, hecho también a las artimañas moderadoras del munificente petroestado, habrá de apaciguar al exgolpista trocado en gobernante."

¿Qué reclama Podemos de la revolución bolivariana que resulte viable en la España de hoy?
¿No hay en esto mismo, en el solo hecho de que, derrotado Chávez en toda la línea como conspirador jefe de una logia militar golpista, no haya tenido más remedio que entrar por el aro del juego democrático, al grado de lanzarse como candidato a la presidencia, una demostración de la salud y la supremacía moral de nuestra democracia? Créanme: Chávez no pasará de ser el pintoresco y dicaz mandatario de un populista, clientelar y corrupto país caribeño. Chávez ganará las elecciones, quién lo duda, y el chavismo, sea lo que fuere, habrá llegado para quedarse y muy posiblemente mutará en endemia, como el peronismo. Será algo traumático y quizá bochornoso de ver, pero nunca tan catastrófico como se piensa. Fracasará, amigos; por descontado habrá de fracasar. Entonces volverá el desencanto cual torna la cigüeña al campanario: en un par de quinquenios el electorado dará una segunda oportunidad a los partidos de antaño que, con seguridad, habrán aprendido la lección.

Dejen la alharaca, señores, y sírvanse otro whisky. Alternancia es el nombre del juego. Todavía tenemos petróleo en el subsuelo. Volverán lluvias suaves. ¡Compórtense! Esto no es ninguna tragedia”.

Me apresuro a decir que no era yo el único en pensar que, de llegar Chávez a la presidencia, la agreste realidad completaría la educación requerida por un inquieto oficial de paracaidistas, pobre, provinciano, ignorantón, bienintencionado pero de mostrenca formación política, para convertir al epígono venezolano de Fidel Castro en un insuficiente mandatario en guayabera. Poca gente tal vez, pero la suficiente, pensaba igual que yo.

Los ricos de Caracas también pensaban así. Los barones de la prensa y el arrogante mundo de los altos ejecutivos de la petrolera estatal, convencidos estos últimos de su imprescindibilidad, solo veían en Chávez un accidente de fin de siglo, un poquitín retrógrado, pero accidente al fin.

Solo algunos de los proverbiales poderes fácticos gesticulaban alarmados, pero, llegado el momento, ninguna de las Venezuelas sauditas dejaría de ofrecer desayunos en la sala de redacción, ni de costear viajes, de allegar compañía femenina y oportunidades para buenos negocios, tratando de despertar a Chávez de su extático sueño de torcer el rumbo de la historia planetaria desde un pequeño país sudamericano y apaciguar, así, su fogosidad antisistema.

La pachorra con que el paquidérmico funcionariado de uno de los petroestados más antiguos y burocráticos del planeta cumpliría sus órdenes, asintiendo con una risita, arrastrando los pies y acatando sin obedecer, acabaría por amansar los arrestos revolucionarios de Hugo Chávez. Nada costaba ser ecuánimes: el bipartidismo corrupto y cleptómano se había ganado a pulso la anunciada derrota electoral con su indignante descaro y su criminal insolidaridad hacia los pobres. Se merecía una tonificante derrota electoral que habría de concretarse cuando el 56% del universo votante posible votó por Chávez en 1998.

El bipartidismo corrupto y cleptómano se ganó la derrota electoral con su criminal insolidaridad

En cuanto a lo que vendría luego, mi artículo declaraba fe en una opiácea superchería que he vuelto a escuchar en Madrid por estos días. Enérgicamente difundida por politólogos e historiadores de mucho predicamento en Venezuela, la superstición intelectual de que hablo rendía culto a una presunta singularidad venezolana.

“Somos únicos —rezaba la versión más legible—; no somos violentos como los colombianos ni adoradores perpetuos de Eva Perón; nuestro apenas imperfecto bipartidismo es, sin duda, alternativo y no se parece en nada a la dictadura perfecta del PRI; somos la democracia más antigua y sólida de la región”. La última batalla de nuestras guerras civiles se había librado en 1903; el país era pacífico, democrático, antimilitarista, plural y solidario. Laico hasta lo profano, mamador de gallo, aficionado al béisbol y a los concursos de belleza. ¡Ah!, y el petróleo, ¡cómo olvidarlo!, obraba como gran amortiguador de las inequidades.

El corolario de aquella tranquilizadora martingala sobre la singularidad venezolana era este: lo que se nos venía encima no era más que un cambio de elenco —así lo llamábamos—, ruidoso, cierto; zafio y cuartelario, cómo negarlo. Pero fatalmente destinado a fundirse con la élite social hasta entonces dominante. Nadie pudo ni quiso siquiera contemplar la posibilidad de dejar de ser un petroestado insolidario —polvo de estos lodos— y convertirnos en la anómica y sangrienta distopía militarizada, para colmo satélite de Cuba, que hoy es Venezuela.

Tranquilizaba pensar que, de tiempo en tiempo, solían venir estos radicales relevos, cabalísticamente en años terminados en ocho: la guerra federal en 1858, el fin del llamado liberalismo amarillo en 1898, la irrupción de la generación del 28, el derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948, la caída del dictador Pérez Jiménez en 1958. Otro elenco, el de Chávez, estaba llamado a hacerse presente en 1998, pero la sangre no llegaría al río porque éramos, como llevo dicho, democráticos, pacíficos, antimilitaristas, igualitarios viajeros frecuentes a Miami.

Nuestra religión laica era el populismo redistributivo y la democracia representativa; nuestro santo y seña: la movilidad social que deparaba el petróleo. ¿Otro cambio de elenco? ¡Bienvenido! Las élites se encargarían de cooptarlo. ¿Una dictadura narcomilitar de extrema izquierda? Difícil de creer. A la Venezuela de hace 15 años le venía como un guante el título de una novela de Sinclair Lewis: Eso no puede pasar aquí.

lunes, 8 de diciembre de 2014

La utopía federal: ¿realidad o fantasía?


Miguel A. Megias

El término utopía se refiere a la representación de un mundo ideal como alternativa al mundo realmente existente. En la mente de muchas personas hay una concepción de cómo debería ser Venezuela, en cuanto a su organización política, que es la noción de un estado federal (más adelante explicamos en que consiste la federación). Las utopías, generalmente, tienen el carácter de una concepción ideal, difícilmente realizable. De ahí nuestra interrogante: ¿es el federalismo en Venezuela una utopía realizable?

Esta pregunta surge como consecuencia de la conversación con un amigo, que cuestiona la validez de nuestras fantasías sobre un posible “país federal”. Trataremos de exponer nuestros argumentos.

Para empezar, el artículo 4 de la Constitución dice, textualmente, “La República Bolivariana de Venezuela es un estado federal descentralizado en los términos consagrados en esta Constitución…”. Por tanto, al menos en su enunciado, la organización política del país debería girar en torno a esta promesa. La realidad es que, lejos de ser un país federal, Venezuela es altamente centralizada; los estados y municipios gozan de algunas autonomías, sin duda, pero aun así están lejos de conformar un verdadero estado federal.

¿En qué consiste la federación? Tal vez el mejor ejemplo de estado federal es el de los Estados Unidos de Norteamérica: un país que ni siquiera tiene nombre propio y que además se le conoce comúnmente por sus siglas en inglés (USA). En ese país, todos los derechos pertenecen a los estados. Y sólo algunos son delegados al poder central, al Gobierno Federal. Los estados miembros tienen parlamentos regionales que dictan leyes propias (en caso de colisiones, las leyes federales tienen supremacía), sistemas educativos propios, pueden emitir sus propias licencias de conducir (pero no pasaportes, que son prerrogativa del Gobierno Federal), no hay un documento nacional de identidad (cédula en Venezuela), pueden organizar el tránsito y todo lo relativo a vehículo, tierras, etc.; un sistema de salud y policía propias, además de la capacidad de fijar impuestos (excepto el impuesto sobre la renta, que es federal) y un sistema de justicia regional (incluyendo un tribunal superior de justicia).

Otro buen ejemplo es el caso de Alemania (República Federal de Alemania). Los länder (equivalente a los estados de USA), disponen, al igual que en USA, de mucha autonomía; poseen sus propios parlamentos, dictan sus propias leyes, crean sus propias regulaciones y actúan en forma independiente del gobierno federal. En España se dispone de un sistema parecido al federal, denominado “estado de las autonomías”; actualmente hay grandes debates sobre como llegar al “estado federal”, propiciados por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), que está impulsando la “federalización” de España a fin de resolver, entre otros, el problema independentista catalán.

Por tanto, vemos que no solo hay múltiples formas de estados federales: Suiza, también conocida como “Confederación Helvética”; Brasil como República Federativa de Brasil; o México como Estados Unidos de México; Venezuela misma fue, en un pasado reciente, un país “federal”. Desde 1864 hasta mediados del siglo XX (1953), el nombre oficial de Venezuela era “Estados Unidos de Venezuela”. Los sellos de correos dan buena fe de este nombre.


Lo que todo esto significa es que la “utopía” con la que soñamos algunos ciudadanos de este país pudiera ser fácilmente re-editada, siempre y cuando las fuerzas políticas así lo comprendan y lo demanden. Llegar a un estado federal no es una fantasía, es algo alcanzable en un tiempo –no sabemos si corto o largo.

¿Cuáles son los obstáculos y que beneficios se obtendrían? Actualmente, con un gobierno que es centralista y que ha anulado algunos de los logros de los gobiernos previos al chavismo, esta pretensión es imposible. Sería como nadar contra corriente, en un sistema en el que el poder central quiere –y puede- abarcarlo todo y controlarlo todo. De manera que, de momento, la ilusión del federalismo es eso, mera ilusión. Pero ningún régimen, por fuerte y poderoso que sea dura eternamente. Algún día, el sistema de gobierno instaurado por Hugo Chavez y continuado por Nicolás Maduro, llegará a su fin. No sabemos cuando sucederá, pero si sabemos que sucederá. Recordemos que Hitler creo un estado nacionalsocialista que duró apenas desde 1933 hasta 1945. Y sin embargo, según ellos, el Tercer Reich duraría mil años. No hay gobierno ni dictadura eterna -aún cuando el caso de Cuba así lo parece. Tarde o temprano los tiempos cambiarán. Debemos, los creyentes, difundir y propagar las ideas federales para instaurarlos en tiempos más propicios.

¿Cuáles son los beneficios de un sistema federal? El principal beneficio, según nuestra óptica, sería el de la profundización de la democracia. Al tener los estados mayor autonomía, al disponer de mecanismos que aseguren a los habitantes de cada región un gobierno más directo y responsable, tendríamos asegurados mayores beneficios para la población. Tomaremos un par de ejemplos, para ilustrar las ventajas del federalismo: educación y salud.

La educación actualmente es dirigida en Venezuela, como ha sido tradicional por muchos años, por un ministerio central, localizado en la capital, Caracas, que dicta las pautas y las normas, contrata el personal y controla (o trata) hasta el más minúsculo detalle del quehacer de escuelas y maestros. Esto debe cambiar. La educación estadal (y municipal) debe ser controlada y supervisada no por el centro, como ahora, sino por los estados. El Ministerio del Poder Popular para la Educación (MPPE) debe ceder los espacios a los estados, convertirse en un ente técnico para las estadísticas, la investigación de los nuevos métodos de enseñanza y como guía, pero nunca como imposición. Los miles de maestros que dependen actualmente del MPPE deben ser incorporados a las regiones (con su correspondiente presupuesto), para que sean los entes locales los que los controlen y dirijan. La meritocracia y regulación laboral de los trabajadores de la educación debe ser asignada a los estados. La nivelación de sueldos y condiciones debe atenerse al rendimiento y trabajo, según criterios locales, y no a una orden ministerial o a negociaciones nacionales que imponen condiciones que no se corresponden con las realidades locales. Por ejemplo, un maestro o profesor que vive en Caracas no puede tener el mismo sueldo que otro que habita en un remoto rincón de Venezuela. Y las materias que se deben dictar en, digamos, los Andes no pueden ser iguales a las del oriente venezolano, dadas sus características y realidades locales, que son muy diferentes. En los Andes, adicionalmente, hay que enseñar asuntos que conciernen a la agricultura y en oriente a materias de pesca (son sólo ejemplos, claro).

En cuanto a la sanidad, los hospitales, la medicina debe, al igual que en el caso de la educación, ser tratada localmente, y no desde un ministerio situado en muchos casos a miles de kilómetros de los lugares donde viven los ciudadanos necesitados del auxilio sanitario. El actual ministerio de sanidad debe ocuparse de la investigación, de las pautas, de la solución a problemas nacionales (epidemias, etc.) y no pretender, como ahora, controlar hasta cuantos paquetes de gasa deben consumirse en un remoto rincón de la geografía nacional.

Podríamos extendernos, pero para no hacer muy largo este artículo hemos preferido segmentar los argumentos en pro de un país organizado en forma federal. Próximamente seguiremos con esta línea de ideas.

Desde luego, para lograr un estado federal a plenitud, es preciso que las regiones manejen con autonomía sus recursos. Y los que más tienen deben aportar a un fondo de solidaridad para ayudar a los que menos tienen.

Para completar los argumentos frente a mi crítico amigo, creemos firmemente que las autonomías locales deben ser estimuladas, reforzadas y algún día, no sabemos cuando, tal vez implantadas. Ese día pasaremos de la utopía a la praxis.

Nomenklatura vs la gente



Nelson Acosta Espinoza

Amigos lectores, hay coincidencia entre los diversos grupos que conforman el espectro político del país sobre la gravedad del escenario político y económico que estamos confrontando. Existen, desde luego, diversas lecturas y aproximaciones que intentan dar cuenta de esta situación. Cada una de ellas responde a las visiones e intereses que se encuentran en juego. Tener una acertada comprensión de la realidad, en consecuencia, es vital para poder diseñar una estrategia de cambio.

Un ángulo de aproximación, por ejemplo, sería indagar sobre las contradicciones que presenta la vida pública del país. Conocerlas sería un buen punto de partida para iniciar la formulación de una política para poder superarlas. Estas tensiones son de diversas naturalezas y despliegan su lógica en disímiles ámbitos. Ello hace que, a veces, se dificulte su acertada comprensión. 

Una confusión reiterada es dar importancia estratégica a aspectos secundarios. En desmedro de otros de mayor peso e importancia. Un ejemplo, que puede ilustrar esta aseveración, son aquellas posturas de índole estrictamente electoralistas. Se asume el acto comicial desde una perspectiva "mágica"; se supone que los comicios por si mismos constituirían un acto de rebeldía política. La dimensión principal, vale decir, concitar un consenso entre la gente para desplazar a la actual nomenklatura política queda rezagada ante esas urgencias electoralistas. 

Me voy a alejar momentáneamente del hilo conductor de este escrito. La finalidad es explicar el sentido de la palabra nomenklatura. A ver: este término define a una élite formada exclusivamente por los miembros del partido en el poder (la extinta Unión Soviética, los países del desaparecido bloque comunista, Cuba y, ahora, Venezuela). Su significado puede extenderse a las cúpulas de los partidos políticos, altamente burocratizados y, en consecuencia, alejados de las necesidades y demandas de la gente.

Retomemos el hilo conductor de este escrito. Por favor, no se piense que se está asumiendo una postura pesimista, por no decir, derrotista. Todo lo contrario. Se pretende llamar la atención sobre la necesidad de politizar en términos estratégicos las venideras elecciones incluyendo, desde luego, la escogencia de los candidatos que representaran al bloque democrático. El tema, no es primaria vs consenso. Lo trascendental, ante lo cual debería subordinarse la deliberación política, podría condensarse en esta escogencia: nomenklatura vs la gente. Aquí reside la contradicción fundamental de la coyuntura política y, este dilema, debería orientar las estrategias de comunicación del bloque democrático.

Este escribidor, humildemente, ha advertido sobre un virus que viene atacando nuestro cuerpo político desde tiempo atrás: la desafección democrática. Las ciencias políticas la definen de la forma siguiente: "sentimiento subjetivo de la ineficacia, de cinismo y de falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas que genera un distanciamiento y alienación en relación a estos, falta de interés por la política y los niveles más bajos de participación en las principales instituciones de la representación política, pero sin cuestionar el régimen político"

¿Cómo combatir esta desafección que se viene presentando en amplios sectores de la población? ¿Cómo levantar estos estados de ánimo político? Desde luego, no es fácil esta tarea. La experiencia histórica, por ejemplo, enseña que es necesario condensar en una sola consigna la totalidad de las contradicciones presentes en un momento dado. Pan y paz, así resumió Lenin las complejidades de la situación Rusa en el año 1917. Y tomó el poder. 

La oposición democrática debería redefinir su relato político para poder sumar fuerzas para lograr la transición política deseada. Su eje narrativo debería girar en torno al enfrentamiento nomenklatura chavista vs la gente. Esta debería ser la contradicción básica del momento actual y, es una, que pudiera condensar en términos políticos los otros temas (inflación, escasez, desempleo, inseguridad, etc.) que angustian y pesan sobre la gente. Expuesta de esta forma se tendría claro quien es el responsable y el adversario a ser derrotado.

En consecuencia, habría que construir propuestas para defender a la gente (aquí se incluye a toda la población, sin distinciones artificiosas) de las políticas empobrecedoras que pone en práctica la nomenklatura que ejerce el poder y obtiene enormes privilegios derivados de la ejecución de las funciones públicas.

En otras palabras, para poder defender los intereses de la gente hay que enfrentar a la nomenklatura chavista. Sin duda, la política ahora es así.

La asombrosa revolución de 2014

Las consecuencias serán enormes si el precio del crudo sigue en mínimos

 

 Mosés Naím, 
Publicado en El País (España) el 7 de diciembre de 2014


Está en marcha una revolucionaria redistribución mundial del ingreso. Solo en los últimos seis meses, los precios del petróleo han caído un 40%. Esto significa una transferencia equivalente al 2% del tamaño de la economía mundial de los productores a los consumidores cada año.

Así, los miembros de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) dejarán de percibir 316.000 millones de dólares. Y la OPEP es solo el 35% del mercado mundial (en 1974 era el 50%). Los países de la OPEP y otros petroestados como Rusia sufrirán una severa reducción de sus ingresos que les obligará a hacer dolorosos ajustes económicos.

En cambio, para los consumidores de petróleo en todo el mundo los precios más bajos significan un ahorro de más de un millón de millones de dólares. Para los estadounidenses, equivale a un recorte de impuestos de 110.000 millones de dólares. Para China, cada dólar que disminuye el precio significa un ahorro anual de 2.100 millones. La agricultura mundial también se va a beneficiar. Un dólar de producción agrícola consume 5 veces más energía que un dólar de producción manufacturera.

Las razones de la caída en los precios del crudo son conocidas. El consumo de energía ha disminuido porque la economía mundial crece poco y la oferta ha aumentado drásticamente gracias a nuevas tecnologías que se están aplicando principalmente en EE UU. De 2008 a hoy, EE UU ha aumentado su producción petrolera en un 80%. Este crecimiento supera por sí solo todo lo que produce cada uno de los países de la OPEP, salvo Arabia Saudí.

Nadie sabe cuánto durará esta racha, pero es seguro que en algún momento los precios remontarán si aumenta el consumo o baja la producción debido a conflictos internacionales, revoluciones o accidentes climáticos o de otra índole. Un indicador de los precios es el mercado a futuro. Contratar hoy la entrega de un barril de petróleo en 2020 cuesta alrededor de 85 dólares. El precio actual es menos de 70 dólares por barril.

En todo caso, el consenso entre los expertos es que el año próximo los precios del petróleo estarán por debajo del promedio de los últimos tres años. Si esto resulta ser cierto, las consecuencias serán enormes.
Entre los países productores, el shock de los bajos precios afectará más duramente a Venezuela e Irán. Si el Gobierno de Venezuela no lograba manejar la economía cuando el petróleo estaba a más de 100 dólares por barril, es difícil suponer que hará un mejor trabajo con el barril a 62 dólares (el petróleo venezolano es más barato que el promedio mundial). Para cubrir su gasto público, Caracas necesita que el precio supere los 120 dólares por barril. La crisis venezolana puede obligar al Gobierno a limitar sus envíos de petróleo subsidiado a países vecinos, causando así una grave crisis económica a Cuba y Jamaica, entre otros.

En Irán la caída de los precios de sus exportaciones petroleras se suma a las sanciones internacionales que ya han afectado severamente su economía. De hecho, es probable que los menores precios tengan un impacto mayor que las sanciones debido a la importancia del petróleo en los ingresos del Estado. Queda por ver si la crisis económica llevará a Irán a buscar un acuerdo nuclear con la comunidad internacional para lograr que le reduzcan o eliminen las sanciones. Pero es posible que los cálculos políticos moldeen más las decisiones del Gobierno que la crisis económica.

Algo parecido sucede en Rusia. Su economía también venía ya afectada por un clima adverso a las inversiones, una masiva fuga de capitales y las sanciones de Europa y Estados Unidos. Su moneda se ha devaluado, la Bolsa se desplomó, la inflación sube y la economía ha entrado en recesión. 2015 será un año difícil para Vladímir Putin y más aún para el pueblo ruso.

Estas son solo algunas de las repercusiones de la caída del precio del petróleo. Hay muchas más. Quizás la más importante es que muchas fuentes de energía menos contaminantes (solar, eólica, etcétera) resultan más caras y poco competitivas. Los bajos precios tampoco incentivan el ahorro y la eficiencia energética. Resulta irónico que cuando el crudo estaba caro tampoco se estimularon las energías renovables, y sí, por el contrario, la aparición de nuevas formas de producir petróleo.

Hay pocas otras cosas que están sucediendo que tengan consecuencias tan importantes, diversas y globales como la caída de los precios del petróleo.