Simón García
Artículo publicado en el diario Tal Cual el 01/08/2013
Suele ocurrir, cuando la realidad alarga su apariencia de normalidad, que insurja algún analista profesional rompiendo la quietud. Agarra un rasgo de ella y lo exagera, se hace abogado del diablo o descarrila conscientemente un razonamiento. Es indiferente a las consecuencias de su juego.
Quiere sacar la bola del campo de la rutina. Busca aparecer viendo más allá de más lejos. No importa si en el lance, siguiendo las características de las noticias mediáticas, tipea una batahola escandalosa en vez de fundamentar con propiedad lo que afirma. A fin de cuentas la responsabilidad de opinión puede ocultarse tras derechos como abrir un debate o ejercer la crítica. Por ejemplo.
El éxito titila cuando el juicio adquiere eco, especialmente si hay un aparato comunicacional con el interés suficiente para evitar la caducidad súbita que es también hoy otra característica de las noticias.
La gratificación del analizador es el reflote pasajero de su nombre.
A esta clase de caligrafías políticas, acometidas bajo el pretexto de sacudir conciencias, pertenece el señalamiento sobre un desinfle de Capriles, cuando todos los datos apuntan a que el espiche está ocurriendo en el globo oficialista.
No verlo así, probablemente nublados por el reflejo intelectual de espantarse ante lo obvio, es parte de la confusión alentada por quienes se aferran al poder. Calculan que regar desesperanza los favorece.
En estos momentos, la gritería contra Capriles es producto de un diagnóstico pegado a la nariz. Las investigaciones de opinión conocidas, encuestas y grupos focales, desmienten la declinación de Capriles.
Al contrario, su liderazgo es más aceptado que el de Maduro y está acompañado de expectativas favorables, pese al poder del Estado y al ataque sistemático hacia él, la MUD y la alternativa que representan.
Pudiera decirse que los dos competidores tienen dificultades, pero lo específico de la situación es que sólo uno está demostrando dos hechos graves: que no puede salir de ellas y que su gestión empuja al país hacia mayores retrocesos. Maduro es mal conductor.
Es cierto que Capriles y la oposición no han entrado aún en su zona de óptimo rendimiento, pero van hacia ella, sobreponiéndose a limitaciones, carencias e incluso errores venales.
Acosar a un liderazgo colectivo que está prácticamente naciendo, exigiéndole incesantemente pruebas de perfección, contiene una cierta apariencia de bullying.
No olvidemos que hasta hace poco la oposición estuvo pagando muy caro la maniobra golpista que confiscó a las admirables movilizaciones de calle del pueblo venezolano o el error de abstenerse en las parlamentarias para no legitimar al régimen.
En esos días, fueron pocos los analistas que le pusieron su brasa a la recuperación.
Se abrió un nuevo ciclo con la proeza, lograda apenas en seis meses, de remontar once puntos de diferencia y conquistar unos resultados que llevaron a cuestionar no sólo las condiciones no democráticas en las que se llevó a cabo el proceso electoral sino la legitimidad del triunfo proclamado por un CNE dócil al proyecto neototalitario.
Capriles está de pié ante el desafío de hacerse un líder de país. Es decir, llenar los requisitos para convertir el progresismo en una causa de la gente. Ayudemos.
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