Carlos Ochoa
El fallecimiento del caudillo de Sabaneta ocasionó un vacío como era de esperar en la fibra emocional del chavismo, Nicolás Maduro se aferra a su memoria e intenta construir un nuevo mito de estado, un culto bajo el cual cobijarse y mantenerse en el poder. Guzmán Blanco en el siglo XIX, Gómez, Pérez Jiménez y el propio Chávez se aprovecharon del Libertador Simón Bolívar, llevando hasta el ridículo el culto al héroe, sirviéndose de un presentismo histórico, que tal como analiza el teórico social y filosofo francés Michel Foucault, constituye un anacronismo peligroso para la comprensión de las singularidades históricas.
El oportunismo histórico consiste en imponer un relato subjetivo, una interpretación de un evento o actuación de un personaje del pasado, adaptándolo a conveniencia al presente, de esta manera la comprensión de la historia estaría despojada de las causas propias que dieron origen a los acontecimientos, y a la manera de proceder de acuerdo a la realidad que les tocó vivir a los protagonistas de los eventos.
Esta postura cómoda e interesada de hacer historia para aprovechar los réditos ajenos, o para negárselos a otros como en el caso del general José Antonio Páez y el valenciano Miguel Peña, es la que desplegó hasta el cansancio Hugo Chávez para dividir a la sociedad venezolana, para hacerle creer a la mitad que engañó con su capacidad innegable de comunicador, que la otra mitad es el enemigo.
Pero si bien es cierto que la carga emocional del pasado es todavía muy fuerte en la política venezolana, ya se avizora una nueva narrativa, que sin salirse de la emoción apuesta a la esperanza como conector con el presente y el futuro. Esta esperanza no está anclada al mesianismo salvador de ningún neo caudillo, ni a la mitificación de los eventos históricos del siglo XIX o el siglo XX. La esperanza que la sociedad civil y las organizaciones políticas de la MUD con Henrique Capriles a la cabeza le están proponiendo a la sociedad venezolana es incluyente, tolerante, reconoce la existencia del otro, y los errores del pasado, empieza por plantear en el desierto espinoso que es la Asamblea Nacional en la actualidad, la necesidad del dialogo en temas puntuales que nos competen a todos, sin embargo más por rutina de sobrevivencia que por lógica política, el oficialismo insiste con todo el poder de los medios en sus manos que la oposición democrática es fascista, intolerante, apátrida, y en resumen se niegan a reconocerla para mantener la polarización que heredaron de Chávez.
El acto transmitido en cadena desde el cementerio para conmemorar los 37 años del asesinato en los sótanos de la Disip del recordado dirigente de la Liga Socialista Jorge Rodríguez, lo que evidenció es la carencia de una épica revolucionaria propia en Maduro.
Maduro quiere ser percibido como uno de los históricos de la izquierda de los 60, y por eso inventa que asistió a la “Sala E” de la Biblioteca de la UCV a los 11 años para ver y oír a Jorge Rodríguez. Está atrapado en el pasado que heredó de Chávez, sin esperanzas de que le crean que nació en Caracas, que ganó limpiamente las elecciones, y de que terminará sin tropiezos su cuestionado mandato.
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