Nelson Acosta Espinoza
Los términos golpe de Estado y transición política recientemente se han convertido en moneda corriente en el discurso de político que prevalece en el país. Parece apropiado, entonces, conceptualizar estas categorías. Por ejemplo, ¿qué se entiende por “coup d'État”?Veamos: un “asalto al órgano que ostenta la suprema jerarquía del poder ejecutivo, realizado por orden de altos mandos militares, con la finalidad de enderezar el rumbo político del país”.
Repasemos algunos ejemplos extraídos de nuestra historia. Entre 1889 y el año 2002 es posible registrar 12 tentativas de tomar el poder por la vía de los hechos: Revolución de las Reformas (1835); Revolución de Marzo (1889); Golpe de Estado 1908; Golpe de Estado Octubre 1945; Golpe de Estado 1948; Golpe de Estado Enero de 1958; El Carupanazo, 1962; El Porteñazo, 1962; Primer intento de golpe de Estado 1992; Segundo intento de golpe de Estado 1992; Golpe de Estado de abril 2002. En fin, estas salidas violentas abarcan un ciclo de 113 años de nuestra historia republicana. Desde luego, han existido períodos donde ha predominado la civilidad democrática. El más extenso es el denominado como La Cuarta República.
En nuestra historia política, por el contrario, las transiciones democráticas han sido más la excepción que la regla y, desde luego, se ubican en el polo opuesto a la del golpe de Estado. En términos normativos la transición implica “un proceso de cambio mediante el cual un régimen preexistente, político y/o económico, es reemplazado por otro, lo que conlleva la sustitución de los valores, normas, reglas de juego e instituciones asociadas a éste por otros(as) diferentes”. Este término puede ser interpretado, igualmente, como el espacio de tiempo que discurre entre la crisis de un régimen autoritario y la instauración de un sistema político democrático. En pocas palabras, se puede postular que el país vive un proceso de transición política democrática. Una de sus expresiones más intensa pudiera ser las venideras elecciones parlamentarias.
¿A qué vienen estas argumentaciones? ¿Son necesarias? Mi respuesta es afirmativa. El Presidente Maduro forjó una equivalencia entre estos dos procesos: golpe de Estado y transición política. Y al tenor de esta apreciación ha detenido a Alcalde Mayor de la ciudad de Caracas, Antonio Ledezma. El motivo: haber firmado un manifiesto, algo tímido e impreciso, sobre la necesidad de lograr un acuerdo nacional para la transición.
Es evidente que estamos viviendo el fin de un ciclo. Los venezolanos estamos siendo testigos del ocaso de un periodo histórico que se inició en los albores del siglo XX. Es válido, entonces, preguntarse: ¿qué ha entrado en crisis? ¿Por qué la necesidad de discutir sobre la transición política? La respuestas a estas dos interrogantes podríamos argumentarlas de la manera siguiente. El modelo político, cultural y discursivo que caracterizo la modernidad venezolana se encuentra agotado. La escasez, la delincuencia desbordada, la insistencia en patrones ya superados, la precariedad del liderazgo y, ahora, la puesta en práctica de una retórica anti imperialista de los años sesenta, son indicadores, dramáticos unos, tragicómicos otros, del fin de época y la necesidad de iniciar el transito democrático y consensuado hacia las puertas que conduzcan hacia el siglo XXI.
Existen modelos a imitar. La transición española y la chilena son ejemplos exitosos de procesos consensuados hacia democracias más inclusivas y despojadas de atavismos autoritarios.
La élite política del país debe entender el sentido de urgencia histórica en la que se encuentra la nación. Es imperativo derrotar la polarización. De lo contrario, vientos bruscos podrían ensombrecer nuestro horizonte político. Sin duda alguna, la política ahora es así.
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