domingo, 20 de enero de 2019

¿Por qué nos interesa el caso Zimbabwe?Cuando el Dinero Destruye Naciones (primera de dos entregas)






Asdrúbal Romero M


1-Nuestro futuro escenificado en otras latitudes

“When Money Destroys Nations” es el título de un libro cuya lectura me propuse como objetivo en cuanto supe de su existencia. Acometí una verdadera cacería en la nube de descargas digitales hasta conseguirlo. Mi empeño por conocer a mayor profundidad lo acontecido en la republica africana de Zimbabwe –anteriormente conocida bajo su nombre colonial de Rhodesia del Sur-, desde la perspectiva de la destrucción de su economía, motivó tan inusual cacería. Dos de las interrogantes que sus autores, Philip Haslam y Rusell Lamberti, proponen en su portada como señuelo para motivar a los lectores, han sido, precisamente, dos de las cuestiones sobre las que había ansiado indagar a fin de intentar un análisis comparativo con el caso de nuestro país: ¿Cómo la hiperinflación arruinó a Zimbabwe? Y la segunda, más interesante al menos para mí: ¿Cómo la gente ordinaria logró sobrevivir?

Para quienes no conozcan de tan interesante precedente de nuestra propia dinámica destructiva, quizás sea propicio introducir este texto con un par de datos bastante indicativos de los muy nefastos niveles hasta donde podría llegar el hundimiento de nuestra situación económica y social. Queriendo decir con esto, que por muy infernal que nos parezca la paila en la que ya nos encontramos, todavía hay rango para hundirnos en más dantescas profundidades, a juzgar por los records negativos que se produjeron en Zimbabwe. Todavía continuamos en el recorrido de una trayectoria conducente a superar esos records que ningún país quisiera superar.

La dinámica de gestación, intensificación y arrase final de la tormenta económica en ese país duró dos décadas. Comenzó a intensificarse después del “Black Friday” en 1997 –sí, también ellos tuvieron su viernes negro-. En la siguiente tabla se presentan los datos de inflación anual arrancando desde ese año.


Evidentemente, todavía nosotros no hemos alcanzado tan astronómicos índices inflacionarios, pero vamos en la vía. Algunas proyecciones sitúan nuestro porcentaje de inflación para el próximo año en el orden de los veinte millones. Veinte más seis ceros a la cola. En Zimbabwe alcanzó 89,7 más veintiún ceros a la cola. Una magnitud que se pierde vista. Que es difícil imaginar que pueda alcanzarse cuando ya estamos sufriendo una hiperinflación que percibimos como insoportable. Es posible que ese estimado de porcentaje de inflación nuestra tenga que revisarse varias veces en el 2019, tal cual observamos ocurrió en el país africano a lo largo del 2008. Ese fue el año en el que la moneda de curso legal de ese país dejó de utilizarse. El dólar zimbabweano quedaba finalmente sepultado.

Esta afirmación nos conduce de manera natural a aportar el otro dato que viene a ser un correlato de la dinámica inflacionaria. A lo largo de todo ese proceso de destrucción de su moneda, el banco central de Zimbabwe le quitó ceros a su unidad monetaria en tres oportunidades. ¡Para un total de veinticinco ceros! Es decir: un billete de Z$1, al final de todo el lapso hiperinflacionario se habría convertido en uno por un valor de Z$10 000 000 000 000 000 000 000 000, de no haberse removido todos los ceros que se vieron obligados a trasquilar. En Venezuela, vamos por ocho y, tal como van las cosas, con signos claros de agotamiento de la pertinencia del cono monetario recientemente puesto en vigencia y la muy probable aceleración en las fechas venideras de remoción de ceros del bolívar sin apellido.

Los dos indicadores aportados son tremendamente reveladores de una crisis que se comenzó a cocinar lentamente y fue ganando momentum hasta explotar con letal exponencialidad. ¡Cómo ha ocurrido en Venezuela! Como lo dicen los autores: “La Hiperinflación no es algo que acontece así como así. Tú no te levantas una mañana y consigues que tu país se ha deslizado en ella. La dinámica de hiperinflación se va armando en el tiempo, va creciendo en momentum mientras va generando señales de alerta claves”. El Régimen Chavista no sólo las ha desestimado sino que reiteradamente se regodea echándole leña al fuego.

Adicionalmente, los dos indicadores deben motivar en todos los ciudadanos una profunda reflexión. Una recomendación que enfatizo para aquellos que hemos creído, me anoto en primera fila, que la destrucción de todo el andamiaje económico y social sobre el que se sostenía el país conduciría de manera casi espontánea a la caída del Régimen. Esta creencia, en lo personal, yo la sintetizaba metafóricamente bajo la idea- imagen a la que acuñé la denominación de “Teoría de la Liguita”. Ocurrió que en mis frecuentes intercambios con analistas serios de la situación política nacional, no faltara quien sacaba a relucir el caso de Zimbabwe como el contra ejemplo perfecto a lo que yo postulaba sustentándome en mi teoría. Se entenderá entonces mi inusual interés en darle cacería al libro de Haslam y Lamberti, a fin de informarme detalladamente del proceso de destrucción que ha plagado a esa nación africana desde la asunción de Robert Mugabe a la Presidencia en 1980.

Debo reconocer que mi aproximación al libro estaba preñada de un cierto prejuiciado interés: confiaba que mis hallazgos condujeran a la determinación de cruciales diferencias, entre los dos países, que permitieran explicar el porqué en nuestro caso la liguita se rompería antes, es decir: no sería tan elástica para permitir que se alcanzaran tan devastadores signos de destrucción como los que se produjeron en Zimbabwe. Pero antes de entrar en el análisis de las similitudes y diferencias entre ambos casos, considero necesario, a los efectos de facilitar una mejor comprensión por parte del lector, incorporar una presentación de los argumentos subyacentes a la metáfora de la “liguita”.



2- Viaje hacia el “No Fondo” y la Teoría de la Liguita

Desde finales del año 2012, tomamos consciencia que el Régimen estaba gastando muchas más divisas de las que estaban ingresando al país. El economista Ricardo Hausmann sintetizó esta verdad en una excelente frase: “Venezuela está gastando como si el barril de petróleo tuviese un precio de doscientos dólares”. Visto este creciente desequilibrio o déficit en la balanza de pagos y la carencia de los indispensables correctivos, sino más bien todo lo contrario, un sencillo análisis apelando a la teoría de control de sistemas dinámicos nos permitió pronosticar, perfectamente, lo que a la postre ha ocurrido con la tasa cambiaría real del bolívar frente al dólar. Esta variable, que en definitiva se ha convertido en la marcadora de los costos y precios en el país, salió fuera de control y como tal ha venido teniendo un comportamiento de inestabilidad exponencial.
La tasa sube a velocidades incomprensibles para la gente, con la consiguiente pérdida de valor real de la moneda en un país cuya capacidad de producción de los bienes que consume ha sido insuficiente y progresivamente reducida. La ineluctable consecuencia: el empobrecimiento radical de los ciudadanos y de los organismos públicos responsables de gestionar funciones fundamentales del Estado, tales como educación, salud, justicia, etc. Comenzamos pronosticando a la Universidad Inviable, pero hoy día este calificativo se puede extender a toda la administración pública. Haslam y Lamberti hablan en su libro de “Government Shutdown”, lo cual podríamos traducirlo como “Cierre Técnico del Gobierno”. Esto es lo que viene sucediendo en Venezuela. De mi lectura concluí que nosotros estamos viviendo una especie de etapa previa a lo que aconteció en Zimbabwe.
Lamentablemente, el libro no ha sido traducido al español, porque todos los compatriotas interesados en conocer la proyección a corto plazo de la crisis que estamos sufriendo, podrían encontrar en capítulos como el octavo –titulado “Government Shutdown”-: un retrato bastante fiel de un probable futuro nuestro, pero escenificado en otras latitudes. Cito textualmente: “Los dos únicos servicios del Gobierno que fueron mantenidos: la policía y los militares. Sabían muy bien, los jerarcas del Gobierno, que estos servicios eran clave para continuar en el poder. Hicieron todo lo que podían para mantener estos dos departamentos provistos de fondos y operativos, aun al costo de dejar sin recursos a los otros servicios”.
De resto: los servicios de agua potable y servida colapsaron. Los zimbabweanos pudieron sobrevivir a la escasez crónica de agua mediante la utilización masificada de pozos perforados –el alto nivel freático en ese país les ayudó-. Se llegó a establecer un mercado negro del agua. El servicio eléctrico también colapsó. Los pocos negocios que quedaban debieron retornar a la era del lápiz y papel para llevar sus cuentas. No se podía depender de computadoras. El hurto de cables de cobre y transformadores se convirtió en práctica usual. Los electrodomésticos se convirtieron en aparatos de museo: cómo utilizarlos sin disponer de energía eléctrica. Los arboles eran cortados para usar la madera como medio de calefacción y cocinar alimentos. El libro contiene innumerables testimonios de los zimbabweanos de cómo hacían para ingeniárselas en medio de tantas carencias.

Las municipalidades fueron a bancarrota. Los semáforos dejaron de funcionar. El sistema de prisiones colapsó y miles de prisioneros murieron porque las cárceles no estaban en capacidad de proveerles ni de alimentos ni de agua. Los hospitales públicos tuvieron que paralizar sus servicios. Y de los servicios privados de salud, la mayoría también fue a quiebra. Los costos de los pocos que quedaban eran impagables por los ciudadanos. Las escuelas se convirtieron en instalaciones ruinosas. Muchos maestros abandonaron el país, porque allá también se produjo una diáspora, pero este tema lo trataremos al comentar otros capítulos.

Este apretado resumen que he seleccionado del capítulo octavo nos permite avizorar lo que nos promete nuestro futuro de no producirse un cambio radical en el corto plazo. En el relato del desmantelamiento del aparato público de servicios a los ciudadanos en Zimbabwe, se encuentran innumerables rasgos de inconfundible similitud con lo que viene derivándose de nuestra propia crisis, que bien podría calificarse de incipiente al compararla con aquellas manifestaciones de una crisis mucho más agravada a causa de su nefasta prolongación en el tiempo. Cualquier parecido de nuestra realidad proyectada con la que ellos han vivido no es producto de la casualidad, todo lo contrario: obedece al estricto cumplimiento de tendencias dinámicas perfectamente predecibles. Nadie puede albergar ni un microgramo de duda, de no producirse un viraje: hacia allá vamos.

En virtud de esta afirmación y queriendo distanciarme un tanto de las matemáticas exponenciales que explican los efectos de las retroalimentaciones positivas que refuerzan y le dan vigor a este tipo de dinámicas destructivas, he apelado en mi comunicación a metáforas. Como la de los venezolanos yendo encerrados en un autobús que cae por un precipicio o despeñadero, cuya inclinación va in crescendo y desplazándose cada vez a mayor velocidad. El asunto es que este desvencijado vehículo de transporte no se dirige hacia una planicie en la que, finalmente, podamos descansar del prolongado descenso. Es un viaje hacia un “No Fondo”. En este sentido, siempre he diferenciado nuestro caso del de Cuba. En ese “Paraíso de la Felicidad” los cubanos tienen muchos años siendo muy pobres, pero el Régimen presidido por los Castro logró con ayudas externas de alguna manera estabilizar la miseria. Es como si hubiesen conducido su otro autobús a una planicie de crónico empobrecimiento, pero estabilizado. Y la prueba es que ellos han logrado mantener instituciones de servicio público, continúan teniendo escuelas y hospitales, con unos niveles de calidad muy distantes de lo que publicitan, pero los tienen.

¡Acá no! Todo va en vías de un desmantelamiento total. Nuestros jerarcas han sido mucho más ineptos y estúpidos creídos en su propia salsa. No han sido capaces de conseguir la receta para estabilizar la caída. Para, al menos, conducirnos hacia el aterrizaje en algún otro paraíso similar al cubano, que bien podría admitir era su objetivo. Han errado en su propósito, han perdido el control de su viaje programado y nos pilotean en un viaje hacia un “No Fondo”. Por eso es que ya no puede postergarse más la concreción de una vigorosa reacción ciudadana y hago mío este mensaje leído en un tuit: ¡O salimos todos. O perdemos todo!

La otra idea- imagen que he utilizado para este singular viaje es la de asimilar el proceso de deterioro económico social al de una liguita que se estira y estira. Y como la liguita no es de ningún material de elasticidad infinita, ya que lo que está comprometiéndose en su elongación son vidas de seres humanos, ésta tendría que reventarse provocando la salida del poder del régimen dominante. La lectura del libro de Haslam y Lamberti nos permitió entrar en contacto con un caso real que contradice mi fallida teoría.

El deterioro social y económico puede continuar profundizándose más y más –la liguita estirándose hasta producir dantescos escenarios como el de Zimbabwe- sin que ello provoque la caída del régimen dominante. Razón tenían analistas como Benigno Alarcón Deza y mi estimado amigo Nelson Acosta, en sacarme a colación el ejemplo de la nación africana como ilustración de que las crisis económicas por sí solas no tumban regímenes. Después del 2008, año del pico inflacionario y de la muerte de la moneda del país (el libro analiza sólo el periodo hiperinflacionario hasta ese año), Mugabe se mantuvo en el poder hasta noviembre de 2017 cuando es depuesto por un golpe de estado militar. La dolarización por la vía de los hechos trajo algún alivio al largo sufrimiento de los zimbabweanos: la inflación se redujo ostensiblemente; en los supermercados reaparecieron los productos, pero el común de los ciudadanos no tenía poder adquisitivo para comprarlos. El desempleo ha continuado siendo crónico -94% en 2008-.

Un respetado académico y analista político de ese país, Ibbo Mandaza, en un artículo de 2015 señaló que mientras Mugabe continuara en el poder habría pocas esperanzas de que la economía reviviera. “Espero que no retornemos allá (al 2008). Espero que algo podamos hacer. Claramente, necesitamos una solución política porque en la medida que Mugabe esté en el poder, no hay esperanza”. El anciano dictador en 2016, a sus 92 años, en una de sus rabietas por no poder ya ordenar al Banco Central emitir dinero inorgánico para darse sus caprichos, amenazó con retornar a la moneda original del país –cualquier parecido con nuestro personaje…-. Los zimbabweanos salieron despavoridos a retirar los pocos dólares que tenían en los bancos. Todavía hoy día, después de haber sido depuesto, el drama de Zimbabwe continúa.

Lo clave a destacar es la necesidad del dispositivo político para provocar la ruptura con lo fracasado y comenzar a salir de la crisis. Además, añadiría, que el dispositivo sea lo suficientemente limpio como para garantizar una transición impulsadora de un viraje con la visión correcta y la energía política para concretarla. En la medida que las crisis se prolongan más allá de lo impensable, es de suponer que la gestión del quiebre sea más dificultosa, tanto en la dimensión política como en la económica y social. Creo firmemente que este es un elemento muy a tomar en cuenta en nuestro caso, porque a pesar de la masificación de todo tipo de penurias, tampoco hemos sido capaces, como colectivo, de armar el rompecabezas para acertar con el dispositivo político que detuviese este penoso viaje hacia el “No Fondo”.

Por ello, en estos tiempos de resurgimiento de las esperanzas ciudadanas, la cautela y el inteligente diseño de la estrategia política son vitales a los efectos de construir una vía de solución adaptable a los diversos escenarios que se puedan presentar en un contexto de caótica complejidad. Los ciudadanos tendremos que meterle el pecho a este 2019. Exigir, pero también hacernos parte de la construcción de una solución política. De no hacerlo, no nos quejemos cuando acontezca lo que el nuevo oráculo erigido en Zimbabwe nos ha anunciado.

En la segunda entrega continuaremos comentando “When Money Destroys Nations”. ¿Por qué ese título? Y más de las diferencias y similitudes con el caso Venezuela, porque también nuestro país ha pasado a ser un digno caso de estudio.

3 comentarios:

Antonio Avellan dijo...

Brillante como siempre.

Unknown dijo...

Dónde puedo leer la segunda y última entrega?
Gracias

Miguel Angel Gavidia Salas dijo...

Excelente comentario
Mis felicitaciones desde Caracas Venezuela