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Determinados cuerpos discursivos son refractarios a la acción del tiempo y del espacio. Como la “Roca de Gibraltar” resisten el trabajo del tiempo y de los seres humanos. No se erosionan y continúan proporcionando los parámetros que definen las estrategias que formulan los actores políticos. Marcos cognitivos que organizan la forma de ver el mundo, determinan las políticas sociales y las instituciones que llevan a cabo efectivamente estas políticas.
Cesarismo Democrático es una de esas tesis que ha resistido este embate del tiempo y la historia. Esta idea postula una forma de gobierno autocrático donde una sola persona ejerce todos los poderes del estado. Su carácter democrático deriva del hecho que estos poderes son concedidos por el pueblo. Este carácter jerárquico sería necesario para poder estimular las capacidades que dormitan en los diversos estamentos que componen la sociedad. Esta idea, también es conocida bajo la denominación de “bonapartismo”. Este término fue usado por Carlos Marx para caracterizar el ejemplo de Luis Bonaparte, quien encabezó un golpe de estado en Francia en 1851. Es una forma de dominación política donde el ejército, la burocracia y el Estado se autonomizan del resto de los componentes del cuerpo social.
Estos conceptos de “bonapartismo” o “cesarismo democrático” pueden ser aplicados, con sus ajustes, a la situación política del país. Para evitar el “Cesarismo Socialista”, sería necesario salir del núcleo discursivo que soporta esta visión e ir hacia la búsqueda de nuevas formas democráticas que sustituyan, reemplacen y cancelen las ya ensayadas. Con preocupación observamos que oposición y gobierno comparten por igual la idea racionalista que la política es la puesta en práctica de un modelo previamente trazado.
Esta semana reproducimos el libro escrito por Laureano Vallenilla Lanz “Cesarismo Democrático” en el cual expone su visión positivista del desarrollo histórico del país. Su lectura, estamos seguros, será aleccionadora.
Veamos este breve párrafo donde expone el núcleo central de su tesis:
"Si en todos los países y en todos los tiempos —aún en estos modernísimos en que tanto nos ufanamos de haber conquistado para la razón humana una vasta porción del terreno en que antes imperaban en absoluto los instintos— se ha comprobado que por encima de cuantos mecanismos institucionales se hallan hoy establecidos, existe siempre, como una necesidad fatal «el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor, de mano dura, que por las vías de hecho inspira el temor y que por el temor mantiene la paz» (1), es evidente que en casi todas estas naciones de Hispano América, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior."
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