sábado, 21 de mayo de 2016

¿Estamos en Guerra?

Asdrúbal Romero M. 



Por estos días leo de nuevo a Juan Carlos Méndez Guédez. La que creo es su última novela: “Y Recuerda Que Te Espero”. En la página 38 leo un pensamiento que es el condensado de una sensación que experimenta su personaje principal: “A lo mejor hubo aquí una guerra que nadie ha visto, que está siendo y nadie nombra”. Lleva días hospedado en mi cerebro y, por lo visto, se niega a abandonarlo.

Fermín, así se llama, es un venezolano que muy poco ha vivido en Venezuela. Conserva entre sus pertenencias una foto de su infancia tomada en Barquisimeto. No recuerda si fue su padre, un diplomático de carrera, quien se la tomó. Su vida atraviesa un momento crucial, quizás de desengaño, uno de esos momentos en los que sientes un inexplicable llamado a reencontrarte con tus orígenes. Ya casi sepultados en el fondo de su memoria inconsciente. Emprende su viaje desde New York, entra por Maiquetía y así comenzamos a acompañarle en su sutil descripción del país con el que se encuentra.

Pero su voz narradora la dictan unos ojos normales, como los de cualquier ciudadano de un mundo del que los venezolanos nos hemos distanciado a rauda velocidad. Unos ojos externos, no acostumbrados a percibir como normal una chocante realidad esculpida a lo largo de un proceso que lleva más de dos décadas. A la que ya nos hemos habituados. Por eso su visión es como la de Superman: tiene el poder de ver lo que ya dejamos de ver. Preocupados, como todos andamos, por los nuevos desafíos que nos deparará una realidad que no se detiene en la degradación de nuestras vidas. Todo lo contrario: avanza inclemente con una rapidez que supera al asombro de la inmensa mayoría.

De esta reflexión surge el poderoso impacto sobre mi conciencia del  pensamiento casi profético de Fermín- Juan Carlos. ¿Será que nos encontramos en medio de una guerra de la cual no hemos tomado conciencia ni cuándo ni cómo comenzó? ¿Cuándo mutó de “Revolución” a Guerra?

Debo suponer, en atención a los tiempos asociados a la gestación y publicación de una novela, que la realidad detectable en el tiempo de aquel imaginario viaje de su alter ego distaba un mundo de lo mal que estamos ahora.  Aun así, en su cerebro se disparó la neurona responsable del reconocimiento de un patrón con un tenebroso poder prospectivo. Cuando un taxista le lleva a recorrer por la noche los alrededores del Parque Ayacucho, en su extraña intención de rememorar una fantasmagórica leyenda urbana, Fermín comienza a recordar su paseo, años atrás, por el Argel de Camus casi destruido. Es cuando se produce la asociación. Oxidadas conexiones neuronales, soldadas al calor de ese conocimiento vivencial que nunca se olvida, operan para producirla de manera casi inconsciente. Como si fuese una pompa de jabón, el pensamiento invocado por una “sensación tenuemente parecida” sube desde la profundidad a su nivel de conciencia. No encuentra a la dama fantasma, sólo ese terrible pensamiento sobre una guerra que está siendo y nadie nombra. Es el invalorable aporte de unos ojos externos cargados de cultura.

No se trata de presentar el análisis crítico de una novela, ni de hacerle propaganda aunque mucho se la merezca. Sino de destacar el impacto de la interrogante que me suscita su poderoso pensamiento. Me ha aportado una perspectiva distinta sobre cómo gestionar en mi mente este conflicto. Ahora, cuando el fantasma del hambre comienza a tocar, amenazadoramente, la puerta de hogares que, otrora, se consideraron de clase media –imaginemos lo que debe estar ocurriendo en estratos más desprotegidos-, reitero la pregunta, ya con escaso valor prospectivo comparado con el que ha quedado plasmado en la novela: ¿No será que estamos inmersos en una guerra que nadie quiere reconocer por su nombre?

Es una pregunta para ser respondida desde la soledad de cada cual. Piense en su calidad de vida, cuando todo esto comenzó –si no puede determinar con precisión su inicio, escoja una fecha de su preferencia-. Piense en el potencial que tenía para hacer planes sobre su futuro y el de sus hijos. ¿Cuánto le queda de todo aquello? Si alguna persona, o un grupo de personas, le hubiese infligido una pérdida tan grande, como la que usted, seguramente, ha valorado: ¿No se sentiría agredido? ¿No se habría declarado en un estado de conflicto directo con esa o esas personas? ¿Habría sido un exabrupto reconocer que le habían declarado la guerra?

La agresión ha sido y está siendo incuantificable e injustificable.  Nos tomará muchos años recuperarnos del daño que nos han ocasionado. Y este no se detiene. Continúa. Pueden hacer una proyección sobre lo que nos viene en el corto plazo, ¡así salgamos de este gobierno ya! No vienen barcos cargados con comida. Ni medicamentos. Los industriales, ganaderos y agricultores lo dicen a viva voz: no podemos producir sin materia prima. Ni insumos. Ni equipos. Ni repuestos.  El Presidente lo dice, casi con orgullo, como si fuese nuestra culpa: dólares no hay. Cuando la hambruna se extienda, están preparados para decirnos que ellos nos lo advirtieron. Que es nuestra culpa que nos muramos de hambre por no haber sembrado unas cuantas maticas de cilantro en algún rincón de nuestras viviendas.


Para mí no hay duda. Debo reconocer que me han conducido hacia un estado de guerra, aunque no disponga de armas: sólo palabras. Me importa un comino que unos tipejos irresponsables, desvergonzados, me hagan parte de una conspiración golpista. Están plenamente conscientes del perjuicio que han causado y no quieren pagar por ello. Continúan causándolo. Saben de los setenta saqueos por mes este año. Del estallido social en pleno desarrollo. De los niños y neonatos que mueren diariamente en los hospitales. Si tuvieran aunque fuese un ápice de vergüenza, renunciarían.  

Pero no, han decidido atrincherarse en el poder. Y escudarse detrás de una narrativa política golpista, que ya no tiene ningún sentido. En el exterior lo saben. Las circunstancias son demasiado extremas. Ya lo que está en juego es la vida misma, la subsistencia. Quisiera, en consecuencia, que a nuestros representantes de la oposición también les importara un comino la fulana acusación de golpismo, con la que, lo poco que queda de Régimen, desea enmarcar el cuadrilátero político. ¡A vaina tan descaradamente fofa! Quiero líderes para la guerra, que asuman, sin tapujos, que de este gobierno hay que  salir ya. ¡Que ya: es tarde! Las razones abundan y son demasiado contundentes.

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