Nelson Acosta Espinoza
En horas de la tarde dictamos el taller "emocionar para convencer". Fue solicitado por el colectivo Velvet, en Caracas. Extraño nombre para un grupo de jóvenes que se inician en la actividad política. Julia, amable e inteligente como siempre, me explicó que este nombre evocaba dos significados. Por un lado, la revolución del terciopelo que dio al traste con el régimen comunista en la antigua Checoslovaquia; y, por el otro, al grupo de música rock que liderizó Luo Reed, recientemente fallecido. Pareciera que la propuesta política de este colectivo encaja en una lógica post moderna: rebeldía ciudadana y rock urbano; pacifismo y culto a la libertad; rebelión cultural y activismo político. Ahora entiendo su gusto por esa extraordinaria canción, de finales de la década de los setenta, Take a walk on the wild side, (Caminando por el lado salvaje).
A lo largo de las tres horas que duró el taller se inició una interesante discusión en relación al papel que debiera jugar la cultura en el desarrollo de una propuesta política alternativa. La mayoría de las intervenciones expresaban una cierta inconformidad con la forma como la oposición lleva a cabo su activismo político. Los miembros de este colectivo señalaban, por ejemplo, que sin rebelión cultural no puede haber un proyecto alternativo. La elaboración de inéditas propuestas de vida debería marcar la diferencia en la apuesta discursiva que fomenta esta parcialidad política que adversa a la oficialista. Julia apuntaba que la oposición desarrolla su política al interior de un marco cultural convencional. No ejerce la differenza en este ámbito de la vida colectiva.
Desde luego, estas intervenciones sirvieron para alimentar el taller y visualizar el papel que juegan las pasiones en la actividad pública. Sobre este tema apuntamos que la teoría y la práctica política tradicionalmente las han excluido de sus diseños estratégicos. Esta ausencia, en un cierto sentido, explicaría el valor exagerado que se le atribuye a la búsqueda de los consensos y la supresión del conflicto como dimensión constitutiva de esta actividad. Igualmente, han desatendido los procesos de construcción y movilización antagónicas de identidades colectivas. La consecuencia más inmediata de esta visión ha sido el desplazamiento de la política por la gestión pública. Asunto éste que se puede palpar en la atmósfera racionalista que envuelve las próximas elecciones municipales.
Varias interrogantes se formularon a lo largo de la tarde. Por ejemplo, ¿dónde ubicar esas emociones? ¿Cómo construir y movilizar las identidades colectivas? Desde una perspectiva antropológica, la repuesta a esta primera interrogante hay que ubicarla en la dimensión popular de la cultura. Este ámbito de la vida colectiva proporciona las creencias (la religiosidad popular, por ejemplo) a partir de las cuales son modeladas las emociones. Su relevancia para la política es inmediata. Un relato que transmita estas creencias populares emociona y, en consecuencia, convence. De ahí el título del taller: “emocionar para convencer”. La segunda incógnita se resuelva mediante el énfasis en las identidades regionales y su procesamiento en el marco de un discurso federal. Recordemos que el centralismo asfixia a las regiones tanto en el plano simbólico como en el material y este estrangulamiento constituye la base para la construcción de un relato que procese este antagonismo cultural y político.
Tengo el convencimiento que el taller fue útil para estos jóvenes. Lo substancial, así lo sostuvo la joven activista Julia, es que les proporcionó una alternativa a futuro.
Quizás habría que explorar, en sentido metafórico, la vía que ofrece el título de la canción de Lou Reed "Take a walk on the wild side"
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