sábado, 9 de noviembre de 2013

Crónica de Canarias: un paseo en bicicleta

El auditorium de Tenerife, obra del arquitecto español Santiago Calatrava

Miguel A. Megias

Una de las primeras cosas que he hecho al llegar a Canarias ha sido desempolvar mi bicicleta para salir a la calle a dar un paseo. Inflar los neumáticos, ponerme ropa deportiva, guantes, casco: todo listo. Y a pedalear...

Mi destino suele ser la playa de Las Teresitas, situada a unos 14 Km. Después de una bajada pronunciada (Santa Cruz es una ciudad muy inclinada), llego a mi punto favorito de inicio: el magnífico auditorio, diseñado por el gran arquitecto Santiago Calatrava, donde suenan los conciertos de música clásica, que hasta Dudamel, el gran director venezolano, ha dirigido aquí. Frente al mar, los barcos llegan y salen, en un mar azul, muy azul, con pocas olas. El paseo discurre a partir de aquí a lo largo del litoral: primero frente a los muelles donde atracan los grandes cruceros que frecuentan la isla, procedentes de toda Europa y América; y después frente a los ferries que unen todas las islas.

Ferries y grandes cruceros llegan a los muelles de Santa Cruz


Continuo el paseo siguiendo el bici-carril, bien señalizado, con luces de cruce para peatones y bicicletas, en todos los semáforos. ¡Y hay que ver como los respetan los autos! Es que da gusto ver como se paran, pasa el peatón y siguen su marcha. Hay una cultura de gran respeto por peatones y bicicletas. Los rayados (cruces de cebra, los llaman aquí) son territorio para el paseante; los autos, automáticamente, se paran hasta que todos pasamos. ¡Que respeto, Dios mío! Me acuerdo, en uno de esos cruces, las veces que he estado a punto de ser atropellado en Velencia y me da un poco de envidia. ¿Porqué aquí si respetan y en Venezuela no? ¿Cuestión de educación? ¿De vigilancia policial? No lo se, pero veo muy pocos policias a mi alrededor Creo que este país funciona basado en la educación y el respeto. Tal vez, en Venezuela, un buen programa de educación ciudadana (no botes papeles, deja pasar al peatón, etc.) haría que nuestros hábitos cambiaran. ¡Ojalá alguien se ocupe de educar a los ciudadanos!

Me detengo unos minutos frente a una obra que recuerda la hazaña de cruzar el atlántico en una pequeña balsa (la expedición Atlantis, protagonizada por cinco argentinos, en 1984, para probar que se podía viajar a América mucho antes que Colón) con la leyenda: "que el hombre sepa que el hombre puede".

Homenaje al Atlantis, cuando 5 argentinos cruzaron el Atlántico en una balsa.
La leyenda: "Que el hombre sepa que el hombre puede."


Mientras reflexiono, paso frente a grandes depósitos de materiales, tanques de almacenamiento de combustibles, lugares que no son exactamente poéticos ni bellos, a veces un tanto destruidos, pero siempre, en la ciclovía seguimos rodeados de flores y matas a lo largo de todo el carril. En el último tramo, uno tras otro, pasamos a decenas de pequeños dragos (el árbol típico de Canarias) y finalmente, en la última curva aparece el pueblito de San Andrés, como colgando de la montaña, como un nacimiento de los que solíamos hacer de pequeños, con sus casitas blancas, amarillas, azules y sus tejados rojos, visibles desde muy lejos. Y la bahía, que se abre a la playa, un semicírculo que entra en la tierra como si quisiera morderla, con su arena blanca, blanca, como ninguna otra en estas islas.

Playa de Las Teresitas, Tenerife. El pueblo de San Andrés, al fondo


Y es que esta playa es muy especial. Fue creada artificialmente, con arena traída de Africa. Imaginen, amigos lectores, cientos de miles de metros cúbicos de arena metro a metro, desde la costas de Marruecos, a unos 300 Km de distancia. ¡Día tras día y año tras año, arena en grandes barcazas para poder construir una playa! Pues así se hizo este lugar que yo tanto aprecio, Las Teresitas. Llego, empujo la bicicleta hasta la primera palmera (que es canaria, datilera, no como los cocoteros venezolanos) y ojeo un mar muy azul , montañas muy altas que nos rodean y al fondo, muy lejos, el Teide altivo que nos observa sin inmutarse, sereno y lejano, siempre vigilante, siempre ahí, con una presencia que no estorba pero que a la vez no puede dejar de sentirse. ¡El Teide gigante, motivo de tantos  poemas y canciones!

Entre los playeros ojeo a unas alemanas (¿?) tomado el sol en “semicueros”; y nadie parece tomarlas muy en cuenta, tal vez las miran con el rabillo del ojo... Se ve que ya las tetas al aire son muy vistas y para nada llaman la atención. Y en la playa, como en todas las playas del mundo, los niños jugando, los adolescentes con su pelota de fútbol, algunos señores mayores con raquetas, la mayoría tumbados, tomando el sol, soñando quien sabe con que o con quien. Ingleses, alemanos, peninsulares, canarios...

Y yo, admirado de todo esto, meto el pié en un agua fría, fría, que casi me quema. Poco a poco el cuerpo se va acostumbrando; primero hasta los tobillos, después hasta las rodillas, hasta la cintura y,... ¡al agua, joder, que aunque está fría no es para tanto! Un buen chapuzón, me siento más vivo que nunca y al rato, cuando el frío me aprieta, “p'afuera”.

El regreso, después de un descanso tomando el sol, sin inconvenientes. Una “cañita” (cerveza) por el camino, para agarrar fuerzas y la llegada a casa, cansado pero contento. El odómetro marca 25,10 Km. Buen recorrido.

¿Será esto lo que llaman felicidad? Creo que si. Y lo que si me entristece un tanto es recordar a nuestra querida Venezuela donde tantas cosas eran posibles. Pero que hoy, por la inseguridad, por las hordas que a veces irrumpen en las playas con sus equipos de sonido a todo volumen, botando papeles y desechos en cualquier parte, gritando y molestando a quienes, como yo, solo necesitan un metro cuadrado de paz, unos rayos de sol y sin otra música que el rumor eterno, contínuo y siempre diferente de las olas del mar, para ser feliz. ¡Bellos tiempos, aquellos en Cuyagua, cuando había paz y seguridad!

Yo conocí aquella Venezuela respetuosa, antigüa si ustedes quieren, poco poblada donde se podía hacer camping en cualquier lugar, donde los cocoteros nos hacían posible “guindar el chinchorro” (colgar la hamaca) y dormir la siesta en paz; donde los amables pescadores te vendían el pescado recién sacado de la mar por unos pocos bolívares, que para ellos eran suficientes; donde todos parecíamos convivir. Cuando también en Venezuela, como aquí, éramos felices, pero no nos dábamos cuenta. Yo, que conocí todo esto, ahora, desde esta playa artificial de Tenerife, añoro la Venezuela que un día fue, su sol magnífico, sus brisas, sus olores, la esencia de ese trópico indescriptible, inasible, pero que existe aún..

Terminaré con la frase de resignación a la que muchos en Venezuela se han habituado, pero que yo resiento y resisto: “es lo que hay...”

A continuación un album de fotos del paseo



Get the flash player here: http://www.adobe.com/flashplayer

No hay comentarios: