Miguel A. Megias Ascanio
Un reciente artículo de un catedrático español, Roberto Centeno, comenta la "carta" (para leerla, haga click aquí) dirigida nada menos que a Angela Merkel, canciller de la República Federal de Alemania, y a otros altos funcionarios europeos, donde propone que se "eliminen las autonomías, causa de todos los males de España". Contestan varios intelectuales, pero la respuesta más destacada es la del economista Tomás Iglesias, en un artículo titulado "Una acojonante carta de Roberto Centeno." El señor Centeno, un centralista enemigo de las autonomías, hubiera podido ahorrarse sus comentarios. De ahí, la importancia de debatir el tema: centralismo, autonomías e independencia.
Nuevamente, el tablero político está agitado -y confuso. A medida que la crisis por la que atraviesa España va avanzando -nunca retrocediendo- los ánimos se dislocan, las impaciencias se alteran y los pueblos entran en un estado de -diríamos- ebullición. Nos referimos a las recientes manifestaciones en Cataluña.
Un conjunto de catalanes pretenden forzar la historia y obtener, a toda costa, su independencia como un nuevo estado de la Unión Europea. No les basta el conjunto amplio de libertades obtenidas a raíz del régimen autonómico vigente. Según palabras del presidente de la Generalitat (el gobierno catalán), Artur Mas, "...España está cansada de Cataluña y Cataluña está cansada de España." En un acto de magia, y con la intención de obtener aún más autonomía, Artur Mas se juega una carta peligrosa.
Según declaraciones recogidas en el diario El País, ni los catalanes, en su mayoría, ni el resto de los españoles, piensan que esas declaraciones sean acertadas. De hecho, me incluyo entre los que admiramos el espíritu emprendedor, el trabajo serio, responsable y el firme deseo de afirmar sus rasgos nacionales de los catalanes. Lo que hay detrás de la recientes manifestaciones independentistas, según nuestro parecer, es un deseo ancestral de ser nación y estar a la par con otras naciones europeas. Pero más al fondo aún, lo que hay es una exigencia para que el resto de los españoles "los trate con mayor afecto y comprensión". O tal vez, pidiendo mucho, (independencia) que se les conceda el anhelado "pacto fiscal". Es decir, la cualidad de decidir sobre los impuestos y el destino de los mismos, rasgos estos que definen sin lugar a duda la "autonomía" de una estado.
La lucha entre el poder central y el poder local no es nada nuevo, ni está circunscrito a España. En Venezuela, lugar donde vivo desde hace muchos años, también ha habido -y sigue habiendo- deseos de independencia, de autonomía, de ser reconocidos por "el otro" con rasgos culturales y características propias, desde hace muchos años. Durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez se puso en marcha, por vez primera, la elección de gobernadores, alcaldes y concejales, lo que constituyó un primer gran logro hacia el deseo popular de tener un gobierno cercano a quien acudir que no sea en esa lejana Caracas, sede de todos los poderes.
El actual gobierno puso en reversa, parcialmente, los logros de la descentralización, retomando la riendas de todo cuanto significó una autonomía, por insuficiente que esta fuera. Es así como vemos hoy, 14 años después de emprendida esta operación, carreteras y puentes arruinados, sistemas de salud vergonzosos, una educación guiada desde Miraflores (la sede del gobierno) y, por último, tal vez lo más importante: un sistema de seguridad que lejos de acabar con el hampa, arroja cifras difíciles de digerir. Todo ello, en parte, debido a la ambición centralista. Tenemos así el espectáculo de unas cárceles donde los que mandan son los presos (cuyos cabecillas ahora reciben el curioso nombre de "pranes") y no las autoridades. Parte de ese problema está en no descentralizarlas, tal como lo ordena la Constitución.
Autonomía no quiere decir independencia. Lo que se pretende, y es lo que este Observatorio propicia, es acercar los poderes al ciudadano. Hacer efectiva la prédica del artículo 4 de la Constitución: "...Venezuela es un estado federal descentralizado..." Pero nunca se ha pedido ni sugerido, en ningún momento, ni bajo ninguna circunstancia, lo que solicitan a gritos algunos catalanes: la independencia. Por cierto, que el nombre oficial de Venezuela fue cambiado, en 1864, a "Estados Unidos de Venezuela" para posteriormente, en 1953, convertirse en "República de Venezuela" (y hoy, en virtud de los cambios promovidos por Chávez, en "República Bolivariana de Venezuela").
Desde luego, no sabemos que sucederá con el sistema autonómico español. Sin embargo, creemos que, por más que en esta coyuntura haya suficiente descontento como para animarse a gritar "independencia", a la larga el sistema autonómico español pasará esta dificil prueba, se perfeccionará y continuará siendo lo que ha sido hasta ahora: la mejor forma de acercar el gobierno a los pueblos.
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