Nelson Acosta Espinoza
Se avecina la puesta en escena más importante de la actividad política del país. Me refiero a la inmediata celebración de las elecciones presidenciales. Es probable que algunos de los lectores se pregunten porque utilizo una expresión extraída del mundo del teatro para describir esta actividad. Es factible que se interprete, por ejemplo, que el uso de este vocabulario implique tener una visión despreciativa sobre el tema; o perciban un tono irónico oculto detrás de este término. En lo más mínimo. Esta aproximación al fenómeno electoral no responde, bajo ningún concepto, a perversión lingüística alguna. Obedece, si, al enfoque a través del cual la antropología asume el fenómeno del poder. Esta disciplina aborda lo político desde la perspectiva de su gramática, expresiones y puesta en escena. En consecuencia política y teatralidad, desde esta visión teórica, van juntas de las manos.
Vamos a extraer de la “caja de herramientas” de la ciencias antropológica un concepto que es útil para interpretar la teatralidad de la política. Me refiero a la noción de rito. Los de consenso, por ejemplo, son ceremonias repetidas invariablemente que celebran mitos fundacionales. Su objetivo es construir y mantener la legitimidad del poder. Por esta razón apelan a la nación, su historia y a un sistema de valores patrióticos comunes a la población. El discurso político chavista ha hecho uso de estos ritos de consenso; en esta lógica se inscribe las modificaciones llevadas a cabo a los símbolos patrios (bandera, escudo, imagen de Bolívar, etc.) y la construcción de una nueva narrativa de nuestra historia. Con esta operación se ha buscado producir la aceptación colectiva del poder establecido y su encarnación en el líder de la revolución.
La oposición, por su parte, ha hecho uso limitado de este recurso. No ha reivindicado los símbolos fundacionales de la democracia política y de sus valores civiles. Su narrativa no se ha asociado a los personajes míticos e históricos que construyeron la epopeya democrática. No han utilizado estos ritos civiles de consenso. Su recreación hubiese facilitado, por un lado, la neutralización del discurso militarista que ha desplegado el oficialismo y, por el otro, la celebración de los mitos que otorgan sentido a nuestra civilidad democrática. Al parecer han obviado un dato primordial: una porción significativa de la votación chavista fue constituida como electores en el marco de la ritualidad y simbología democrática.
Por otra parte, existen los ritos de disenso. Estos son territorializados, combinan palabras y símbolos no verbales. Su escenificación típica son las marchas y los mítines. A diferencia del anterior, este ritual enarbola los emblemas del antagonismo: se denuncia y se interpela al opositor. Implican una demostración de fuerza. En la campaña de Henrique Capriles este ritual ha sido el más enfatizado. Su “casa por casa y pueblo por pueblo” ha “invadido” el territorio chavista; su puesta en escena y dramaturgia expresan la firme voluntad de hacer frente y derrotar al candidato presidente. En este sentido, Henrique Capriles ha acentuado el ritual de confrontación sobre el de consenso.
En fin, esta fue una breve descripción de algunos de los conceptos que la ciencia antropológica utiliza para describir el escenario político. Desde luego, esta dramaturgia posee en la actualidad instrumentos poderosos: los medios de masas, la propaganda, los sondeos de opinión, la neuro política, etc. A través de ello se producen las apariencias y se liga el destino electoral de estos candidatos a la calidad de su imagen pública. En pocas palabras, construyen las trampas del pensamiento y la dramaturgia de las ilusiones.
¿Cuál de ellas será capaz de seducir a los electores el 7 de octubre?
1 comentario:
Coincido plenamente con el autor, de eso mismo trata mis artículos
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/8700230.asp
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