sábado, 14 de octubre de 2017

Miguel Angel Megias

 

Luis Garcia
A veces el dolor que produce la pérdida de alguien tiene componentes circunstanciales, fortuitos que hacen peor el pesar, ese insoportable dolor y pueden hasta despertar un cierto sentimiento de culpa, porque pareciera asomarse alguna intención. Me dijeron de la muerte de Miguel Megías teniendo como fuente a alguien que no es del mundo académico, pensé, tal vez como iluso herido, que no era cierto. Además yo lo hacía en España, y no entendí como podía dar esa noticia, acompañada del silencio del mundo académico, esa fuente. Ya estaba herido por otra noticia, esta sí indudable, sin posibilidad alguna de ilusión de error, porque la daba el hermano del involucrado: había leído la nota en la que Nelson Acosta anunciaba la muerte de Rafael Acosta, a quien me uní muy estrechamente durante mucho tiempo, hasta involucrar a su padre en su relación conmigo. La noticia me hizo, a pesar de ser muy poco asiduo a esto de las redes sociales, a escribir una de verdad muy breve pero muy sentida nota sobre Rafael. Siento pesar, dolor, mucho dolor, culpa propia y hasta ajena en este caso de Miguel. Por eso me voy a extender.

Conocí a Miguel en un callejón de un espacio que había en la avenida Bolívar, un día que regresábamos a Valencia del IVIC junto con mis más estrechos amigos: Roel Sánchez y el Musiu Lazdins, a hacer lo que nos gustaba: inventar (todavía nos gusta -creo hablar por los tres-), porque un poeta loco, muy loco: el poeta Alcides, nos invitó a conocer a un Profesor de Ingeniería que inventaba cosas como las que a nosotros nos gustaba inventar. En ese callejón había una fiesta hippie en la que Miguel estaba probando un sistema de control de luces que funcionaba a partir de la música que se interpretaba. Además acababa de producir, dirigir y filmar, si no me equivoco con Nelson Arrieti, "Estallido", con aquella escena en que al poeta Alcides le explotaba una bomba en la boca inmensamente abierta con la que acostumbraba "El Conde Blue" (Alcides), igual que Miguel y Arrieti, decir y hacer todo lo que decían y hacían por la libertad; era un homenaje a lo que había ocurrido en Venezuela, en el mundo universitario con "La renovación", proceso que se incubó por varios años desde la Facultad de Ciencias y Letras y Filosofía de la Central. Yo había oído hablar de "La Renovación" en el IVIC, por mis compañeros estudiantes de Ciencias de la Central, bastante antes de oír de Daniel Cohn-Bendit o de Alain Krivine.

Después estuve muy cerca de Miguel, cuando la Apuc se convirtió en mecanismo de facilitación para que los profesores adquirieran lo último que había en PCs, de las que no puedo recordar su nombre probablemente por la asociación tan estrecha que en mi mente tienen esas computadoras y el amigo hoy ido (seguramente Asdrúbal Romero si las recuerda). Miguel organizó cursos para los profesores en la APUC y allí me enseño a manejar Ventura; el amor compartido por la precisión matemática nos cautivó y creo que somos (éramos, me he quedado solo) los únicos que con todos los avances en autoedición seguimos fieles a Ventura. Igual compartíamos conversaciones entre nosotros o con otros sobre los avances tecnológicos, cuando conversaba con Danilo Tasoni en el Ymica sobre los Gophers y hacia donde iba todo eso, o con Aldo Bianchi y Asdrúbal y el IEEE. Después igual nos acercamos cuando mi maestro Efraín Inaudi Bolívar (quien había sido mi instructor de Obstetricia 1 antes de irse a Uruguay a hacer esa cosa rara para nosotros en 1967 que era la Perinatología, y Alberto Sosa y sus colaboradores, intentaron colocar a la Universidad de Carabobo en la vanguardia mundial al integrar equipos trasdisciplinarios para resolver problemas que instituciones de punta a nivel mundial todavía no habían podido resolver: la muerte súbita del recién nacido. Le perdí la pista un tiempo a Miguel; sabía más de sus hijos a medida que crecían y de la madre de ellos, Dafny Giannitsopulos, poeta amiga. Lo reencontré cuando Miguel, una vez más, dio muestra de su disposición a hacer posible proyectos de otros como si fueran suyos: contribuyendo con la publicación de los jubilados y luego con el Observatorio Venezolano de las Autonomías en el que, una vez más, Miguel hace mucho más de lo que seguramente le pidieron, porque, si era posible, Miguel lo intentaba. Nos hablábamos con frecuencia, la última vez fue cuando por razones de salud de uno de mis hijos en 2016 anduve por Alemania y el estaba ya en España, me invitó a que nos encontrásemos en Valencia, España, para analizar bien lo de los Bitcoins y ver cómo podíamos hacer algo con eso. No pudimos hacerlo.

Miguel como me duele no haberme despedido de tí, seguramente habríamos hablado del hippismo, de "Estallido", de Alcides, del Taxímetro, del Monitor Fetal, de cómo impedir la muerte súbita durante el sueño de bebés recién nacidos, de como la APUC había logrado que muchos profesores pudiéramos adquirir nuestras primeras 286 y 386, y hacer tanta Academia con ellas, de como una pequeña empresa en Valencia podía colocarnos a la vanguardia ensamblando computadoras y facilitando el acceso a las PC, de como ya no se imprimía a 300 sino a 600 dpi y ahora a 4.600, de cómo Ventura "1", o "1,1", o "1,2" o "2" hacía avanzar el diseño gráfico, y ahora cuesta decidir que aplicación utilizar por su poder, de como un pequeño centro comercial podía publicar un periódico y así hacer conocer sus ofertas, lo que ahora se hace con las redes; y de tantas cosas más Miguel.

No entiendo porque me enteré tan mal de tu muerte, me culpo de no haberlo creído, me culpo de no saber que estabas en Venezuela, y no sé si culpar por no haber sentido el eco de la manifestación de dolor hasta hacer saltar el silencio, de una Universidad a la que le diste tanto y en la que le distes a tantos.

No hay comentarios: