Asdrúbal Romero M.
Si alguna cosa he aprendido yo de esta crisis sistémica, es que a la
mayoría de las personas se les dificulta el poder visualizarla y proyectarla en
sus múltiples manifestaciones. Realmente me sorprende que a la gente le sigan
tomando por sorpresa, los ramalazos de una crisis líquida que tiene la
capacidad de ir permeando todos los tejidos de nuestra trama vivencial. Ya ni
siquiera podemos darnos el lujo de suponer que alguna faceta ordinaria de
nuestro habitual modo de vivir podrá continuar imperturbable. Todo se afectará
negativamente.
Me voy a referir a un tema que en estos últimos días está levantando mucho
revuelo. En una red social, escribe un colega ingeniero, con catorce años de
servicio docente en la UC: “gano (sin considerar los
descuentos) 44.460 Bs. El colegio de mis hijos me cuesta (dos mensualidades:
26500+28700) 55.200 Bs”. Un profesor universitario que ya no puede sufragar la
educación privada de sus dos menores hijos. Lo que antes se daba por descontado,
que un profesional a su nivel disfrutaría de una “normal” solvencia económica
como para acomodar, sin mayor trauma, en su presupuesto un renglón ordinario de
gasto familiar como ese, dejó de ser cierto. La crisis ha hecho trizas el
relato del progreso en nuestro país. Mi colega no podrá garantizarles a sus
hijos la calidad de educación que él recibió.
La educación
privada a niveles no universitarios se hace inaccesible para densos sectores de
la población. Estima la seccional Caracas de la Asociación Nacional de
Institutos de Educación Privada (ANDIEP) que, en el nuevo año escolar, “unos
100 mil estudiantes serán migrados de la educación privada a la pública, debido
a la imposibilidad de los grupos familiares de cubrir los nuevos costos”. Migrarán,
por cierto, a una educación pública que está en el suelo.
¿Cuál será el
impacto de esta nueva realidad económica sobre los colegios privados? ¿Cuántos
cerrarán? Sobrevivirán los colegios élite, en los cuales se concentrará la
demanda de los padres en capacidad de soportar incrementos matriculares en el
orden de las varias centenas porcentuales. No olvidemos que existe otra
Venezuela, como bien lo describe un reportaje de Juan Paullier, BBC Mundo, “La otra cara de la
crisis: así la vive la clase alta en Venezuela” en http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-36680377 .
El hecho de que el costo matricular sea de la
competencia exclusiva de las asambleas de representantes, es lo que va a
permitir la sobrevivencia de un núcleo élite de instituciones, en los que se
garantice un nivel de calidad educativa acorde con estándares de competitividad
internacional (al menos en el corto plazo). Aunque se produzcan algunos abusos
de parte de sus respectivas administraciones -en algunos colegios los habrá-,
los padres preferirán tragar grueso y flexibilizar su posición ante los
progresivos incrementos matriculares que se les propondrán, en aras de hacerse
a la idea de que siguen contratando una educación de calidad para sus hijos.
Aunque uno deba alegrarse de la permanencia en el país de un reducto de calidad
en la educación, existe un gran pero: este sólo será accesible para los
estratos sociales con muy alto poder adquisitivo. Otra gran paradoja que va
dejando la “Revolución Bonita”.
Es previsible
que en instituciones de inferior costo: los conflictos a nivel de las asambleas de representantes se
multiplicarán, así como las posibilidades de denuncias antes los entes públicos
habilitados para actuar, en caso de la inexistencia de acuerdos concertados
sobre el costo matricular. De tales situaciones conflictivas se derivarán
secuelas donde la calidad de la educación será sacrificada.
En el caso de la
educación privada universitaria la situación es bien distinta. El Ejecutivo ha
venido aplicando, ya por varios años, una férrea política de regulación de los incrementos
anuales máximos admisibles del costo de la matrícula. Ha prevalecido en esta
política, la misma insinceridad aplicada a las otras áreas del quehacer
económico en el país: mantener, insensatamente, una ficción de costos
matriculares bajos que han ido creciendo a un ritmo muy inferior al
inflacionario. Sólo así se explica que en esta Venezuela, ya casi post
revolucionaria, el costo de estudiar una carrera de Ingeniería en una
universidad privada, sea bastante inferior a lo que un padre debe pagar por un
alumno de cuarto grado de primaria en alguna de estas instituciones élite a las
que hemos hecho referencia.
Las instituciones,
como me lo confesaba un vicerrector administrativo de una importante
universidad privada radicada en el centro del país, están confrontando severas
dificultades para mantener flujos de caja autofinanciados a duras penas positivos,
habida cuenta del explosivo incremento de los gastos operativos y de
mantenimiento de las infraestructuras. Los sueldos del personal están rezagados
con respecto a los del sector universitario público que ya, de por sí, están lo
suficientemente empobrecidos como lo refleja la anécdota del colega.
Si la educación
universitaria privada no se ha deteriorado aún más, muy posiblemente se deba al
efecto de un activo intangible acumulado que tiende a agotarse. Me refiero a la
incidencia, muy positiva, de las ejecutorias de una gran cantidad de docentes
jubilados de las universidades públicas, que decidieron prolongar sus carreras
universitarias haciendo vida académica en el sector privado. Ya van quedando
pocos. Como ocurre en otras áreas, la calidad se ha estado, medianamente,
sosteniendo a expensas de un patrimonio acumulado que tiende a extinguirse. El
futuro ahora se ve negro, como también en las universidades públicas que han
sido inviabilizadas.
A diferencia de
la educación no universitaria, donde algún reducto de calidad podrá mantenerse
ya sabemos a qué precio, en el ámbito universitario las opciones de calidad
tenderán a reducirse a un conjunto casi nulo. ¡Muy mala noticia para los
padres! ¡Y para los jóvenes! No sé cuántas veces habré leído esta afirmación de
reputados autores: se obtiene la calidad de educación que se paga. En este
país, la pagamos muy mal a nivel universitario, tanto por la vía pública, el
Estado, como por la vía privada. Y en el caso de la educación no universitaria,
los que podían hacerlo venían guapeando a nivel privado, pero el
empobrecimiento radical de estos tres últimos años ha incidido para que se haya
reducido a una élite los que pueden pagar lo que amerita una educación de
calidad.
La crisis lo va
carcomiendo todo. El carácter prioritario de los temas alimentario y de salud,
así como el de la inseguridad, deja poco espacio para otros temas en los que la
crisis también va penetrando con su ubicua pintura de deterioro. El escándalo
que se ha suscitado, con el inicio del lapso vacacional, en referencia a los
abominables costos del próximo período escolar en materia educativa –no sólo es
matrícula e inscripción, sino también libros, uniformes, etc.-, me ha motivado
a escribir sobre esta otra vertiente de la crisis. La Educación también es su
víctima y, con ella, las posibilidades de progreso de nuestros hijos.
La clase media
ha sido, en la historia de la humanidad, responsable de grandes cambios políticos.
Debe tomar consciencia y asumir su rol; dejar de esperar pacientemente a que se
cumpla el mito de cuando los cerros bajen; organizarse para la movilización
pacífica pero firme. Luchar por el cambio es nuestro deber, no sólo del
liderazgo político. La crisis no se va a detener. Va a continuar golpeándonos.
Diera la impresión que algunos no han hecho, todavía, el ejercicio de
imaginarse el poderoso y diverso radio de acción de su poder destructivo.
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