Octavio Acosta Martínez
Guardo varios recuerdos de las recetas que manejábamos durante nuestra militancia en el Partido Comunista en los primeros años de estudiante universitario, y en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), ya como profesional de la ingeniería. Si bien hoy las veo obsoletas, simples, desgastadas, en su tiempo ellas constituyeron nuestro norte y obraron como especie de normativa para justificar el accionar revolucionario de entonces. Pero esto que me parece viejo y desgastado no lo es en realidad para los nuevos movimientos políticos de izquierda que hoy descubren la lucha de clases, las maldades del capitalismo y la utopía socialista. Dentro de estos conceptos veo como en la llamada revolución bolivariana que desde la cima del poder se trata de imponer a todo un país, emerge aquella vieja dicotomía que se planteaba entre los conceptos de democracia burguesa y democracia revolucionaria, aunque llamadas con diferentes apelativos. En medio de la confusión y el desamparo que nos consume, estos conceptos pueden sernos útiles para al menos intentar una aproximación a la interpretación del actual fenómeno político, incluyendo el desconcierto de la oposición.
Lo primero que debería ser evidente es que si los dos conceptos tiene una primera denominación común de democracia, ya el adjetivo que hemos colocado a cada uno establece una diferenciación que imaginamos debe ser sustantiva, puesto que ellas identifican a dos paradigmas, dos sistemas políticos diferentes y antagónicos como propuestas para conducir los destinos de una sociedad. Pareciera de allí desprenderse que aun sin todavía definir en qué consiste la una y la otra, resulta claro que la que sirve para una sociedad democrática capitalista, no sirva para una sociedad socialista revolucionaria.
Lo primero que debería ser evidente es que si los dos conceptos tiene una primera denominación común de democracia, ya el adjetivo que hemos colocado a cada uno establece una diferenciación que imaginamos debe ser sustantiva, puesto que ellas identifican a dos paradigmas, dos sistemas políticos diferentes y antagónicos como propuestas para conducir los destinos de una sociedad. Pareciera de allí desprenderse que aun sin todavía definir en qué consiste la una y la otra, resulta claro que la que sirve para una sociedad democrática capitalista, no sirva para una sociedad socialista revolucionaria.
Vamos a simplificar, no me interesa entrar en definiciones precisas de una y de otra, porque es otro el aspecto que deseo destacar en este trabajo. En términos generales todos conocemos las características que definen a la llamada democracia burguesa, por algunos, y que en términos más "técnicos" aceptaríamos como democracia representativa. Esta democracia está pautada en un conjunto de leyes, reglamentos, normas y una ética que regulan los pasos de todos los ciudadanos en esta sociedad. Todo, por tanto, apuntala la vida, la preservación de este sistema político. Lo apuntala por un lado y simultáneamente rechaza cualquier otro conjunto que lo desestabilice y lo ponga en peligro. Para cumplir con estas funciones de apuntalamiento y defensa se cuenta con un conjunto de instituciones que desde diferentes frentes cumplen con funciones inherentes al campo donde ellas operan. Así, partimos desde las más persuasivas-formativas, como es la educación, pasando por una estructura legal-jurídica que determina lo que es bueno y lo que es malo, lo legal y lo subversivo, hasta llegar a las fuerzas policiales y el ejército, con funciones represivas. Esta estructura ideológica-legal-jurídica- represiva es el principal y gran obstáculo con el que se encuentran quienes desde otro paradigma político tratan de cambiar la sociedad. Cualquier cosa que se quiera imponer fuera de esta estructura es subversiva y debe, por tanto, ser reprimida. Esto es lógico, comprensible y válido además, para cualquier sistema político y no solamente para la social democracia o democracia representativa.
Por esta razón los movimientos de izquierda revolucionaria de todo el mundo estaban condenados a conquistar el poder por la fuerza, por la lucha insurgente revolucionaria al margen del ordenamiento jurídico capitalista. Los militantes revolucionarios éramos ilegales por necesidad, sabíamos de los riesgos que afrontábamos y lo justificábamos al establecer una relación costo-beneficio política, donde al final los beneficios representados en la construcción de una nueva sociedad -mejor y más justa, por supuesto- recompensarían con creces el costo de haber llegado a ella. En definitiva, el paso de una a otra sociedad se daría en medio de un inmenso drama, donde un orden establecido se batiría con todos sus recursos, pasando incluso por encima de sus propios postulados éticos y morales, y por encima de su propia legalidad, con tal de garantizar su permanencia.
Por otra parte, el movimiento revolucionario no se podía detener en las barreras de una legalidad burguesa si quería verdaderamente producir el salto. En este juego, tanto los unos como los otros estaban entrampados en una doble legalidad y en una doble moral, estirando cada uno su accionar hasta donde sus intereses lo determinaran. Por eso se trataba de obtener los máximos beneficios políticos del sistema burgués, mientras clandestinamente se apostaba a la rebelión.
Cuando un movimiento revolucionario llegaba al gobierno por la vía aceptada de las elecciones, se encontraba luego con la sólida estructura política-ideológica-militar que la limitaba y no le permitía dar el salto cualitativo definitivo. La intencionalidad se quedaba en un experimento temporal condenado a disolverse en un volver a empezar sisífico. Podríamos ejemplificar esta interpretación con las experiencias chilena, nicaragüense, en una primera etapa; francesa, española, y alguna otra que se me escape.
¿Qué sucede con el experimento bolivariano? ¿Será otro condenado a la misma suerte de todos sus antecesores? Su máximo jefe ha dicho "La revolución llegó para quedarse" ¿Se quedará? Hasta ahora da la impresión de tener una gran fortaleza y ha logrado resistir más tiempo que otras llegadas por los mecanismo legales de la sociedad capitalista burguesa. Después de la revolución cubana los movimientos revolucionarios latinoamericanos renovaron su esperanza de triunfar y se lanzaron a la conquista del cambio. Pero el imperialismo también aprendió de la experiencia y pronto nos percatamos de que ahora sería más difícil. Sin embargo, nos sorprendemos en la actualidad venezolana de ver a las puertas de un cuartel un gran letrero con la frase "Patria, Socialismo o Muerte", aunque últimamente se cambió -la forma, pero no la esencia- por otra menos escatológica debido a la circunstancia muy especial que todos conocemos. Voy a tratar entonces, de responder la pregunta formulada.
En primer lugar, el movimiento bolivariano no llegó al gobierno por una prédica revolucionaria socialista, sino por una crítica posición anticorrupción, y ésta, aunque difícil, sí entra en el juego de la llamada democracia representativa. Se trataba, pues, de cambiar una base podrida e ineficiente por otra limpia y eficiente. La prédica por la revolución y el socialismo vino después, cuando el régimen se sintió más sólido y mejor apoyado. Y lo dijo además, al estilo Chavo: "sin querer queriendo". Así, el pueblo"pueblo" lo aceptó sin saber siquiera cuál era su verdadero significado. Este pueblo no seguía una idea, sino un líder y una emoción, y lo que aquel dijera, eso era ley.
En segundo lugar, la revolución bolivariana sorprendió al imperialismo yanqui en un momento de descuido. Mientras éste se ocupaba de "poner orden" en el Medio Oriente se olvidó de su patio trasero latinoamericano y se le coló un caballo de Troya en Venezuela. ¿Qué hacer ahora? Este caballo parece tener una larga cola, que cuando la mueve revuelve la brisa en Ecuador, Bolivia, Argentina, Nicaragua, y hasta en la misma Cuba. Existe, por supuesto, una incógnita. Una vez desaparecido su conductor ¿habrá sembrado una base lo suficientemente profunda como para de verdad quedarse? Ahí estamos ahora.
Pero todavía falta decir algo sobre esta revolución bolivariana, Socialismo del Siglo XXI. Ella llega con las mismas limitaciones que antes hemos reseñado: una estructura ideológica-jurídica-militar que pertenece a lo que pretende sustituir. Así, tiene que luchar con sus mismas reglas. Pero esto es imposible, estas reglas están diseñadas para preservarla y no es posible sustituirlas de repente. Hay que hacer un juego de muñecas (un "muñequeo") y comenzar un proceso paulatino de sustitución. Se comienza por refundar la República, para lo cual se cambia la Constitución. Pero como es imposible prever todas las situaciones que se puedan presentar, algunas veces esta nueva Constitución no dará respuestas satisfactorias a lo que se presenta. Luego, no queda más remedio que violarla mientras se realiza una enmienda que legalice las nuevas medidas. Claro, esto no se hace sin ningún trauma, porque la estructura de poderes viejos todavía está allí. Entonces hay que ponerlo al servicio de la revolución. ¿Cómo se hace esto? Fácil, colocando en dicha estructura a personas que apoyen "el proceso". Ya se ha conquistado el antiguo Congreso, hoy Asamblea Nacional, que es quien los nombra. De allí que ya se sabe a quiénes nombrarán. La estructura se mantiene, pero con otros conceptos, lo que a la larga viene a decir que en realidad no es la "misma" estructura, aunque las condiciones no están completamente dadas todavía para admitirlo. La independencia de poderes teóricamente continúa existiendo, pero en la práctica sabemos que se acabó. ¿Acaso una revolución se va a detener en estos detalles pequeño burgueses cuando se trata de defender territorios conquistados que les han sido tan caros? A partir de esta distribución revolucionaria de poderes se dan todos esos dictámenes y decisiones que tienen a la oposición confundida. Todo se hace "legalmente" y aquello que la oposición considera arbitrariedad y atropello, en realidad obedece a una nueva lógica que está en una dimensión distinta a la que estábamos acostumbrados. La continuidad administrativa de un gobierno que terminó su mandato sin necesidad de juramentación, la condición de Presidente Encargado de Maduro, su capacidad para participar como candidato a las próximas elecciones, son completamente arbitrarias y obedecen a una "interpretación" muy sui géneris de la Constitución, pero interpretación al fin para la cual la Sala Constitucional del TSJ está plenamente facultada, constituyendo ello la esencia misma de sus funciones. Sus decisiones son vinculantes e inapelables. Todo es legal aunque nazcan de interpretaciones retorcidas de la carta magna. La manera de conducirse el Consejo Nacional Electoral es perfectamente entendible bajo los referentes del nuevo paradigma político. Las actuaciones de la Fiscalía, de la Defensoría del Pueblo, de todas las instituciones del Estado, todo está en el orden de apuntalar y preservar el nuevo Estado. Es verdad, hay violaciones y desconocimientos de sus propias normativas. Esto obedece a los ajustes que paulatinamente debe hacerse, hasta que se alcance la estabilidad absoluta del régimen. Es el precio que se debía pagar por haber llegado al poder no por la vía del asalto violento, sino por la utilización de las herramientas instituidas por la sociedad burguesa. Desde esta perspectiva y poniéndome en el pellejo del "otro", no me cabe duda de que ellos han obrado correctamente. Yo hubiese hecho lo mismo de estar en la misma situación. No podía dejar perder una conquista tan importante por ajustarme a un sistema de leyes que desprecio y que pretendo cambiar. No podía permitir que por respetar indicativos inherentes a la legalidad burguesa me viera impedido de hacer avanzar un proyecto tan caro como es el proceso revolucionario. Lo mismo hizo la democracia representativa cuando llevó la conducción de la sociedad desde el otro lado de la barrera. Sus instituciones jugaron a cuadro cerrado para mantener el sistema político democrático representativo. Si hiciésemos una historia de las arbitrariedades y violaciones que hizo durante su pasantía tendríamos que llenar muchos volúmenes. De hecho, es mucho lo que en efecto se escribió sobre ello y no es desventurado concluir que tanto abuso de poder fue la causa de su desventura y del arribo del comandante bolivariano. Hemos analizado en repetidas ocasiones esta relación causa-consecuencia.
Pienso que esto es lo que debe comprender la oposición para salir del asombro que la tiene semiparalizada y no le permite ubicar la lucha en la dirección correcta. Las luchas legales hay que darlas, pero no son suficientes, porque no se trata de un problema de razón, o por lo menos no de la razón cotidiana a la cual esgrimimos constantemente, sino de razón paradigmática. La oposición tiene, tenemos, que diseñar respuestas adecuadas para combatir un sistema en gestación donde ahora los subversivos somos nosotros. Hay que impedir que ese sistema se instaure y se consolide. Sí, hay que acudir a la Fiscalía, al CNE, y al TSJ, hay que dejar un testimonio que pudiera servir para el futuro, pero con la conciencia clara de que en el presente momento no se va a encontrar allí la respuesta que va a cambiar el estado actual de cosas. Estamos empleando la estrategia equivocada si planteamos la lucha en el terreno tramposo que el sistema emergente nos impone. Allí la tenemos perdida. Hay que aprovechar la legalidad hasta donde las condiciones lo permitan, pero paralelamente hay que crear un movimiento con fuerza que obre con una presión lo suficientemente grande para evitar la instauración de las nuevas transformaciones "revolucionarias" que se adelantan. Es necesario llegar a lo único que nos daría verdadera fuerza, el poder de la gente, de eso que llaman "pueblo", del pueblo en la calle reclamando y del pueblo votante. Claro, es difícil llegarle porque hemos perdido los espacios, pero hay que hacerlo sin remedio, no hay otra alternativa. Se me ocurre que lo primero para llegarle es cambiar el mensaje y hablar en clave de pueblo. Hay que llegarle con la razón de la emoción, nuestras razones académicas no valen, no producen ningún efecto en quienes no tienen ni comprenden esas razones. Hay que crear, si es que eso se puede crear, un liderazgo carismático. Yo no sé como se puede crear un liderazgo carismático, pero hay que hacerlo, ése es el reto. Es menester, perentorio poner nuestras neuronas cerebrales en sintonía para desarrollar la creatividad y producir respuestas exitosas. No respuestas "lógicas" llenas de razón, pero sin fuerza alguna para frenar lo que está en marcha y mucho menos para imponer nuevas directrices.
Es necesaria una propuesta. La oposición no la tiene porque no sabe qué proponer. Pero no puede ser una propuesta en términos tradicionales. Tiene que ser una propuesta entendible, concreta, fácilmente asimilable y que sea víable. Las propuestas académicas las dejaremos para el después, se discutirán en sectores preparados para este ejercicio y se aplicarán en su oportunidad. También hay que olvidarse de esa propuesta tonta del "progreso", propuesta por lo demás ambigua que en definitiva no dice nada. En el presente momento tenemos que hacer saltar de emoción a la gente ante una palabra que pronunciemos o ante un slogan que se publicite. Esto hay que hacerlo desde este mismo momento. Tenemos diez días para comenzar a sembrar, para dejar allí algo que no nos conducirá al triunfo inmediato -tal como se presenta el panorama- pero que se capitalizará cuando las condiciones sean oportunas, oportunidad que también deberá ser creada por nosotros.
Lo que no podemos es seguir enmarañados en el formalismo del respeto burgués, que una vez sirvió pero ahora perdió toda su validez ante quienes lo utilizan en ciertas instancias y para las circunstancias donde se impone el control de la disidencia. No podemos apelar a una razón revolucionaria socialista porque ésa es la que se combate, pero tampoco nos podemos devolver a la inoperancia de la vieja institucionalidad burguesa. ¿Cuál será esa nueva propuesta? ¿Con qué bandera lucharemos frente a esta anacrónica propuesta revolucionaria? Ya estamos atrasados en su búsqueda, no la posterguemos más.
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