Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos
lectores, voy a intentar comparar dos situaciones políticas,
económicas, sociales y temporales distintas. Me refiero a la Argentina del año
2001 y la Venezuela del 2016. En cierto sentido, son dos escenarios extremos;
bipolares, si se me permite la expresión. Sin embargo, es posible encontrar
cierta similitud en sus efectos y
consecuencias sobre la vida de la población.
En el caso
Argentino, por ejemplo, implosionó un
modelo de ascendencia neo liberal y, en nuestro país, el del socialismo del
siglo XXI. Como puede verse son contextos opuestos. Sin embargo, los resultados
y sus secuelas sobre la calidad de vida ciudadana han sido, hasta el momento, semejantes. Lo que intento señalar, que esas
etiquetas no explican en su totalidad estas catástrofes de naturaleza económica
y política.
“Qué se vayan
todos” fue la consigna que enarboló la población bonaerense en el marco de las
protestas que acaecieron en diciembre de
2001. Esta frase condensaba la grave crisis de representatividad y el
desencanto de los ciudadanos con respecto
a sus dirigentes. Se exigía, entonces, la renuncia masiva de los gobernantes.
Los estudios de opinión reseñaban que esta demanda contaba con el apoyo 70% de
la población.
No podía ser de
otra manera. En el 2001 la economía argentina había tocado fondo. Sucesivos
ajustes, “corralito” bancario, ruptura de la cadena de pago, surgimiento de
monedas locales en reemplazo a la de curso legal dieron origen a una masiva
protesta nacional (la noche del cacerolazo) y a una intensa represión policial.
El presidente Fernando de la Rua se vio obligado a renunciar y, en un periodo
breve, fue sucedido por cuatro distintos gobernantes provisionales. Todos en
sintonía con el régimen colapsado.
Bien, el
socialismo del siglo XXI presenta síntomas similares de agotamiento: crisis
fiscal, devaluación de la moneda, inflación galopante, deterioro de los
servicios públicos, corrupción vertiginosa, escasez de alimentos, medicinas,
fallas en el suministro de agua y electricidad. En fin, estamos en presencia
del colapso de este sistema político acompañado, a su vez, por una desesperación creciente en el ánimo
de la población. Por ahora, los brotes de violencia han sido aislados (saqueos
de supermercados y de transportes de alimentos). La experiencia (argentina)
enseña que en la medida que se profundice la crisis estos enfrentamientos
espontáneos serán más frecuentes. Se requerirá, entonces, una voluntad unitaria
que proporcione direccionalidad política a este malestar.
Me van a
disculpar este sentimiento de angustia. Creo que el tiempo se está agotando y,
si no se proporciona la respuesta política apropiada, sentimientos de rechazo pudieran desarrollarse
y desembocar en una situación parecida a lo sucedido en Argentina: “qué se
vayan todos y el último que apague la luz”.
Las últimas
decisiones del TSJ marcan, a mi parecer, la ruta a seguir. Me explico. Los
legales, son eso, caminos que se trazan en el marco de un estado de derecho. A
contrapelo se impone un movimiento de naturaleza más Política (con mayúscula).
Avanzar en el carromato de un torrente de masas de naturaleza cívica y no
violenta.
Si quisiéramos
definir este momento, la palabra cambio de época podría ser la apropiada. No sé si nuestra vanguardia política lo ha comprendido así. Asumir esta
“novedad”, por ejemplo, con las viejas herramientas discursivas pudiera constituir
un error trágico.
Recordemos lo
sucedido a finales de la década de los años ochenta. Cuidado. Esta potencial desafección,
de no ser encausada por la opción democrática, pudiera dar pie para a una nueva
aventura autoritaria. Parece valido, entonces,
preguntar ¿está la vanguardia a la altura de estos acontecimientos
políticos?
Pronto lo
sabremos. Ojala la respuesta sea apropiada a las circunstancias que estamos
viviendo y evite una nueva frustración política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario