Nelson Acosta
Espinoza
Bien, amigos
lectores, en esta edición voy a dedicar este escrito a deliberar brevemente
sobre el papel de las emociones en la política. Esta reflexión se encuentra enmarcada
al interior de esta pregunta básica. ¿Qué se debe hacer para poder transformar
en interlocutor al destinatario del discurso político?
Es obvio que no
todas las propuestas políticas son exitosas. Otras, a pesar de su contenido, logran obtener un
extraordinario consenso. Véase, por ejemplo, Chávez, en Venezuela y, Le Pen, en
Francia. Dos países con culturas e idiosincrasias distintas y, sin embargo, estos
personajes políticos lograron construir un consentimiento significativo alrededor
de sus respectivas ofertas políticas.
Una respuesta
inicial a este importante tema puede encontrarse en los desarrollos de la
neurociencia. Esta disciplina ha desbrozado caminos para una comprensión del
papel crucial de las emociones en la construcción de identidades políticas.
Soy de los que
sostengo que la oposición en nuestro país ha sido refractaria al mundo de las
pasiones y, en consecuencia, ha abordado
las cuestiones públicas desde el ámbito exclusivo de lo racional. Sin embargo,
esta instancia (lo racional) no es suficiente para sumar intereses y
motivaciones distintas. Para condensar, por ejemplo, en una misma propuesta a sectores medios y la población de los barrios.
En fin, a esa inmensa masa que ha votado por la opción que expresa el chavismo.
Una reflexión en
esta línea tiene una importancia vital en las actuales circunstancias. El
resultado de las pasadas elecciones parlamentarias muestra un desencanto de la población
con el actual régimen político. Ojo, la población voto contra el chavismo a través
de la tarjeta del bloque opositor. Ahora hay que completar la tarea. Hacer uso
adecuado de las emociones para construir nuevas identidades políticas que permanezcan
estables en el tiempo.
Me parece que
para alcanzar este último objetivo sería necesario que el bloque opositor disminuya el desmesurado racionalismo
que se expresa en las desviaciones electoralistas que estamos presenciando. Las
marchas convocadas recientemente, por ejemplo, no alcanzaron la magnitud
esperada. No emocionaron a los convocados.
Existen
evidencias científicas que respaldan este papel de las emociones en la comunicación
política. Diversas investigaciones apadrinan
esta idea. Por ejemplo, Frank Lunts ha escrito un interesante libro sobre el
papel de las palabras en la comunicación política Words That Work: It’s Not What You Say, It’s What People Hear
(Palabras que funcionan: No es lo que tú dices, es lo que la gente escucha). Drew
Westen, en posiciones contrarias, ha publicado también The Political Brain: The Role of Emotion in Deciding the Fate of the
Nation (El cerebro político: El papel de la emoción en la decisión del
destino de la nación). Y George Lakoff escribió un popular libro Don’t think of an elephant! (¡No pienses
en un elefante!).
Recientemente,
la filósofa Martha Nussbaum ha reivindicado este papel que juegan las emociones
en la política. El título de su último libro habla por sí mismo: “Emociones políticas. ¿Por qué el amor es
importante para la justicia? En él elogia la actitud pasional de personajes
como Gandhi o Luther King y afirma que las emociones pueden ser útiles políticamente
para impulsar una conducta cooperativa y desinteresada.
Desafortunadamente
algunos líderes políticos en el país desconfían de una estrategia que
reivindique el papel de las pasiones. Desprecian su sentido y su utilidad para
una acción política transformadora. Parece apropiado señalar que actitudes de
esta naturaleza expresan una cierta incapacidad para comprender el ánimo
presente en nuestra sociedad y levantan barreras que obstaculizan la politización
de las penurias que actualmente padece
nuestra población.
Pensar, por
ejemplo, que las circunstancias económicas por si mismas son suficientes para
generar una alternativa política y cultural al régimen vigente puede constituir
un grave error. Siempre se ha requerido, la historia es testigo, de un accionar
emotivo que facilite la comunicación política.
No es posible
desconocer la trabazón existente entre lo real, imaginario y simbólico. Lograr
esta conexión es un paso básico para obtener el consentimiento de la población.
La democracia más que una iniciativa electoral ha de transformarse en una forma
de vida alternativa.
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