sábado, 19 de marzo de 2016

Oposición: si no emocionas, no convences

Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores, en esta edición voy a dedicar este escrito a deliberar brevemente sobre el papel de las emociones en la política. Esta reflexión se encuentra enmarcada al interior de esta pregunta básica. ¿Qué se debe hacer para poder transformar en interlocutor al destinatario del discurso político?

Es obvio que no todas las propuestas políticas son exitosas. Otras,  a pesar de su contenido, logran obtener un extraordinario consenso. Véase, por ejemplo, Chávez, en Venezuela y, Le Pen, en Francia. Dos países con culturas e idiosincrasias distintas y, sin embargo, estos personajes políticos lograron construir un consentimiento significativo alrededor de sus respectivas ofertas políticas.

Una respuesta inicial a este importante tema puede encontrarse en los desarrollos de la neurociencia. Esta disciplina ha desbrozado caminos para una comprensión del papel crucial de las emociones en la construcción de identidades políticas.

Soy de los que sostengo que la oposición en nuestro país ha sido refractaria al mundo de las pasiones y, en consecuencia, ha abordado las cuestiones públicas desde el ámbito exclusivo de lo racional. Sin embargo, esta instancia (lo racional) no es suficiente para sumar intereses y motivaciones distintas. Para condensar, por ejemplo,  en una misma propuesta a  sectores medios y la población de los barrios. En fin, a esa inmensa masa que ha votado por la opción que expresa el chavismo.

Una reflexión en esta línea tiene una importancia vital en las actuales circunstancias. El resultado de las pasadas elecciones parlamentarias muestra un desencanto de la población con el actual régimen político. Ojo, la población voto contra el chavismo a través de la tarjeta del bloque opositor. Ahora hay que completar la tarea. Hacer uso adecuado de las emociones para construir nuevas identidades políticas que permanezcan estables en el tiempo.

Me parece que para alcanzar este último objetivo sería necesario que el  bloque opositor disminuya el desmesurado racionalismo que se expresa en las desviaciones electoralistas que estamos presenciando. Las marchas convocadas recientemente, por ejemplo, no alcanzaron la magnitud esperada. No emocionaron a los convocados.

Existen evidencias científicas que respaldan este papel de las emociones en la comunicación política.  Diversas investigaciones apadrinan esta idea. Por ejemplo, Frank Lunts ha escrito un interesante libro sobre el papel de las palabras en la comunicación política Words That Work: It’s Not What You Say, It’s What People Hear (Palabras que funcionan: No es lo que tú dices, es lo que la gente escucha). Drew Westen, en posiciones contrarias, ha publicado también The Political Brain: The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation (El cerebro político: El papel de la emoción en la decisión del destino de la nación). Y George Lakoff escribió un popular libro Don’t think of an elephant! (¡No pienses en un elefante!).

Recientemente, la filósofa Martha Nussbaum ha reivindicado este papel que juegan las emociones en la política. El título de su último libro habla por sí mismo: “Emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia? En él elogia la actitud pasional de personajes como Gandhi o Luther King y afirma que las emociones pueden ser útiles políticamente para impulsar una conducta cooperativa y desinteresada.

Desafortunadamente algunos líderes políticos en el país desconfían de una estrategia que reivindique el papel de las pasiones. Desprecian su sentido y su utilidad para una acción política transformadora. Parece apropiado señalar que actitudes de esta naturaleza expresan una cierta incapacidad para comprender el ánimo presente en nuestra sociedad y levantan barreras que obstaculizan la politización de  las penurias que actualmente padece nuestra población.

Pensar, por ejemplo, que las circunstancias económicas por si mismas son suficientes para generar una alternativa política y cultural al régimen vigente puede constituir un grave error. Siempre se ha requerido, la historia es testigo, de un accionar emotivo que facilite la comunicación política.

No es posible desconocer la trabazón existente entre lo real, imaginario y simbólico. Lograr esta conexión es un paso básico para obtener el consentimiento de la población. La democracia más que una iniciativa electoral ha de transformarse en una forma de vida alternativa.


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