Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos
lectores, la semana que finaliza nos proporcionó un excelente ejemplo, en vivo, de
lo que significa la postmodernidad. Entendiendo por esta categoría la coexistencia
simultánea de códigos culturales contrapuestos y pertenecientes, por así
decirlo, a etapas de “desarrollo” distintas.
Me estoy
refiriendo a la presencia en Cuba de personajes tan disimiles como Nicolás
Maduro, Barack Obama y Mick Jagger.
Con diferencias en días representantes de tres tiempos históricos distintos coincidieron
en la Habana: pasado, presente y futuro.
Voy a intentar explicar esta peculiar circunstancia.
Nicolás Maduro, simboliza
esa pieza de arqueología política denominada Socialismo del siglo XXI. Su
presencia en la Habana obedeció a recibir la más alta condecoración que otorga
el gobierno cubano, la Orden José Martí. Una forma gentil y simbólica de dar
las gracias por los favores recibidos y, hasta cierto punto, un adiós nostálgico
a generosos tiempos que no volverán. En
fin, Nicolás recibió su premio de consolación.
Dos días después,
la sociedad cubana presenció la histórica vista del presidente del país más
odiado por ese gobierno y símbolo real del llamado imperialismo yanqui.
Paradojas de la historia. Cuba y USA han iniciado un periodo de arduas
negociaciones para restaurar los históricos vínculos que el pasado existían entre
estas dos naciones. El pueblo Cubano expresó con intensidad y alegría su aspiración de reanudar esta relación y capitalizar
los beneficios que la misma conlleva. Pareciera que la consigna es:
Yanquis Comeback.
Finalmente, una visión de un futuro próximo arribó a la isla a través de la música. La histórica visita del grupo musical The Roling Stone desató una ola de entusiasmo que, en cierto
sentido, anuncia el tiempo por venir. Mike Jagger, de 72 años fue recibido con
entusiasmo desbordante. A pesar de ser exponente
de una vida intensa con connotaciones profundas distintas a las que la revolución
intentó implantar en la población. Para un sistema político que se planteó formar
el “hombre nuevo”, señala Yoani Sánchez, este "flaco de vida convulsa
significaba el anti modelo, lo que no deberíamos imitar".
Bien retomemos
el párrafo inicial. Cuba, sin lugar a dudas, vivió intensamente su momento postmoderno. En
un espacio cronológico pequeño coexistieron el pasado (Maduro), presente
(Obama) y futuro (Jagger) y, en cierto sentido, anunciaron lo complejo que ha
de ser la vuelta a la normalidad histórica en esta pequeña isla.
Esta
heterogeneidad de tiempos históricos no es exclusiva de la sociedad cubana. En Venezuela
también la estamos presenciando. En nuestro país es obvio quien simboliza el pasado.
Sin embargo, a mi juicio, lo que aún no está muy claro es cuál de los actores políticos
expresa con claridad el futuro.
Hay una
tendencia a restaurar lo ya vivido. Y esta desviación se expresa en un
electoralismo desprovisto de oferta de cambios reales. No es la primera vez en
nuestra historia que un sentimiento de transformación es cancelado por apetitos
subalternos.
Las próximas elecciones
de gobernadores no deben constituirse en un fin en sí mismo. Por el contrario, habría que subordinarlas a un propósito
mayor y dotarlas de una agenda de transformación real. Insisto. La población está esperando ser
interpelada por discursos que anuncien un cambio de régimen. La situación económica
y social empeora a tasas de velocidad impresionantes.
La MUD, es justo
reconocerlo, ha elaborado un conjunto de medidas para poner fin a este gobierno
antes que finalice el año. Parece lógico, entonces, que los próximos comicios
se subordinen a esta tarea anunciada por esta organización. Ojala que en un
periodo corto de tiempo podamos aclamar la vuelta a la democracia y prosperidad
económica.
De ser así,
celebraremos con intensidad el comienzo de este nuevo espacio histórico en
nuestras vidas.
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