domingo, 27 de marzo de 2016

Maduro, Obama, Jagger y nosotros

Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores, la semana que finaliza nos proporcionó un excelente ejemplo, en vivo, de lo que significa la postmodernidad. Entendiendo por esta categoría la coexistencia simultánea de códigos culturales contrapuestos y pertenecientes, por así decirlo, a etapas de “desarrollo” distintas.

Me estoy refiriendo a la presencia en Cuba de personajes tan disimiles como Nicolás Maduro, Barack Obama y Mick Jagger. Con diferencias en días representantes de tres tiempos históricos distintos coincidieron en la Habana: pasado, presente  y futuro. Voy a intentar explicar esta peculiar circunstancia.

Nicolás Maduro, simboliza esa pieza de arqueología política denominada Socialismo del siglo XXI. Su presencia en la Habana obedeció a recibir la más alta condecoración que otorga el gobierno cubano, la Orden José Martí. Una forma gentil y simbólica de dar las gracias por los favores recibidos y, hasta cierto punto, un adiós nostálgico a  generosos tiempos que no volverán. En fin, Nicolás recibió su premio de consolación.

Dos días después, la sociedad cubana presenció la histórica vista del presidente del país más odiado por ese gobierno y símbolo real del llamado imperialismo yanqui. Paradojas de la historia. Cuba y USA han iniciado un periodo de arduas negociaciones para restaurar los históricos vínculos que el pasado existían entre estas dos naciones. El pueblo Cubano expresó con intensidad y alegría  su aspiración de reanudar esta relación y capitalizar los beneficios que la misma conlleva. Pareciera que la consigna  es: Yanquis Comeback.

Finalmente, una visión de un futuro próximo arribó a la isla a través de la música. La histórica visita del grupo musical The Roling Stone desató una ola de entusiasmo que, en cierto sentido, anuncia el tiempo por venir. Mike Jagger, de 72 años fue recibido con entusiasmo desbordante.  A pesar de ser exponente de una vida intensa con connotaciones profundas distintas a las que la revolución intentó implantar en la población. Para un sistema político que se planteó  formar el “hombre nuevo”, señala Yoani Sánchez, este "flaco de vida convulsa significaba el anti modelo, lo que no deberíamos imitar".

Bien retomemos el párrafo inicial. Cuba, sin lugar a dudas, vivió intensamente su momento postmoderno. En un espacio cronológico pequeño coexistieron el pasado (Maduro), presente (Obama) y futuro (Jagger) y, en cierto sentido, anunciaron lo complejo que ha de ser la vuelta a la normalidad histórica en esta pequeña isla.

Esta heterogeneidad de tiempos históricos no es exclusiva de la sociedad cubana. En Venezuela también la estamos presenciando. En nuestro país es obvio quien simboliza el pasado. Sin embargo, a mi juicio, lo que aún no está muy claro es cuál de los actores políticos expresa con claridad el futuro.

Hay una tendencia a restaurar lo ya vivido. Y esta desviación se expresa en un electoralismo desprovisto de oferta de cambios reales. No es la primera vez en nuestra historia que un sentimiento de transformación es cancelado por apetitos subalternos.

Las próximas elecciones de gobernadores no deben constituirse en un fin en sí mismo. Por el contrario, habría que subordinarlas a un propósito mayor y dotarlas de una agenda de transformación  real. Insisto. La población está esperando ser interpelada por discursos que anuncien un cambio de régimen. La situación económica y social empeora a tasas de velocidad impresionantes.

La MUD, es justo reconocerlo, ha elaborado un conjunto de medidas para poner fin a este gobierno antes que finalice el año. Parece lógico, entonces, que los próximos comicios se subordinen a esta tarea anunciada por esta organización. Ojala que en un periodo corto de tiempo podamos aclamar la vuelta a la democracia y prosperidad económica.

De ser así, celebraremos con intensidad el comienzo de este nuevo espacio histórico en nuestras vidas.


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