sábado, 15 de julio de 2017

Unas reflexiones sobre la situación que enfrentamos. ¿Mafias o sectas enfermizas?





Humberto García Larralde

Hemos señalado cómo el desmantelamiento del Estado de Derecho y el reemplazo de los mecanismos de mercado por decisiones políticas tomadas discrecionalmente desde el poder, han propiciado la colonización del estado venezolano por verdaderas mafias dedicadas a expoliar la riqueza social[1]. Los controles de precio, el abismal diferencial cambiario, la monopolización de la importación y distribución de productos, y las oportunidades de extorsión que proveen leyes punitivas -en un marco de opacidad y no rendición de cuentas-, son fuente de inimaginables ganancias para tales cofradías. A ello habrá que añadir las negociaciones con el petróleo y el arco minero hechas a la sombra, así como el narcotráfico. Para todo esto cuentan con impunidad por la complicidad de un poder judicial corrompido. Atrincherados en los nodos decisorios del estado, defienden a ultranza su poder y sus fortunas mal habidas, reprimiendo criminalmente la protesta ciudadana. Tanto los poderosísimos intereses articulados en torno a esta “revolución” depredadora, como el muy elevado costo de salida de los personeros más notorios de la oligarquía milico-civil y despótica que la comanda -tendrán que rendir cuenta ante la justicia, por más tardía que llegue-, explican la guerra que han desatado en contra de los venezolanos.

Por otro lado, también hemos insistido en que el chavo-madurismo ha devenido en una secta fanática[2], alimentada por campañas de odio desde el poder y por resentimientos incubados en contra de quienes han logrado cosechar triunfos con base en el talento y el esfuerzo. Imbuidos en un discurso redentor maniqueo, sus integrantes se creen heraldos de una única verdad permisible. Empoderados por esta e incitadas desde las más altas instancias del estado, se proponen limpiar al país de infieles, “traidores de la patria” y agentes de “ultraderecha”. Con ferocidad y sevicia, emprenden una cruzada contra sus compatriotas, en aras de la pureza prometida en el sueño “revolucionario” en que fueron embaucados. Pero ni siquiera hace falta que crean en tal impostura. De tanto refugiarse en clichés, ya no comulgan con la realidad; la escamotean adrede para “legitimar” (¡!) su apropiación excluyente del país, sin remordimiento ni consideración alguna para con la suerte del pueblo. Se han transformado en una secta enfermiza, sociópata, alentada por unos cínicos que propician el aplastamiento violento de toda oposición a sus pretensiones de perpetuarse indefinidamente en el poder.

Como señaló Hannah Arendt en relación con el totalitarismo nazi, la sumisión a una visión fanatizada despoja a quien sea diferente -o que exprese valores o puntos de vista diferentes- de toda condición humana y “justifica” desatar contra él o ella las más terribles acciones. Amparada en una supuesta supremacía moral (porque esgrimen “la razón de la Historia”), la secta destruye toda ética de convivencia y toda empatía con los sufrimientos causados. Dispararle a quemarropa a manifestantes desarmados, golpear a diputados, mujeres, ancianos y niños, torturar a muchachos detenidos injustamente, violentar hogares y saquearlos, y condenar al pueblo a estadios de hambre, empobrecimiento y muerte totalmente evitables, no suscita cargo de conciencia alguno: la sumisión a la “verdad” sectaria borra toda distinción moral entre el bien y el mal. Cualquier otra visión de mundo destruiría la simplicidad blanco - negro, amigo – enemigo, con que resguardan su seguridad de grupo y sus fortunas.

No hay ningún conflicto entre las dos explicaciones de la conducta de la oligarquía milico-civil que hoy azota a Venezuela. Ambas son facetas centrales del fascismo. Que el fascismo maduro-chavista se arrope con una retórica comunistoide no lo hace distinto. Los simbolismos maniqueos de esta mitología, con sus categorías antagónicas de obreros contra capitalistas, pueblo vs. oligarquía, izquierda enfrentada a la ultraderecha, llenan hoy la boca de quienes han mostrado ser representantes de las fuerzas más oscuras, primitivas y retrógradas del mundo actual. Pero la virulencia de secta está ahí, es la misma; su total desconsideración por los derechos de la gente, idéntica.

Esta confluencia entre mafia y secta enfermiza es muy peligrosa, como nos lo muestra la historia[3]. El instinto de conservación de las mafias se obnubila cuando sus fechorías se justifican machaconamente con discursos fanáticos y simplistas como los del Chavo-Madurismo. Todo discernimiento racional y todo asidero con la realidad les es arrebatado ante la convicción febril de ser portaestandartes de un glorioso futuro impoluto, si bien etéreo, históricamente inexorable. La violencia y crueldad con que las mafias defienden sus “negocios” se ve socorrida por un discurso que absuelve conciencias. En momentos en que perciben que su permanencia en el poder y, con ello, sus fortunas y privilegios peligran, algunos abrazan las “verdades” maniqueas de la secta como única tabla de salvación. Y cegados por tal enajenación, buscan destruir el ordenamiento constitucional que todavía los constriñe, convocando a una fraudulenta asamblea nacional constituyente que la inmensa mayoría rechaza.

El refugio en las verdades sectarias idiotiza a la gente, porque les anula su capacidad de entenderse con la realidad. Así escuchamos a Maripili argumentar que la agresión a los diputados el pasado 5 de julio fue porque el “pueblo” (¿?) que había acompañado a El Aissami esa mañana al Palacio Legislativo, fue luego agredido por aquellos (¡!). En un video aparece un concejal energúmeno del PSUV arengando a los colectivos fascistas a arremeter contra ¡”la derecha fascista”! que protestaba en Barquisimeto. Ese día hubo tres muertos por represión en esa ciudad. En estos delirios sociópatas, un rollizo abogado que presume de constitucionalista y se vende como autoridad en la materia, defiende la ANC de Maduro y propone que ella nacionalice las empresas mixtas de la faja del Orinoco, es decir, que se destruya aún más la mermada capacidad productiva de petróleo que queda. Otros plantean que de ahí salga una economía comunal, que se estatice la comercialización de alimentos y que se impongan drásticos controles de precio. O sea, que esa Asamblea termine de pulverizar la economía doméstica. Y, en la medida en que se acerca la “hora de la verdad”, habremos de escuchar propuestas todavía más desesperadas, descabelladas y ruinosas.

Estamos amenazados por un reducido grupo de enajenados mentales -sociópatas-, que están dispuestos a acabar con el país instalando una Asamblea Constituyente írrita, bajo la vana ilusión de que conservarán así sus privilegios y fortunas. Ya hemos visto de lo que son capaces: casi cien muertos, centenares de heridos, miles detenidos, muchos torturados, que no ha podido aplacar, empero, las ansias de libertad y democracia de los venezolanos. Han escogido a los más sádicos y crueles para sus labores salvajes de represión, y encima, Maduro los premia, como hizo con el gorila Lugo. No sorprendería ver en estos días que, en cadena nacional, condecore a cada Guardia Nacional esbirro o colectivo facho acusado de asesinar o torturar a venezolanos inocentes. Tal es el grado de descomposición moral de quienes enfrentamos.

Para parar esta insania, esta crueldad inusitada contra un pueblo que han condenado a morir de mengua, debemos salir masivamente a votar este domingo 16 de julio para afirmar que SI rechazamos la constituyente destructiva de Maduro; que SI demandamos que la Fuerza Armada defienda la constitución y la Asamblea Nacional; y que SI aprobamos la renovación de los poderes que consagra nuestra Carta Magna. Si Maduro y su atajo de mafiosos y enfermos quieren suicidarse, que lo hagan solos. Pero no podemos permitir que nos “suiciden” a todos con su constituyente fraudulenta y destructiva. Salgámosle al paso contundentemente este domingo.

[1] https://polisfmires.blogspot.com/2017/06/humbreto-garcia-larralde-mafia.html.

[2] https://polisfmires.blogspot.de/2017/05/humberto-garcia-larralde-la-secta.html

[3] El militarismo nazi-fascista amparó las extorsiones más crueles y despiadadas para concentrar en manos de muchos jerarcas enormes fortunas. Hermann Göring, hacia final de la II Guerra, era uno de los mayores “coleccionistas” de arte del mundo, arrebatando por la fuerza, la muerte y el saqueo, posesiones enteras de familias judías, como de museos de países subyugados. Y no cabe duda que, bajo la impostura de considerarse una raza superior destinada a dominar el género humano, tales expoliaciones no eran hechos aislados

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