Pedro Villarroel.
La arremetida del estado venezolano, con la clara excepción de la Asamblea Nacional, revela una deliberada y oprobiosa tendencia criminal, una especie de máquina de aniquilación, de exterminio y terror, apalancado por esa coalición diabólica entre el estado cubano, componentes de la GNB y la PNB, el narcotráfico y las bandas delincuenciales.
Ante ello, se necesita obligatoriamente una alta dosis de racionalidad, de sensatez, de realismo y comprensión del contexto político de la hora. Probablemente las decisiones políticas tomadas por el conjunto de la oposición venezolana no hayan sido del agrado del gusto o la satisfacción de los múltiples y exigentes paladares del Twitter, Facebook, Instagram o cualquier otra forma de teleparticipación.
Esto es naturalmente comprensible dentro del múltiple y variado espectro humano. Pero de allí a decir o denostar, incluso acusar de actuaciones irracionales e inconsultas, impropias de la moral y conducta democrática, francamente raya en la locura y desencaje propio de una lectura errónea de la realidad nacional.
La MUD ha construido durante años de lucha un acervo simbólico importante. Las distintas manifestaciones de esta lucha: marchas, paros, plantones, huelgas. Protestas organizadas de sectores por mejorar la salud, en contra de la escasez, de la inseguridad, por las libertades públicas, etc., han colocado progresivamente al gobierno fuera del ámbito constitucional, actuando al margen de la constitución en una especie de maltrecho organismo de doble poder. Estos han sido logros de lucha civil y democrática.
Después del 16 de julio se abrió un espacio de legitimación de la Asamblea Nacional, un reforzamiento popular de las propuestas hechas por la unidad política alrededor de la MUD. La crítica siempre será bienvenida, lo intolerable es ese extraño estado de negación permanente sobre nosotros y nuestras ejecutorias y hasta nuestros propios éxitos por pequeños que pudieran observarse
Estamos en un interregno, un punto de llegada y de salida. El pueblo venezolano está pariendo un nuevo tiempo, una nueva era. Y es aquí donde creo hay que poner la lupa.
El cisma es cultural. Se mueven las placas tectónicas del ser venezolano. Una sacudida de mil grados en la escala de Ritcher. Aquí los Eudomar Santos, con su prosa melosa y pegajosa del "como vaya viniendo vamos viendo" que retrata al individuo de frontera entre Apolo y Dionisos, entre el logo y el desenfreno, representa el imaginario sociocultural que ha atravesado el mito sociográfico del ser venezolano: bonachón, pícaro y militarista.
Ahora bien, identificados los adversarios y los obstáculos o barreras culturales, toca entonces otear en prospectiva. Hurgar en ese manantial de los días por venir. Pensar y repensar propuestas, formas de construcción de relación de civilidad, de organización desde la producción, del trabajo, la educación, la familia, el marco institucional, organizacional. En fin, la construcción de políticas sustentables en un ambiente de afirmación y encuentro de ciudadanos en democracia.
Esta tarea requiere el desarrollo de una conciencia de destino propio, común a todos, que requiere inteligencia, talento, honradez, coherencia y amor por Venezuela y su gente.
Ese es el reto de la Venezuela por venir, reto que requiere por otra parte una gran dósis de amplitud para articular factores políticos que, de procedencia ideológica y pareceres distintos, podamos construir un espacio de tolerancia y respeto ya que compartimos la defensa de la constitución y sus instituciones. Este es un gran punto de encuentro en las diferencias, dónde disentir y pensar, no es ni será un delito o motivo de segregación política o social.
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