SIMON GARCIA.
Entre los hechos relevantes de los 100 días de lucha en defensa de la Constitución y la democracia, destaca la irrupción de un movimiento de jóvenes que ocupan primera fila en las protestas. Un grupo orgánicamente amorfo que responde, desigualmente, los ataques represivos contra las movilizaciones pacíficas.
Son el símbolo de esas jornadas. Escriben en sus franelas la radicalidad de su compromiso. Sus escudos contrastan con la parafernalia que muta a la Guardia en fuerza de exterminio de venezolanos. En términos de valentía, arrojo y desafío su superioridad moral eleva a estos jóvenes sobre la cúpula que nos impone una dictadura.
La resistencia del 2017 no obedece a partidos ni se alinea tras individualidades de la MUD. No tienen jerarquía ni estructura. Están en transición entre el bachillerato y los inicios en la universidad.
No vienen de la llamada Salida ni pueden ser comparados con quienes en los 90 hicieron de la capucha el pasatiempo de una militancia ideologizada y ociosa. Menos pueden ser descalificados como malandros o infiltrados, aunque puedan existir unos u otros, porque en el corazón de sus batallas lo que palpita es una instintiva aspiración a la libertad.
Estos jóvenes inspiran coraje. Son una bofetada a quienes se aprovechan de la crisis. No calculan ni hablan paja. Sólo abren su pecho y se plantan en la verticalidad de sus ideales. Porque ofrendan sus vidas, los admiro y siento temor por todos ellos.
Son una generación que conquista peso propio en la narrativa de la nación y que nutre la confianza en el restablecimiento de la Constitución y del vínculo entre ética y visión humanista de la política y el poder.
No acumulan suficiente golpes de la experiencia para percatarse del sinsentido de embestir diariamente una barricada apertrechada con ballenas, bombas y armas mortales. Tal vez la urgencia de soluciones no les permita detenerse en la importancia de mantener el carácter pacífico de una protesta que adquiera mejor trascendencia frente a un Estado criminal.
La resistencia está obligada a protegerse a sí misma. A no dejarse manipular por opositores extremistas ni a ser usada como pretexto de la represión por oficialistas que no defienden la Constitución. Al reconocer la explosión vital y ejemplar de su rebelión, no puedo dejar de invitarlos a reflexionar sobre otras formas pacíficas de acción que logren sumas más efectivas a las luchas y mayor eficacia para combatir a la dictadura. ¿Se dejarán llevar al rango de un espectáculo celebrado con aplausos por quienes observan a prudente distancia?
La épica de los civiles no es bélica, como lo demuestran los diputados de la AN. No hay que alentar la fantasía trágica de librar una guerra con quienes se comportan como una miserable fuerza de ocupación.
Es hora de que aborden lo que debe constituir su aporte y dónde darlo además del asfalto, piedras y molotov. Los que no los acompañamos devolviendo bombas a la policía, tenemos el deber de estimular y apoyar ese debate tan imprescindible para el país después del 16.
No hay comentarios:
Publicar un comentario