domingo, 28 de junio de 2015

Emocionar y polarizar

Nelson Acosta Espinoza
Finalmente,  después de 30 días de huelgas de hambre acometidas por un nutrido grupo de compatriotas el CNE tomo la decisión de convocar elecciones para el 6 de diciembre venidero. Tibisay Lucena, presidenta del citado organismo, hizo el anuncio en cadena nacional de medios.

Lo que ha debido ser una práctica rutinaria, en estos tiempos de “revolución”, se tuvo que transformar en el objetivo de una lucha ciudadana. Medidas extremas fueron necesarias en orden de obtener la fecha para practicar el derecho constitutivo de un sistema democrático: el ejercicio del voto.

Bien, al menos ya conocemos el día en que acontecerá el enfrentamiento electoral entre el oficialismo y los demócratas.  En esta ocasión, el escenario electoral polarizado pudiera beneficiar a la oposición. Y, en consecuencia, esta contienda pudiera ser asumida como una pugna política y electoral entre dos extremos: autoritarismo y democracia; nomenklatura y ciudadanos. Entiendo que el uso de la tarjeta única,  entre otras razones, obedece al criterio de impulsar esta lógica dicotómica.

A los amigos lectores, les puede parecer extraño que  reivindique la polarización. Después de todo,  este fenómeno electoral y político ha sido demonizado a lo largo de estos últimos años. Y, si bien es cierto, que esta peculiaridad electoral fue aprovechada por el oficialismo, hoy en día, el agotamiento que presenta el chavismo-madurismo hace plausible que esta lógica pueda jugar a favor del polo democrático. Desde luego, para que ello sea posible seria indispensable introducir cambios en la estructura narrativa que tradicionalmente ha caracterizado a este sector político.

En principio, no debería asumirse esta contienda como un instrumento exclusivo para obtener el mayor número de curules en la Asamblea Nacional. Me parece indispensable subordinar esta aspiración al objetivo de impulsar una oferta alternativa a lo ya existente. Pero para alcanzar esta meta ha de utilizarse un tono que supere al que tradicionalmente ha caracterizado estas batallas en el pasado. Los debates deberían romper el cerco racionalista que supone el abordaje de temas programáticos y técnicos de escasa compresión para el electorado.

Por ejemplo, existe una tendencia de evaluar las posibilidades del cambio político y electoral a partir de las circunstancias de orden material: inflación, desempleo, inseguridad, precariedad de la infraestructura, deterioro de la economía, etc. Estas condiciones “objetivas” tradicionalmente han proporcionado elementos para la elaboración de propuestas programáticas e insumos para la actividad partidista y las rutinas electorales. Pudiéramos calificar esta aproximación como “racionalista”.

Sin embargo, hoy en día, la lingüística, la neurociencia, la antropología, entre otras disciplinas, apuntan a demostrar que estas circunstancias, por sí mismas, no son suficientes para cincelar una determinada conducta electoral ciudadana en un momento preciso. La “razón” requiere de la “emoción” y, ambos espacios, básicamente operan en la dimensión inconsciente de nuestro cerebro.

Intento transmitir una idea que puede parecer extraña para algunos: la política que practican algunos de nuestros demócratas desconoce cómo funciona el cerebro de nuestros ciudadanos. Y esta circunstancia los conduce a sostener que la política son razones y que las emociones distraen, distorsionan y alteran el verdadero núcleo de la estrategia que son las propuestas, las ideas, las ideologías…

Me parece que la estrategia discursiva opositora debería apuntar hacia otro frente. El núcleo básico de la futura contienda electoral debiera expresarse en estos términos: polarizar, emocionando a sus electores.

La aldabilla de la puerta de la razón son las emociones. No entenderlo, sería un grave error. Y pudiera conducir a otro fracaso electoral. Sin lugar a dudas, la política debería ser así.

La oportunidad para vencer


.

SIMON GARCIA.

En los últimos dieciséis años perdimos la oportunidad de oro para integrarnos al mapa de las naciones punta en indicadores del desarrollo y calidad de vida. En vez de un salto, protagonizamos el retroceso más escandaloso del planeta. Pagamos duramente los errores de quienes no supieron detener sus fracasos. 

El despilfarro de astronómicos recursos se produjo porque un pequeño grupo de gobernantes, delirando con usar un gran capital para derrotar al capitalismo, abrió internamente los grifos al más corrosivo de los populismos y externamente financió respaldos en organismos internacionales o seguidores con el fanatismo ( o el oportunismo) suficiente para adoptar el mal llamado socialismo del siglo XXI como modelo.

Es improbable que volvamos a ganar el premio de elevados precios petroleros. Esa restricción exigirá sacrificios que el nuevo liderazgo debe exponer junto con los señalamientos de cómo salir del hueco. También tendrá que probarse con la inevitable sustitución de la locomotora petrolera y la urgencia de formular un plan económico basado en más trabajo, mejor emprendimiento, mayor productividad y un compartido compromiso sobre cómo reorientar aportes, sacrificios y beneficios. 

El primer deber de todos los demócratas es recuperar la democracia tanto en las instituciones como en la sociedad y extenderla a otros ámbitos donde en los últimos años se ha sembrado autoritarismo. La vía electoral, pacífica y constitucional es el medio pertinente y a la mano para iniciar esa recuperación. 

La cúpula gubernamental, ante su cantada debacle electoral, amenaza con desconocer la voluntad popular y usar la violencia para evitar que la Asamblea Nacional sea rescatada por las fuerzas democráticas de cambio. Existen señales de que en ese despropósito no la seguirá la mayoría del chavismo, en especial los no maduristas. 
El cambio de modelo y de políticas es un clamor también de la base popular del gobierno. Lo único que podría darle algún oxígeno a las locuras y desacatos gubernamentales es que las fuerzas llamadas a levantar una alternativa se distraigan con escaramuzas para obtener ventajas particulares y que los principales líderes se muestren incapaces de unir a todos los venezolanos en una causa cuyo triunfo exige atenuar los egos partidistas durante un considerable tiempo.
Resultaría imperdonable debilitar la unidad, abrir diferencias con el pretexto que sea en una coyuntura que requiere crear una identidad donde todos, militantes partidistas e independientes, ciudadanos de diversas convicciones políticas, puedan reencontrarse para contribuir a definir un nuevo ciclo político en el que puedan convivir y competir proyectos rivales de país. Más allá de contarse en una elección lo que debe contar es Venezuela. 
Por otra parte, no es momento para descuidar el hecho de que no es automático que el descontento universal se traduzca en apoyo electoral a los diputados que la MUD está presentando. Para el venezolano común la idea de ganar no pasa por fortalecer a un partido o a un líder, sino por superar la crisis sin que el desarrollo económico sacrifique la solidaridad ni la igualdad pueda ser burlada por la posición económica o el disfrute del poder.
La gente reclama políticos y partidos que piensen y hagan, con el perdón de la redundancia, política de un modo diferente. La MUD tiene una gran oportunidad para intentarlo y hay que ayudarla. Exigirle y echarle una mano para que sus logros sean triunfos de país. 

Raíces narrativas de la política pública

Ricardo Hausmann 


BUENOS AIRES – En la última Cumbre de las Américas, realizada en Panamá, el presidente de Cuba, Raúl Castro, optó por romper con el protocolo establecido. En lugar de hablar durante ocho minutos, tardó seis veces más en presentar una interpretación bastante libre de la historia política de su país. ¿Por qué?

Como economista de profesión, mis estudios me enseñaron a mirar el mundo desde la perspectiva del filósofo inglés Jeremy Bentham, para quien el propósito de la política pública es crear la mayor felicidad para el mayor número de personas. Las políticas que no se atengan a alguna de las variantes de este principio utilitarista (por ejemplo, las de John Rawls o las de Amartya Sen) ciertamente serán ineficientes o injustas.  

Sin embargo, descubrimientos recientes en psicología y neurociencia pueden sugerir que si queremos comprender la conducta social y política, o mejorar las políticas, deberíamos leer a Hegel más que a Bentham. Esto puede parecer extraño ya que Hegel era un filósofo idealista y jamás hubiera esperado que la neurociencia - una realidad material independiente del geist (generalmente traducido como espíritu o mente) - fuera pertinente a su ámbito de estudio.

Según Antonio Damasio en su libro Self Comes to Mind [El yo viene a la mente], el cerebro crea una percepción autobiográfica del propio ser, y este ser creado es el que percibe, recuerda y aspira, que posee telos (o propósito), y en cuyo nombre se toman decisiones.

Es este ser autobiográfico el que, a través de la narrativa que crea sobre sí mismo, también hace de la vida algo más que "una maldita cosa tras otra" como la describió el escritor, artista y filósofo estadounidense Elbert Hubbard. Y nuestro cerebro funciona de tal modo que puede entender lo que piensan y sienten otros seres.

Creo que esta misma estructura se aplica a la forma en que entendemos a los grupos multipersonales. Por ejemplo, no es coincidencia que la legislación trate a las sociedades anónimas como personas jurídicas. Pensamos en la organización en la que trabajamos como si fuera una persona que tiene derechos, obligaciones, valores, reputación y temperamento, en cuyo nombre sus administradores creen que actúan.

Lo mismo se aplica a naciones y estados. Nuestro cerebro necesita crear un sentido de identidad compartido, una "comunidad imaginada", como lo expresó el politólogo Benedict Anderson, en cuyo nombre se toman decisiones colectivas. Esta comunidad es una "persona" con un pasado y un futuro que nos trascienden como individuos. Tiene historia y telos.

Por el contrario, una visión ceñida exclusivamente a Bentham, llevaría a considerar la política como un conjunto de decisiones desconectadas basadas en un cálculo utilitario inmaterial. Pero esto haría que la vida colectiva pareciera ser "una maldita cosa tras otra". El conjunto de decisiones políticas que se adopten a través del tiempo debe tener algún sentido, y este sentido debe obedecer a la narrativa que se le superpone a los hechos históricos. La narrativa en sí misma es una construcción social que se encuentra limitada por los hechos solamente de manera marginal.

Por ejemplo, según la narrativa del presidente Barack Obama, Estados Unidos siempre ha representado una marcha firme hacia la libertad y la igualdad, desde la guerra de la  independencia hasta la abolición de la esclavitud y el empoderamiento de la mujer, de las minorías y de otros grupos previamente marginados, como los gay y los discapacitados. En la medida en que esta narrativa se aparte de la realidad, refleja aquello a lo que se aspira.

El rol de la política consiste en crear, mantener y reformular este sentido de identidad compartida, de nosotros (y por lo tanto de ellos). Es una ilusión, pero una ilusión creada socialmente. Por ejemplo, es la forma en que bávaros y venecianos en la década de 1860 llegaron a convencerse de que eran y siempre habían sido alemanes o italianos. De la misma forma, solamente una nueva narrativa - un nuevo geist - puede hoy persuadir a los británicos de que en realidad son europeos.

Según lo explica el politólogo Drew Westen, los liberales con frecuencia se apartan de la narrativa de la identidad compartida, tal vez porque están conscientes de que en su nombre suelen cometerse grandes crímenes. Hitler redefinió el volk alemán como la víctima colectiva de un enemigo interno que estaba manchando su sangre - un tipo de narrativa que, enmarcada en términos de raza, religión o clase, constituye la base del genocidio dondequiera que ocurra.

Pero también fue una "persona" nacional a la que Abraham Lincoln invocó en su discurso de Gettysburg. En tan sólo 272 palabras, Lincoln sintetizó a Estados Unidos como un ideal basado en la premisa de que todos los hombres son creados iguales. En esta narrativa, el objetivo de la guerra civil fue asegurar de que "el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparezca de la faz de la tierra".

De acuerdo al filósofo Alasdair MacIntyre en su libro Tras la virtud, las narrativas enmarcan las decisiones morales de los individuos. Del mismo modo, las narrativas enmarcan las decisiones que toman los gobiernos. Luego de su encuentro con los comunistas en España, George Orwell captó la esencia de la importancia de la narrativa en su novela 1984: "Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado".

Por ejemplo, mantener mercados laborales abiertos en la Unión Europea requiere que las personas se consideren a sí mismas y a sus nuevos vecinos como europeos. De manera similar, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no puede detener la inflación porque la narrativa de la “guerra económica” en que se encuentra atrapado le impide justificar las decisiones que son necesarias para estabilizar los precios.

La ventaja comparativa de Marx fue leer a Hegel y crear una narrativa en la que la historia es la historia de la lucha de clases, con el nuevo proletariado industrial emergente destinado a desarrollar una "conciencia social" y a derrocar el orden político y económico creado por la burguesía. La democracia liberal ha estado en desventaja en la batalla por la narrativa porque tiende a tratar al ser colectivo como si fuera tan sólo un votante racional medio en busca de un trabajo mejor.

Sin embargo, esto es insuficiente. Las políticas deben conformarse al marco de la narrativa prevalente, mientras que la gran tarea de la política es dar forma a la narrativa del mañana. No sorprende, entonces, que mientras Obama empleara sus ocho minutos en Panamá para esbozar iniciativas de políticas concretas que aportarían la mayor felicidad al mayor número, Castro pasara 48 minutos reinventando el pasado.





domingo, 21 de junio de 2015

¿Genera la crisis económica alternativas políticas?

Nelson Acosta Espinoza

Deslicemos una breve descripción de la dimensión material de la crisis que arropa a la mayoría de los venezolanos. Veamos, por ejemplo, como califican el desempeño económico algunos especialistas sobre este tema. Jason Karaja, en una nota para Quartz (marca global de noticias de negocios) señala que la economía venezolana presenta el peor desempeño del mundo. Tres variables, utiliza este analista, para sostener esta afirmación: decreciente valor de la moneda, creciente inflación y la  erosión del PIB. Otros especialistas coinciden con este diagnóstico. “El desempeño que el año pasado fue de -4%, y que la estimación que tienen algunos analistas es de que para este año será de -6 ó -7 por ciento”. En esta apreciación coinciden el FMI y diversas firmas consultoras.

Si se posa la mirada en otro indicador, como por ejemplo el monto de las reservas internacionales, se encontrara una situación similar. Hoy estas reservas se ubican en su nivel más bajo, 17 mil millones de dólares. Por otra parte la pobreza en el país, como resultado de los desequilibrios mencionados, ha aumentado en un 40%, cifras del Instituto Nacional de Estadísticas. El desabastecimiento, igualmente,  ha desplazado a la inseguridad como el problema que más angustia a los venezolanos. Solo en Caracas (Datanalisis) alcanza a un 60,7%. Se entiende que en las provincias estas carencias han de ser más severas.

Este cuadro se inserta en un ambiente electoral desfavorable para el oficialismo. Casi la totalidad de las mediciones coinciden en apuntar una brecha superior al 20% a favor de la oposición. En otras palabras, estos estudios coinciden en señalar que la primera probabilidad de triunfo la tiene la oposición de cara a las elecciones parlamentarias.

Aquí, amigo lector, voy hacer una pausa y una digresión teórica. Por ejemplo, ¿generará este cuadro económico, por sí solo, conductas políticas y electorales alternativas al oficialismo? ¿Sería sensato, colocar todos los huevos políticos en el cesto de las encuestas electorales? ¿Registran estos instrumentos cabalmente la inclinación político partidista de la población?

Bien, en relación a la primera interrogante es bueno advertir que el deterioro económico contribuye a la formación de las voluntades políticas. Pero este hecho, por sí mismo, no es suficiente para derrotar al adversario político. Se requiere, adicionalmente, estructurar un discurso y un relato político que sustituya al dominante y conquiste los corazones y estómagos de los votantes. En ese orden.

Las encuestas detectan desafección política en la población. Este síntoma, desde luego, aflige en proporción mayor al chavismo. Pero estos estudios, igualmente, registran un alto desconcierto en relación a la conducta exhibida por agrupaciones oposicionistas. Las viejas lealtades políticas se han ido derrumbando. Los partidos no están  generando emociones fuertes en el electorado. Animan, únicamente a sus partidarios.

Esta última afirmación parece ser corroborada por la conducta de algunas agrupaciones acuarteladas en la MUD. Su solidaridad con los huelguistas de hambre, por ejemplo,  ha sido un tanto retórica. Me parece que su apreciación de este hecho político ha estado viciada por consideraciones de orden táctico. Es decir, orientadas a no poner en peligro sus intereses electorales.

Parece valido, entonces,  preguntarse lo siguiente ¿Procesan los líderes de la MUD las necesidades del país y las exigencias de un electorado que se encuentra ansioso por derrotar al gobierno? Sería lamentable que se impusiera exclusivamente en la agenda de esta coalición los intereses de ciertas candidaturas. Ojala, que los próximos acuerdos por anunciarse registren las exigencias de una ciudadanía que está ansiosa por derrotar al gobierno. La política, sin lugar a dudas, pudiera se así.




No es (simplemente) una dictadura


Humberto García Larralde

El atropello a los senadores brasileros que arribaron el jueves a Venezuela, como las injurias  proferidas contra el líder socialista Felipe González una semana antes –ambas visitas motivadas por la suerte de los presos políticos y de los derechos humanos en el país- revelan, una vez más, la naturaleza fascista del régimen maduro-chavista. No es simplemente de una dictadura.

Las dictaduras militares de América Latina nacieron con un complejo de culpa una vez que la democracia se asumió como marco para la modernización de nuestros países[1]. No se atrevían a definirse contrarios al régimen democrático que deponían, sino a quienes habían abusado de él, “convirtiendo sus libertades en libertinaje” para destruir las estructuras que ligaban al tegumento social. El golpe militar respondía a una emergencia extraordinaria, a un llamado a restaurar el orden y “salvar” a la nación, en gravísimo peligro de hundirse en la anarquía. Su permanencia en el poder era porque la situación de “emergencia” no cesaba, no porque no reconociesen las virtudes de la democracia. Como “mal necesario” al cual deberíamos estar agradecidos, los dictadores gorilas no tenían empacho en mostrar que “compartían” estos valores. Así, Pinochet aceptó la visita de Felipe González -todavía no era Presidente de España- para interceder por dos presos políticos. Otras dictaduras aprovecharon gestos humanitarios para liberar a uno que otro detenido político a cuentagotas, buscando limpiar la sangre que derramaron para llegar al poder. Si bien se justificaban con slogans cargados de ideología –“defendamos la patria ante el peligro comunista”-, no eran regímenes motivados ideológicamente: su interés primordial era defender las estructuras de poder de las cuales eran usufructuarios. Pero sus intentos de legitimación apelaban cínicamente a los mismos atributos que estaban destruyendo.

El fascismo no alberga sentimiento de culpa alguno. Por el contrario, pregona una superioridad moral para imponerse, invocando epopeyas mitificadas acerca del pasado fundacional del Pueblo (con mayúsculas), representadas por contraposiciones simbólicas de lucha entre el “bien” (que ellos encarnan) y el “mal” de los enemigos del pueblo. El deber ser de los fascistas, proyectado en estos términos maniqueos, se asume como artículo de fe; una verdad revelada que no se asienta en la razón -porque es indiscutible- sino en la pasión y el apego por el Nuevo Orden revolucionario que limpiaría a la sociedad de indeseables. El juego político de la democracia es reemplazado por una sucesión de batallas contra enemigos internos y externos, que galvaniza a una militancia en tensión permanente, y justifica el uso de medios violentos para doblegarlos. De ahí la necesaria militarización de la sociedad y la supresión del individuo qua ciudadano, para engullirlo en una masa informe cuya identidad y misión emanan solo de la voluntad del Líder. El fascismo busca demoler al Estado de Derecho para reemplazarlo por el ejercicio discrecional de un poder basado solo en la fuerza. Ello genera una situación de anomia que privilegia el surgimiento de mafias que se disputan los favores del jefe para posicionarse en la expoliación de la cosa pública y en el despojo de quienes no se les reconocen derechos por ser “enemigos”. Pero al cobijo de una retórica revolucionaria.
Como centro de tal universo, Chávez nunca se imaginó un mundo discurriendo sin él y no se ocupó de preparar un sucesor. Sólo en trance de muerte y por imposición cubana, unge para sucederle a un ignaro que no exhibía otro mérito para ocupar la presidencia que no fuese la lealtad absoluta e incondicional con su legado o con la versión de él formulada por sus jefes antillanos. De ahí la elevación de Chávez, el eterno, a la condición de semidiós y al chavismo en secta religiosa con sus consignas-letanías impermeables a todo cuestionamiento. Consideraciones políticas referidas al trato con el adversario, al respeto a los derechos humanos y al fair play que deberían garantizar instituciones autónomas, simplemente no existen para estos fanáticos, no están entre sus referentes. Sus reglas y normas se derivan de las decisiones del Líder, y éstas son asumidas como ley[2]. De ahí que al auto-designado custodio de la memoria de Chávez le importe un comino la reacción nacional e internacional a sus desmanes, sus agravios a ex presidentes de naciones amigas o a la agresión hecha a senadores del Brasil. El reclamo de no-injerencia en los asuntos internos del país, además de desconocer la universalidad de los derechos humanos –no mediatizados por consideraciones de soberanía-, es, en realidad, una demanda de impunidad para que lo dejen reprimir, maltratar a presos políticos y amparar negocios ilícitos. La manoseada invocación del principio de la “autodeterminación de los pueblos” se convierte en licencia para el malandraje, en una patente de corso para corruptelas y para acciones de fuerza del Estado en contra de los derechos humanos.  

Los fascistas tienen vocación totalitaria[3]. Se empeñan en imponer su verdad indiscutible a todos los ámbitos de la vida en sociedad. No está en sus mentes la idea de negociar con otras fuerzas sus fines o sus procedimientos. Su verdad es la única aceptable. Por eso es difícil entenderse con ellos a menos que se negocie desde posiciones de fuerza. Y esto es bueno que lo asuman los partidos democráticos, ilusionados –algunos- en que una victoria en las elecciones parlamentarias abriría una agenda de negociación entre un Legislativo opositor y un Ejecutivo obligado a buscar acuerdos para iniciar una transición. Lamentablemente, no se vislumbra que el juego institucional, amparado en la ley, sea reconocida por quienes no quieren desprenderse de sus prácticas expoliadoras. Sola la acumulación de fuerzas puestas de manifiesto en el resultado electoral, movilizaciones sociales de por medio, podrán presionar los cambios.

Por último, Leopoldo López y otros valerosos ciudadanos que se declararon en huelga de hambre para presionar al gobierno para que anuncie la fecha de las elecciones y libere a los presos políticos, tienen que entender que tan terrible sacrificio no moverá a Maduro y los suyos. A los fascistas les importa un bledo la vida de quienes los adversan. Se trata de labanalidad del mal registrada por Hannah Arendt en el juicio a Adolf Eichmann, en la que la imposición de una verdad absoluta como expresión única admisible del deber ser de una sociedad –es decir, la imposición de un mal absoluto, en tanto aplasta el albedrió individual y todo pensamiento independiente-, lleva a funcionarios aparentemente anodinos a llevar a la muerte a millones, sin contemplación alguna, porque eso era lo que el Nuevo Orden revolucionario esperaba de ellos. Leopoldo, ¿En verdad crees que un jefe nazi como el Coronel Homero Miranda a cargo de Ramo Verde, o Maduro, Cabello y las mafias que amparan, les preocupa tu estado de salud? Te necesitamos mucho más como líder activo, talentoso y comprometido, que como mártir.



[1] No es el caso de la dictadura de Juan Vicente Gómez, de épocas previas a la asunción de una cultura democrática. Gómez se proyectaba como el padre severo obligado a disciplinar a sus hijos díscolos “por su propio bien”: el gendarme necesario para un pueblo inmaduro y bárbaro pregonado por Vallenilla (Cesarismo Democrático), quien pacificó y puso orden en Venezuela reprimiendo toda protesta. 
[2] Hermann Göering, ante fiscales públicos el 12 de julio de 1934, afirmaba que “La ley y la voluntad del Führer son una sola”. El propio Hitler llegó a reclamar su papel como “juez supremo del pueblo alemán”, incluyendo poderes para llevar a la muerte a quien quisiera. Ingo Müller, Los Juristas del Horror, pp. 101-2.
[3] El término totalitarismo, acuñado por el filósofo fascista Giovanni Gentile, fue adoptado por Mussolini, quien declaró al Estado Fascista como totalitario. Según Hannah Arendt y otros, sin embargo, el fascismo italiano nunca lo fue realmente, como si lo fueron el nazismo alemán y el estalinismo. 


La democracia municipal




Las recientes votaciones municipales y autonómicas en España son una muestra de la renovada vitalidad del sistema democrático de gobierno y ofrecen un esperanzador ejemplo para una Europa todavía parcialmente encallada en la recesión económica y sumida en un marcado grado de esclerosis política. Al mismo tiempo, la experiencia española tiene un profundo significado para Latinoamérica en tanto refleja la capacidad de nuevos actores sociales, en particular los jóvenes, por afirmar sus valores, su profundo deseo de cambios y su personalidad dinámica en un ambiente de plena libertad.
No está de más recordar que tanto en España como en la América española, los orígenes históricos del gobierno democrático se cifraron en las Cortes de Cádiz y más particularmente en la Constitución de 1812 que fue aplicada en ambos hemisferios y que autorizó las primeras votaciones locales. El primer liberalismo en ambos lados del Atlántico, por lo tanto, se caracterizó por el hecho de que “la autonomía municipal se transformó en autogobierno político”, como ha señalado Antonio Annino. Posteriormente, y durante los siguientes doscientos años, los historiadores han demostrado que los mayores avances democráticos se alcanzaron en las épocas de mayor efervescencia política en las ciudades hispanas y americanas.
Hoy en día también conviene tener en cuenta las experiencias de renovación política que han experimentado muchas grandes ciudades latinoamericanas durante los últimos decenios. En buen número de casos, los gobiernos municipales han representado un contrapeso a regímenes presidencialistas, en especial aquellos de ribetes autoritarios o que intentan imponer un modelo ideológico monocolor. ¿Qué duda cabe, por ejemplo, de que en Colombia, que estaba envuelta en la mayor guerra civil y narco/guerra del continente hace veinte años, los principales focos democráticos se encendieron en las ciudades de Bogotá y Medellín gracias al inesperado triunfo de coaliciones de izquierda que pusieron en marcha reformas sociales, culturales y ecológicas que hoy son considerados como modélicas? La figura de Antanas Mockus, filósofo extravagante pero innovador alcalde de Bogotá es de las más conocidas. Su gestión reflejó los deseos de cambio de amplias capas urbanas de la sociedad colombiana, especialmente las juveniles, y la aspiración de salir de los candados del sistema político colombiano, entrampado por el predominio de los viejos partidos oligárquicos y todavía más por la las luchas sangrientas protagonizadas por ejército, paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes poderosos. En esa coyuntura oscura, las reformas políticas municipales oxigenaron a gran parte del país.
No menos significativo ha sido el caso de México, donde en 1997 se rompió la larguísima hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la capital a partir del triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas como alcalde electo de la mayor ciudad del hemisferio. Posteriormente, durante los doce años de las gestiones subsiguientes de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, el Distrito Federal se transformó en un espacio de libertad y reconocimiento legal a la diversidad. A pesar de la oposición soterrada u abierta de las autoridades federales, los políticos progresistas buscaron el apoyo de múltiples grupos sociales de activistas, artistas, gais, lesbianas y sectores populares de todos los colores, los cuales contribuyeron a cambiar la faz de la metrópoli. Se crearon nuevas escuelas y universidades, se crearon programas de apoyo a jubilados y desempleados, nuevas formas de transporte público, como el metro bus, vías para bicicletas, y calles peatonales en el centro histórico más emblemática de las Américas, por la riqueza de su arquitectura prehispánica y colonial. Hoy la ciudad de México se declara ciudad de la diversidad y representa un espacio cultural y social esperanzador dentro de un país sumido en una profunda crisis.
Pero estas historias municipales no acaban allí, sino que se descubren en las experiencias de otros países latinoamericanos. En Brasil, al finalizar la dictadura militar en 1985, los mayores avances democráticos tuvieron lugar en los gobiernos locales: particularmente significativas fueron las victorias de los candidatos del Partido del Trabajo (PT) en las elecciones en las ciudades de Sao Paulo, Porto Alegre y Vitoria. Con el tiempo, las experiencias innovadoras de gestión urbana, como las del presupuesto participativo de Porto Alegre, renovaron los modelos de administración municipal y eventualmente gestaron las condiciones favorables para la elección a la presidencia de Lula en 2003. Sin embargo, en sintonía con los deseos de alternancia por parte de muchos sectores sociales, luego cambiarían los vientos políticos en Sao Paulo, la mayor ciudad de Brasil, como lo demuestra el hecho de que José Serra, feroz crítico de Lula, fuese electo prefecto de la ciudad en 2005, luego gobernador del Estado del mismo nombre, y que en 2010 se pudiera presentar como candidato a la presidencia, aunque perdería frente a Dilma Rousseff.
En años recientes, el panorama político de las grandes urbes latinoamericanas ha demostrado ser muy compleja pero también ratifica que los alcaldes pueden servir de contrapesos a los partidos presidencialistas dominantes. Tal es caso del conservador, Mauricio Macri, el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que presenta combate a diario al gobierno de Cristina Kirchner. Tanto es así, que se ha catapultado como uno de los candidatos principales a la presidencia para las elecciones nacionales a celebrarse en noviembre próximo.
Testimonio especialmente vívido de la importancia de los gobiernos municipales como contrapesos a los gobiernos nacionales es el de Venezuela en nuestros días, pero en este caso ha sido notoria y aberrante la persecución de los alcaldes. En primer término, está el caso de Antonio Ledezma quien ganó en 2008 la alcaldía mayor de Caracas con un 53% de los votos pero quien enfrentó la oposición del gobierno nacional. El 19 de febrero de 2015 fue arrestado acusado de subversión por la administración del presidente Nicolás Maduro. Aún más conocido es la historia de Leopoldo Lopez, el popular alcalde de Chacao entre 2011 y 2008 quien se convirtió en líder de la oposición a Hugo Chávez, y que también aspiró a ser candidato a la alcaldía de Caracas; esto lo proyectó con fuerza en el escenario político y eventualmente fue acusado de actos ilegales por el gobierno de Maduro, por los que fue encarcelado en la prisión militar de Ramo Verde, donde sigue hasta la fecha.
En resumidas cuentas, si deseamos entender la política contemporánea tanto de España como de América Latina, es importante prestar una atención especial a las grandes urbes donde ya vive la mayor parte de la población. Es allí donde pueden medirse mejor los márgenes de la diversidad y la libertad, así como de la vitalidad cultural y social. Las recientes elecciones municipales en España sugieren que hay mucho que discutir sobre las futuras formas de la política en el siglo XXI. Es más, del contrapaso que puede ofrecer lo local a lo nacional y global depende, en buena medida, cómo podrán conservarse los espacios democráticos y plurales que emergieron por primera vez hace tres milenios en las ágoras de Grecia.
Carlos Marichal es historiador y profesor en El Colegio de México.cmari@colmex.mx


domingo, 14 de junio de 2015

“Que todo cambie para que todo siga igual”



Nelson Acosta Espinoza
Bien amigo lector, tengo la impresión que estamos viviendo  los últimos tiempos del dispositivo político y cultural que ha sido denominado como socialismo del siglo XXI. Esta denominación, tiene un sentido discursivo; un intento de dotar de identidad a un conjunto de políticas que, en lo sustantivo, ya habían sido experimentadas en el pasado por la sociedad venezolana. Pudiera parecer extraña esta última afirmación. El gobierno a lo largo de su existencia ha intentado por todos los medios de vender la idea de la originalidad de su propuesta: el socialismo del siglo XXI es la ruptura definitiva con lo acontecido en la llamada IV república.

Existe un dictamen de la vida que indica que los hombres hacen su propia historia y,  generalmente, aparecen duplicados: una vez como tragedia y la otra como farsa. Este concepto, expuesto por Karl Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, puede aplicarse con certeza a lo acontecido a los largo de este periodo histórico que comienza a dar sus últimos pasos en la historia de nuestro país.

Si analizamos el proyecto chavista-madurista veremos claros indicios de repetir tendencias macro económicas experimentadas en el pasado: nacionalización de las industrias básicas, políticas redistributivas del ingreso, hipertrofia del estado, centralización política y económica, empobrecimiento de la vida política, subsidios a la población. 

Este viejo modelo, hoy ejercitado como farsa, apuntalado en los ingresos petroleros, las importaciones masivas  y la estatización avanzada de la economía ha colapsado. Igualmente, la movilización social ascendente que caracterizo en sus inicios al modelo democrático, se ha trocado en su contrario: descendente que arroja a una proporción cada vez mayor de venezolanos a vivir en la pobreza.

Esta revolución de pacotilla, es de pacotilla, cuando ha tenido que legitimarse con el auxilio de espíritus del pasado: “toman prestados sus nombre, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar una nueva escena de la historia”.

No hay nada nuevo en este socialismo del siglo XXI. Tan solo una “vejez venerable”.

Los venezolanos se encaminan en la dirección de clausurar un tiempo histórico. Lentamente se desplazan en la dirección de cerrar definitivamente el siglo XX. Existen indicios optimistas que muestran que es el momento de abrir compuertas para los nuevos tiempos.

Ojo, es necesario ser cautelosos con optimismos desbordados que, a veces, son portadores de una “vejez venerable”.  Atreverse a innovar, parece una consigna que resume los retos que debería  asumir la dirección política en esta coyuntura. Cuidado con el gatopardismo: que todo cambie para que todo siga igual. Esta táctica  ha sido experimentada. 
El chavismo la aplico y…todo siguió igual.

Recuperar la república civilista es una tarea inmediata. Honrar a sus héroes es una exigencia histórica. La democracia tiene un pasado honorable. A partir de esas valiosas contribuciones sería posible edificar el edificio de la nueva civilidad.

 Sin miedo y con arrojo se puede neutralizar el gatopardismo. Hay que abrir  las compuertas de la historia para el deslizamiento de las ideas fundantes de la democracia civilista que anhelamos los venezolanos. La política, sin duda alguna,  pudiera ser así.

Felipe González en Venezuela



Mario Vargas LLosa

Se equivocan quienes dicen que la visita del expresidente español Felipe González a Venezuela ha sido un fracaso. Yo diría que, más bien, ha constituido todo un éxito y que en los escasos dos días que permaneció en Caracas prestó un gran servicio a la causa de la libertad.

Es verdad que no consiguió visitar al líder opositor Leopoldo López, preso en la cárcel militar de Ramo Verde, ni tampoco asistir a la vista de su juicio ni a la audiencia en que se iba a decidir si se abría proceso al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma (preso desde febrero), pues ambas convocatorias fueron aplazadas por los jueces precisamente para impedir que González asistiera a ellas. Pero esto ha servido para mostrar, de manera flagrante, la nula independencia de que goza la justicia en Venezuela, cuyos tribunales y magistrados son meros instrumentos de Maduro, al que sirven y obedecen como perritos falderos.

De otro lado, lo que sí resultó un absoluto fracaso fueron los intentos del Gobierno y jerarcas del régimen de movilizar a la opinión pública contra González. En un acto tan ridículo como ilegal, el Parlamento que preside Diosdado Cabello —acusado por prófugos del chavismo a Estados Unidos de dirigir la mafia del narcotráfico en Venezuela— declaró al líder socialista persona non grata, pero todas las manifestaciones callejeras convocadas contra él fueron minúsculas, conformadas sólo por grupos de esbirros del Gobierno, en tanto que, en todos los lugares públicos donde González se mostró, fue objeto de aplausos entusiastas y una calurosa bienvenida de un público que agradecía el apoyo que significaba su presencia para quienes luchan por salvar a Venezuela de la dictadura.


Su comportamiento, en ese par de días, fue impecable, exento de toda demagogia o provocación. Se reunió con la Mesa de la Unidad Democrática, que agrupa a las principales fuerzas de la oposición, y las exhortó a olvidar sus pequeñas rencillas y diferencias y mantenerse unidas ante el gran objetivo común de ganar las próximas elecciones y resucitar la democracia venezolana, a la que el chavismo ha ido triturando sistemáticamente hasta reducirla a escombros. Aunque todas las encuestas dicen ahora que el apoyo a Maduro no sobrepasa un 20% de la población y que el 80% restante está en contra del régimen, el triunfo de la oposición no está garantizado en absoluto, debido a las posibilidades de fraude y a que, en su desesperación por aferrarse al poder, Maduro y los suyos puedan recurrir al baño de sangre colectivo, del que ha habido ya bastantes anticipos desde la matanza de estudiantes el año pasado. Por eso es indispensable, como dijo González, que todas las fuerzas de la oposición se enfrenten solidarias en la próxima confrontación electoral que el régimen, debido a la presión popular, ha prometido para antes de fin de año.

Pero, quizás, el efecto más importante de la visita de Felipe González a Venezuela, aparte del coraje personal que significó ir allí a solidarizarse con la oposición democrática sabiendo que sería injuriado por la prensa y los gacetilleros del régimen, es el ejemplo que ha dado a la izquierda latinoamericana y europea. Porque hay entre ella, todavía, y no sólo entre los grupos y grupúsculos más radicales y antisistema, sectores que, pese a todo lo que ha ocurrido en los años de chavismo que padece la tierra de Bolívar, alientan todavía simpatías por este régimen y se resisten a criticarlo y a reconocer lo que es: una creciente dictadura cuya política económica y corrupción generalizada ha empobrecido terriblemente al país, que tiene hoy día la inflación más alta del mundo, índices tenebrosos de criminalidad e inseguridad callejera, y donde prácticamente ha desaparecido la libertad de expresión y los atropellos contra los derechos humanos se multiplican cada día.

Es verdad que algunos de los defensores del régimen de Maduro, como los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, Evo Morales, de Bolivia, el comandante Ortega, de Nicaragua, Cristina Kirchner, de Argentina, y Dilma Rousseff, de Brasil, lo hacen con hipocresía y duplicidad, elogiándolo en discursos demagógicos, defendiéndolo en los organismos internacionales, pero evitando sistemáticamente imitarlo en sus propias políticas económicas y sociales, muy conscientes de que éstas últimas, si siguieran el modelo chavista, precipitarían a sus países en una catástrofe semejante a la que padece Venezuela.

Aunque en Europa el socialismo ha ido convirtiéndose cada vez más en una social democracia, haciendo suyos los valores liberales tradicionales de tolerancia, coexistencia en la diversidad, respeto a la libertad de opinión y de crítica, elecciones libres, una justicia independiente, y comprendiendo que las nacionalizaciones y el dirigismo económico son incompatibles con el desarrollo y el progreso —véase los esfuerzos que hace la Francia socialista de Hollande y Valls para impulsar el mercado libre, estimular la empresa privada y abrir cada vez más su economía—, todavía en América Latina persisten los mitos colectivistas y estatistas. Lo que Hayek llamaba “el constructivismo”, la idea de que una planificación racionalmente formulada podía ser impuesta a una sociedad para imponer una justicia y un progreso material que tendría en el Estado su instrumento central, pese a que la historia reciente muestra en los casos del desplome de la URSS y la conversión de China Popular en un país capitalista (autoritario) el fracaso de ese modelo, todavía en América Latina sigue siendo la ideología de muchas fuerzas de izquierda, uno de los obstáculos mayores para que el continente, en su conjunto, prospere y se modernice como ha ocurrido, por ejemplo, en el continente asiático.

Felipe González prestó un enorme servicio a España contribuyendo a la modernización del socialismo español, que, antes de él y su equipo, estaba todavía impregnado de marxismo, de “constructivismo” económico y no había asumido resueltamente la cultura democrática. Curiosamente, su adversario de siempre, José María Aznar, hizo algo parecido con la derecha española, a la que impulsó a democratizarse y a modernizarse. Gracias a esa convergencia de ambas fuerzas hacia el centro, España, a una velocidad que nadie hubiera imaginado, pasó, de una dictadura anacrónica, a ser una democracia moderna y funcional y un país cuya prosperidad, no hace muchos años, el mundo entero veía con asombro. Conviene recordarlo ahora cuando, debido a la crisis, ha cundido ese parricidio cívico que pretende achacar todo lo que anda mal en el país a aquella transición gracias a la cual España se salvó de vivir el horror que está viviendo Venezuela.
Mario Vargas Llosa, 2015


Maduro, según Freud

El papa Francisco esperaba a Nicolás Maduro el domingo pasado a la mañana. Pero el presidente venezolano se ausentó. Adujo que una otitis le impedía viajar. Si no fuera porque visitaría un lugar sagrado, se diría que el trastorno fue providencial: la reunión en el Vaticano prometía llevar a un clímax la presión para que el régimen de Maduro deje de violar los derechos humanos. El Pontífice pensaba reclamar la libertad de los presos políticos e iba a hacer figurar el pedido en el comunicado sobre la reunión. Freud esbozaría una sonrisa. Maduro contrajo una dolencia en el oído cuando el problema era lo que tendría que escuchar.
La frustrada entrevista en Roma fue propicia para una nueva ola de protestas por el arbitrario cautiverio de varios líderes opositores. El viernes pasado, Francisco recibió una carta en la que los expresidentes de Colombia, Andrés Pastrana, y de Bolivia, Jorge Quiroga, solicitaban su intervención “para que la tierra de Bolívar recupere la democracia y la libertad”. Pastrana y Quiroga denunciaron las condiciones inhumanas en que se encuentran los presos políticos, que ellos corroboraron durante una visita a Venezuela.

El mismo día, el director de Human Rights Watch para las Américas, José Miguel Vivanco, solicitó al Papa que interceda por los opositores Leopoldo López, Daniel Ceballos, Vicencio Scarano, Antonio Ledezma, María Corina Machado y Carlos Vecchio. López y Ceballos realizan una huelga de hambre reclamando una fecha para las elecciones legislativas.
A estos reproches y súplicas se suman los de la propia Iglesia. Hace ocho días, el arzobispo Roberto Lückert, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, visitó al Papa. Al salir de la entrevista, declaró que “el Santo Padre no entiende cómo con todos los recursos Venezuela tiene tanta pobreza”. Y adelantó que Jorge Bergoglio “no visitará nuestro país mientras haya presos políticos”.
Al regresar a Venezuela, Lückert reclamó a las autoridades que permitan que los confinados sean visitados por la Cruz Roja y por la comisión episcopal de Justicia y Paz, que él preside. Sobre todo Ceballos, que está muy deteriorado. Al mismo tiempo, la Mesa de la Unidad Democrática, que reúne a la oposición, convocó a una vigilia en numerosos templos para, mientras Maduro visitaba al Papa, pedir por los dirigentes cautivos. Éste es el marco en que Felipe González llegó a Caracas para asistir a los abogados de los perseguidos.

Maduro debe enfrentar estas protestas en un contexto cada vez más tormentoso. El Papa se ha rodeado de colaboradores que le conocen mucho y le aprecian poco. El secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, fue hasta 2013 nuncio en Caracas. Y el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Madariaga, arzobispo de Tegucigalpa y presidente de la comisión designada por Bergoglio para la reforma de la Curia, ha sido de los prelados más severos con el régimen venezolano. Hugo Chávez llegó a tratarlo de “loro vestido de cardenal” y “payaso imperialista”.
El desencuentro de Maduro con la Iglesia se agravó el año pasado. Parolin dispuso que el nuncio en Caracas, Aldo Giordano, encabezara una mediación entre el Gobierno y sus rivales. El Presidente la aceptó, pero apenas cedieron las manifestaciones en las calles suspendió las reuniones.
Con el tiempo se conocieron algunas informaciones que explican cuán inoportuno fue el desaire. El Papa, que se había ofrecido como puente entre los venezolanos, estaba apadrinando el acercamiento de Barack Obama con los Castro, los principales aliados de Maduro. El cerco seguirá extendiéndose el mes próximo, cuando Francisco visite a Evo Morales y Rafael Correa, dos bolivarianos.
Resulta estéril analizar el comportamiento del chavismo con las categorías de un proyecto pluralista y democrático. La otitis es metafórica. El régimen no oye. Sólo habla. Y se dirige, cada vez con peores argumentos, a un “nosotros” al que pretende conservar. Las penurias que Chávez vino a superar se vuelven, con la escasez, cada día más borrosas. Maduro debe amenazar con el futuro. Es lo que acaba de hacer: “Prepárense para un tiempo de masacre si fracasa el socialismo”. Difícil distinguir si fue un pronóstico o un proyecto.


domingo, 7 de junio de 2015

Resguardar la vida de los venezolanos en huelga de hambre

Nelson Acosta Espinoza
Las huelgas de hambre son medidas extremas. Requieren un alto  nivel de coraje y determinación por parte de quienes asumen esta acción de protesta política. Igualmente, este acto debe estar acompañado por el apoyo solidario y creativo de las organizaciones que apoyan y soportan esta actividad extrema.  Simplificando. Esta acción implica una confrontación de voluntades.  Los huelguistas, por un lado  y, las autoridades a quienes les compete otorgar las reivindicaciones solicitadas, por el otro. Su teatro de operaciones, por así decirlo, es la conquista de la opinión pública.

En el caso del ayuno que practican un grupo de venezolanos, encabezados por Leopoldo López y Daniel Ceballos, sus demandas son sencillas: fijación del calendario electoral, presencia y supervisión internacional y libertad de los presos políticos. Su posibilidad de alcanzar estas metas depende del nivel de compromiso de la MUD y de la movilización popular. Insisto, su campo de operaciones lo define los corazones de la población. Vale decir, la posibilidad de despertar solidaridad en la ciudadanía.

La marcha, convocada por López el sábado 31 de Mayo, tuvo eco en la población. Un grupo importante de venezolanos mostraron su desacuerdo y angustias en relación al estado de pobreza, inseguridad, alto costo de la vida, inflación, etc.,  que azota a la población y pone en peligro sus estándares de vida. Desde luego, estas reivindicaciones estaban encadenadas a gestos de solidaridad con estos venezolanos que habían iniciado esta huelga de hambre.

La población respondió. La MUD no estuvo, en esa ocasión, a la altura de la respuesta que escenifico la ciudadanía. Dudas, cálculos y, un cierto “egoísmo” político prevaleció en los momentos iniciales. Posteriormente, sectores asociados a esta agrupación se incorporaron a la marcha y respaldaron la acción de los huelguistas.

¿Y, ahora, qué? ¿Cuáles acciones hay que desarrollar para brindar solidaridad con estos venezolanos? ¿Existe voluntad en los actores políticos (MUD) de acompañar activamente esta lucha? Bien, estas preguntas están por responder. Ojala que las mismas sean afirmativas y se pueda desarrollar una campaña nacional en solidaridad con López, Ceballos y demás huelguistas.

Sin embargo, hay que estar claros. Un triunfo del estado en este tema implicaría desmoralización de la población opositora y un retroceso para las aspiraciones electorales y políticas de este sector. Esta afirmación puede sonar un tanto contundente. Sin embargo, la experiencia en situaciones similares así lo indica (véase el caso irlandés).

Más allá de las diferencias y pretensiones de corte electoralistas hay que entender que el momento es de naturaleza Política y, posteriormente, de índole electoral. Ojala no se inviertan los términos. Las apetencias electoralistas no deben subyugar las políticas. De ser así, en opinión de este humilde escribidor, se cometería un error de carácter histórico. Revelaría la ausencia de una concepción estratégica para enfrentar la grave situación que confrontamos todos los venezolanos.

Desde luego, hay que preservar la vida de estos compatriotas. Se hace indispensable desarrollar, entonces, movilizaciones intensas y de calle (pacificas) para poder alcanzar los objetivos propuestos y/o un compromiso político honorable que de salida a esta situación límite en que se encuentran los participantes en esta forma de protesta.

Históricamente esta herramienta de lucha puede tener una duración determinada o ser ilimitada. En esta segunda opción el desenlace final será la muerte por inanición que sobrevendrá entre los 60 y 90 días del comienzo del ayuno.

Es indispensable, en consecuencia, desarrollar una intensa movilización política para resguardar la vida de los huelguistas y alcanzar las metas propuestas. Estos objetivos conciernen a todos los venezolanos y, particularmente, a los grupos asociados a la MUD. Salvemos la vida de los huelguistas.





Ahora, ¿Unidad?

Simón García
El país presenció, el pasado sábado, una movilización nacional exitosa. No fue formalmente unitaria aunque hubo gente de diversas procedencias sociales y partidistas. La MUD informó que la convocatoria era responsabilidad solo de una de sus organizaciones integrantes. No dio las razones por las que no se adhería a ella. Se limitó a admitir el derecho de Leopoldo López a convocarla, valorar sus motivos y considerar que sus objetivos formaban parte de la plataforma de la MUD.

La MUD no comunicó ninguna orientación sobre asistir o no. Esa decisión quedó a conciencia de cada organización. Unas se pronunciaron a favor y otras se abstuvieron de declarar. Capriles informó que asistiría, Falcón que no. López se adosó un triunfo.

Pero, surgieron evidencias de que la concentración y el inicio de la huelga fueron pensadas con el propósito deliberado de no informar previamente al resto de los integrantes de la MUD. Se optaba, otra vez, por la diferenciación. Más fácil que grabar el video hubiera resultado enterar a la MUD. Leopoldo como Bertebly, aquel personaje de Melville, prefirió no hacerlo.

El incumplimiento de las reglas de juego provocó malestar. Porque frente a la ofensiva autoritaria del gobierno no se debe jugar en solitario. También porque la unidad se basa en la absoluta confianza mutua y en asegurar la corresponsabilidad en las decisiones y la solidaridad en las acciones. Las reglas, las amarras de la unidad, existen en función de elevar la eficacia política de los esfuerzos destinados a ponerle fin a los fracasos de Maduro y a los errores del modelo. No son un invento burocrático.

La pertenencia a la Unidad implica que cada partido renuncia a perseguir algunos de sus objetivos particulares. Para doblegar el poder hegemónico, todos deben comprometerse a ser solidarios. El liderazgo debe ser colectivo porque no podemos recaer en caudillismos.

La competencia indebida por el liderazgo conduce a desatar una pugna por la redistribución de los apoyos en el seno de la oposición y coloca en segundo plano la comunicación con el gran país. Y en el momento actual, verse el ombligo no sirve ni para perder tiempo.

El gran desafío es captar la enorme masa de descontentos que ha dejado de estar con Maduro y no están convencidos de respaldar a la oposición. La crisis se va a encargar de acentuar el rechazo general de la sociedad al gobierno. La oposición no puede ayudarlo a que restablezca los viejos términos de la polarización ideológica que convirtió a la mitad del pueblo en enemigo de la otra.

Victoria electoral sin alteración de ideas, valores y conductas en el conjunto de la MUD puede lanzarnos a un triunfo sin cambios reales. Preservar la unidad de la MUD significa romper el quietismo sin desesperación, mantener la combinación virtuosa de calle y votos, saber que también en política actuar juntos genera fuerzas mayores que la simple suma de las partes.

Esta semana la MUD ha dado unos primeros pasos para ir al encuentro del país descontento y proponerle unitariamente una estrategia, un plan, unos objetivos y un discurso para encontrarnos con otros venezolanos que también quieren una Venezuela diferente a la actual, aunque no todos coincidamos plenamente sobre las líneas de su futuro.

Reconforta, pero por lo pronto está el deber ético de ayudar a que salga bien la lucha de los 17 huelguistas por la paz, la vigencia de los derechos humanos, la libertad de los presos políticos y la fijación de elecciones con observancia internacional imparcial.


@garciasim