domingo, 28 de junio de 2015

Emocionar y polarizar

Nelson Acosta Espinoza
Finalmente,  después de 30 días de huelgas de hambre acometidas por un nutrido grupo de compatriotas el CNE tomo la decisión de convocar elecciones para el 6 de diciembre venidero. Tibisay Lucena, presidenta del citado organismo, hizo el anuncio en cadena nacional de medios.

Lo que ha debido ser una práctica rutinaria, en estos tiempos de “revolución”, se tuvo que transformar en el objetivo de una lucha ciudadana. Medidas extremas fueron necesarias en orden de obtener la fecha para practicar el derecho constitutivo de un sistema democrático: el ejercicio del voto.

Bien, al menos ya conocemos el día en que acontecerá el enfrentamiento electoral entre el oficialismo y los demócratas.  En esta ocasión, el escenario electoral polarizado pudiera beneficiar a la oposición. Y, en consecuencia, esta contienda pudiera ser asumida como una pugna política y electoral entre dos extremos: autoritarismo y democracia; nomenklatura y ciudadanos. Entiendo que el uso de la tarjeta única,  entre otras razones, obedece al criterio de impulsar esta lógica dicotómica.

A los amigos lectores, les puede parecer extraño que  reivindique la polarización. Después de todo,  este fenómeno electoral y político ha sido demonizado a lo largo de estos últimos años. Y, si bien es cierto, que esta peculiaridad electoral fue aprovechada por el oficialismo, hoy en día, el agotamiento que presenta el chavismo-madurismo hace plausible que esta lógica pueda jugar a favor del polo democrático. Desde luego, para que ello sea posible seria indispensable introducir cambios en la estructura narrativa que tradicionalmente ha caracterizado a este sector político.

En principio, no debería asumirse esta contienda como un instrumento exclusivo para obtener el mayor número de curules en la Asamblea Nacional. Me parece indispensable subordinar esta aspiración al objetivo de impulsar una oferta alternativa a lo ya existente. Pero para alcanzar esta meta ha de utilizarse un tono que supere al que tradicionalmente ha caracterizado estas batallas en el pasado. Los debates deberían romper el cerco racionalista que supone el abordaje de temas programáticos y técnicos de escasa compresión para el electorado.

Por ejemplo, existe una tendencia de evaluar las posibilidades del cambio político y electoral a partir de las circunstancias de orden material: inflación, desempleo, inseguridad, precariedad de la infraestructura, deterioro de la economía, etc. Estas condiciones “objetivas” tradicionalmente han proporcionado elementos para la elaboración de propuestas programáticas e insumos para la actividad partidista y las rutinas electorales. Pudiéramos calificar esta aproximación como “racionalista”.

Sin embargo, hoy en día, la lingüística, la neurociencia, la antropología, entre otras disciplinas, apuntan a demostrar que estas circunstancias, por sí mismas, no son suficientes para cincelar una determinada conducta electoral ciudadana en un momento preciso. La “razón” requiere de la “emoción” y, ambos espacios, básicamente operan en la dimensión inconsciente de nuestro cerebro.

Intento transmitir una idea que puede parecer extraña para algunos: la política que practican algunos de nuestros demócratas desconoce cómo funciona el cerebro de nuestros ciudadanos. Y esta circunstancia los conduce a sostener que la política son razones y que las emociones distraen, distorsionan y alteran el verdadero núcleo de la estrategia que son las propuestas, las ideas, las ideologías…

Me parece que la estrategia discursiva opositora debería apuntar hacia otro frente. El núcleo básico de la futura contienda electoral debiera expresarse en estos términos: polarizar, emocionando a sus electores.

La aldabilla de la puerta de la razón son las emociones. No entenderlo, sería un grave error. Y pudiera conducir a otro fracaso electoral. Sin lugar a dudas, la política debería ser así.

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