Nelson Acosta
Espinoza
Finalmente, después de 30 días de huelgas de hambre
acometidas por un nutrido grupo de compatriotas el CNE tomo la decisión de
convocar elecciones para el 6 de diciembre venidero. Tibisay Lucena, presidenta
del citado organismo, hizo el anuncio en cadena nacional de medios.
Lo que ha debido
ser una práctica rutinaria, en estos tiempos de “revolución”, se tuvo que
transformar en el objetivo de una lucha ciudadana. Medidas extremas fueron
necesarias en orden de obtener la fecha para practicar el derecho constitutivo
de un sistema democrático: el ejercicio del voto.
Bien, al menos ya
conocemos el día en que acontecerá el enfrentamiento electoral entre el
oficialismo y los demócratas. En esta
ocasión, el escenario electoral polarizado pudiera beneficiar a la oposición.
Y, en consecuencia, esta contienda pudiera ser asumida como una pugna política
y electoral entre dos extremos: autoritarismo y democracia; nomenklatura y
ciudadanos. Entiendo que el uso de la tarjeta única, entre otras razones, obedece al criterio de
impulsar esta lógica dicotómica.
A los amigos
lectores, les puede parecer extraño que
reivindique la polarización. Después de todo, este fenómeno electoral y político ha sido
demonizado a lo largo de estos últimos años. Y, si bien es cierto, que esta peculiaridad
electoral fue aprovechada por el oficialismo, hoy en día, el agotamiento que
presenta el chavismo-madurismo hace plausible que esta lógica pueda jugar a
favor del polo democrático. Desde luego, para que ello sea posible seria
indispensable introducir cambios en la estructura narrativa que tradicionalmente
ha caracterizado a este sector político.
En principio, no
debería asumirse esta contienda como un instrumento exclusivo para obtener el
mayor número de curules en la Asamblea Nacional. Me parece indispensable
subordinar esta aspiración al objetivo de impulsar una oferta alternativa a lo
ya existente. Pero para alcanzar esta meta ha de utilizarse un tono que supere
al que tradicionalmente ha caracterizado estas batallas en el pasado. Los debates
deberían romper el cerco racionalista que supone el abordaje de temas
programáticos y técnicos de escasa compresión para el electorado.
Por ejemplo, existe una tendencia de evaluar las posibilidades del
cambio político y electoral a partir de las circunstancias de orden material:
inflación, desempleo, inseguridad, precariedad de la infraestructura, deterioro
de la economía, etc. Estas condiciones “objetivas” tradicionalmente han
proporcionado elementos para la elaboración de propuestas programáticas e
insumos para la actividad partidista y las rutinas electorales. Pudiéramos
calificar esta aproximación como “racionalista”.
Sin embargo, hoy en
día, la lingüística, la neurociencia, la antropología, entre otras disciplinas,
apuntan a demostrar que estas circunstancias, por sí mismas, no son suficientes
para cincelar una determinada conducta electoral ciudadana en un momento
preciso. La “razón” requiere de la “emoción” y, ambos espacios, básicamente
operan en la dimensión inconsciente de nuestro cerebro.
Intento transmitir
una idea que puede parecer extraña para algunos: la política que practican
algunos de nuestros demócratas desconoce cómo funciona el cerebro de nuestros
ciudadanos. Y esta circunstancia los conduce a sostener que la política son
razones y que las emociones distraen, distorsionan y alteran el verdadero
núcleo de la estrategia que son las propuestas, las ideas, las ideologías…
Me parece que la
estrategia discursiva opositora debería apuntar hacia otro frente. El núcleo
básico de la futura contienda electoral debiera expresarse en estos términos: polarizar,
emocionando a sus electores.
La aldabilla de la
puerta de la razón son las emociones. No entenderlo, sería un grave error. Y
pudiera conducir a otro fracaso electoral. Sin lugar a dudas, la política
debería ser así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario