sábado, 12 de octubre de 2013

La religión populista


Nelson Acosta Espinoza

El presidente Maduro inició la búsqueda de una quinta ley habilitante. A lo largo de estos quince años, bueno es recordarlo, el poder legislativo ha "habilitado" al ejecutivo en cuatro ocasiones. Bien, el martes 8 de octubre anunció que solicitará poderes especiales para legislar contra la corrupción y combatir la "guerra económica". Invitó al pueblo venezolano a "batallar sin descanso hasta lograr extirpar este mal de raíz". Es paradójica esta declaración. Pretende combatir lo que su modelo económico y sus políticas públicas han creado a lo largo de estos últimos quince años. Pareciera, entonces, que el presidente va a "batallar sin descanso" contra sus propias políticas y ministros. ¿Sería Merentes un victima propiciatoria?

Esta visión, desde luego, no es compartida por los enchufados que diseñan las políticas del gobierno. Estos analistas profesan una religión populista. Un marco de creencias que les impide tomar decisiones que contradigan las verdades económicas contenidas en su recetario macroeconómico. Resulta sorprendente como repiten recetas económicas que ya han sido practicadas sin éxito en otros países.

Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards, en su libro, Macroeconomía del populismo en América Latina, explican las distintas fases que atraviesan estas políticas hasta llegar al colapso final. Ilustran su argumentación con los ejemplos de Chile de Allende y Perú de Alan García. Si bien fueron realidades políticas distintas, ambas experiencias compartieron el mismo marco de creencias macroeconómicas. Estos autores afirman que el modelo populista es una reacción contra las experiencias monetaristas. Distinguen cuatro fases. No se asuste amigo lector. Ciertamente no voy a describirlas, ni pienso atiborrar este escrito con argumentos sofisticados de teoría macro económica. Si me interesa resaltar que hoy, en el país, estamos experimentado la última de estas etapas. Sus rasgos económicos más gruesos son los siguientes: aceleración extrema de la inflación, fuga de capitales, desmonetización de la economía, déficit presupuestario, escasez, desempleo, corrupción generalizada. El salario declina y se debe "a un hecho sencillo: el capital puede atravesar las fronteras, pero los trabajadores no". Desde luego, todos conocemos el desenlace político de ambas situaciones. Golpe de estado y represión masiva.

Hay un aspecto que deseo subrayar. ¿Cómo explicar esa repetición de errores y estrategias económicas mal concebidas? ¿Podría atribuirse a una falta de "memoria" de las élites políticas oficialistas? ¿Incapacidad? ¿O, serán estas estrategias subsidiarias de un determinado marco cognitivo? Esta última interrogante precisa un aspecto vital para comprender la imposibilidad del populismo socialista de dar marcha atrás: la dimensión cognitiva de sus políticas públicas. Este es un tema que es ineludible abordar en el contexto de la formulación de un pensamiento progresista.

Veamos. Esta religión populista se encuentra anclada al interior de un mapa cognitivo, de una visión del mundo. Esta perspectiva proporciona los principios que orientan su acción pública y su práctica política. En conjunto conforman un sistema estructurado de instrumentos conceptuales y analíticos. En breve un aparato ideológico. Este sistema de creencias los condena inexorablemente a una marcha sin retorno posible. Retroceder o propiciar un viraje, significaría la descomposición y la pérdida del poder político. Esta cartografía, entendámoslo, no es susceptible de modificaciones. Aquí reside la tragedia de la revolución socialista del siglo XXI y los peligros que acechan a nuestra precaria democracia.

En fin, esta macroeconomía del populismo se encuentra articulada, igualmente, a una práctica política específica. Cuyas características sobresalientes son, por ejemplo, autoritarismo centralista, uso faccioso de la administración pública y la demonización del adversario. Es evidente, entonces, que el federalismo (discursivo, económico y político) constituye la alternativa política a esta religión populista. Sin embargo, hasta ahora esta opción no es percibida así por el bloque opositor. Lo cual añade fragilidad a la situación política que confronta el país. Son peligrosos los tiempos que se avecinan.

En su intervención en la Asamblea Nacional el pasado martes, el Presidente Maduro intentó motivar a su público con una sobreactuación dramática. Sin embargo, hay que señalarlo, Nicolás no es un buen actor, no ha podido superar las actuaciones del difunto presidente Chávez. En su incompetencia discursiva sólo logró reemplazar la lucha de clases por la lucha de frases.

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