José Julián Hernández C.
Les resultará paradójico: la gente ya no marcha pero se puso en marcha. El país decidió despegar y, al parecer, encontró un camino. Frente a la elección presidencial del próximo 7 de octubre puede que impere una sensación de cambio y, en consecuencia, que la mayoría decida que la situación cambie. Desde agitaciones diversas en el ánimo de la sociedad y desde una textura social polarizada, tienden a aparecer cuatro componentes decisorios que indicarán el rumbo de una porción del electorado. Estos son: hastío, desencanto, vacilación y miedo. Los dos primeros generan un estado de contrariedad, en tanto que los dos siguientes producen desconfianza.
Dada la fuerte carga emocional contenida en cada uno de estos componentes, se crea un margen relativamente amplio para influir en el ánimo de una parte de los votantes. La forma que encuentren los mensajes para conectar con los deseos de la gente y reducir sus recelos respecto a los candidatos y sus ofertas, hará la diferencia el 7 de octubre. El endurecimiento de los campos políticos en pugna deja “la última palabra” en manos de una quinta parte del electorado.
Considerando la abstención, algo menos de tres millones (1/5 del electorado) de votos inclinarán el fiel de la balanza. Claro que ese quinto no se percata de esa responsabilidad; y, desde luego, sin la activación de las otras 4/5 partes no hay manera de que se produzca la atmósfera capaz de darle una orientación de sentido a los mensajes e influir en ese núcleo que hoy se encuentra contrariado y escéptico.
Esto significa que el esfuerzo general de animación de la campaña debería esforzarse en crear un vínculo con esa porción del electorado que conforma el núcleo decisorio.
Ahora, ¿quiénes son esos desapercibidos en cuyos hombros pesa el destino del país? Pueden ser indecisos o no alineados, pero eso no es lo determinante. Forman parte –como es de suponerse– de los segmentos D y E, por su manera de padecer la realidad y el desencanto que les produce la práctica y la simbología chavista, pues se han venido convirtiendo en un sector aplanado; es decir, no los ilusiona nada. Sobrellevan el hastío que hasta ahora se expresa sólo como irritación. No son indecisos sino vacilantes. No están titubeantes ni confundidos, sino sometidos al influjo de presiones existenciales y emocionales, así como a formas de chantaje e intimidación. Nace allí el miedo, no tanto como amenaza, sino abatimiento.
Los problemas se agravan e irritan a la gente, pero no son la fuente de la contrariedad. En un contexto recesivo, conflictivo e inseguro, donde merma el efecto de las Misiones y Chávez se enferma, se configura un cuadro en el cual las personas ven alejarse la posibilidad de lograr lo que desean; es decir, están contrariadas. Y lo que produce ese estado en ese contexto, es la percepción de que el Gobierno quiere hacer las cosas pero no sabe cómo, que Chávez no garantiza los cambios que se esperan y que, además, no es capaz de solucionar los problemas. Estudios de campo y de opinión como los de UCAB y Consultores 21 –a través de los cuales nos acercamos al pensamiento del venezolano, en un 51% de las opiniones en el último año esta realidad se hace patente. Es de destacar que este período estuvo estampado por una intensa operación que colocó la enfermedad del Presidente Chávez en el centro de las inquietudes del venezolano. Alrededor de un 40% piensa que el país está progresando, pero los demás creen que el país está estancado o en decadencia. Este dato deja aparecer el otro campo, el de la desconfianza. A diferencia del ánimo contrariado que tiene su origen en las dificultades y circunstancias, la desconfianza está cerca de las creencias y de los lazos emotivos. Siguen funcionando los lazos pero los credos del chavismo se están desvaneciendo. Un 50% considera que Chávez no es culpable de los problemas y en igual medida cree que el Presidente piensa más en el interés de la mayoría que en el beneficio personal. Pero el 53 % de los venezolanos declara que el país que Chávez quiere no se parece al que ellos quieren. Credos y enlaces sensibles ya no marchan tan juntos por lo que la comunicación se ve alterada y, por tanto, la confianza también. Si al 15% que no confía ni en Chávez ni en la oposición, le sumamos el 39% que declara confiar más en la oposición, tenemos un 54 % que desconfía de Chávez.
Desgaste del gobierno, malestar y desilusión jugarán a favor del cambio; pero se avanzará hacia la mayoría de votos una vez que se examine el estado de contrariedad: lo que impide, en el marco de las relaciones gobernante-gobernado, que la gente realice sus deseos. O sea, ¿cuánto de lo que la gente vislumbra como bueno o positivo para su realización personal o familiar se ve impedido por las malas ejecutorias del gobierno? o ¿cuánto de lo que padece es consecuencia de la inoperancia e ineficiencia del modelo gubernamental? Por otra parte, hay que lograr –como en efecto está sucediendo– que las ideas y la simbología del cambio (“hay un camino”, “progreso”, etc.) se enmarquen e impulsen dentro de un credo que consiga desarmar la manipulación que la hegemonía chavista hace con la patria, la división social de clases y la fractura política. Ese credo, además de la unidad lograda hasta ahora, debe poner los códigos para que el candidato Capriles despliegue su carácter asistencial (bienhechor y protector) a través de un modelo propio, eficiente, conciliado e incluyente. Sólo así es posible crear un nuevo lazo de confianza para que la idea “hay un camino” tenga códigos, asideros y líderes.
Aplanados y vacilantes se han hecho sentir en distintos momentos en los que, por ejemplo, los primeros dejan ver su desilusión y los segundos no ceden a las presiones y al falso dilema existencial que les plantea el chavismo. Algunos de esos momentos coinciden con triunfos de la Unidad Democrática, tal como sucedió en las elecciones parlamentarias de 2010. Aunque siempre atrapados en el modelo de dominación chavista, a ratos logran distinguir el origen de su contrariedad y doblegar el abatimiento que les desorienta la voluntad. Es este un grupo poderoso y fluctuante. Nos atrevimos a darle el tamaño de 1/5 del electorado. Es más grande que los indecisos y puede estar algo más cerca de los que en algunas ocasiones, desde el año 2007, decían no ser ni chavistas ni opositores. Pero hoy cuando los bloques se han emparejado, hay que indagar acerca de ¿quiénes son y dónde están los aplanados y vacilantes?
¿Estarán acaso representados en los 15 puntos porcentuales que distanciaban en el 2010 a quienes decían que el país estaba progresando (30%) y quienes opinaban que el país estaba en decadencia (45%). O será ese 19,6% que en la actualidad “no sabe” o “no contesta” cuando se le pregunta (Consultores 21) acerca del culpable de los problemas importantes que aquejan al país? O tal vez esos 14 puntos de diferencia que en abril de 2010 separaba a quienes opinaban que Chávez era culpable de los problemas (57%) y quienes declaraban que no era culpable (43%).
Si se hace manifiesto el origen de la contrariedad y, además, el abatimiento y la intimidación se convierten en ilusión y confianza, la necesidad del cambio se impondrá y se traducirá en votos.
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