Retrato de Simón Bolívar por el artista peruano Gil de Castro. De acuerdo al propio Bolívar "es el retrato que más se parece a mi" y enviado a su hermana María Antonia. |
El uso político de la figura de Bolívar no es nuevo. Su utilización como soporte mítico de lo nacional se inició casi inmediatamente después de su muerte. Es posible afirmar que Venezuela como “comunidad imaginada” tiene su partida de nacimiento firmada por El Libertador; sellada por el culto que alrededor de su figura heroica y melancólica se creó a través del tiempo.
Su culto lo inició José Antonio Páez en 1833 con la traída de los restos del “Padre de la Patria” a suelo venezolano. Antonio Guzmán Blanco (1870-87) fortalece y magnifica este mito. La fragilidad de nuestra identidad nacional tiende a ser fortalecida a través del diseño de símbolos patrios. Bandera, escudo e himno nacionales constituyeron las bisagras que pretendió proporcionar solidez a una conciencia nacional débil y en proceso de formación. Este mito bolivariano es recurrente a lo largo de toda nuestra historia republicana. En líneas generales nuestros líderes políticos han tendido a declarase como depositarios de la herencia gloriosa del Libertador. Juan Vicente Gómez se vanagloria de ser un presidente bolivariano; Eleazar López Contreras organizó las Cívicas Bolivarianas. Con un menor énfasis, en el período democrático este mito forma parte de sus ofertas políticas y herramienta para la construcción de nuestra modernidad.
Con la llegada de Hugo Chávez Frías al poder el mito bolivariano alcanza plenamente la condición de filosofía de estado. Cambia el nombre de la república, apellidándola “bolivariana”; cancela nuestro pasado democrático, deposita en la casta guerrera de los libertadores los valores sustanciales de la nación y, ¿finalmente? altera la iconografía clásica del Libertador, acuñando una versión de Bolívar con “una mandíbula lambrosiana y una nariz más ancha de lo que cabe esperar de un hombre blanco como lo fue Simón Bolívar”.
Esta nueva “astucia” del poder constituye una trampa que el chavismo le ha tendido a la república. Este nacionalismo bolivariano, no es distinto a las ideologías que históricamente han cobijado a los autoritarismos; ajenos a la diversidad democrática y cultivadores de formas de expresión única.
Es momento de poner coto a este uso arbitrario de la figura y símbolo del Libertador y cancelar electoralmente esta restauración del pasado.
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