sábado, 3 de septiembre de 2016

La gota de agua




 
Simón García



No es seria la versión del gobierno sobre la contundente Toma de Caracas. Poco se le puede creer después de difundir una foto que no es del acto y que al reconocer que es del 2012, corrige sustituyéndola por una del 2013. 

El cambalache forma parte de la operación para criminalizar la protesta, identificar la solicitud del referendo con un golpe de Estado y lanzar amenazas sangrientas para desmoralizar e infundir miedo en la población. 

Pero el intento fracasó. Las provocaciones resbalaron y la virulencia fue respondida con firmeza y serenidad. A nadie le extrañó el resultado final: una concentración esmirriada y sin punch. Los públicos a juro no suelen ser muy entusiastas.

A la cúpula oficialista sólo le queda el autoengaño y urdir mentiras para consumo de ellos mismos. No pueden abrir ni una rendija a las críticas que surgen del chavismo no madurista. Tienen que desconocer el descontento afuera para sofocarlo puertas adentro. Pero, ¿hasta cuando?  

El gobierno rebaja la magnitud y el impacto de la Toma. Pero su primer éxito, antes de su realización, fue subordinar el oficialismo a la agenda de la MUD, ponerlo a la defensiva. 

Finalmente, la cúpula se resignó a reducir su mitológica guerra a unas cuantas cuadras y apostar a imponer, con su hegemonía comunicacional opresiva, la percepción de que se trató de dos marchas iguales. Un empate.

A la hora de evaluar el papel de una movilización magistralmente dirigida por la MUD hay que tomar en cuenta que no actuamos en una democracia. El 1 de septiembre fue una demostración de rebeldía colectiva, una decisión de superar la militarización de la ciudad, los bloqueos de las vías, la presencia sombría de los colectivos. Afortunadamente la GN se portó bien. 

La toma barrió con el pesimismo y con la inercia, acabó el deslizamiento hacia el conformismo, nos liberó de la inclinación a adaptarnos a la crisis. Logros intangibles, junto con la devolución del optimismo y el reforzamiento de la confianza en nuestras propias capacidades para unirnos, para entendernos y para cambiar. La viabilidad del revocatorio para el 2016 subió un escalón grande, aunque aún el poder conserve maniobrabilidad para retardarlo. 

Paradójicamente una minoría en el seno de la oposición reitera el cuestionamiento a la Toma, pregona la desconfianza hacia los partidos, restablece creencias salvadoras, desacredita al liderazgo realmente existente y se hunde en aéreas soluciones instantáneas. A esta minoría hay que seguir persuadiéndola de su espejismo; pero también reconsiderar si tiene algún punto recuperable para la estrategia común.

Hemos actuado como la gota horadando la piedra. ¿Será hora de profundizar la propuesta de cambio con los sentimientos de la población? ¿La estrategia constitucional, electoral y de cambio en paz puede hacerse un torrente junto con la gente?


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