Manuel Arias Maldonado*
Tras irrumpir en la
conversación pública española con un puñado de artículos de opinión que
demostraban a la vez originalidad reformista e independencia ideológica, el
politólogo Víctor Lapuente se ha decidido a reunir las claves de su pensamiento
en un volumen de título tan provocativo como seductor. Huelga decir que un
producto editorial de estas características florece en el terreno abonado por
la crisis económica que ha conducido a la sociedad española a un estado de
efervescencia reflexiva cuyo final feliz no está garantizado. Para contribuir a
asegurarlo, convendría tener a mano trabajos como este, ya que, como advierte
el autor, la historia demuestra que la moderación es más adecuada que el
radicalismo cuando de reformar se trata.
La pregunta
fundamental que Lapuente se hace es sencilla: ¿por qué se vive mejor en unos
países que en otros? Y su original respuesta es que depende de la retórica
política dominante en cada sociedad. O sea, del modo en que se discuten los
problemas colectivos, que condicionará las soluciones que con ellos se ensayen.
Eso significa que otras categorías binarias, tales como izquierda/derecha o
vieja/nueva política, tienen menos importancia de lo que parece en comparación
con esa suerte de metacategoría que alude a la forma en que se encuadran los
asuntos colectivos y se canaliza el conflicto entre versiones contendientes del
bien. Se sentiría uno tentado a ver en la retórica política un lugar de
encuentro de las tesis institucionalistas (para las que son las instituciones
vigentes las que determinan el éxito o fracaso de una sociedad) y las
culturalistas (que ven en las mentalidades el factor decisivo). Nótese que
hablar de mentalidades o cultura no es lo mismo que aludir a la “genética” de
una sociedad: esta no puede cambiar, aquellas sí. Igual que la retórica sobre
la que Lapuente pone el foco. Y su deseo es que elijamos bien entre los dos
tipos ideales que nos presenta: el chamán y la exploradora.
Sobre esta disyuntiva
organiza el autor su discurso. En esencia, se trata de la distinción entre la
ideología y el pragmatismo. Mientras que el chamán prefiere los ideales a los
datos y desea realizar cambios radicales en todas las esferas sociales,
agitando persuasivamente categorías fantasmales como “el neoliberalismo” y “el
sistema” (que Lapuente acierta a definir como “equivalente progre de la palabra
‘diablo’ para los religiosos medievales”), la exploradora es más pluralista y
atiende a los datos empíricos para forjar consensos de los que emergen
políticas cuya implantación se encarga a profesionales con un alto grado de
autonomía. No está claro por qué el maligno chamán es masculino y la virtuosa
exploradora es femenina, pero asumamos que es el signo de los tiempos. En
cualquier caso, tal distinción estaría presente en la cultura humana desde sus
inicios: aquello que decía Borges de que todos los hombres nacen platónicos o
aristotélicos.
Para Lapuente, los partidos populistas que han
recobrado protagonismo en nuestras democracias de la mano de la crisis amenazan
con imponer una retórica de chamanes, que por lo demás florece por igual a
izquierda y derecha del espectro político. Un mérito destacado del autor es
incluir a medios de comunicación e intelectuales públicos en el catálogo de
causas que explican el rebrote del maximalismo populista: lejos de ser un
espejo en el que la sociedad se refleja, aquellos pulen una lente deformada que
distorsiona las expectativas ciudadanas y simplifica las causas de unos males
también debidamente exagerados. Resulta así más difícil hacer diagnósticos
ajustados sobre los problemas sociales y encontrar las políticas más
prometedoras para atenuarlos. Es significativo que Lapuente defienda la Tercera
Vía representada por Schröder en Alemania y Tony Blair en Gran Bretaña, líderes
que se atrevieron a desatender sus obligaciones ideológicas en beneficio de la
realidad: un delito de leso progresismo que los ideólogos de guardia jamás
perdonarán.
Asimismo, el autor
hace un elogio minucioso de los países nórdicos como sociedades pragmáticas que
combinan un alto grado de protección social universalista, una política
económica competitiva y una administración pública profesionalizada que limita
los efectos perniciosos de la influencia partidista. Un incrementalismo, en
suma, que Lapuente echa de menos en la Unión Europea, a la que critica por
haber arruinado el laboratorio de políticas públicas que las sociedades europeas
podrían implementar; una apreciación discutible a la vista de la diversidad que
exhiben las sociedades europeas en muchos aspectos importantes de su política
pública. Quizá la preferencia del autor por los Estados pequeños y flexibles
permita explicar la severidad con que censura la Europa realmente existente,
sin la indulgencia que acaso merezca la formidable dificultad de construirla.
En cambio, es menos comprensible que no diga una sola palabra del nacionalismo,
excluido sin razón aparente del listado de los relatos chamánicos de nuestro
tiempo.
Hay mucho más en este libro recomendable para cualquier ciudadano
interesado en los asuntos públicos, escrito de manera accesible, trufado de
fábulas y ejemplos sencillos que buscan crear un estilo divulgativo en
ocasiones un tanto chirriante (a estas alturas, quizá convendría imponer una
tasa sobre las citas de La vida de Brian) pero por lo general
eficaz. Su tesis central, indemostrable pero plausible, merece en todo caso la
máxima atención en un país tan inclinado como el nuestro a elegir al revés de
como debe: “Tremendismo en lugar de realismo, idealismo en lugar de
pragmatismo, soberbia demagógica en lugar de escepticismo humilde, adjetivos
calientes en lugar de sustantivos fríos, dialéctica de lucha en lugar de
consenso, utopía de incrementalismo, fantasiosos Quijotes en lugar de
pragmáticos Sancho Panzas.” Ojalá que este magnífico trabajo sirva para que nos
parezcamos un poco más a la mejor Suecia y un poco menos a la peor Italia.
*Letras Libres Diciembre 2015
Tras irrumpir en la conversación pública española con un puñado de artículos de opinión que demostraban a la vez originalidad reformista e independencia ideológica, el politólogo Víctor Lapuente se ha decidido a reunir las claves de su pensamiento en un volumen de título tan provocativo como seductor. Huelga decir que un producto editorial de estas características florece en el terreno abonado por la crisis económica que ha conducido a la sociedad española a un estado de efervescencia reflexiva cuyo final feliz no está garantizado. Para contribuir a asegurarlo, convendría tener a mano trabajos como este, ya que, como advierte el autor, la historia demuestra que la moderación es más adecuada que el radicalismo cuando de reformar se trata.
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