Miguel A. Megias
Como he dicho muchas veces en mis artículos,
el alcalde es el gobernante que está más cerca al ciudadano. Nuestros problemas
cotidianos se desenvuelven en el entorno del municipio donde vivimos, donde
trabajamos, donde jugamos, donde soñamos. Es ese entorno, el del municipio, el
que debemos cuidar, proteger y enriquecer en la medida de nuestras
posibilidades. De ahí la gran importancia que tienen tanto la figura del
alcalde como la de los miembros de los Consejos Municipales que acompañan su
gestión.
En artículos anteriores me he referido al rol
de los alcaldes en asuntos aparentemente tan baladíes como el rayado de las
calles, la disposición de la basura en contenedores para el reciclaje, o los
procesos burocráticos para la obtención de documentos. En esta ocasión quiero
referirme a otros temas, que parecen un tanto tontos, pero que pueden alterar
-para bien o para mal- la vida del ciudadano.
En primer lugar, me referiré al ruido que se
produce en ciudades y pueblos. Ruido proveniente principalmente -pero no
siempre- de las llamadas "cornetas" de los autos y motos. A esos
dispositivos en España se les llama "el claxon" (según la RAE,
"bocina eléctrica"); su uso, en Venezuela es realmente un abuso. Por
cualquier motivo los conductores se sienten con razón para sonarlo y entre más
potente y más seguido, pues mejor. Si un conductor que está primero en la fila
frente a un semáforo y se demora un microsegundo en arrancar al tener la luz
verde, pues de inmediato empiezan las pitas de los autos que están detrás a sonar
insistentemente. Si un peatón se atraviesa, igual. Y no digamos si otro
conductor se aprovecha de un pequeño espacio frente a otro y lo
"pilonea". Las cornetas, entonces, suenan a reventar.
Recordamos (con nostalgia) los tiempos del
gobierno de Pérez Jiménez. Desde luego no estamos hablando de nostalgia por su
dictadura ni por sus tropelías. Nos referimos a que en esa época, ya largo
tiempo desaparecida, estaba prohibido el uso de este aditamento del automóvil.
En Caracas, donde viví varios años, era rarísimo oír el sonido de una corneta;
tan solo cuando un automóvil llevaba a un herido o enfermo -generalmente los
pasajeros eran mujeres a punto de parir- se oía, insistentemente el sonar el
claxon. Y todos los vehículos, inteligentemente, caballerosamente diría yo, le
cedían el paso pues entendían que el conductor del vehículo no era un simple
abusador sino que tenía una importante misión que cumplir, que generalmente era
llegar cuanto antes al hospital. ¡Qué tiempos aquellos!
Cuan diferente la situación hoy en día.
Ignoramos si existe en las ordenanzas contra ruidos molestos algo relativos a
las cornetas de los carros, pero desde luego, si es que existe, no se cumple.
En un tiempo trabajé en una oficina, situado cerca de un transitado semáforo en
Valencia. El sonido de las cornetas de los automóviles era incesante, todo el
día. Pero al acercarse la hora pico, alrededor de la cinco de la tarde, la
algarabía era absolutamente insoportable. Y recientemente comprobé que, día
tras día, mes tras mes y año tras año, todo sigue igual.
Señores alcaldes: ¡prohíban el uso
indiscriminado de este instrumento de tortura en que se ha convertido la bocina
eléctrica de los automóviles!
Otra fuente importante de ruidos molestos es
la de los vendedores callejeros de CDs de música. Se instalan en cualquier
calle o esquina, montan unos gigantescos altavoces y para terminar, empiezan a
tocar todos los ritmos populares habidos y por haber. Desde luego, no sabemos
si tienen derecho a vender sus productos (generalmente copias ilegales) y mucho
menos si tienen el derecho a fastidiar a quien no quiere oír sus estridencias.
Lo cierto es que, quieras o no, te los tienes que "calar", pues nunca
he visto autoridad alguna que les llame la atención. Y entre más duro suenan sus
altavoces (cornetas también se les llama en Venezuela), pues mejor.
Y que podremos decir de un tranquilo día en la
playa, con carros que están dotados de potentísimos equipos de sonido, que se
instalan donde les da la gana y que nos atormentan día y noche, haciendo de
nuestro intento por escapar del ruido cotidiano de la ciudad algo imposible. La
música en alto volumen, a veces tres o cuatro a la vez, cada quien con su
ritmo, es lo que uno encuentra en muchas playas de Venezuela. Y si usted,
amablemente, le pide que bajen el volumen, lo miran como un bicho raro que no
aprecia debidamente su gusto por la música de alto calibre. Y desde luego,
pocas veces le hacen caso.
Y desde luego, no entraré a detallar otros
ruidos que nos alteran a veces noches enteras, como son las "fiestas
familiares" o las reuniones en los clubes. Viví en una ocasión cerca de
uno de esos lugares donde los sindicatos realizan sus reuniones los fines de
semana. A partir del viernes por la noche y -desde luego los sábados-, hasta
altas horas de la madrugada, era absolutamente imposible dormir:
la música que a todo volumen y sin ninguna contemplación emitían (y siguen
emitiendo) tanto esos lugares de reunión como las "fiesticas
particulares" es algo que debe ser tomado en cuenta por las alcaldías.
Por último me referiré a los autobuses,
algunos de los cuales son auténticas minitecas ambulantes. Y no se le ocurra
pedirle al conductor que le baje el volumen. La respuesta, por lo general, es
subirlo aún más. El conductor de un colectivo no ha entendido -nadie parece que
se lo haya señalado- que su servicio es un servicio público y que, entre otras
cosas, debe atender las quejas de los pasajeros. Hay que educar a los
conductores, es preciso crear una escuela donde se les enseñe a manejar. Pero
eso ya será material para otro artículo.
Todos estos problemas pareciera que no hay
mayor interés oficial en ser resueltos. Sin embargo, en los países que
generalmente pensamos como "desarrollados", o de primer mundo, todas
estas molestias al ciudadano han sido sabiamente erradicadas. Por ejemplo,
recuerdo en mis vivencias en los Estados Unidos, la llegada "puntual"
de la policía local del pueblo donde estudiaba, cuando después de las 11 de la
noche teníamos una fiesta entre amigos, con música un poco subida de volumen.
En España, si bien no está prohibido el uso del claxon, este se utiliza muy
raramente, sólo en casos en que la impaciencia de conductores que creen que
emitiendo esos molestos sonidos puede hacer que la cola avance. Las
"fiestas particulares" desde luego existen, pero los que se divierten
tienen muy en cuenta que a partir de cierta hora no se puede ni se debe
molestar a los vecinos.
En fin, si bien no se puede cambiar la cultura
popular de un país de la noche a la mañana si se puede iniciar un período de
mejoras en la vida ciudadana. Y no puedo pensar en nada más fácil (no le cuesta
dinero al municipio, solo se requiere voluntad) y útil que prohibir los ruidos
molestos, comenzando con el uso indebido del claxon y la limitación de horarios
para las fiestas.
¡Qué fácil sería mejorar la vida ciudadana si
nuestros alcaldes y concejales tuvieran mayor conciencia! Esto comenzaría a
llevarnos a ese ansiado "primer mundo" sin tener que gastar ni un
centavo; además, el ruido no tiene ideología, no es de izquierda ni de
derechas.
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