Nelson Acosta Espinoza
Bien amigos lectores, hoy es Domingo de Resurrección o Domingo de Gloria. Sin duda alguna, este día constituye la fiesta central del cristianismo en la que se conmemora, de acuerdo con los evangelios, la resurrección de Jesús al tercer día después de haber sido crucificado.
Voy a tomar esta idea de resurrección y aplicarla al ámbito de lo político. En cierta forma esta actividad ha venido agonizando a lo largo de las últimas tres décadas. Es posible, entonces, sostener que en ese período se debilitó la identificación de los “espectadores representados” con los “actores representantes”. Desde luego, esta escasa correspondencia entre ambas categorías cuenta como causa por la pérdida de credibilidad de la metáfora representativa.
Un efecto directo de este “vaciamiento de legitimidad” ha sido el desgaste de las prácticas políticas consensuadas, la glorificación del conflicto y la producción de conductas alejadas de las formas políticas convencionales.
El oficialismo, por ejemplo, ha impuesto – a lo largo de estos tres lustros- un relato político que cancela la política y la ha sustituido por una práctica belicista donde el oponente es visto no como adversario, sino como enemigo. En un cierto sentido, han asimilado el Estado a lo político y, en esa conversión, han excluido la variante sociedad. Han pretendido, sin éxito, conformar una unidad política sin fisuras y, de esta forma, tener capacidad para determinar quienes son “amigos” y “enemigos”.
Afortunadamente este relato muestra síntomas irreversibles de agotamiento. Los resultados electorales, por mencionar una instancia, indican que esta práctica está llegando a su fin. En consecuencia, parece que es el momento apropiado de resucitar las formas liberales de hacer política. ¿Qué se quiere decir con esta expresión? Bien, es sencilla la respuesta: no caer en la trampa de la polarización y ensayar nuevas vías de participación. En otras palabras, hay que ir al encuentro de los problemas de la ciudadanía y formular las respectivas respuestas políticas.
La venidera elección parlamentaria es una oportunidad para implementar estrategias desporalizantes. Para ello, es imperativo que los candidatos se articulen a sus regiones y sus relatos expresen la diversidad política y cultural de su entorno. En otras palabras, hablar a la gente, a toda la gente.
Desde luego, son diversas las tareas que se imponen en estas próximas elecciones. Me voy a permitir señalar dos. Primero, hay ir al encuentro del pueblo chavista. Salir del círculo oposicionista y hablar en un lenguaje que exprese los problemas reales de la población y que interpele a la totalidad de los electores. Segundo, salir al paso a las prácticas centralizadoras que aún tienen vigencia en las agrupaciones oposicionistas. Las parlamentarias no deben adquirir el carácter de un plebiscito. Esta contienda no es nacional en el sentido que sus temas serían homogéneos para todo el país. Al contrario. Hay que federalizarlas. Hacer entender al elector que votará por la persona que representará su región y enfrentará los problemas de su entorno.
En cierto sentido, llevar a cabo estas tareas implica iniciar el proceso de resurrección de la política. En otras palabras, hay que dotar a esta actividad de un nuevo de contenido y significado para los electores. No hay que olvidar que la pasada elección mostró que la polarización social ya no se expresa en la política. Es necesario, entonces, profundizar esta tendencia; romper con las prácticas responsables del empobrecimiento que ha sufrido la contienda política en el país.
Domingo de Resurrección fin de la Semana Santa e inicio de un nuevo ciclo de vida. Hago voto para que logremos la resurrección de la actividad pública. Sin dudas, la política ahora es así.
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