Nelson Acosta Espinosa.
Las colas ya forman parte de nuestra cotidianidad. Cada día cientos de personas se ven en la necesidad de hacer filas durante horas, frente a los abastos y supermercados, para poder comprar productos de primera necesidad, como leche en polvo, pañales, detergentes, harina, etc. A la lista de los problemas con los cuales la población debe lidiar diariamente –inseguridad y devaluación- hay que añadir el tema de la adquisición de estos productos básicos.
Parece válido, entonces, preguntarse ¿este escenario de precariedad económica generará actitudes y conductas políticas contrarias al gobierno? En otras palabras, ¿tiene abierto el camino la oposición para un triunfo electoral en las próximas elecciones parlamentarias? Y, de ser así, ¿nos acercamos al fin del socialismo del siglo XXI? Preguntas gruesas que requieren cautela en la formulación de sus respuestas. La mesura es recomendable. No se debe colocar todos los “huevos” políticos en un solo “cesto”, en el caso que nos ocupa, el de la economía. Los triunfalismos y el optimismo electoralista opacan la voluntad del quehacer político y desvían la atención hacia temas de limitado interés táctico.
Por ejemplo, las colas. Es conocido que en los países del llamado socialismo real estas experiencias fueron manejadas como instrumentos de control social. Ilustra lo anterior los casos de la ex Unión Soviética y Cuba, donde el gobierno implementó duros programas de racionamiento a lo largo de prolongados períodos de desabastecimiento.
La población se acostumbra a esta realidad. La acepta como algo que es inevitable. Vuelca su energía a sobrevivir y a la búsqueda de lo escaso. Las ciencias de la conducta ofrecen explicaciones que dan cuenta de esta situación. Por ejemplo, la pirámide de Maslow. De acuerdo a esta teoría, la población tiene que ir cubriendo sus necesidades básicas primero, para luego arropar otras como las de autorrealización, de participación, de afiliación. En la actualidad, los venezolanos han regresado a lo más básico de la pirámide. Están preocupados por resolver estas carencias de alimentación, seguridad y, posteriormente, podrán volcarse hacia otras necesidades de naturaleza cultural y política.
Por otra parte, los sondeos de opinión pública (Alfredo Keller) ubican la demanda de cambio en un 70% de los encuestados y en un 20% los que desean que la situación continúe tal como se encuentra hoy día (“seguir con lo mismo”). Este estudio revela un aspecto interesante. Ambos, chavismo y oposición pierden simpatías. 77% votará en las elecciones parlamentarias: 36% por la oposición, 24% por el oficialismo y una abstención prevista cercana al 39%; pero si se va a los votantes seguros, la oposición obtendría 42% y el oficialismo 31%. “Aunque la disposición electoral opositora es mayor que el chavismo…el hecho de que 60% de descontento no se traduzca sino en 36% de votación opositora” indica una debilidad en el campo opositor.
No es el deseo de este escribidor militar en el pesimismo electoral. Mi intención es advertir sobre algunos riesgos implícitos en esta lucha. Por ejemplo, es imperativo subordinar las diversas apetencias electorales a la demanda que proporciona sentido estratégico a esta contienda: derrotar políticamente al chavismo. Para alcanzar este objetivo sería indispensable, entre otras cosas, vencer el personalismo y la “adicción” al enfoque táctico que desdibuja este objetivo primordial. Las venideras elecciones no deben ser vistas como una oportunidad para relanzar viejos liderazgos, mantener influencias de índole personal o, lo que es lamentable, sacrificar una visión de país en aras de conservar artificialmente posiciones de prominencia pública.
La mesa está servida. Los venezolanos expresan mayoritariamente un deseo de cambio. Es responsabilidad de la dirección política procesar este anhelo. Sin duda, hoy día la política es así.
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