Amigos lectores, voy a
admitir con toda franqueza, la profunda indignación
y tristeza que me generó la muerte (asesinato) del joven liceísta Kleivert Roa.
Un tachirense de catorce años de edad.
Estos sentimientos, sin duda alguna, deben haber sido compartidos por la gran
mayoría de la población. Más allá de la diferencias de orden político presentes
en el país, tengo la seguridad que los venezolanos se sintieron indignados ante
esta innecesaria muerte.
A continuación el
relato, de la señora Glenda Lugo, vecina de la calle donde fue asesinado este
joven liceísta. “¿Cómo es posible que un niño venga
corriendo y este policía se baje de la moto, le apunte y el niño le suplique
que por favor no lo mate y este desgraciado le dispare? Después se arrodilló y
le pidió perdón. Y todavía tenía la concha de llevárselo. Aquí están los
golpes, miren mis brazos como están, golpeados por ese policía porque no quería
que yo agarrara al niño porque ellos se lo querían llevar a rastras en la moto,
y yo misma les dije: ‘Después de que lo mataron como a un perro ¿qué van a
hacer... tirarlo como un perro?’. Lo que hicieron fue destapar bombas
lacrimógenas y tirárnoslas para dispersarnos”.
Esta
desgarradora narración, que no es la única en esta Venezuela convulsionada y
violenta, debería servir como un marcador ilustrativo de las “pasiones tristes”
que son impulsadas desde el gobierno del señor Maduro. Usted amigo lector se
preguntará ¿en qué consisten estas pasiones tristes? ¿Cómo combatirlas? Bien
este término es extraído de la filosofía de Baruch Spinoza, (Baruch de Spinoza, Ámsterdam 1632-La Haya 1677). Filósofo neerlandés de origen sefardí
portugués.
En un
cierto sentido, la actualidad política podría ser definida como un momento marcado por la influencia
de las “pasiones tristes” que son utilizadas por el oficialismo para fomentar la pasividad y generar
impotencia frente a lo que se presenta como inevitable. Las repetitivas cadenas
gubernamentales promocionan estas pasiones. Su propósito es fomentar la sumisión de la población ante las
instituciones oficiales y capturar su voluntad “para que hicieran lo peor, a
pesar de que racionalmente, vieran lo mejor”.
Usted,
amigo lector, se preguntará ¿cuál es el antídoto para neutralizar estas
pasiones tristes? Bien, estimular su contrario, las pasiones alegres. En otras
palabras, esta postura vital incita a pensar nuestra democracia, no desde los
parámetros de la política del llamado socialismo del siglo XXI, sino como una
práctica verdaderamente participativa alejada de todo burocratismo. Las
alegres, propician un sistema político en el cual los ciudadanos pueden
potenciar su capacidad de autogobierno.
Los
sucesos de Táchira, exigen practicar una postura oposicionista de resistencia a
estos poderes que arrebatan la dignidad ciudadana y promocionan la
desesperanza. La MUD (Mesa de la Unidad Democrática), este es un llamado a este organismo de convergencia
política, debe dar un paso al frente incentivando las “pasiones alegres” para
confrontar la tristeza, docilidad y miedo que intentar infundir las prácticas
represivas gubernamentales.
Las
elecciones parlamentarias son vitales para poder garantizar continuidad a la
cultura democrática. Sin ánimo de exagerar, en estas elecciones se juega el
destino de la república. Una mayoría contundente de la oposición implicaría un
primer paso para restituir el régimen democrático, federal y republicano. Pero
para alcanzar esa meta una tarea parece que es impostergable: derrotar la
desafección que padece nuestro sistema político. Si se fracasa en esta faena el
futuro del país estará más cerca de la tristeza que de la alegría. Hay que
derrotar la visión desapasionada de la política. La tarea es emocionar para
convencer. Sin duda, la política ahora es así.
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