domingo, 8 de marzo de 2015

¿Psicoanalizar las guarimbas?


Nelson Acosta Espinoza

Amigo lector, la palabra "guarimba" posee diversas significaciones de acuerdo al uso que se haga de este término. Por ejemplo, "La Comuna de París" de 1871; el mayo francés de 1968; la denominada Primavera Árabe del 2010; el movimiento 15 M e indignados del 2011-14, fueron todas revueltas populares o guarimbas. En nuestro país el término, en esta acepción de revuelta popular, aparece durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, cuando los miembros del Partido Comunista trancaban las calles y buscaban refugio en las iglesias para no ser atrapados por los cuerpos de la Seguridad Nacional.

En fin guarimba, en este contexto, significa barricadas y revuelta popular. Desde luego, tiene otras acepciones, por ejemplo, este término se encuentra vinculado con diversos juegos infantiles: "el gárgaro malojo", conocido más tarde como "la ere"; "la taima", entre otros significados.

¿A qué viene esta breve introducción? Veamos. ¿Sería posible, por ejemplo,  homogenizar estas distintas experiencias (guarimbas) a través de un marco cognitivo específico? ¿El psicoanálisis, por ejemplo, ofrecería las herramientas conceptuales para descifrar el sentido de estas diferentes prácticas culturales? Si este fuese el caso ¿obedecerían estas revueltas a un mismo impulso psíquico? ¿Por ejemplo, thanatos o pulsión de la muerte?

Me voy a permitir una licencia antropológica. Desde este punto de vista es inapropiado universalizar particularidades culturales. En otras palabras, no es posible establecer comunes denominadores, ya sean culturales o psíquicos, entre estas distintas expresiones de revueltas populares o, como se conocen en el país, guarimbas. En general, esta perspectiva universalizante es típica del racionalismo político y, es conocida, como la "trampa de la razón".

Demos una vuelta a la tuerca.  Es indudable que ambiciones desaforadas, tendencia a dominar (física y psicológicamente) a los demás, megalomanías y narcisismos, son actitudes típicas del liderazgo  que no profesa el credo democrático. Igualmente, vale la pena resaltar, la existencia de inclinaciones populares a la servidumbre voluntaria a cambio de bienes materiales y de participación, real o simbólica, en algunos niveles en la escala de poder. De ahí que la ciencia política haya formulado esta pregunta básica: ¿por qué las masas desean su propia servidumbre y represión?

El psicoanálisis ha aportado elementos que ayuda a responder esta interrogante. En particular su reflexión sobre los regímenes totalitarios. Por ejemplo, los sistemas fascistas y nazistas fueron un producto complejo de poderosas oleadas populares en Italia y Alemania durante los años 1920 y 1930 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, los populismos militaristas no escapan de esta admiración ciega hacia la autoridad (Chávez vive).

Sigmund Freud, Wilhelm Reich, Erich Fromm, Félix Guattari, todos estudiosos de la conducta colectiva y psiquis humana, han puesto en evidencia que la marca de los viejos y nuevos autoritarismos es promover la necesidad de admirar y amar a la autoridad. Sentimientos impulsados desde el estado con la finalidad de doblegar a la población. Promueven, "las pasiones tristes", de las que nos habla el filósofo sefardí Spinoza. Las guarimbas, en su acepción de revueltas populares, por el contrario, suscitan las "pasiones alegres" que buscan la politización o repolitización de la ciudadanía.

Repolitizar es un imperativo de estos tiempos.  Los demócratas deben volver a cultivar  los afectos y la dimensión ética de la vida pública. Pareciera, entonces,  que el sentimiento de animadversión  política y la desesperanza ante la posibilidad de un cambio radical hay que combatirlos con el poder constituyente de la multitud. La política, ahora es así.



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