Nelson Acosta Espinoza
Amigo lector, la palabra
"guarimba" posee diversas significaciones de acuerdo al uso que se
haga de este término. Por ejemplo, "La Comuna de París" de 1871; el
mayo francés de 1968; la denominada Primavera Árabe del 2010; el movimiento 15
M e indignados del 2011-14, fueron todas revueltas populares o guarimbas. En
nuestro país el término, en esta acepción de revuelta popular, aparece durante
la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, cuando los miembros del Partido Comunista
trancaban las calles y buscaban refugio en las iglesias para no ser atrapados
por los cuerpos de la Seguridad Nacional.
En fin guarimba, en este contexto,
significa barricadas y revuelta popular. Desde luego, tiene otras acepciones,
por ejemplo, este término se encuentra vinculado con diversos juegos
infantiles: "el gárgaro malojo", conocido más tarde como "la
ere"; "la taima", entre otros significados.
¿A qué viene esta breve introducción?
Veamos. ¿Sería posible, por ejemplo,
homogenizar estas distintas experiencias (guarimbas) a través de un
marco cognitivo específico? ¿El psicoanálisis, por ejemplo, ofrecería las
herramientas conceptuales para descifrar el sentido de estas diferentes
prácticas culturales? Si este fuese el caso ¿obedecerían estas revueltas a un
mismo impulso psíquico? ¿Por ejemplo, thanatos o pulsión de la muerte?
Me voy a permitir una licencia
antropológica. Desde este punto de vista es inapropiado universalizar
particularidades culturales. En otras palabras, no es posible establecer
comunes denominadores, ya sean culturales o psíquicos, entre estas distintas
expresiones de revueltas populares o, como se conocen en el país, guarimbas. En
general, esta perspectiva universalizante es típica del racionalismo político
y, es conocida, como la "trampa de la razón".
Demos una vuelta a la tuerca. Es indudable que ambiciones desaforadas,
tendencia a dominar (física y psicológicamente) a los demás, megalomanías y
narcisismos, son actitudes típicas del liderazgo que no profesa el credo democrático.
Igualmente, vale la pena resaltar, la existencia de inclinaciones populares a
la servidumbre voluntaria a cambio de bienes materiales y de participación,
real o simbólica, en algunos niveles en la escala de poder. De ahí que la
ciencia política haya formulado esta pregunta básica: ¿por qué las masas desean
su propia servidumbre y represión?
El psicoanálisis ha aportado elementos
que ayuda a responder esta interrogante. En particular su reflexión sobre los
regímenes totalitarios. Por ejemplo, los sistemas fascistas y nazistas fueron
un producto complejo de poderosas oleadas populares en Italia y Alemania
durante los años 1920 y 1930 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Igualmente, los populismos militaristas no escapan de esta admiración ciega
hacia la autoridad (Chávez vive).
Sigmund Freud, Wilhelm Reich, Erich Fromm,
Félix Guattari, todos estudiosos de la conducta colectiva y psiquis humana, han
puesto en evidencia que la marca de los viejos y nuevos autoritarismos es
promover la necesidad de admirar y amar a la autoridad. Sentimientos impulsados
desde el estado con la finalidad de doblegar a la población. Promueven,
"las pasiones tristes", de las que nos habla el filósofo sefardí
Spinoza. Las guarimbas, en su acepción de revueltas populares, por el
contrario, suscitan las "pasiones alegres" que buscan la politización
o repolitización de la ciudadanía.
Repolitizar es un imperativo de estos
tiempos. Los demócratas deben volver a
cultivar los afectos y la dimensión
ética de la vida pública. Pareciera, entonces,
que el sentimiento de animadversión
política y la desesperanza ante la posibilidad de un cambio radical hay que
combatirlos con el poder constituyente de la multitud. La política, ahora es
así.
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