Simón García
Las fuerzas democráticas deben
andar con pies sensatos y cabeza clara ante la pretensión del gobierno de
volver a dividir al país en base a disyuntivas ideológicas. Aunque antes no ha
necesitado pretextos, ahora intentará aprovechar las medidas que le retiran a
siete funcionarios gubernamentales el permiso para entrar a EEUU y confisca depósitos
bancarios y bienes en el territorio de ese país.
El gobierno de Maduro ha adoptado
medidas similares en materia de visas y ha confiscado bienes a empresas
estadounidenses. Hasta allí el decreto del presidente Obama pareciera un
ordinario acto de reciprocidad que afecta directamente a unos individuos determinados
señalados en Venezuela por actuaciones represivas contra estudiantes y jóvenes.
Lo nuevo y lo que el gobierno de EEUU está obligado a explicar es por qué “la
situación en Venezuela es una amenaza inusual y extraordinaria para la
seguridad de Estados Unidos”.
El gobierno volvió a montar su
tinglado. La identidad con nuestra tierra, nuestra gente, nuestra
idiosincrasia y nuestra historia, todo eso que constituye la noción de patria
(el lugar de nuestros padres) es una vena muy sensible y que tradicionalmente
ha sido manipulada por dictaduras y fuerzas reaccionarias para conectar con el pasado
lo que deben ser disyuntivas del presente.
Pero si
hay que identificar esa patria, es seguro que ella está en la gente, en su
situación, en sus calamidades, en sus alegrías, en sus valores, en sus
opiniones y en sus esperanzas. La patria es el soberano, no el gobierno.
Pese a la esperada manipulación
patriotera, la cadena del presidente Maduro estuvo muy por debajo del objetivo
de levantar uno de los falsos términos de la polarización: de un lado el
gobierno con su falso gorro patriótico y del otro “los enemigos de la patria”,
un saco donde meten a opositores, disidentes, inconformes o decepcionados con
el modelo y la gestión de este gobierno destructor del país. Los rostros de sus
acompañantes reflejaban sensaciones bien
distintas a la dignidad.
La respuesta gubernamental ni
siquiera estuvo a la altura del grito caza/incautos “ni una gota de petróleo
para los EEUU” o una contundente respuesta diplomática. Las contramedidas no buscaban
poner al imperio en su lugar, sino compactar a sus seguidores y colocarle un
chaleco de impunidad a funcionarios que deberían demostrar que están libres de
sospecha. El gobierno acudió a su costumbre autocrática: premiar a los que son
fieles al poder y confundir las cosas de un modo que no se pueda distinguir
entre decencia y villanía.
Sin apartarse de su plan de atornillar
el modelo económico estatista y el ejercicio autoritario del poder, piden que
se otorguen más poderes al presidente. La ley habilitante no será para llevar a
cabo un plan nacional contra el desabastecimiento, ni parar la inflación, ni
reducir las muertes físicas de más de siete venezolanos diarios, cuyo derecho a
la vida debería preocupar más al gobierno que siete de sus funcionarios no
puedan comprar en Miami o guardar dinero
en los aborrecidos bancos yanquis.
El presidente Maduro pretende que
la oposición se doblegue al gobierno en la bandeja de burdas manipulaciones. Pero
la oposición no puede renunciar a sus deberes y a sus compromisos con el pueblo
agredido por la crisis, para ayudar a reflotar los planes de hegemonía
autoritaria de un gobierno que ya ha hecho demasiado daño a Venezuela.
La soberanía del país debe
defenderse frente a los EEUU si en verdad cualquier decisión suya vulnerara
intereses del país. Pero el gobierno no
puede esperar solidaridades automáticas para desconocer una medida motivada en
la defensa de los derechos humanos, en el combate a la corrupción y en la
exigencia internacional de parar la represión gubernamental contra la mayoría
de los venezolanos.
La cúpula pide gestos
antiimperialistas mientras cede atribuciones y autonomía frente a Cuba, se
hipoteca servilmente con China o entrega el Esequibo a Guyana. Pretende imponer
una visión ideológica y única de soberanía y de patriotismo para tratar de
remendar su sobrevivencia en las próximas elecciones parlamentarias.
Maduro habla del cabito Castro para
pedirle a la oposición que lo apoye. Olvida que lo primero que hizo Don Cipriano
en 1902 fue poner en libertad a todos los que estaban presos por hacerle
oposición. Este gobierno solicita apoyo y justifica el secuestro de Lopes y
Ledezma.
El presidente olvida que aquel fue
un bloqueo naval de tres potencias europeas, no el retiro de un permiso para viajar
a un país proclamado como el antimodelo. Que se les impida a funcionarios
implicados en delitos universalmente condenables ir a Disney, no es una
violación a sus derechos humanos.
A la manipulación gubernamental
hay que responderle explicando la verdad, a su odio con convivencia, a su
violencia con paz, a su división con unión de todos, incluidos los que aún
permanecen dándole su apoyo a los responsables de la crisis.
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